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Un hombre frente al cartel de Huawei en Pekín, China. (Kevin Frayer/Getty Images)

Washington ha vetado al gigante chino de las comunicaciones por motivos de “seguridad nacional”, y está presionando a sus aliados para que hagan lo mismo. Se cuece una guerra fría tecnológica entre las dos grandes potencias mundiales.

Estados Unidos ha encontrado un poderoso símbolo en su cruzada contra el auge tecnológico de China: la empresa Huawei. Esta compañía, conocida por sus smartphones y sus sistemas de telecomunicaciones, es ahora el gran ejemplo que Washington pone —ante su propia población y ante la comunidad internacional— de negocio que ha prosperado mediante el espionaje y el robo, y que actúa de brazo ejecutor de los planes internacionales del Partido Comunista chino.

La detención de Meng Wanzhou —directora financiera de Huawei e hija del fundador de la empresa— en Canadá a petición de Estados Unidos, la prohibición de usar tecnología de esta empresa en organismos públicos estadounidenses y las presiones a diversos países occidentales para que sigan el camino de Washington y veten a Huawei, son varios de los embates que la Administración estadounidense está llevando a cabo contra este gigante tecnológico. Es un mensaje directo para el Gobierno de China.

Pero, ¿es realmente Huawei un brazo directo del Partido Comunista chino? ¿De dónde ha salido esta enorme empresa y su famoso (pero discreto) fundador? ¿Está Estados Unidos preocupado por la “seguridad nacional” del país o usándola como excusa para detener el auge tecnológico de China? ¿Por qué este choque se produce ahora?

El caso de Huawei es un ejemplo de éxito empresarial gracias a las reformas de mercado que llevó a cabo Deng Xiaoping, a partir de los 80. La compañía se fundó en 1987 en Shenzhen (el “Silicon Valley chino”) con un enfoque hacia las telecomunicaciones, pero su relevancia mundial ha estado relacionada con el auge de los smartphones. Huawei es ahora la segunda compañía que más de estos dispositivos vende en el mundo (ha desbancado a la estadounidense Apple en este puesto, y sólo le supera la surcoreana Samsung). La clave de su éxito fue fabricar smartphones de alta calidad, pero a precios más asequibles que los de la competencia. A pesar del enorme mercado interno —con cada vez más capacidad adquisitiva— de China, la empresa ha conseguido que la mitad de sus ventas sean en el extranjero, en zonas como Europa, Oriente Medio y África (en Estados Unidos está excluida del mercado), en parte gracias a esta competitividad en la relación calidad-precio.

Sus competidores y la Administración de Estados Unidos han acusado a Huawei de haber crecido mediante la copia, el robo de información y los subsidios del Gobierno chino, pero —como apuntaba la experta en ciberseguridad, Samm Sacks, en una reciente entrevista— el gran éxito de Huawei se debe a la capacidad de innovación que ha trabajado de manera puntera, con múltiples departamentos de I+D y atracción de los mejores talentos universitarios de China.

Este éxito proviene, en buena parte, del fundador de la empresa, Ren Zhengfei. Como apuntaba Bloomberg en un extenso perfil del empresario, Ren es visto como una especie de “Darth Vader” por los “halcones de seguridad nacional de Washington”, mientras que en China es percibido como un “héroe nacional”, que ascendió desde “orígenes humildes” hasta “la cima de riqueza y estatus”. Ren forma parte de esos primeros emprendedores de la economía china que se curtieron en las duras catástrofes de la etapa maoísta, como las hambrunas del Gran Salto Adelante o la violencia de la Revolución Cultural.

Después de una etapa como ingeniero civil, Ren entró en el Ejército en 1974 y estuvo allí hasta 1983. Su paso por el Ejército Popular de Liberación es una de las críticas habituales que recibe: desde Washington se repite (sin que se hayan mostrado pruebas al respecto) que Ren podría seguir en contacto y recibiendo órdenes de este mando militar, o del Partido Comunista que lo dirige, más de 35 años después de su marcha. Su reticencia a ser entrevistado por la prensa internacional —sólo lo ha hecho recientemente debido a la detención de su hija—, o la cultura del esfuerzo casi militar que impuso en su compañía, son algunos de los factores que han creado misterios a la vez que reticencias en torno a la figura de Ren.

También se ha acusado de “opaca” a Huawei por su estructura empresarial de propiedad colectiva, en la que todas las acciones de la compañía son propiedad de los trabajadores, acumulando mayor o menor porcentaje según los méritos hacia la empresa (según Huawei, Ren Zhengfei sólo tiene el 1,4% de las acciones).

Más allá de los detalles personales de su fundador, la empresa ha pasado a simbolizar el miedo que las élites estadounidenses tienen ante el ascenso tecnológico chino, ya sea por motivos de “seguridad nacional”, pérdida de liderazgo mundial o competencia comercial. Como apuntaba, recientemente, el centro de análisis especializado en economía china Trivium, se está extendiendo en Estados Unidos un miedo hacia la tecnología china, lo que genera que cargar contra este país sea políticamente rentable, tanto desde la derecha como la izquierda. Esta ‘alianza bipartita’ se puede ver, por ejemplo, en la propuesta conjunta de un proyecto de ley que prohibiría la venta de chips y otros componentes tecnológicos a esta compañía.

