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Túnel Pakistán China, construido en el norte de Pakistán bajo la nueva Ruta de la Seda. (Aamir Qureshi/AFP/Getty Images)

El proyecto de la nueva Ruta de la Seda de China para conectar con Europa pone en marcha un mecanismo que simula los Estados vasallos en Asia Central, lo que provoca el aumento de tensión en la región.

Han pasado cinco años desde que Xi Jinping anunciara la iniciativa de la nueva Ruta de la Seda, proyecto que está llamado a reformular los mecanismos del comercio entre China y Europa a través de corredores terrestres y rutas marítimas, tiempo suficiente para ver cómo se ha incrementado la notoriedad global del proyecto y, con ello, la imagen de China. La potencialidad atribuida a la nueva Ruta de la Seda tiene en esta primera oleada su momento más crucial, con infraestructuras ya operativas que están promoviendo una importante actividad económica en la región, mientras se reconfigura el esquema de relaciones bilaterales de China con sus socios en Asia Central y se fortalecen los vínculos entre los propios países de la zona a través de la iniciativa OBOR (One Belt, One Road).

Conocida como la iniciativa del siglo, el despliegue de OBOR está impulsando positivamente los flujos comerciales entre Asia y Europa, volumen que representa el 28% del comercio mundial, con la ventaja para China de desplegar nuevos mercados de exportación por Asia Central y de diversificar su red de transporte de recursos naturales. Mientras que para países como Myanmar y Pakistán significa elevar su integración económica regional escalando puestos en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Naciones Unidas, situados en la posición 145 y 147, respectivamente. La reducción paulatina de los costes de transporte favorecerá que en los próximos cinco años países como China, Kazajistán, Rusia, Bielorrusia y Polonia puedan incrementar su comercio global un 4%, según la aproximación más conservadora del Grupo ING. Si ampliáramos el efecto de menores costes al resto de socios OBOR en Asia Central y Europa Oriental, países como Rusia, Kazajistán, Polonia, Nepal y Myanmar podrían registrar incrementos del comercio del 45%, en una estimación más optimista, donde China alcanzaría el 20%.

El gigante asiático tiene previsto cosechar importantes ganancias políticas centrándose en el desarrollo de regiones que tienen un déficit evidente en infraestructuras, lo que requiere una inversión colectiva en Asia de 26 billones de dólares hasta 2030, según estimaciones del Banco Asiático de Desarrollo (ADB), unos 2 billones de dólares anuales. OBOR, como proyecto global e integrador, será determinante en la región, pero la realidad muestra que China además de ser el principal promotor financiero, acapara la mayor parte del desarrollo de las iniciativas, alcanzando las compañías chinas el 89% de participación, frente al 7,6% de compañías locales y el 3,4% de empresas extranjeras, según datos de Reconnecting Asia.

Los riesgos operativos y de financiación pueden determinar retrasos y sobrecostes en el desarrollo de algunas infraestructuras, pero la viabilidad de los proyectos está más supeditada a cómo evolucionen las dinámicas geopolíticas en la región tras incorporarse China como agente de desarrollo económico y comercial. De ahí que China haya establecido cortes internacionales de mediación y arbitraje en Pekín, Xi’an y Shenzhen para resolver cuestiones legales en el ámbito OBOR.

Esta creciente presencia de China por Asia Central no está exenta de avivar rivalidades existentes, principalmente con India, que observa cómo OBOR crea alianzas con sus países vecinos. Cooperación que puede convertirse en una trampa financiera, donde afloren graves problemas de endeudamiento.

 

Gestión de la deuda a través de Estados vasallos

El fuerte endeudamiento que, generalmente, conlleva para los países las infraestructuras previstas en OBOR recuerda a los Estados vasallos durante la etapa imperial de China, donde los países vecinos ofrecían tributos al emperador. Lo que antes se convertía en pagos para asegurarse no entrar en conflicto con China, ahora se ha traducido en un fuerte endeudamiento por parte de algunas economías prestatarias por desarrollar infraestructuras infrautilizadas que cosecharán beneficios en el largo plazo, pero que a China le sirven a corto para ayudar a paliar sus problemas de sobrecapacidad. Es el caso de la refinería de petróleo en Kirguistán, que operó al 6% de su capacidad en 2017, país que figura entre los 8 socios que presentan un mayor riesgo de endeudamiento sistemático, de los 68 países que agrupa OBOR, según el Center for Global Development. A este grupo también pertenecen Yibuti, Laos, Maldivas, Mongolia, Montenegro, Pakistán y Tayikistán.

La necesidad de financiación de los países no está evitando que los que participan en la iniciativa pretendan revisar los términos y condiciones que impone China, con intereses de hasta el 5%, de ahí que Pakistán haya excluido de OBOR la construcción de la presa Diamer-Bhasha por 14.000 millones de dólares, pieza clave en el compromiso de Pekín con Islamabad, para abordarla con recursos propios.

