Mural en un barrio humilde en Lima, Perú. (Frédéric Soltan/Corbis/Getty Images)

Para el nuevo año todo apunta a que habrá una continuidad respecto al anterior. He aquí las claves. 

Este año 2023 que finaliza ha dejado consigo importantes acontecimientos para la región, tal y como veremos a continuación. En primer lugar, el continente latinoamericano, en su conjunto, de acuerdo con la CEPAL, ha crecido por encima del 2%, lo cual casi duplica las expectativas iniciales para este año, y que sumadas al 3% del año pasado no hace sino evidenciar un ciclo de muy lenta recuperación pospandemia. Un ritmo que, en todo caso, seguirá desacelerándose en medio punto porcentual para el próximo ejercicio. No obstante, el informe anual de la misma CEPAL, el conocido como Panorama social de América Latina y el Caribe, presentado hace unas semanas, reconocía una mejora notable de muchos de los indicadores sociales y económicos de la región, lo que implica volver a escenarios similares a los previos a la pandemia. Así, por ejemplo, el porcentaje de personas en umbrales de pobreza se redujo tres puntos porcentuales, para ubicarse en un 29% equivalente a 181 millones de personas. De estas, 70 millones -esto es, doce millones menos que en 2022-, se encontrarían en niveles de pobreza severa que, aun con todo, mayormente se concentran en sectores desprotegidos, como jóvenes, mujeres o minorías étnicas, y que han de ser una prioridad en la agenda gubernamental de la mayoría de los gobiernos progresistas que hoy concentra Latinoamérica.

De forma muy tímida, en el último año también ha mejorado el coeficiente de Gini, pasando de un valor de 0,458 a por debajo de 0,440. Empero, América Latina, por mucho, sigue siendo la región más desigual del mundo. Y aunque no ayuda el escenario de incertidumbre generalizada, el desempleo arrojó cifras positivas, al reducirse de un 7,9% a un 6,5%; en todo caso, afectado por una informalidad del 50% y una muy baja disposición de salarios. Una realidad algo más amable que la de 2022, gracias a la contención de una inflación que, en términos totales, se ha reducido a más de la mitad con respecto a ese año. Así, del 3,8% actual se espera que la dinámica, a pesar del endeble mercado laboral, la regresividad fiscal y las debilidades institucionales generalizadas, se reduzca a un 3,2% en 2024. 

En lo que respecta al plano de las inversiones económicas para el continente, estas no presentan un escenario para que 2024 pueda ser considerado un ejercicio más favorable. La subida generalizada de los tipos de interés y el ambiente de inseguridad para los inversores hace que, para la propia CEPAL, tenga lugar un clima de contención en lo que respecta a las inversiones extranjeras directas. De hecho, una eventual recesión de la economía global en 2024 se acompañaría de muy malas consecuencias para un mercado como el latinoamericano, profundamente reprimarizado, y que experimentaría una bajada de sus precios, apenas compensada por la inelasticidad de la demanda sobre sus hidrocarburos e industrias extractivas.

Otra cuestión que considerar para el año próximo guarda relación con el futuro de su intrincada y desdibujada arquitectura regional. Durante la primera década del siglo XXI, el tablero geopolítico regional experimentó importantes transformaciones. El giro a la izquierda y la llegada de muchos y muy diferentes gobiernos progresistas, se sumó a un ciclo expansivo de la economía -en buena parte, favorecido por el auge de las commodities– y una “ausencia geopolítica” de Estados Unidos. Lo anterior, porque sus prioridades de agenda pasaban más bien por Oriente Medio y la necesaria respuesta militar a las “amenazas” provenientes de Irak o Afganistán. Bajo estas circunstancias, aparecieron diferentes esquemas de concertación y cooperación intergubernamental, como la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Aunque todas estas iniciativas incorporaban matices en sus propósitos, capacidades y funcionamiento, igualmente compartían un mismo acervo integrador que desembocó en lo que se conoció como “regionalismo posliberal”. Una apuesta regional que, en cierto modo, venía a resignificar la doctrina Monroe de 1823 para hacer valer la máxima de “América Latina para los latinoamericanos”.

Un partidario del candidato presidencial conservador Javier Milei espera los resultados de las elecciones el 19 de noviembre de 2019. (Igor Wagner/dpa/Getty Images)

Tras una segunda década convulsa, de crisis económica, final de ciclo político, desdibujamiento regional y afectación por la pandemia, los resultados electorales consumados a lo largo de 2023 no parecen inspirar nuevos y promisorios tiempos para la integración latinoamericana. Especialmente, en lo que guarda relación con las victorias electorales de candidatos conservadores como Daniel Noboa en Ecuador, Javier Milei en Argentina. Nombres que contrastan con los líderes elegidos en los comicios presidenciales de 2022, como Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia o Lula da Silva en Brasil y que, en cualquier caso, hacen valer una máxima que trasciende de izquierdas y derechas. 

