Los chilenos empiezan a exigir el fin de los privilegios y el abuso de poder propios de una sociedad oligárquica.

"¿Qué está pasando en Chile?". Cuando me hacen esta pregunta doy sistemáticamente la misma respuesta: vea Downton Abbey. Para quien no lo sepa es la serie más exitosa en la historia de la televisión británica. Muestra la vida de una familia aristocrática, los Crawley, que ocupan el primer y segundo piso de un imponente y costoso castillo en las inmediaciones de Yorkshire, y de su ejército de sirvientes, que operan desde los subterráneos. El eje de la historia es el desplome de las relaciones y jerarquías sobre los que reposaba el orden tradicional con la llegada de lo que podríamos llamar el mundo moderno, que la serie ilustra magníficamente con eventos tales como el hundimiento del Titanic, la Primera Guerra Mundial, la influenza española, el voto femenino, el surgimiento del independentismo irlandés, el ascenso en 1923 de los laboristas al Gobierno, o las protestas emancipadoras en India. En una ocasión en que el Conde de Grantham se encuentra sulfurado por un genuino drama familiar, su hija mayor, Lady Mary, se le acerca y le dice "no es eso lo que te tiene fuera de tus casillas, papá; es que tu mundo se está cayendo a pedazos, y no puedes evitarlo ni logras comprender el que está surgiendo en su reemplazo".
Eso es lo que le ha ocurrido a la clase dirigente chilena: siente que el mundo se le cayó a pedazos. Los chilenos de a pié, al mismo tiempo, miran lo que está pasando con una mezcla de estupor, perplejidad y alivio. Estupor porque jamás creyeron que sus ojos verían semejante espectáculo. Perplejidad porque a estas alturas no saben en quién confiar. Y alivio porque sus propias miserias se hacen más llevaderas cuando ven que los que parecían moralmente superiores no son inmunes a las mismas tentaciones con las que ellos deben luchar.
Al principio se creyó que el terremoto sólo afectaría al mundo conservador, con la acusación de abuso sexual y el posterior procesamiento de dos sacerdotes icónicos, Fernando Karadima y John O`Reilly, y luego la revelación de la red de financiamiento irregular de la UDI por un grupo empresarial de alto prestigio e influencia (Penta), al que de paso se le descubrió un sofisticado sistema para evadir impuestos. La ola, sin embargo, no paró ahí. Pronto se reveló que numerosos parlamentarios de centro izquierda, así como el equipo de campaña de la presidenta Michelle Bachelet, había sido también financiada por empresas privadas, entre ellas Soquimich, controlada por quien fuera un yerno de Augusto Pinochet. Esto fue aún más lejos cuando se hizo público que la nuera de la presidenta Bachelet estaba envuelta en un negocio basado en el tráfico de influencias, lo que le habría permitido obtener un crédito en el Banco de Chile luego de una cita con su controlador. Ésta, ...
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