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Un proyecto hidroeléctrico puesto en marcha por China bajo la nueva Ruta de la Seda en el río Irrawaddy, en Myanmar, fue suspendido. (Diana Markosian/Getty Images)

Los cambios de gobiernos están siendo también un detonante para renegociar mejores condiciones, como podría suceder tras las elecciones generales de julio en Pakistán. Reacción que ya se produjo en Nepal con la renovación del Parlamento a principios de año, que provocó la parada de una presa hidroeléctrica de 2.500 millones de dólares bajo el argumento de falta de un proceso de licitación abierto. En otras ocasiones, la presión pública es la que ha motivado la suspensión de proyectos, como la presa del río Irrawaddy, un emblemático proyecto del anterior Gobierno militar de Myanmar. Un duro golpe para las aspiraciones chinas que pensaban invertir 3.000 millones de dólares para utilizar la electricidad generada para sus propias necesidades.

 

India y China, duelo de titanes en Asia Central

La cuestión de la zona fronteriza de Cachemira que India disputa a Pakistán es el punto de desencuentro para que la potencia del Índico no apoye el ambicioso proyecto del Corredor Económico China-Pakistán y, por ende, la nueva Ruta de la Seda. Situación que favorece la estrategia Indo-Pacífico de Estados Unidos, de la que participa la propia India, Australia y Japón, con el objetivo de contrarrestar el poder geopolítico que China está acaparando gracias a la iniciativa.

India es consciente de que no puede recibir el apoyo financiero y las inversiones que necesita de estos socios para desarrollar sus infraestructuras, mientras que China sí dispone de los medios y la capacidad necesarios a través de OBOR. Los proyectos con Kazajistán, Kirguistán, Pakistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán podrían dejar aislada a India de Asia Central, más cuando China pretende reducir la tradicional dependencia de Nepal con India a través de OBOR, generando un debate interno para elegir el mejor aliado entre las fuerzas a favor de India y las que están a favor de China.

En una relación caracterizada por la cooperación y la competición, China pretende atraer a su vecino asiático como potencial socio de OBOR en lugar de considerarle una amenaza en su estrategia, mientras que en India la iniciativa suscita una posición de mayor confrontación. Reflejo de este clima de tensión en Asia es que India haya sobrepasado a Francia en gastos en defensa en 2017, quedando por detrás de Estados Unidos, China, Arabia Saudí y Rusia, según datos de SIPRI.

La seguridad fronteriza es una necesidad para China, de ahí que extienda hacia el oeste OBOR aprovechando que Rusia ha disminuido su influencia en Asia Central y que su buen momento económico le permite enfrentar la presencia militar estadounidense en Europa y Oriente Medio. De ahí que Xi Jinping y Narendra Modi busquen para sus países un clima de estabilidad en la región que reduzca tensiones y que beneficie su propio desarrollo económico, promoviendo a través de encuentros informales un acercamiento de las relaciones bilaterales, regionales y globales que han favorecido un acuerdo de cooperación en el Corredor Económico Bangladesh-China-India-Myanmar, además de potenciar los temas estratégicos a largo plazo como la cuestión nuclear de Irán y el avance del extremismo en la región. Sobre todo cuando la política de Washington respecto al comercio con Afganistán e Irán no beneficia el desarrollo de India, que puede encontrarse sin apoyos de sus socios del Indo-Pacífico ante un eventual conflicto con China.

 

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Un soldado de Afganistán patrulla un barco en una vía de tren construida por China en el norte de país frontera con Uzbekistán. (Qais Usyam/AFP/Getty Images)

Reforzando lazos con Asia Central: Pakistán y Afganistán

El Puerto de Gwadar, en Pakistán, es la infraestructura más emblemática del Corredor Económico China-Pakistán (CECP) que ya alcanza los 63.000 millones de dólares, más de ocho veces la ayuda al desarrollo proporcionada por Estados Unidos entre 2009-2014, y financiado al 80% por entidades chinas. Considerado como alternativa al estrecho de Malaca para transportar el petróleo desde el Golfo Pérsico, es el punto de unión entre la ruta terrestre y la Ruta de la Seda Marítima. Está operativo desde 2015, la empresa estatal Chinese Overseas Ports Holding Company se encarga de la gestión del puerto hasta 2059 tras la cesión del Gobierno pakistaní. La autopista Kashgar-Gwadar y la construcción de la Zona Económica Especial de Gwadar son parte del abanico de infraestructuras previstas en el CECP, aunque el foco está en los 15 proyectos energéticos priorizados por valor de 22.400 millones de dólares que eliminarán el déficit eléctrico del país en 2019. Fundamentalmente a base de carbón, aunque China invertirá 400.000 millones de dólares hasta 2030 en renovables, de forma que supongan el 20% del mix de energía.

De ahí que el salto sea extender el CECP a Afganistán, otra gran joya para OBOR, que posee un billón de dólares en recursos minerales, que conjuga el reto geopolítico con el operativo para intentar evitar interferencias de los talibanes, y reporta grandes beneficios económicos a China. También ayudará a impulsar el bajo IDH de Afganistán (169), de un total de 188 países, convirtiéndole en otro gran aliado de China, lejos del tipo de socio que le gustaría tener a Estados Unidos en Asia Central. Todos estos pasos a favor del desarrollo económico de Afganistán promovido por Pekín contrastan con la nueva estrategia de la Administración Trump de enviar tropas a la región y que está favoreciendo el distanciamiento entre ambos países.