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Jordanos protestando contra el Gobierno en Amán, junio de 2018. Ahmad Gharabli/AFP/Getty Images

Una semana de protestas ha resultado en un cambio de Gobierno pero la situación económica exige un cambio de paradigma y puede que también de aliados.

Desde el pasado 30 de mayo los jordanos han salido a las calles para protestar por las reformas económicas que el Ejecutivo está llevando a cabo. Las medidas, destinadas a complacer al Fondo Monetario Internacional a cambio del crédito de 2.100 millones de dólares concedido en 2016, son vistas por la ciudadanía como injustas.

Dos huelgas generales y siete noches de protestas han acabado con el gobierno de Hani Mulki, que ha sido sustituido por Omar Razzaz, hasta ahora ministro de Educación. Razzaz tiene un fuerte bagaje económico, ha sido antiguo director de la Seguridad Social y trabajado para el Banco Mundial en Líbano. “Está muy cualificado para dirigir el país en este momento crítico”, señala el analista Abdallah Alomari.

El pasado 7 de junio Razzaz anunció que retirará la controvertida ley tributaria, tal y como exigía la ciudadanía. Por el momento, las protestas han cesado pero, como señalaba un activista del Partido Comunista, “nos estamos tomando un respiro”.

Una situación económica límite

Desde comienzos de 2018, los jordanos sufren la implementación de las medidas económicas impuestas por el FMI, que han incluido subidas de impuestos, el precio de los alimentos básicos que se dispara, fin de los subsidios al pan, incrementos mensuales del precio de los combustibles y de las tarifas del transporte público así como de la factura eléctrica.

En mayo de 2017 Abdalá II lanzó el Plan de Crecimiento Económico para Jordania 2018-2022 (JEGP en inglés). El plan aborda medidas económicas, fiscales y sectoriales de cara a fortalecer la economía del país frente a los distintos desafíos regionales y globales. Pero las cuentas no salen.

Las arcas jordanas ingresan en torno a 9.100 millones de dólares anuales mientras que el gasto alcanza los 11.800 millones. La deuda pública supone el 86% del gasto público mientras que la deuda exterior alcanza los 37.000 millones de dólares. La inflación durante 2017 llegó al 3,3% debido a las diversas subidas de precios registradas y las importaciones suponen 10.000 millones de dólares más que las exportaciones. La principal industria económica es el turismo y los servicios mientras que el sector primario y la industria apenas contribuyen al PIB al tiempo que los impuestos suponen el 26% de los ingresos del Estado.

La actual reforma tributaria pretende aumentar un 5% el número de los que pagan impuestos y endurecer las penas contra los evasores fiscales. La nueva reforma aplicaría impuestos sobre la renta de los individuos con ingresos superiores a 8.000 dinares jordanos anuales (9.570 euros) y de las familias que superen los 16.000 dinares. Esto en un contexto donde más del 15% de los jordanos vive bajo el umbral de la pobreza.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí?

La desastrosa situación económica es fruto del abandono que la economía sufrió durante el reinado de Hussein, más centrado en la política exterior y la cooperación militar que la Guerra Fría le brindaba. Desde 1953, la economía jordana ha dependido en gran medida de las ayudas concedidas por Estados Unidos. La pérdida en 1967 de Cisjordania supuso la desaparición de gran parte de la industria agrícola del país, asestando un duro golpe a la economía del reino.

El fin de la confrontación bipolar y la Guerra del Golfo dejaron a Jordania en una situación económica lamentable al perder el mercado iraquí, al que dirigía el 23,2% de sus exportaciones en 1989, así como el suministro de petróleo barato. Además, los países occidentales y las monarquías del Golfo impusieron severas sanciones contra Jordania, incluyendo un bloqueo del puerto de Aqaba, por lo que entendían una postura pro Saddam Hussein en el mismo.

La economía jordana, dependiente de las rentas otorgadas por los aliados de cada momento, no ha construido una base sólida agrícola ni industrial sobre la que apoyarse. Asimismo, el traslado de numerosas empresas, especialmente tecnológicas, a países como Emiratos Árabes Unidos, el retorno de numerosos migrantes jordanos, los conflictos en la región, con la consiguiente clausura de mercados regionales, y el influjo de millones de refugiados sirios e iraquíes ha sumido la economía en un abismo.

Además, el corte de la financiación que Arabia Saudí proveía al reino Hachemita en 2016 ha empeorado gravemente la situación económica y la capacidad de las autoridades de hacer frente al déficit. El Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) no ha renovado el programa de asistencia financiera a Jordania, valorado en 3.600 millones de dólares anuales y que expiró en 2017. Y ello pese a la participación jordana en la coalición militar en Yemen y en la coalición internacional contra el autoproclamado Estado Islámico. Sin embargo, la postura diplomática jordana respecto a Qatar, Irán o Siria ha derivado en el castigo saudí por no seguir las directrices marcadas.

