Éstos son los cinco Estados con más poderío marcial a nivel global (para los que existen datos fiables), según el ranking internacional de referencia.

Israel

Inserto en una dinámica regional muy conflictiva, Israel gastó 16.489 millones de dólares en defensa el año pasado, lo que equivale al 4,73% de su PIB. Se trata de una cifra muy abultada, si tenemos en cuenta que el promedio de los países de la OTAN es del 1,2%. Sin embargo, en el contexto de una región muy militarizada, el presupuesto defensivo de Israel no es ninguna anomalía: países como Arabia Saudí u Omán dedican el 10,29 y al 12,07% de sus respectivos PIB a la defensa. En términos absolutos, la inversión israelí es sólo un poco superior a la de su archirrival, Irán (que gastó 14.548 millones de dólares el año pasado), y muy inferior a la de Riad (más de 69.000 millones). Por lo tanto, el gasto militar israelí no justificaría por sí mismo su primer puesto en la clasificación.

Israel_mc
Soldado israelí durante un enfrentamiento con protestantes palestinos. JAAFAR ASHTIYEH/AFP/Getty Images

Otro elemento que prueba el carácter militarizado de Israel es el alto número de efectivos de sus fuerzas armadas (184.500, lo que equivale al 4,66% de la fuerza de trabajo nacional, una de las tasas más altas del mundo). Este énfasis castrense se ve reforzado por el servicio militar obligatorio para hombres y mujeres. Existen, no obstante, controvertidas exenciones, como la que exime de esta obligación a los ultraortodoxos. Actualmente se está intentando matizar este privilegio mediante el establecimiento de un período mínimo de servicio que este segmento de la población tendría que cumplir, pero las dificultades políticas para implantarlo han llevado a prórrogas y suponen una seria amenaza para la estabilidad del gobierno.

Israel se ha preocupado también por contar con el más sofisticado equipamiento de defensa, lo que le permite despuntar en Oriente Medio. A ello contribuye su poderosa industria militar, que dota al país de poderío armamentístico y de competitividad económica (el país exportó material bélico por valor de 9.000 millones de dólares en 2017, un 40% más que el año anterior).

El acento militarista tiene que ver con una mentalidad de amenaza existencial permanente. Ésta se deriva del enquistamiento del conflicto con los palestinos, lo que lleva, además de a un estado de militarización general, a notables acumulaciones de poderío militar para situaciones específicas tales como la vigilancia especial en las poblaciones limítrofes con Gaza, el mantenimiento del bloqueo de dicha franja, o la protección de los asentamientos de colonos en Cisjordania. También consume ingentes recursos defensivos la confrontación con Irán y sus satélites, que, según algunos análisis militares, estaría ya acumulando efectivos y tratando de establecer una superioridad numérica sobre Israel con vistas a un futuro enfrentamiento.

Si bien este énfasis bélico no ha llevado a asonadas militares en los setenta años de historia del país, la alta militarización sí se manifiesta en la frecuente reconversión de exgenerales de prestigio en mandatarios políticos. También en la firmeza con la que el acervo militar del Estado ha permeado a una sociedad que otorga a sus fuerzas armadas un índice de aprobación del 93%, muy por encima de cualquier institución civil.

Singapur

Singapur_mc
Entrenamiento de militares en Singapur. TOH TING WEI/AFP/Getty Images.

La próspera ciudad-Estado nació en 1965 con un claro sentimiento de ser un actor minúsculo en mitad de los potenciales apetitos de vecinos más grandes. Esto ha imbuido a las autoridades de un fuerte acervo militarista.

La capacidad de Singapur para costearse el más sofisticado equipamiento lo ha convertido en uno de los referentes militares de Asia Pacífico y Oceanía. Sólo China, India, Japón, Corea del Sur, Australia y Pakistán superan su presupuesto y poderío bélicos.

El país tiene el gasto en defensa más elevado del Sureste Asiático (por encima del de Indonesia, que tiene una población de 264 millones de habitantes, frente a los 5,6 millones de la ciudad-Estado). El año pasado, las autoridades destinaron 10.198 millones de dólares a fines militares (lo que equivale al 3,2% del PIB y al 17,7% del gasto gubernamental). No obstante, una parte considerable de esa cantidad no se empleó en armamento y equipos, sino en la adquisición de terrenos de uso militar fuera de sus fronteras, algo a lo que el país se ve obligado debido a sus estrecheces geográficas.

La tendencia apunta a que Singapur seguirá acrecentando su dispendio en defensa (que este año alcanzará los 11.200 millones de dólares) a tenor de su continuo crecimiento económico. Sin embargo, y en contra de lo que sucede en otras naciones altamente militarizadas, el país presenta un aparato castrense poco propenso a la corrupción y que es espejo, como el resto del Estado, de una rigurosa integridad burocrática.

