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El presidente de China, Xi Jinping, junto al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. (Amilcar Orfali/Getty Images)

El Gobierno italiano quiere sumarse a la Nueva Ruta de la Seda. Aumenta la discrepancia entre el norte y el sur de Europa sobre cómo responder al creciente poderío chino. Pero nadie tiene una estrategia clara.

Italia anunció hace escasas semanas que va a unirse a la Nueva Ruta de la Seda china. Se trata, seguramente, del país más importante en sumarse a este proyecto internacional. Si hasta ahora, mayoritariamente, la habían apoyado naciones en desarrollo o algunas economías pequeñas o medias del mundo occidental, el caso de Italia supone un salto cuantitativo y cualitativo. Este país europeo es la octava economía mundial y la tercera economía de la eurozona (sin contar al Reino Unido). Además de peso económico, también lo tiene en el plano simbólico: Italia fue uno de los países fundadores de la Unión Europea, es también miembro del G7 y es una de las potencias culturales e históricas que más ha aportado a la configuración del continente. Para China, la entrada de Roma a su Nueva Ruta de la Seda representará una victoria en pleno Occidente, donde las posturas respecto a este enorme proyecto chino son menos homogéneas de lo que se cree. La visita del presidente chino Xi Jinping a Italia, servirá para culminar y firmar este proceso de acercamiento entre Roma y Pekín.

Pero, más allá de la sorpresa puntual, ¿qué implica para Italia sumarse a este proyecto? ¿Por qué el actual gobierno populista italiano ha apostado por esta vía? ¿Qué implicaciones puede tener para la Unión Europea? ¿Qué nos dice el caso italiano de la recepción de la Nueva Ruta de la Seda en el mundo occidental?

En primer lugar, hay que explicar cómo, concretamente, va “a sumarse” Italia a este megaproyecto chino. El procedimiento va a ser parecido al que han realizado otros países: firmar entre las dos partes un “memorándum de entendimiento”, en el que se comprometen a colaborar en diversos ámbitos. Este acuerdo no es vinculante, sino más bien una declaración de intenciones simbólica y pública. El memorándum que se va a firmar habla de “promocionar la cooperación” en infraestructuras, inversiones, comercio, cultura, educación o desarrollo verde. También destaca que todas las propuestas incluidas deben ser acordes a la legislación de Italia, China y la Unión Europea.

Como explica la investigadora del think tank MERICS Lucrezia Poggeti en este artículo, este giro de la política exterior italiana se ha producido a raíz del actual gobierno de coalición entre los populistas del Movimiento 5 Estrellas y la extrema derecha de Liga Norte. Antes, la acción exterior italiana se centraba sobre todo en Bruselas, Washington o el Mediterráneo. El Gobierno italiano actual es el que ha buscado de manera consciente un acercamiento más profundo con Pekín. Eso no quiere decir que los anteriores ejecutivos italianos estuvieran al margen de China: precisamente, durante los últimos años, Pekín ha realizado importantes inversiones en la red eléctrica italiana, en manufacturas de alta tecnología o en su sector de productos de lujo. Según datos de Bloomberg, de 2008 a 2018, Italia era el cuarto país europeo que más acuerdos de inversión había firmado con China (después del Reino Unido, Alemania y Francia), y se situaba en segunda posición en cuanto a la cantidad total de dinero invertido mediante estos acuerdos (sólo el Reino Unido recibió más).

El objetivo principal que ha esgrimido el Gobierno para justificar su entrada a la Nueva Ruta de la Seda es que, mediante ella, podrá aumentar de forma considerable las exportaciones hacia el mercado chino. En la actualidad, sólo un 2,7 % de las exportaciones italianas van en dirección a China. En 2018, Italia exportó a China por valor de 13.170 millones de euros, mientras que Francia escalaba a los 20.800 millones y Alemania a los 93.800 millones de euros. Pero otros factores claves para Roma pueden ser tanto la inversión como las infraestructuras. Pekín está interesado en el puerto de Palermo (en la isla de Sicilia, que Xi Jinping visitará durante su viaje) como punto clave en el Mediterráneo para su Nueva Ruta de la Seda en la cuestión marítima. Por otra parte, la llegada de dinero chino es vista, por el actual Ejecutivo italiano, como una manera alternativa de conseguir financiación para invertir a escala nacional, algo limitado por los déficits marcados por Bruselas y por la difícil situación económica.

Tras el “giro hacia China” del Gobierno italiano hay un nombre clave: el economista Michele Geraci, actual subsecretario del Ministerio de Desarrollo Económico de Italia. Varios medios de comunicación y think tanks han apuntado a Geraci como el “cerebro” de esta aproximación. Este economista ha vivido diez años en China, durante los que ha sido profesor en universidades importantes como la de Zhejiang y columnista en diarios chinos como el oficialista China Daily o el liberal y crítico Caixin. Fue llamado a participar en el Gobierno italiano a petición de la Liga Norte. En el popular blog de Beppe Grillo, el fundador del Movimiento 5 Estrellas, Geraci publicó un artículo en el que pedía que Italia “mirara más hacia el este”, y en el que argumentaba que una mejor relación con el gigante asiático podría beneficiar al país en términos de compra de deuda, inversiones, economía verde o relación con Rusia. También opinaba que Italia podía aprender de China en cuanto a políticas migratorias (fijándose en el polémico modelo interno chino) y en vigilancia y seguridad pública. Además, argumentaba que apoyar la inversión china hacia África permitiría reducir los flujos migratorios de este continente hacia Italia.