Desde 2019, de los 18 comicios presidenciales celebrados en la región, solo en Nicaragua -lastrada por un escaso carácter democrático- y en Paraguay, en las elecciones celebradas en 2023, en donde se volvió a imponer el Partido Colorado, hubo una repetición a modo de victoria del partido de gobierno. A tal efecto, en 16 casos hubo un relevo en la jefatura del Estado proveniente de la oposición. De hecho, en cinco casos se impuso la derecha -El Salvador (2019), Guatemala (2019), Costa Rica (2022), Ecuador (2023) y Argentina (2023). Asimismo, en otros cinco casos venció la izquierda -Bolivia (2020), Perú (2021), Chile (2021), Honduras (2021) y Colombia (2022). Finalmente, en el mal denominado centro, se consumó un reparto entre tres experiencias de lo que se podría llamar centro-derecha, como son los casos de Uruguay (2019), República Dominicana (2020) y Ecuador (2021); frente a las que habría otras tres de centro-izquierda, como son los resultados de Argentina (2019), Brasil (2023) y Guatemala (2023). Expresado de otro modo, desde 2015 en el 80% de las elecciones celebradas en América Latina vencieron las formaciones políticas que se encontraban en la oposición. 

En cualquier caso, lo que sigue siendo una constante, fortalecida desde hace una década con el agotamiento del modelo integrador progresista y posliberal, es la continuidad de una concepción partidista e ideologizada de la integración regional, la cual se suma al escepticismo y el recelo sobre la supranacionalidad -entendida como una continua erosión a la “fortaleza” del Estado- y al respaldo a un multilateralismo de mínimos que demanda la necesidad de promover nuevas soluciones compartidas para las necesidades, si cabe más visibles tras la pandemia. A tal efecto, elementos como la desconfianza, la falta de liderazgo(s), la ausencia de proyectos inspiradores en el pasado o la colisión de códigos geopolíticos no pueden ser utilizados en esta ocasión como excusa para una prioridad que debe ser problematizada en toda su relevancia y complejidad, pero que no parece mostrar en 2024 elementos de transformación alguna.

Como tercer aspecto a considerar, en lo que guarda relación con el calendario electoral, cabe destacar la celebración de varios comicios presidenciales y legislativos a lo largo de 2024. Por ejemplo, el 18 de febrero de 2024 y, poco más tarde, el 19 de mayo, tendrán lugar, respectivamente, las elecciones municipales y presidenciales y legislativas en República Dominicana. El país ha conseguido, en los últimos años, sobreponerse a la ingobernabilidad y ha avanzado hacia una relativa estabilidad democrática en la que los comicios servirán para ver si el actual presidente de centro-izquierda, Luis Abidaner, es reelegido, haciendo valer su eficaz gestión de crecimiento económico y lucha contra la corrupción endémica del país. 

Por otra parte, el 5 de mayo se producirán las elecciones municipales y legislativas en Panamá, que en la última década ha sido uno de los países con mayor crecimiento económico de su PIB de todo el continente. No obstante, los términos son muy similares a los acontecidos en República Dominicana, en tanto que las principales urgencias gubernamentales de estos últimos cinco años han sido, fundamentalmente, la expansión del PIB y la lucha contra la corrupción, de parte también de un candidato de centro-izquierda como ha sido Laurentino “Nito” Cortizo. Por el momento, hay una decena de candidaturas a sucederle, si bien las mayores posibilidades se concentran en el expresidente conservador Ricardo Martinelli. Aun cuando sobre este recae una condena de diez años y seis meses por blanqueo de capitales, su proceso se encuentra ante recurso de casación en la Corte Suprema de Justicia y, de largo, es el que por el momento atesora mayor intención de voto entre el electorado panameño.

De mayor relevancia geopolítica para el continente son las elecciones previstas para México, a celebrar el 2 de junio de 2024. Este día se escoge no solo al presidente de la República, sino igualmente a 128 senadores, 500 diputados federales, 9 gobernaturas, incluyendo la de Ciudad de México, 31 congresos locales, 1.580 ayuntamientos, 16 alcaldías y 24 juntas municipales. Así, será momento de valorar el sexenio gubernamental de Andrés Manuel López Obrador, escogiendo entre continuidad o cambio. Las mayores opciones de victoria pasan por el oficialismo del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), cuya candidatura recae en quien fuera jefa de gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. Las encuestas le otorgan un amplísimo margen en oposición al Frente Amplio por México -que integra a las formaciones partidistas conservadores del PAN y el PRI-, cuyo líder aspirante es la exsenadora Xóchitl Gálvez.

