Mujeres víctimas de acoso sexual se manifiestan contra los casos de asaltos sexuales a mujeres. (MARK RALSTON/AFP/Getty Images)

Desde la victoria de Trump cada vez hay más mujeres que deciden ser candidatas a algún cargo político en EE UU. ¿Qué está pasando en el país, mas cuándo está sumergido en multitud de casos de denuncia por acosos sexual en diferentes sectores?

A mediados de los 90, una joven perteneciente a una hermandad de mujeres (esas organizaciones de estudiantes que tienen nombres de letras griegas) de la Universidad de California en Los Ángeles dijo que había sido víctima de una violación colectiva a manos de un grupo de chicos de una fraternidad durante un viaje a Palm Springs. La joven no era de mi casa, Delta Gamma, en la que empecé a trabajar de consejera a los pocos años de graduarme, pero la noticia me resultó igualmente indignante y desgarradora. Fui a una reunión de consejeros esperando encontrarme con la misma furia que sentía, pero acabé teniendo que escuchar a un hombre de pelo blanco que hablaba con nostalgia de los días en que las “chicas” tenían que estar de vuelta en casa a medianoche. “¿Y vosotros los chicos?”, salté. Pero era la única que tenía ganas de pelea y, al final, la mujer no presentó ninguna demanda porque esa noche había estado fumando marihuana. En efecto, un grupo de hombres se fue de rositas después de haber violado a una mujer porque ella se había fumado un porro.

No es nada raro, ¿verdad? Si usted que me lee es una mujer, seguro que ha soportado que le hagan comentarios de tono sexual, que le hayan manoseado o incluso violado alguna vez en su vida, y es muy posible que haya tenido que callarse. Todas lo hemos hecho en algún momento. Por eso ha nacido #metoo. Por cierto, #metoo.

Cuando Hillary Clinton era candidata a la presidencia y yo la imaginaba vencedora, me sentía profunda, intensamente fortalecida; la mera idea me hacía sentirme como una súper mujer, como si las barreras se hubieran levantado y el techo de cristal se hubiera roto. Verla derrotada por Donald Trump me destrozó el alma. Si hubieran sido Mitt Romney o John McCain me habría dolido, pero no tanto. Ver que ganaba ese hombre que hablaba abiertamente de acosar sexualmente a las mujeres y de su capacidad de “agarrarlas por el coño” porque era famoso fue para mí, como mujer, una patada en el estómago.

Protesta #Metoo en Hollywood contra los casos de acoso sexual. (MARK RALSTON/AFP/Getty Images)

Pero lo cierto es que, con toda la furia y la indignación acumuladas durante décadas, durante siglos, era de imaginar que no haría falta gran cosa para que estallaran. A nadie le sorprendieron, en realidad, los repugnantes comentarios de Trump en el programa Access Hollywood, pero, aun así salió elegido por delante de una mujer más que cualificada. Y eso fue la gota que colmó el vaso y liberó ese tipo de indignación que nos hace mover nuestro culo complaciente y salir a protestar.

La Marcha de las Mujeres fue el pistoletazo de la primera explosión de ira, pero, desde que The New York Times reveló, el 5 de octubre, la larga historia de agresiones sexuales del productor de Hollywood, Harvey Weinstein, se ha desatado una auténtica oleada de furia, con su propio hashtag y todo, #metoo, promovido por las actrices Alyssa Milano y Rose McGowan. Como escribió Rebecca Traister en New York Magazine, “Se ha abierto la ventana de la indignación”. Y esa indignación está derribando a unos hombres muy poderosos a los que se ha permitido comportarse de forma grotesca con las mujeres, y además con impunidad.

Ya ha tenido consecuencias. Weinstein fue despedido de su propia productora, The Weinstein Company, y expulsado de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Y la lista sigue creciendo, todos ellos hombres poderosos, aunque algunos más famosos que otros, como el cómico Louis C. K. y el actor Kevin Spacey (al que acusan ya 20 personas). Ambos han visto cómo les cancelaban proyectos de cine y televisión. Pero no se ha limitado a Hollywood, en absoluto, porque resulta que la conducta sexual inapropiada está muy extendida, y, ahora que las mujeres están atreviéndose a dar un paso adelante, las repercusiones están llegando a sectores como las tecnologías, la música, los medios de comunicación, la moda, la gastronomía, el arte y la política.