Cambio de paradigma, cambio de aliados

En las últimas décadas la delicada situación económica que enfrenta el país ha sido sorteada mediante parches. Cambios de gobierno, cambios de ministros, pero ninguna reforma sustancial que marque un nuevo rumbo a la política económica del país. Alomari cree que Razzaz “buscará un enfoque alternativo para sacar al país de la crisis financiera” mediante la recuperación de recursos y fondos públicos robados por figuras políticas y de negocios.

Asimismo, el analista apunta al fortalecimiento de la asociación con Turquía y Qatar como socios estratégicos de Jordania en un momento de tensiones con los países del Golfo Pérsico. La crisis del Golfo que tiene lugar desde el pasado verano ha dejado a Jordania en una difícil posición económica y diplomática. La alineación de Arabia Saudí con Israel y Estados Unidos en la cuestión palestina ha dejado de lado a Jordania en la resolución del conflicto de Oriente Medio. Por ello, el rey Abdalá II se apresuró a asistir en diciembre de 2017 a la cumbre de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) auspiciada por Recep Tayyip Erdogan, lo que se interpretó como una alineación con Turquía.

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El Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan (derecha), y el rey de Jordania, Abdulá II, durante la cumbre a la cumbre de la Organización de la Conferencia Islámica, diciembre 2017. Yasin AkgulL/AFP/Getty Images

El enfriamiento de las relaciones con el Golfo y la incertidumbre sobre el papel de Egipto han hecho que Jordania se gire hacia Turquía ante lo que consideran problemas regionales que afectan a ambos países. Asimismo, Jordania pretende beneficiarse económicamente de esta relación y aprovechar el mercado de más de 80 millones de habitantes que Turquía representa para los productos jordanos. Desde el pasado febrero, más de 500 bienes jordanos están exentos de aduanas y el país otomano es el primer destino turístico para los habitantes del reino. Sin embargo, desde el establecimiento del acuerdo de libre comercio la relación entre ambos Estados ha sido muy desigual: mientras que Turquía exportaba a Jordania en 2016 por valor de 710 millones de dólares, las exportaciones jordanas apenas superaban los 100 millones de dólares. Esas cifras se mantienen desde el inicio del mismo en 2010. Por ello, el Gobierno jordano canceló en marzo el acuerdo por “no servir al interés nacional”, aunque la intención de ambos países es renegociarlo.

Otra salida, como apunta el analista Mohammad Ayesh, podría consistir en restablecer lazos con Qatar, como está pidiendo incesablemente el Parlamento jordano. La tendencia apunta en esa dirección, como lo demuestra el hecho de que la cadena de televisión qatarí Al Jazeera haya reabierto sus oficinas en Jordania y las recientes visitas de negocios. El comercio entre ambos países asciende a  400 millones de dólares y no se ha visto afectado por la crisis. Además, el emirato es el tercer mayor inversor extranjero en Jordania con inversiones por valor de 2.000 millones de dólares. De acuerdo con Ayesh, “no es posible para Jordania permanecer neutral en la región y pagar el precio de su neutralidad en solitario”.

Asimismo, algunos analistas sugieren que las relaciones con Irán podrían mejorar aunque manteniendo un bajo perfil para no incomodar a otros aliados. Para el analista y periodista Osama al Sharif, sería peligroso para Jordania avanzar en esta dirección de la que “pueden no obtener nada”. El pasado marzo, el iraní Hasán Rohaní y Abdalá II se encontraron en los márgenes de la OCI en Turquía, lo que supone el primer encuentro en 15 años entre los líderes de ambos países.

Apenas un atisbo de la existencia de relaciones cordiales entre Jordania e Irán podría hacer a Arabia Saudí y el CCG replantearse su postura hacia el reino Hachemita. De momento, el pasado 10 de junio tuvo lugar una reunión de emergencia en La Meca, convocada por Arabia Saudí, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos para buscar formas de apoyar a Jordania en esta complicada situación económica. De acuerdo con el analista Al Sharif, los países del CCG van a tener “importantes gestos financieros hacia Jordania, como inyectar dinero al Banco Central jordano para estabilizar el dinar, créditos para equilibrar el déficit en los presupuestos de 2018 y revivir los proyectos de inversión saudíes en Jordania”. Al final se trata de “un club de monarquías que deben estar unidas” para los que es importante que Jordania “permanezca estable”, añade el analista.

Finalmente, la estabilización económica y política de Irak supondría un balón de oxígeno para Jordania, que recuperaría un importante mercado regional y un suministrador de hidrocarburos. Por el momento, esta realidad parece lejana, debido al escaso interés del resto de vecinos en estabilizar el país mesopotámico.

Al Sharif cree que Jordania “no abandonará a sus aliados tradicionales, por mala que sea la situación”. De hecho, la enorme dependencia jordana de USAID y Estados Unidos en general hace que “cualquier política que Jordania pueda tomar y contradiga o afecte su relación con Washington será peligrosa”, apunta el analista.

Aunque las medidas tomadas en los últimos días han rebajado la tensión en las calles, sin un giro en la política económica del país los ciudadanos no tardarán mucho en volver a tomarlas.