La militarización de Singapur se explica también por el elevado número de efectivos. Sus fuerzas armadas cuentan con más de 147.000 miembros, lo que representa el 4,5% de la fuerza laboral (una de las cinco tasas más elevadas del mundo). Sus nutridas filas se ven acompañadas del servicio militar, que cuenta con un fuerte apoyo social y es obligatorio para todas las personas comprendidas entre los 16 y los 40 años.

El ímpetu militarista se fundamenta actualmente en tres vertientes principales: la necesidad de proteger las rutas comerciales del estrecho de Malaca; la pujanza del terrorismo islamista en el Sureste Asiático; y los recelos regionales que suscitan el rearme chino y las pretensiones territoriales de Pekín en zonas disputadas del Mar de la China Meridional. Además, el pequeño tamaño de Singapur implica que, en caso de agresión, buena parte de la contienda tendría lugar dentro de su muy poblado territorio y no en zonas periféricas, lo que agudiza los temores y el celo defensivo de Estado y ciudadanos.

Armenia

Con algo más de 49.000 efectivos militares, sobre una población de apenas tres millones, las fuerzas armadas de Armenia emplean al 3,5% de los trabajadores del país. Si a esto se le añaden los 20.000 soldados del ejército de la no reconocida República de Artsaj (Nagorno Karabaj), en el territorio que Armenia y Azerbaiyán se disputan desde 1991, el resultado es un elevadísimo grado de militarización.

Es difícil discernir hasta qué punto el ejército de Artsaj puede contabilizarse como parte del esfuerzo bélico armenio, pero la larga pugna por la posesión de ese territorio es un mandamiento patriótico de primer orden para Ereván (además de un conflicto que, entre sus muchas fases de latencia, ha registrado recientes períodos de recrudecimiento, sobre todo a principios de abril de 2016).

Además, la militarización del país caucásico se trasluce también en otros elementos. El principal es la enemistad de Ereván con la vecina Azerbaiyán, país que también figura entre los más militarizados (ocupa el undécimo puesto en el ranking) y cuyo gasto en defensa ascendió a 1.479 millones de euros el año pasado, frente a los 437 millones de Armenia.

Armenia
Militares armenios durante una exhibición. KAREN MINASYAN/AFP/Getty Images.

Enfrentado a un rival de mayor entidad, Armenia se ve impulsada a un esfuerzo desmesurado. Su presupuesto militar puede parecer pequeño en comparación con el de su vecino, pero supone casi el 4% de su PIB y más del 15% del gasto gubernamental. Además, la inversión no cesa de crecer, y este año se ha anunciado un incremento del 17%.

El reclutamiento en el pequeño país caucásico se ve reforzado por la obligatoriedad del servicio militar para los varones. Si bien en 2004 se estableció el derecho a la objeción de conciencia, lo cierto es que ésta se desincentiva mediante sustitutos gravosos de la formación castrense (los servicios sociales de los objetores deben durar 42 meses, mucho más que el servicio militar).

Ciertos grupos protestan contra la alta militarización, pero ésta impregna al Estado y tiene su reflejo en buena parte de la sociedad, ya que, según las encuestas más recientes, el 77% de la población confía en sus fuerzas armadas en mayor o menor medida. Ilustrativa de estos firmes apoyos fue la introducción en 2017 de un programa llamado Nation Army Concept, que prefigura una mayor alineación de los intereses públicos con los defensivos. Algunos aspectos concretos del programa apuntan a una mayor participación económica del ejército (a pesar de los muchos casos de corrupción que lo han salpicado) o a la exaltación de valores militares en la educación infantil. Otra iniciativa que da idea de la militarización estatal es una ley aprobada en 2016 que incrementa los impuestos para compensar a los soldados heridos o muertos en el frente.

Este militarismo es la cristalización de las vicisitudes de un país pequeño en un entorno complicado, en guerra con su vecino por el control de un territorio, marcado por la larga sombra del genocidio de 1915 perpetrado durante los últimos tiempos del Imperio Otomano, y preocupado por el apoyo vacilante de Moscú (tradicional garante de la seguridad armenia) al actual Gobierno.

 

Rusia

Rusia_dentromc
Guardias rusos marchan en Moscú durante la celebración del 77º aniversario de la lucha contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Mladen ANTONOV / AFP.

La Federación Rusa es la más militarizada de las grandes potencias globales. Su presupuesto de defensa ascendió a 66.300 millones de dólares en 2017, muy lejos del de Estados Unidos (610.000 millones) y del de China (228.200 millones), pero respaldado por un peso demográfico y económico mucho menor.

