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Niños jugando en un barrio periférico de Konik, Montenegro. SAVO PRELEVIC/AFP/Getty Images

“Este es mi viaje: una carrera de fondo. No es un recorrido lineal de un lugar a otro, ni cada kilómetro es necesariamente el reflejo de un lugar: se trata más bien de un viaje existencial por mi aprendizaje y por el espacio; desde Belgrado a lo largo de toda la geografía balcánica”. Así describe el propio autor el sentido de una obra en 42 etapas en las que va transitando por la historia, la actualidad y su propia experiencia a lo largo y ancho de la región.

Maratón balcánico

Miguel Roán

Caballo de Troya, 2018

Esta reseña no pretende ser objetiva. No puede serlo. Miguel Rodríguez Andreu (Miguel Roán), es amigo y colaborador de esglobal desde hace más de cinco años. Ello no invalida que su último libro, Maratón balcánico, merezca ser reseñado en nuestra publicación.

Cada kilómetro es el relato de un episodio concreto de sus vivencias y de su relación con el lugar. Un viaje en el que los pueblos, las ciudades, los barrios, los locales, los sonidos, los olores, los sabores y, sobre todo, las personas con las que se va encontrando, van dejando su marca.

Un recorrido por las cicatrices de un pasado que sigue más que presente en la vida de la gente. Personas normales y corrientes, inmersas en la lucha por lo cotidiano, que arrastran todas ellas, sin embargo, el peso de un conflicto todavía reciente. Historias de supervivencia, de vidas reconstruidas tras una guerra inesperada y absurda. Tan fresco en la memoria y tan cerca, y, a pesar de ello, tan ignorado a menudo por el resto de Europa. Personas con las que Roán convive o tropieza en su deambular balcánico y de las que, siempre con un enorme respeto, exprime un profundo conocimiento vital.

Por las páginas van circulando hombres destrozados por la guerra y sus recuerdos; jóvenes que han querido dejar atrás un pasado hostil, otros que tratan de aferrarse a un futuro que no será, mujeres fuertes de apariencia frágil. Serbios, croatas, eslovenos, albanokosovares… todos con más puntos en común que diferencias. Multitud de personajes anónimos, cuyas palabras quedan fijadas en la memoria del autor, y a través de él a la de los lectores, con las que teje un impresionante retrato colectivo de protagonistas improbables.

En un poderoso ejercicio de asimilación, el libro respira algunos de los principales rasgos tradicionalmente atribuidos a la personalidad balcánica: pesimismo, fatalismo, escepticismo, victimismo, desencanto, pero también dignidad, fortaleza, generosidad, todo ello combinado con una fina ironía y la capacidad permanente del autor de reírse de sí mismo. Y un cierto toque de amargura. Una frase con la que evoca una fallida relación resume todo un estado de ánimo: “Con arrugas en el pensamiento, me mirabas con suspicacia, como si el romanticismo fuera un producto más de la teletienda”.

Y todo ello se desarrolla en escenarios que oscilan entre la belleza arrebatadora de una naturaleza primitiva -ríos, pueblos y aldeas de difícil acceso, bosques…- incluida su buena dosis de tragedia, y el brutalismo arquitectónico nacido en la Yugoslavia de la guerra fría, con sus barrios feos y vulgares, a los que la pluma de Roán otorga una inusitada dignidad.

Resulta difícil etiquetar Maratón balcánico.Se trata de una de esas obras híbridas, a caballo entre la literatura de viajes, el ensayo sociopolítico, la crónica literario-musical y el diario íntimo.

Es también un recorrido lleno de cine, literatura y música, sobre todo música, una de las pasiones de Roán, pues, como él mismo dice, “la música siempre se movió mejor entre fronteras que las personas. No necesita pasaportes”. Es una canción de amor a una tierra a la que el autor llegó por casualidad, pero que le arrastró hasta hacerlo suyo.

Pero sobre todo, este libro es un canto suave, pero firme, contra la irracionalidad y el absurdo del nacionalismo; contra la construcción y destrucción de identidades al albur de intereses espurios de unos líderes irresponsables e irracionales, contra las fronteras y los muros. Y lo hace con la melodía que une a todas las personas, como seres humanos, con sus sufrimientos y sus alegrías, en el trágico paisaje balcánico.

Así narra, por ejemplo, uno de los contadísimos episodios violentos de los que ha sido testigo -y casi víctima-, a cargo de jóvenes serbios indignados por la declaración unilateral de independencia de Kosovo: “Se arrogan ser representantes de la patria sin serlo, como si en la bandera encontraran una justificación que dotara de razón a sus impulsos más bajos. Las miradas turbadas de aquellos agresores no eran ideológicas, carecían de la humanidad de los individuos con objetivos morales. Eran jóvenes necesitados de un sentido de pertenencia, almas aprovechables por cualquier líder nacionalista sin escrúpulos, hombres sumidos en una cólera existencial que se alimenta a partir de la soledad, las injusticias, las decepciones y la crisis de valores. De esos individuos se nutren las guerras”.

Nadie como Rodríguez Andreu es capaz de traducir hoy en día la realidad balcánica a un público en español. Es el mejor heredero de la tradición iniciada por los grandes corresponsales españoles durante las guerras de la antigua Yugoslavia -Miguel Ángel Villena, Ramiro Villapadierna, Alfonso Armada, entre otros muchos-, si bien, a diferencia de aquellos, su obra no se centra en narrar el conflicto bélico, sino en retratar las dificultades de reconstruir la paz.

Su dominio del serbio le ayuda a penetrar en un mundo oculto para el resto, el de las conversaciones íntimas, al lado de una taza de café, un guiso o una copa de rakia, algo no tan habitual entre los viajeros y observadores de la región. El texto está salpicado de palabras en serbio, con su correspondiente contextualización y aclaración. Un diccionario vivo de expresiones y referencias al alma balcánica.

Maratón balcánico rezuma literatura. Por cómo está escrito, con una prosa minuciosa, con una cuidada elección de cada palabra, de cada frase, y por lo que transmiten sus páginas, nutridas de experiencias pero también de lecturas. Las referencias a obras y autores son constantes, sin que asome ningún atisbo de pedantería.

Está en la misma categoría que algunos de los autores que han ayudado a dar a conocer los Balcanes a un público más amplio, desde la británica Rebecca West de comienzos del siglo XX, con su Cordero negro, halcón gris, hasta los Fantasmas balcánicos de Robert Kaplan de los años 90. Una importante diferencia es que aquellos lo hacen siempre con una perspectiva anglosajona, y judía (Kaplan), mientras que en el caso de Miguel Roán su amor por el lugar no le impide tener una mirada neutra, crítica en ocasiones, pero siempre sumamente respetuosa. Una mirada que dignifica el objeto de su análisis.

Este libro también recuerda de alguna manera al Danubio de Claudio Magris (esta vez sin la pesadumbre existencialista centroeuropea), en ese delicioso y tranquilo recorrido por el pasado y el presente de una Europa que se va desplegando en el transcurso de sus aguas.

El libro va ya por la tercera edición. Nada mal para un tema en teoría alejado del interés tradicional de los españoles.