Una comparativa de las reacciones de Reino Unido y Alemania en los casos de envenenamiento con el agente nervioso Novichok del ex espía Serguéi Skripal y el líder opositor ruso Alexéi Navalni, respectivamente. ¿En qué se han diferenciado? ¿Cuál es la más eficaz frente a Rusia?

Diplomacia versus Novichok. Londres y Berlín se han visto obligadas a confrontar a Moscú en los envenenamientos del ex doble agente Serguéi Skripal y del líder opositor Alexéi Navalni. Las armas del Estado de derecho frente a la ley del más fuerte. Pero se pueden distinguir diferencias significativas en las respuestas de ambas democracias liberales. En los tiempos, las comprobaciones, la reacción y la implicación de aliados y de la comunidad internacional. La comparación puede resultar valiosa para estudiar la efectividad de las dos vías de actuación y aprender de cara al futuro. Porque no hay razones para descartar que un atentado similar pueda repetirse. Especialmente en un contexto de creciente deterioro del multilateralismo cooperativo y ante el ascenso de potencias de carácter autocrático que desprecian los valores democráticos y los derechos humanos.

La comparación requiere prudencia. Hay diferencias evidentes entre ambos sucesos. Skripal fue envenenado en territorio británico (con todo lo que ello conlleva en términos de intervención de pruebas, señalamiento de sospechosos y perjuicio de las relaciones bilaterales), pero sin antecedentes cercanos (habría que remontarse al envenenamiento del ex espía ruso Alexander Litvinenko con polonio en 2006); mientras que el ataque sobre Navalni tuvo lugar en Rusia (donde quedaron pruebas y testigos, porque fue trasladado a Berlín dos días después), y enseguida se alertó de lo que podía haber sucedido. Pero esto no invalida lo fundamental del ejercicio en clave de relaciones internacionales y sus conclusiones.

 

Los tiempos

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Alexei Navalny siendo transladado a un hospital de Berlín. Maja Hitij/Getty Images

Una de las diferencias fundamentales son los tiempos. Skripal y su hija Yulia fueron hallados inconscientes en Salisbury el 4 de marzo de 2018. La policía británica señala, apenas tres días después, que ambos han sido envenenados con un "agente nervioso" y que investigan el suceso como un "intento de asesinato". Cinco días más tarde, el 12 de marzo, es la entonces primera ministra Theresa May quien asegura en el Parlamento que es "altamente probable" que Rusia esté tras el ataque. "Ahora está claro que el señor Skripal y su hija fueron envenenados con un agente nervioso de naturaleza militar de un tipo desarrollado por Rusia. Es parte de un grupo de agentes nerviosos conocidos como Novichok", afirmó May, que instó al Gobierno ruso a explicar lo sucedido. Pero apenas dos días después, 10 desde el ataque, Reino Unido anuncia la expulsión de 23 diplomáticos rusos, todos presuntamente vinculados a actividades de inteligencia.

Berlín actuó con más calma. En el caso Navalni el Gobierno alemán tarda 13 días a partir del envenenamiento (20 de agosto de 2020), 11 desde que fue trasladado al hospital Charité de Berlín, en asegurar, en base al análisis de un laboratorio militar, que había "evidencias inequívocas" de que el líder opositor había sido envenenado con Novichok. La canciller alemana, Angela Merkel, exige ese mismo día una "aclaración" a Moscú y advierte de que, si no hay colaboración por parte de Rusia, el ataque tendrá una "reacción común adecuada" de la OTAN y la Unión Europea, que ha tardado casi dos meses en materializarse.

 

Los análisis

A Londres le bastaron los análisis de sus expertos para acusar a Rusia. Alemania, sin embargo, optó por cubrirse las espaldas e involucrar a rápidamente a distintos expertos de otros países y a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), el organismo independiente de carácter internacional que vela por la destrucción permanente y verificable de las armas químicas en base a la Convención sobre Armas Químicas de 1997.

Reino Unido recurrió en un primer momento a sus propios centros para averiguar el tóxico que casi acaba con Skripal y su hija. Primero al Centro de Radiación, Químicos y Peligros Medioambientales del Servicio de Salud Pública de Inglaterra (PHE) y, a los dos días, al Laboratorio de Ciencia y Tecnología de Defensa de Porton Down, unas instalaciones militares punteras. Con los informes de estos organismos, Londres acusó a Moscú de estar detrás del ataque y decidió la represalia diplomática. No fue hasta cuatro meses después que el Gobierno británico recurrió a la OPAQ. Entonces solicitó a este organismo que comprobase si la sustancia con la que se envenenó a los Skripal era la misma que intoxicó posteriormente -y al parecer de forma fortuita- a una pareja en Amesbury.

El Gobierno alemán, tras recibir las conclusiones de su laboratorio militar, envió muestras biológicas de Navalni a laboratorios de Francia y Suecia, que varios días más tarde publicaron sus conclusiones, corroborando la versión de Alemania. De forma paralela envió muestras de sangre y orina de la víctima a la OPAQ, que el 6 de octubre confirmó el envenenamiento del opositor ruso con Novichok.

 

Las sanciones y la reacción rusa

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Pesonal británico trabaja en el tejado de la casa de Sergei Skripal en Inglaterra. Finnbarr Webster/Getty Images

El 14 de marzo, 10 días después del ataque, Reino Unido anuncia la expulsión de 23 diplomáticos rusos por el "uso ilegal de la fuerza" contra el Reino Unido. Un día después, logra confeccionar un comunicado junto a Estados Unidos, Alemania y Francia en el que se acusa a Rusia de los hechos. Nueve días después da una nueva vuelta de tuerca a su respuesta, cuando May anuncia la "mayor expulsión colectiva de la historia de agentes de la inteligencia rusa": 28 Estados (principalmente, occidentales y la OTAN) expulsan al unísono a 153 diplomáticos rusos. Moscú responde de manera similar en los días subsiguientes, enviando de vuelta a sus lugares de origen a 189 miembros de los servicios secretos de esos países.