Finalmente, cabría destacar, en el ciclo electoral de 2024, las elecciones presidenciales y parlamentarias uruguayas, que tendrán lugar el 27 de octubre. Por el momento, aun cuando el Frente Amplio lidera todas las encuestas de opinión, con más de un 40% de apoyos. Un porcentaje similar lo aglutinaría el resto de las formaciones conservadoras -Partido Nacional (31%), Partido Colorado (6%), Cabildo Abierto (2%)- de manera que aproximadamente el 15% de la ciudadanía reconoce no tener clara su votación. Aunque los contendientes están por definirse, en el Partido Nacional el principal nombre es el del secretario de la Presidencia, y hombre de confianza del actual presidente Lacalle Pou, Álvaro Delgado. Mientras, en el Frente Amplio los nombres parecen gravitar entre Carolina Cosse, intendente de Montevideo y apoyada por Partido Comunista y Partido Socialista; y Yamandú Orsi, respaldado por el expresidente José Mujica y el Movimiento de Participación Popular.

El presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva recibe a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en junio de 2023 en Brasilia, Brasil. (Ton Molina/NurPhoto/Getty Images)

En cuanto a la relación del continente con Bruselas y Washington, si bien ambos escenarios, en lo retórico, comparten interés y atractivo de lo que pasa en América Latina, lo cierto es que el derrotero de los acontecimientos parece ir por un camino bien diferente. Si Washington no quiere seguir perdiendo influencia en su otrora “patio trasero” es necesario replantear la esencia del diálogo interamericano respecto de una Organización de los Estados Americanos (OEA) que no hace las veces del escenario idóneo para ello. Si ya con Barack Obama no se consiguió avanzar en el objetivo de mejorar las relaciones con América Latina, la política de confrontación de Trump con países como México, Bolivia o Venezuela, en ningún momento fue capitalizada por la Unión Europea. La propia IX Cumbre de las Américas, celebrada en junio de 2022, en Los Ángeles, no hizo sino constatar el sentido práctico y de reacomodación de una agenda que cada vez es más minimalista y específica en sus términos. En cualquier caso, todo quedará, en buena parte, supeditado a lo que suceda en octubre, cuando tengan lugar las elecciones presidenciales estadounidenses, y que hoy en día parecieran ir de lado del candidato republicano Donald Trump.

Respecto de la Unión, y al margen de las palabras de atención del Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, las prioridades geopolíticas del viejo continente transcurren por otros escenarios, toda vez que su agenda al otro lado de Atlántico prioriza las relaciones económicas a través de herramientas como los Acuerdos de Asociación Estratégica, tal y como sucede con el Sistema de Integración Centroamericana o con Colombia y Perú. Esto, toda vez que es importante la recuperación de un proyecto repleto de dificultades como es la ratificación del Acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur. Sobre este se viene trabajando desde mayo de 2010, aunque con profundas fricciones a causa de varios motivos: la postura renuente de coalición agrícola y ganadera –liderada por Francia-, la oposición frontal de los verdes representados en el Parlamento Europeo –a tenor de la política medioambiental que propone el Acuerdo- o las reservas de los gobiernos de Uruguay o Brasil. De hecho, basta con atender a los tímidos resultados de la Cumbre CELAC-UE, celebrada en julio del año pasado.

Sobre estas circunstancias, quien mejor ha capitalizado esta coyuntura ha sido China. Su intercambio comercial e inversión extranjera directa superan ampliamente los 500.000 millones de dólares. Mientras la Unión Europea y Estados Unidos perdieron en torno al 30% de las relaciones comerciales con el continente durante la pandemia, el vínculo con China se mantuvo inalterado, lo cual ha convertido al gigante asiático en el primer o segundo socio comercial de todos los Estados de la región. Así, sobre las proyecciones de 2024 cabe esperar que América Latina siga proveyendo materias primas a muy bajo coste, a cambio de un posicionamiento notable de la industria de bienes y servicios, gracias a un elevado ritmo de industrialización. De esta forma, la relación asimétrica entre Pekín y el continente se seguirá profundizando, con la dificultad para la región de disponer de valores agregados propios y una industrialización más sólida.

En conclusión, el año 2024 tendrá mucho de continuidad con lo sucedido en 2023. Las urgencias de recomposición social, económica y política seguirán siendo prioritarias en un escenario de crecimiento ralentizado. Asimismo, las mayores posibilidades de cambio pueden tener lugar en la recuperación de nuevos espacios de colaboración regional, especialmente maltrechos tras el anterior cambio de ciclo político y la posterior pandemia. Por último, en relación con terceros actores, China sigue avanzando en su política de competencia y rivalidad con Estados Unidos y Europa, cada vez más desplazados en el continente. Sea como fuere, las elecciones estadounidenses de finales de 2024 darán nuevas pistas al respecto, aunque cualquier atisbo de cambio para con estas tendencias requerirá de estímulos y puntos de inflexión que parecen quedar muy lejos, al menos, en lo que al actual tiempo geopolítico se refiere.