En los medios de comunicación, varias mujeres han puesto en marcha un archivo en Google Documents titulado “Shitty men in media” (Hombres de mierda en los medios), en el que se advierten unas a otras sobre los depredadores conocidos. El reportero estrella de The New York Times Glenn Thrush es el último que ha notado los efectos de sus acciones, y el periódico le ha suspendido de empleo. Justo antes, había sido otro periodista, Mark Halperin, el autor del libro Game Change, que luego llevó a la pantalla, y que, como consecuencia, ha sido despedido de MSNBC y NBC News y ha perdido un nuevo contrato para escribir un libro y un guión de cine.

La política, cuyo objeto es el poder, no podía salir indemne. El 9 de noviembre fue el principio de una serie de acusaciones: al menos cinco mujeres han acusado públicamente al candidato republicano al Senado, Roy Moore, de haberlas agredido sexualmente cuando no eran más que adolescentes. Moore ha perdido la financiación del Partido Republicano, pero continúa aferrándose a su candidatura, en parte gracias al respaldo de varios líderes evangélicos (deténgase un instante a pensar lo que eso significa).

Ni las conductas sexuales inapropiadas ni la hipocresía a propósito de ellas son exclusivas de uno u otro partido. Al antiguo cómico y actual senador demócrata, Al Franken, le llegó el momento de la verdad el 16 de noviembre, en forma de una foto tuiteada y un relato detallado de su comportamiento indebido con la presentadora de informativos Leeann Tweeden. Cuando su petición de disculpas, muy bien escrita, estaba consiguiendo que los demócratas le perdonaran un poco, apareció otra mujer. El propio Trump tuiteó al respecto para condenarle, mientras que, cómo no, ha salido en defensa de Roy Moore.

No hay nada como las acusaciones de agresión sexual para recordarnos que el relativismo moral está vivo y coleando. Frecuentemente, hemos encontrado formas de perdonar e incluso defender a hombres acusados de mala conducta si son gente que nos cae bien. Para los demócratas es duro saber que hombres como Louis C. K. y Al Franken, que han impulsado causas progresistas y han defendido a las mujeres, se han comportado tan mal. Y todo eso da pie a la conversación más desagradable de todas: la que se refiere al inquietante historial de Bill Clinton con las mujeres y a las feministas que le han defendido. Gloria Steinem quizá prefiera olvidarse de su famoso artículo de 1998 en The New York Times, titulado Las feministas y la cuestión de Clinton, que sigue siendo un ejemplo espectacular de cómo una feminista puede volverse del revés para defender al hombre que había sido su hombre incluso después de descubrir que, en realidad, era uno de esos hombres.

A muchos demócratas les molestó la reciente respuesta de su senadora Kirsten Gillibrand a una pregunta durante una entrevista en The New York Times sobre si Bill Clinton debería haber dimitido en aquel entonces. Su respuesta fue: “Sí, creo que esa sería la reacción apropiada”. Después llamó la atención sobre lo diferentes que son hoy las actitudes y añadió: “Creo que, en vista de esta conversación, deberíamos tener otra conversación muy distinta sobre el presidente Trump y sobre las acusaciones que se le hacen”. Todavía está por ver, pero, hasta la fecha, 16 mujeres han acusado a Trump de conducta sexual inapropiada. Una de ellas, Summer Zervos, ha presentado una querella, a la que es posible que se unan otras. Trump y sus portavoces aseguran que las 16 mienten.

Las redes sociales no conocen límites, y las agresiones sexuales tampoco, por lo que no es extraño que #metoo se haya vuelto internacional. En el Parlamento Europeo, varias diputadas han contado sus experiencias y han levantado carteles de #metoo, pero sin acusaciones concretas, que tal vez tarden más en imponerse entre las mujeres en general. La campaña ha suscitado un diálogo más abierto sobre el increíble número de agresiones sexuales en India. En todo el mundo, las mujeres han empezado a contar sus historias en las redes sociales, utilizando hashtags como #yotambien, #balancetonporc, وأنا_كمان# y ‏وانا_ايضا#. Pero lo que de verdad está marcando la diferencia con este movimiento en Estados Unidos es que está teniendo consecuencias tangibles para hombres poderosos, unas consecuencias como nunca habíamos visto, y eso, a su vez, ha dado a más mujeres valor para hablar. Para que el movimiento tenga un verdadero impacto internacional, las mujeres de otros países van a tener que hacer públicas sus denuncias contra líderes políticos y económicos. Cuantas más sean, más seguridad y credibilidad tendrán.