Estas acciones en contra de Huawei se basan en diferentes acusaciones, desde presuntas violaciones de leyes hasta el peligro que supone para la “seguridad nacional”. En el caso de la detención de Meng Wanzhou a petición de Estados Unidos, las acusaciones están relacionadas con el presunto intento de Huawei de saltarse las sanciones que Washington ha impuesto contra Irán. No se trataría de la primera empresa que lo ha intentado: JP Morgan Chase, BNP Paribas, Deutsche Bank o PayPal, entre otras, han sido multadas por ello. Pero el caso de Meng es especialmente relevante porque, como apunta el economista Jeffrey D. Sachs en este artículo, es la primera vez que se emite una orden de arresto contra un dirigente de una empresa que haya, presuntamente, violado estas sanciones. En los otros casos se ha culpado a las compañías en su conjunto, no a empresarios concretos, y se ha saldado la situación con multas. Para Sachs, este arresto “es casi una declaración de guerra de Estados Unidos contra la comunidad empresarial china”.

Que la petición de arresto de Meng se haya producido usando las leyes de manera discrecional (algo de lo que suele acusar a China), es decir, con claros objetivos políticos, señalaría que Washington está dispuesto a usar métodos más agresivos en su embate tecnológico contra Pekín. Estos temores se ven reforzados por las palabras del propio Donald Trump, que dijo en una entrevista que intervendría en el caso de Meng si se lograba un acuerdo comercial favorable con Pekín en las negociaciones sobre la guerra comercial. La detención de varios canadienses en China (país que detuvo a Meng a petición de EE UU), hacen que el choque de represalias vaya en aumento.

Además del caso contra Meng, Washington ha lanzado otras acusaciones contra la empresa. La justicia estadounidense ha afirmado que Huawei robó tecnología de la empresa T-Mobile —de un robot que servía para probar teléfonos—. El caso es antiguo y Huawei ya pagó una multa por estas acusaciones, pero que aparezcan de nuevo el mismo día que las acusaciones contra Meng ha servido para reforzar el mensaje de Washington de que Huawei es una empresa que se salta la ley.

Pero, ante todo, la gran preocupación que Estados Unidos airea sobre Huawei es el supuesto peligro que podría suponer para la “seguridad nacional”. La Administración estadounidense ha afirmado que Huawei está vinculada y espía para el Gobierno chino (y ha dicho, directamente, que no hace falta ni mostrar pruebas para sostener esta acusación). En resumen: Huawei es “culpable” hasta que demuestre su inocencia. En este sentido, el Gobierno de Trump está planeando que los negocios estadounidenses tengan vetado usar sus equipos de telecomunicaciones. Ya hay universidades estadounidenses retirando tecnología de Huawei de sus aulas, bajo las amenazas de retiro de fondos estatales si se niegan a ello. También hay investigadores de estas mismas universidades que trabajaban en programas de investigación financiados por Huawei y que ahora están distanciándose de la compañía, por miedo al escrutinio y la vigilancia que les puede imponer el Ejecutivo estadounidense.

Como explicaba este excelente reportaje del New York Times, hay serias dudas sobre si la Administración Trump está llevando a cabo esta política por el bien de la “seguridad nacional”, o usándola de excusa para conseguir una ventaja competitiva frente al auge de la tecnología china. Esta misma pieza recordaba que, en 2010, la NSA penetró secretamente en los servidores centrales de Huawei, buscando pruebas de que su fundador estaba vinculado al Ejército (que no encontró). El objetivo fue, además, ver si los productos Huawei tenían “puertas traseras” desde donde poder espiar a los usuarios: según documentos clasificados revelados a la prensa, la NSA pensaba aprovechar y controlar estas “puertas traseras” para espiar a aquellos “enemigos” de Estados Unidos que tuvieran productos Huawei. Los miedos actuales a esta tecnología china, en parte, vienen de la propia experiencia estadounidense.

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Lanzamiento del nuevo Huawei 5G en China. (FRED DUFOUR/AFP/Getty Images)

El choque de Estados Unidos contra la compañía no sólo ha tenido un alcance nacional, sino que se está extendiendo a varios de sus aliados occidentales. El Gobierno estadounidense los ha presionado para que veten la tecnología de Huawei, en especial la relacionada con el 5G, un componente clave del futuro tecnológico. Como explica este detallado informe de los expertos tecnológicos Paul Triolo y Kevin Allison, el 5G va a ser una revolución tanto en la velocidad de conexión (casi desaparecerá el concepto de “descargar” un archivo) como en el papel que jugará en la comunicación entre máquinas, algo esencial para el desarrollo efectivo y asequible de ciudades inteligentes, coches autónomos o fábricas automatizadas.

Huawei es una de las empresas más preparadas (y asequibles) para construir esta infraestructura 5G, pero gobiernos como el de Australia, Japón o Nueva Zelanda la han vetado en este sector. Países como Polonia han recibido presiones estadounidenses, donde aceptar el 5G chino representaría un retiro de tropas de la OTAN. En este mismo país, un trabajador de Huawei ha sido detenido (y despedido de la empresa) después de que el Gobierno polaco lo acusara de espionaje. Desde organismos de la Unión Europea se ha dicho que se debería “tener miedo” a Huawei y a su tecnología.

El argumento en contra de una infraestructura 5G construida por esta empresa es que el Gobierno chino, gracias a ello, podría “apagar” o “hackear” el sistema cuando lo considerara conveniente. Por ello, se dice, no debería permitirse que una empresa china construya esta infraestructura “crítica”. Algunos países como Alemania o Reino Unido no han vetado a Huawei, pero han aumentado el escrutinio a su tecnología. India tampoco parece que se plantee seriamente el veto.

Estados Unidos ha lanzado una guerra fría tecnológica a China y está presionando al resto del mundo para que tome partido. Huawei es la primera batalla.