EE UU ha impuesto dos rondas de sanciones sobre Moscú por el caso Skripal. La primera incluyó la prohibición de vender a Rusia material militar que afectase a la seguridad nacional y acabó con la mayor parte de la ayuda al desarrollo a este país. La segunda, de carácter financiero, limita la actuación de las entidades financieras estadounidenses en Rusia, de la extensión de créditos a la asistencia técnica, pasando por la compra de deuda soberana.

Merkel, desde que se desvela que el veneno ha sido Novichok, avanza una respuesta "común" de la UE y la OTAN. Recalca que Alemania no tiene que reaccionar en solitario porque no se trata de una afrenta de Rusia a su país, sino de una violación de la Convención sobre Armas Químicas a la que la comunidad internacional debe responder. Con la complicidad del presidente francés, Emmanuel Macron, la Canciller lleva a la UE a sancionar a seis personas del entorno más próximo al presidente ruso, Vladímir Putin, que no podrán viajar a la UE y verán sus bienes congelados. Entre ellos destacan el responsable de los servicios secretos internos o FSB, Alexander Bortnikov, el adjunto al jefe de gabinete de Putin, Sergei Kiriyenko, y dos viceministros de Defensa, Alexéi Krivoruchko y Pavel Popov. Reino Unido replica esta sanción. Estados Unidos guarda silencio, pese al esfuerzo de Berlín por sumar a la OTAN. Rusia, por su parte, anuncia represalias contra la UE.

 

¿Hay una respuesta mejor que otra?

Londres demostró contundencia y determinación, la seguridad en sí misma de un miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Berlín, por su parte, ha optado por la cautela y por quemar etapas, asegurándose en cada momento de que había suelo firme sobre el que pisar, evidenciando las inseguridades que aún arrastra 75 años después del fin de la II Guerra Mundial. La idiosincrasia sociopolítica de ambos países, el peso de la opinión pública y el momento político interno también han podido jugar un papel en sus respuestas.

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A la izquierda la foto de Alexei Navalny con una frase que dice "envenenado" y, al lado, un cártel con la frase sarcástica que reza "Té Novichok" cerca de la Embajada rusa en Berlín. ODD ANDERSEN/AFP via Getty Images

Por otro lado, la actuación alemana ha buscado reforzar el multilateralismo y el rol de la legislación internacional, al involucrar desde el primer momento a la OPAQ y defender la Convención sobre Armas Químicas (el enfoque británico se centra en la agresión bilateral). Los resultados coincidentes de distintos laboratorios restan fuerza al argumentario ruso del complot. Además, sea por inseguridad o convencimiento, Berlín ha perseguido una respuesta multilateral implicando a la UE y a la OTAN. Elevar el incidente a la ONU sería aún mejor, pero irreal porque las sanciones se deciden en el Consejo de Seguridad y Rusia las vetaría. Una razón más para apostar por una reforma en profundidad de Naciones Unidas.

Las sanciones británicas pueden resultar efectistas, pero tienen un alcance bastante limitado. Las expulsiones suelen acarrear una decisión simétrica, así que es preciso siempre calcular a priori los potenciales daños propios, lo que propicia la contención. Además, estas decisiones suelen ser temporales. De hecho, Reino Unido y Rusia acordaron apenas nueve meses después del envenenamiento el retorno parcial del personal afectado.

Sin tratar de entrar en el complejo y extenso debate sobre las sanciones en el ámbito internacional, las medidas selectivas impulsadas por Alemania son más efectivas, por su componente económico, la coordinación internacional y su carácter quirúrgico, apuntando a las finanzas privadas de los responsables políticos ligados al ataque, personas de la confianza de Putin. Son un castigo y una llamada de atención a particulares. Pero tampoco parecen disuasorias. La UE ya había aplicado sanciones similares tras el caso Skripal.

La respuesta europea resulta tímida (seis individuos y una institución). La causa puede estar en la dificultad para trabar consensos a 27 en la UE, pero también en la misma Alemania. Berlín pide contundencia, pero no quiere dañar sus relaciones comerciales con Rusia. La demanda para, en represalia por el caso Navalni, detener la construcción del gasoducto Nord Stream 2 -que conectará directamente a Alemania y Rusia- ha sido desestimada por el Gobierno alemán. Pese a enviar una señal política evidente con importantes implicaciones económicas. El proyecto -contestado desde antes por muchos socios y aliados de Berlín- es clave para la gasista estatal rusa Gazprom y para los ingresos de Moscú. Si Alemania quiere liderar debe estar también dispuesta a asumir el coste derivado.

Por último, Estados Unidos actúa de forma incongruente al castigar con dureza a Rusia por el caso Skripal y no tomar medidas tras el envenenamiento de Navalni. Esto refuerza el perfil errático de su política exterior en la era Trump. Resulta imposible discernir si sus decisiones están ligadas realmente a estos hechos o a otros asuntos, como los movimientos internos de la política estadounidense, la irrelevancia de las cuestiones morales en la política exterior de esta administración o si el factor determinante son las relaciones personales del presidente de EE UU con los líderes de Reino Unido y Alemania.