En este proceso, algunos hombres se han quejado de lo difícil que es trazar el límite entre el coqueteo inocente y el acoso sexual. Una escritora creó “The Rock test: A Hack for Men Who Don’t Want To Be Accused of Sexual Harrasment” (La prueba de The Rock: un truco para los hombres que no quieren que les acusen de acoso sexual), que contiene un consejo brillante, directo, sencillo y fácil de recordar: “Trata a todas las mujeres como tratarías a Dwayne Johnson, “The Rock”. Si tienes alguna duda sobre lo que le puedes decir o hacer a una mujer, sustitúyela en tu cabeza por The Rock y pregúntate si se lo dirías o se lo harías a él. El propio Johnson ha mostrado su satisfacción con el test.

Algunas mujeres han comparado las últimas semanas con un momento de “ver la luz”. Cualquiera que haya estado atento a las redes sociales habrá visto que prácticamente todas las mujeres que conocemos han sufrido algún tipo de agresión sexual. Una amiga me ha dicho que se ha enterado de que todas sus amigas habían sido violadas durante una cita (#metoo). Y al ponerse en pie y decir #metoo, las mujeres están dejando de dar legitimidad a las expresiones que se utilizan para disculpar esos comportamientos, como que “los hombres siempre serán iguales”, “siéntete halagada” y la frase más empleada para justificar los comentarios de Trump sobre su repugnante conducta con las mujeres: “No es más que lenguaje de vestuario”.

La enormidad de las cifras refleja el efecto que ha tenido toda esta conducta en las vidas y las carreras profesionales de las mujeres. Los datos muestran que las mujeres que sufren acoso sexual en el trabajo no solo dejan ese trabajo sino que suelen incluso cambiar de profesión, lo que con frecuencia se traduce en pasar de sectores dominados por los hombres a otros campos peor remunerados pero más cómodos para las mujeres. Se puede decir que una gran parte de la brecha salarial de género se debe a este fenómeno. Y nunca sabremos cuánto talento femenino se ha perdido para siempre.

En medio de todo esto, el 7 de noviembre hubo elecciones en Estados Unidos. No para la presidencia ni para el Congreso, sino para cargos estatales y locales en todo el país, y las mujeres y las minorías obtuvieron resultados casi revolucionarios. Desde la victoria de Trump en 2016, cada vez hay más mujeres que deciden ser candidatas a algún cargo, un paso muy importante para tener más representación, porque tradicionalmente ha habido menos mujeres que hombres que pensaran siquiera en presentarse. Es importante recordar que el sistema de Estados Unidos no es parlamentario sino presidencial, es decir, que el hecho de que haya más mujeres en cargos electos no consiste solo en poner más nombres en una lista, sino en identificar a mujeres con capacidad de liderar, convencerlas para que se presenten y apoyar sus campañas. Dado que hay muchos más hombres que mujeres en política (las mujeres no alcanzan ni el 20% del Congreso), necesitan que ellos las ayuden y las orienten. ¿Cómo van a conseguirlo si los hombres a los que piden esa ayuda se dedican a manosearlas?

A veces pienso en aquella mujer que sufrió una violación colectiva hace más de 20 años. No tuve ningún contacto con ella porque no era de mi hermandad ni era mi hija, pero siempre me he preguntado si, a mis veintitantos años, no habría podido hacer algo más que gritarle al tipo aquel del pelo blanco. Me pregunto qué será de ella y hasta qué punto aquel suceso empeoró su vida, y si la campaña de #metoo le ha animado a contar su historia o si ha permanecido callada. También me pregunto por aquellos hombres, si alguna vez volvieron a pensar en lo que habían hecho, o si se han acordado en estas últimas semanas, y si han sentido algún remordimiento.

 

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia