Formulario de solicitud de visado Schengen en ruso y estonio y pasaporte de la Federación Rusa. (Getty Images)

Los europeos deberían permitir que sus países acojan el libre debate entre los emigrados rusos del siglo XXI. Pero deberían resistirse a la tentación de considerar a los exiliados como canales de influencia para reformar Rusia.

 La vida del refugiado es siempre difícil. Y ser un exiliado ruso en Europa es difícil a su propio modo. Se te culpa por la guerra a la que te opusiste. Puedes luchar contra la culpa o asumirla y tratar de expiarla —en cualquiera de los dos casos hay poco que puedas hacer—. Pero lo que seas capaz de lograr inevitablemente resultará inadecuado: es complicado convencer a los europeos de que la sociedad rusa no es culpable de la guerra de Putin, y nunca podrás disculparte lo suficiente para sacudirte la culpa. Como alternativa, podrías ser del perfil oportunista, que llega con la sensación de gozar de ciertos privilegios y busca una buena vida, y también acaba decepcionado con el frío recibimiento. De cualquier manera, poco a poco empiezas a perder el contacto con tu hogar, sin llegar a estar nunca del todo de acuerdo con la visión del mundo de tus nuevos vecinos.

El éxodo de rusos a Europa por motivos políticos comenzó con lentitud alrededor de 2012 y se ha intensificado espectacularmente durante el último año y medio. Los exiliados llegan con todo un despliegue de puntos de vista diversos. Hay quienes de verdad se sienten culpables por la guerra porque, como ciudadanos rusos, se consideran responsables de no haberla evitado. Hay quienes se ven ante todo como víctimas del régimen de Putin y se niegan a responder por sus crímenes. Hay quienes no se preocupan en absoluto por la cuestión de la culpa, sino que simplemente llegan en busca de un refugio seguro, tal vez para su dinero o para no ser movilizados. Hay quienes trabajaron para el sistema putinista antes de desilusionarse o caer en desgracia; hay quienes mantuvieron las distancias desde el principio. Y, por último, seguramente hay quienes en realidad no han huido de verdad, sino que han sido infiltrados entre la comunidad de refugiados por los servicios especiales rusos.

Los europeos y la Unión Europea carecen de una política común hacia los exiliados. Si bien los refugiados ucranianos seguirán siendo, con motivo, la prioridad de los europeos, ¿qué deberían hacer los responsables de la política europea respecto a los rusos que huyen? ¿Acogerlos, rechazarlos o considerarlos en periodo de prueba?

Algunos en Europa ven a los exiliados como nuestra mejor conexión con la sociedad civil de Rusia; como un grupo que podría ser decisivo para la democratización del país en el futuro. Sugieren darles la bienvenida, ayudarlos y trabajar con ellos. Sin embargo, entre bastidores, muchos otros, especialmente los funcionarios europeos que trabajan en temas de seguridad, se rigen por la cautela: “No sabemos quiénes son realmente estas personas”, dicen en privado. “Podrían ser anti Putin o podrían ser agentes encubiertos del FSB. Y si son eficaces en sus actividades contra Putin, el Kremlin podría enviar sicarios tras ellos, lo que tampoco va a ayudar a nuestra seguridad”.

Un tercer enfoque es dar la aprobación a los rusos siempre que piensen y se comporten de una manera determinada. En muchos lugares, los exiliados son bienvenidos mientras se ajusten a las expectativas locales, que varían enormemente y en algunos sitios son maximalistas. Un buen ejemplo es lo sucedido con el canal de televisión Dozhd. El último canal de televisión liberal que quedaba en Rusia trasladó sus operaciones a Letonia, pero pronto perdió su licencia por la falta de subtítulos en letón en su programación, por referirse al ejército ruso como “nuestro ejército” y por usar (probablemente por accidente) un mapa que mostraba a Crimea como parte de Rusia. Conscientemente o no, parece que el gobierno letón esperaba que Dozhd se convirtiera en un canal de televisión letón en idioma ruso, adoptando la línea oficial de Riga y contribuyendo a influir en las opiniones de la extensa diáspora rusa en Letonia. Cuando Dozhd continuó operando como parte del debate y el panorama mediático ruso —de ahí su referencia al ejército ruso como “nuestro”— traspasó los límites de las expectativas de las autoridades letonas.

Todos los enfoques tienen su lógica y sus méritos. Todos tienen también sus defectos.

Probablemente sea cierto que, por el momento, los exiliados son la mejor conexión de Europa con la sociedad rusa. La mayoría tiene amigos y familiares en Rusia con quienes se comunican a diario. Sin embargo, si el enfrentamiento continúa, con el tiempo estos vínculos se debilitarán. Antiguos amigos, algunos de los cuales se quedaron y otros se fueron, tomarán caminos distintos en la vida. Formarán parte de debates diferentes, con códigos sociales diferentes. Los exiliados perderán poco a poco su auténtico “sentimiento” por Rusia, y comenzarán a proyectar sus propias esperanzas y temores sobre la realidad. En ese momento, cualquiera que se base únicamente en los análisis políticos de la comunidad de exiliados tendrá que empezar a verificar con extremo cuidado las valoraciones de sus miembros.