Que un economista escogido por la Liga Norte apoye un proceso de globalización y apertura hacia el capital extranjero es sorprendente. Como apuntaba el columnista de Bloomberg, Ferdinando Giugliano, la Liga se opuso durante mucho tiempo a que China entrara en la Organización Mundial del Comercio, por miedo al impacto que esto podría tener en la industria italiana. Aunque ahora la posición de este partido de extrema derecha no es de oposición a China, la postura de su máximo dirigente, Matteo Salvini, es de cierto recelo.

Precisamente, una vez conocido que Italia planeaba unirse a la Nueva Ruta de la Seda, las posturas entre los dos partidos de la coalición italiana han tomado direcciones distintas. El vicepresidente de Italia y líder del Movimiento 5 Estrellas, Luigi di Maio, ha apoyado el proyecto y ha destacado sus ventajas. Salvini, por su parte, ha dicho que no quiere que empresas extranjeras “colonicen Italia”, y que se debe vigilar en asuntos de seguridad nacional e infraestructuras críticas, aunque no se ha cerrado a ciertos acuerdos con China. Su postura más crítica con Pekín, en parte, puede estar influenciada por su aliado e ideólogo estadounidense, Steve Bannon, que ha hecho de la lucha contra el Partido Comunista chino una de sus banderas, y también por la confrontación que Donald Trump está teniendo ahora con esta potencia. Por su parte, tanto el primer ministro Giuseppe Conte como el presidente Sergio Mattarella han apoyado el acuerdo. Desde fuera del Ejecutivo, Silvio Berlusconi ha alertado que pactar con China sería un “riesgo total” y que está “muy preocupado” por las implicaciones tecnológicas y de seguridad que ello podría tener.

Además en materia interna, la decisión de Italia afecta de pleno a la Unión Europea. La UE está teniendo, ahora mismo, varios debates claves sobre cómo debe afrontar el ascenso chino y la proyección euroasiática de la Nueva Ruta de la Seda. Y la Unión, en este sentido, no está especialmente unida. Si en Europa del Este y Central ya hay varios países que han establecido ciertas relaciones por su cuenta con China (el llamado 16+1, que ya explicamos en otro artículo), parece que en el sur de Europa puede desarrollarse un proceso similar. Grecia primero, y Portugal después, se han unido a la Nueva Ruta de la Seda el año pasado. Italia sería el siguiente. Por su parte, España ha esquivado este compromiso.

El debate sobre las relaciones entre la Unión Europea y China tiene como dilema central si se debe negociar con Pekín de manera conjunta, de forma comunitaria, o cada Estado por su cuenta. Países como Alemania o Francia defienden una postura común, ya que consideran que no se puede negociar con un coloso como Pekín de manera individual, puesto que las fuerzas estarán totalmente descompensadas. Por eso apuestan por políticas y leyes comunes respecto a China, y creen que negociar bilateralmente con Pekín —o meterse de manera individual en la Nueva Ruta de la Seda— es tener una mirada a corto plazo, que sólo busca arrancar algo de inversiones y dinero a China.

Pero, por su parte, países con un peso menor —como los ya citados Portugal o Grecia, o algunos de Europa del Este— consideran que, muchas veces, cuando se hacen políticas “comunes”, finalmente sólo reflejan los intereses de los países más grandes de la Unión. Por ejemplo, países como Alemania o Francia (o Italia hasta hace poco) pedían que se llevara a cabo una supervisión más estricta de las inversiones chinas. Eso, argumentaban algunas economías pequeñas, haría disminuir las inversiones chinas, lo que les afectaría a ellas especialmente.

La reacción hacia China también genera debates sobre los propios valores de la UE. El bloqueo de inversiones chinas en ciertos sectores genera polémica sobre si se debería permitir cierto grado de proteccionismo. Que la Comisión Europea impidiera la fusión de las compañías de ferrocarriles Siemens y Alstom para crear una megaempresa que pudiera competir con los colosos chinos apoyados por el Estado —la Comisión argumentó que afectaría a la libre competencia y a los consumidores— fue criticado por Francia y Alemania. Hay un debate sobre si, para competir con China, la Unión debe dejar atrás ciertas prácticas de libre mercado estrictas (y crear algunos subsidios). Lo que sería, en parte, “parecerse más” a China.

La entrada de Italia en la Nueva Ruta de la Seda, además, tampoco es sólo una cuestión europea. Quien más airadamente ha respondido a ello ha sido Estados Unidos. Washington, desde hace tiempo, ha empezado una campaña para desacreditar este proyecto chino. Parece que, por ahora, las presiones del Gobierno estadounidense no han afectado a la postura final del Ejecutivo italiano. El posible acercamiento de Roma a las redes 5G chinas —el choque tecnológico del momento— es otro de los dolores de cabeza que la Administración norteamericana teme que se pueda avecinar.

La respuesta nacional (o comunitaria) al proyecto de la Nueva Ruta de la Seda es uno de los grandes dilemas actuales. Más allá de demonizaciones exageradas o buenismos propagandísticos, es un tema que tiene implicaciones económicas y comerciales, pero —como recordaba el politólogo Bruno Maçães en este podcast— también políticas. Sumarse a este proyecto tiene consecuencias en las relaciones con Estados Unidos y Bruselas. Pekín, además, da por supuestas ciertas afinidades implícitas cuando se firma el memorándum. Una retirada puede acarrear efectos.

Pronto veremos cuánto de estrategia y cuánto de improvisación ha habido en esta decisión trascendental del Ejecutivo italiano. Sus efectos, para bien o para mal, serán plenamente europeos.