Armenia_Rusia
El primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, a la izquierda, y el presidente ruso, Vladímir Putin, se estrechan la mano en San Petesburgo, 2019. Mikhail Svetlov/Getty Images

Moscú parece dispuesta a dejar que Azerbaiyán vuelva a capturar varias zonas de Nagorno-Karabaj y se fía de la dependencia armenia y la gratitud azerí.

La guerra actual entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno-Karabaj está poniendo de relieve una nueva paradoja en la política exterior de Rusia: parece indignarle más que la Unión Europea firmara un acuerdo de libre comercio con Ucrania en 2013 que el hecho de que Azerbaiyán y Turquía estén combatiendo contra Armenia, un país que es aliado militar y socio cercano suyo.

Moscú lleva más de una década construyéndose cuidadosamente la imagen de gran potencia que vigila celosamente su droit de regard en la mayor parte del espacio postsoviético y que es leal a sus aliados para bien o para mal, ya sea Bashar el Assad en Siria, Nicolás Maduro en Venezuela, Viktor Yanukóvich en Ucrania o Alexander Lukashenko en Bielorrusia. Sin embargo, la reacción rusa al conflicto de Nagorno-Karabaj parece trastocar por completo estos dos principios de su propia geopolítica. ¿Por qué Rusia no está, por lo menos, dando más apoyo diplomático a Armenia, su socio en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva? ¿Y por qué las declaraciones rusas cada vez más tímidas, menos críticas con Turquía y Azerbaiyán y menos solidarias con Armenia que las de otros países como Francia?

Esta aparente paradoja se debe a varios motivos. En los últimos años, Rusia, como otros mediadores internacionales en los grupos de Minsk, está cada vez más frustrada con la intransigencia armenia en las negociaciones sobre Nagorno-Karabaj. En 2011, todas las partes se pusieron de acuerdo sobre los llamados principios de Madrid, en virtud de los cuales Armenia debía ceder el control de siete distritos alrededor de Nagorno-Karabaj e iniciar negociaciones sobre la situación del territorio propiamente dicho. En cuanto a las medidas para poner dichos principios en práctica, la pelota estaba en el tejado de Armenia. Sin embargo, el país ha mantenido un statu quo bélico que le resulta útil pero parece insostenible, y sigue controlando Nagorno-Karabaj y otras zonas azeríes.

La reacción neutral de Rusia a los últimos choques entre Armenia y Azerbaiyán es consecuencia del hartazgo con la inflexibilidad de su aliado en las negociaciones. En Moscú existe la percepción de que, en las dos últimas décadas, el equilibrio de poder se ha ido inclinando en favor de Azerbaiyán, pero Armenia, en vez de aceptar un acuerdo más o menos razonable, está siendo irracional e intransigente. Y Moscú no quiere pagar las consecuencias geopolíticas. Cuando le pregunté a un interlocutor ruso por qué el Kremlin no respalda con más firmeza a su aliado, me contestó en un tono todavía más brusco: “Se supone que la OTAN no debe apoyar las aventuras militares de Turquía en el extranjero, ya sea Siria o el norte de Libia, ¿verdad? Así que ¿por qué va a apoyar ...