También es difícil decir qué papel puede desempeñar la comunidad de exiliados en la Rusia post Putin. Hasta cierto punto, esto dependerá del tiempo que estén fuera. Los rusos que huyeron de la revolución bolchevique después de 1917 creyeron que pronto regresarían y, como resultado, vivieron pegados a sus maletas la mayor parte de sus vidas. Por el contrario, aquellos que se marcharon en los 70 y 80 no esperaban volver jamás, pero muchos ya lo habían hecho a principios de los 90. Simplemente, no sabemos qué les depara el futuro a los emigrados de hoy.

También es imposible predecir la influencia que tendrán si regresan. En algunas sociedades, —los Estados bálticos, por ejemplo— los exiliados que retornaron se adaptaron sin problemas y desempeñaron un papel político y social importante tras el colapso de la URSS. No fue así en Rusia: en la década de los 90, las redes autóctonas de la política rusa postsoviética resultaron ser casi impenetrables para quienes habían estado fuera. Esto puede cambiar después de Putin; o quizá no.

Es poco probable que los europeos lleguen a tener alguna vez una política verdaderamente común hacia su comunidad de exiliados rusos. La cuestión de Rusia y los rusos presenta diferentes niveles de sensibilidad en diferentes países, y las políticas de los distintos Estados siempre reflejarán eso. Aceptar esta realidad hará la vida más fácil a todos, y Europa es lo suficientemente diversa como para recibir a los rusos de maneras diferentes. Por ejemplo, es posible que Dozhd se mudara a Letonia con la esperanza de estar cerca de Rusia en una ciudad habitada por exiliados. Pero, en última instancia, quizá se encuentre mejor en su nuevo hogar en los Países Bajos, donde la sociedad tiene menos tendencia a sospechar instintivamente de todo lo ruso.

Además, gran parte de lo que regula la vida cotidiana de los exiliados rusos (normas sobre visados, cruce de fronteras, permisos de residencia, asilo) seguirá siendo competencia de los Ministerios del Interior y, por tanto, quedará fuera del alcance regulatorio de la UE. Es posible que, incluso así, sus instituciones deseen elaborar una lista de recomendaciones o buenas prácticas, que podría ayudar a los Estados miembros al menos a optimizar sus acciones, de modo que las medidas unilaterales de unos no dejen expuestos a otros. (Piensen, por ejemplo, en cómo la denegación de visados introducida por los Estados bálticos el año pasado aumentó la presión migratoria sobre Finlandia y Noruega, hasta que también ellos restringieron el movimiento de los rusos). Esto también ayudaría a abordar el conjunto kafkiano de regulaciones al que se enfrentan los exiliados dentro de la UE. Pero por el momento es poco realista esperar políticas de verdad uniformes en todo el bloque o en el Espacio de Schengen.

Desde luego, es necesario que los exiliados rusos se adapten a las sociedades en las que se han instalado. Deben seguir las normas y leyes locales y tolerar las opiniones sobre Rusia de esos lugares; eso no hay manera de evitarlo. Sin embargo, sus anfitriones también deberían permitirles ser ellos mismos —rusos rusos— y no sólo europeos de habla rusa.

En última instancia, el enfoque de los europeos debería ser brindar espacio a los rusos sin involucrarse demasiado ni instrumentalizarlos. Proporcionarles espacio para vivir, a salvo del Kremlin. Permitirles hablar con libertad sobre Rusia, por doloroso y necesario que sea. Por ahora, el exilio es el único lugar donde puede haber un debate ruso sobre el sistema político del país, cómo arreglarlo y cómo expiar sus crímenes. Parte de este examen de conciencia puede conectar con el discurso en Rusia, aunque no hay garantía de ello. Pero, sobre todo, los europeos no deberían verlos como una columna que aplastará al régimen putinista. No los recibáis como tal, no proyectéis vuestras esperanzas en ellos y no intentéis controlar la política rusa con la ayuda de líderes políticos exiliados (incluso si os lo piden).

La razón para dar la bienvenida a los rusos debería ser que Europa es Europa: un lugar que ofrece amparo a los refugiados y un hogar para el debate honesto. El razonamiento de los europeos no debería basarse en ninguna expectativa respecto a la influencia política que tendrán los exiliados en una futura Rusia, porque es posible que nunca se materialice. Si los que partieron en algún momento logran esa influencia, será una grata sorpresa. Y, sobre todo, cuánto más se mantengan los europeos alejados de las intrigas y la manipulación política en el interior de Rusia, más probable será que esa influencia merezca el ser constantes manteniendo la prudencia.