El dispendio militar ruso representó el 4,26% del PIB en 2017, pero el gasto fue un 20% menor que el de 2016 en términos nominales, el primer descenso desde 1998. Esta caída, sin embargo, no socava los fundamentos del poderío militar ruso ni aminora el empeño militarista de Moscú. Éste se ve alimentado por la carrera armamentística que mantiene con EEUU y la OTAN, por el acercamiento de esta última al área de influencia del Kremlin, y por las hostilidades en teatros de operaciones en los que están en juego los intereses de Moscú, como Siria o Ucrania.

El militarismo se traduce en unas fuerzas armadas que cuentan con 1,4 millones de efectivos, lo que representa el 1,9% de la fuerza laboral (una tasa inferior a la de otros países mencionados en este artículo, pero muy superior a las de Estados Unidos y China, del 0,8% y el 0,3%, respectivamente). La obligatoriedad del servicio militar para varones de entre 18 y 27 años, si bien contempla ciertas exenciones legales, se aplica estrictamente.

Especial relieve tiene la inmensa proyección de la industria armamentística nacional, que emplea a casi tres millones de personas. Se trata de un sector altamente internacionalizado, cuyas exportaciones ascendieron el año pasado a unos 15.000 millones de dólares y que genera beneficios económicos a la par que alianzas estratégicas.

Todos lo anterior es la manifestación cuantitativa de una filosofía estatal que aspira a un renacimiento nacionalista por medio del poderío militar. Esta doctrina se ha plasmado en sucesivos programas de educación patriótica (el cuarto de ellos, que cubre el período 2016-2020, está dotado con un presupuesto de unos 28 millones de dólares).

El militarismo ruso se manifiesta también en su proyección real: Moscú, de hecho, ha militarizado de forma tangible escenarios vecinos como Crimea y el Báltico mediante el despliegue de sofisticados recursos en entornos potencialmente bélicos, adquiriendo así ventajas operativas preliminares sobre la franja oriental de la Unión Europea. También ha forjado una fuerte presencia militar en el Ártico, anticipándose a futuras disputas en enclaves estratégicos (estos esfuerzos polares del Kremlin hicieron que este año la OTAN llevara a cabo un ejercicio multitudinario en regiones árticas de Noruega).

Corea del Sur

Seúl ha hecho un gran esfuerzo por convertirse en una potencia militar. Su presupuesto de defensa, que en 2017 ascendió a 39.200 millones de dólares, es el décimo mundial y representa el 2,5% del PIB y algo más del 12% del gasto gubernamental.

Con 634.000 efectivos, el ejército surcoreano es el séptimo más grande del mundo, sólo por detrás de países que lo superan ampliamente en población. A su vez, las autoridades han adoptado una política de tolerancia cero frente a quienes intentan eximirse del servicio militar (obligatorio para varones de entre 18 y 35 años). Las nutridas filas del ejército se complementan con los alrededor de 30.000 efectivos militares estadounidenses afincados en Corea del Sur, en cumplimento de los tratados de defensa mutua.

La alta militarización se sustenta sobre todo en la necesidad de dar una respuesta a los misiles y cabezas nucleares del Norte. Esto ha llevado al país a contar con todo tipo de defensas aéreas (y potencialmente aeroespaciales). Una notable ilustración de este esfuerzo es la adquisición de los más sofisticados paraguas defensivos, como el conocido THAAD (Terminal High Altitude Area Defense), un sistema estadounidense diseñado para el derribo de misiles balísticos​.

CoreaSur
Exhibición acrobática de las Fuerzas Armadas de Corea del Sur. ROSLAN RAHMAN/AFP/Getty Images.

Si bien la principal amenaza son los misiles de Pyongyang, Seúl no ha descuidado la tensión geopolítica en el Mar de la China Oriental, y el pasado octubre anunció el futuro despliegue de una flota naval capaz de llevar a cabo operaciones de ámbito global. El apoyo renqueante que se trasluce en las declaraciones de Donald Trump ha contribuido al deseo surcoreano de adquirir una mayor autonomía.

Seúl cuenta además con una puntera industria militar autóctona. El país se surte en buena medida de esta producción doméstica que también genera un jugoso negocio fuera de sus fronteras: en 2017 exportó material de defensa por valor de 3.190 millones de dólares, un 25% más que el año anterior. A su vez, Corea del Sur está logrando una ventaja comparativa en tecnologías novedosas como la robótica militar, área en la que trabajan conjuntamente centros educativos y empresas armamentísticas y que ha encontrado menos reparos éticos que en otros países.

Esa laxitud también se manifiesta en el considerable apoyo a la idea de adquirir armas nucleares o de pedírselas a sus socios. Ante la ausencia de un arsenal propio, algunos diputados conservadores abogan por el redespliegue de cabezas nucleares norteamericanas en el país (Estados Unidos retiró las anteriores de la península en 1992).