Una mujer refugiada camina mientras carga en brazos a su hijo en Macedonia. Armend Nimani/AFP/Getty Images
Una mujer refugiada camina mientras carga en brazos a su hijo en Macedonia. Armend Nimani/AFP/Getty Images

A la hora de afrontar la crisis de los refugiados la Unión Europea no puede olvidarse de la perspectiva de género, de proteger la dignidad de las mujeres.

“Ayúdanos a restaurar nuestra dignidad”. Es una frase corta y directa escrita en un pequeño cartel por una refugiada en uno de los miles de centros de acogida en Europa. Dignidad es un término vinculado a libertad y a respeto, que estas mujeres pierden en su lugar de origen o en el camino de este El Dorado al que tal vez nunca llegarán. Y ese descenso a los infiernos por la doble condición de persona refugiada y de mujer tiene lugar bajo el manto de la invisibilidad. O de la falta de transparencia, si recurrimos a una de las expresiones fetiche de ahora, que se evidencia en la ausencia de datos sobre las circunstancias diarias de millares de refugiadas en territorio europeo.

Europa fracasa en la cobertura de los derechos mínimos de estas mujeres que son asaltadas, violadas, traficadas, prostituidas, esclavizadas, contagiadas con enfermedades mortales, desasistidas en las mínimas condiciones higiénicas y sanitarias, especialmente importantes las ginecológicas. El ejercicio de visibilizar la violencia contra las mujeres no puede someterse a interpretaciones coyunturales o intencionadas que, en realidad, perpetúan la dinámica de no situar ese abuso en el primer nivel de preocupación. En las refugiadas se reproduce, de hecho, la ocultación de la violencia que las europeas encajan en su día a día, según informes oficiales de la UE.

A pesar del silencio impuesto por las administraciones (de locales a supranacionales), vamos descubriendo la punta del iceberg a través de organizaciones sociales, de algún informe de la misma ONU y de unos pocos periodistas. La deriva es sencilla. Si no disponemos de cifras sobre las instalaciones sanitarias, duchas o lavabos, para mujeres, los asaltos perpetrados en ellas si no son seguras, las consecuencias de la separación o no de los lugares para dormir, las mujeres que llegan a Europa embarazadas por violaciones en el camino o cuántas sufren esta misma situación en los campos de acogida o en sus caminatas, el volumen y la periodicidad de compresas repartidas, de anticonceptivos, de matrimonios forzosos llevados a cabo también en ese tránsito, la atención a ellas y sus bebés, atención con los abortos. Si no contamos con esta información, ¿cómo se puede activar medidas de atención?

Una mujer en los baños portátiles instalados en un área destinada a acomodar a refugiados en Berlín. Tobías Schwarz/AFP/Getty Images
Una mujer en los baños portátiles instalados en un área destinada a acomodar a refugiados en Berlín. Tobías Schwarz/AFP/Getty Images

Datos oficiales tenemos solo los siguientes: de las personas llegadas por mar en el Mediterráneo en 2015, el 72% son hombres, el 13% son mujeres y el 15% son menores (niños y niñas). O que en uno de los campos de Múnich (Alemania), el 80% de sus moradores son hombres. De las más de 6.000 personas hacinadas en Calais (Francia), solo el 10% son féminas. Es sencillo imaginar en qué situación de vulnerabilidad se encuentra ese 10% en un lugar bautizado como La Jungla. Sólo recientemente se ha instado a poner baños y a contar a los menores solos en Calais. ¿No es territorio francés? Precisamente el aumento de la llegada de mujeres y menores sin compañía ha hecho sonar alguna alarma sobre la trata y el tráfico de personas en el gran maremágnum de los que huyen.

Sin la evidencia de los datos, no hay vergüenza ni temor. Miedo por cómo en un territorio que consideramos seguro, miles de mujeres sobreviven sin la cobertura de un Estado de derecho. Pocas son las que hablan porque, en realidad, no disponen de foros para hacerlo. Nos relata una afgana de 19 años que tuvo que buscar protección contra los intentos de violación de sus compañeros de camino casándose con el jefe del grupo, un hombre de más de 50 años. Otras mujeres se agrupan para protegerse de las agresiones que ocurren si están solas o el hombre que las acompaña parece débil. O la impotencia manifestada por la misma ONU y la policía local en la zona de Catania, donde combatir la prostitución de las refugiadas nigerianas resulta complejo, puesto que las mafias actúan desde el lugar de origen de estas. ¿Tampoco Sicilia es Europa? Y se impone la invisibilización. Hasta que… A raíz de los acosos y violaciones sufridos por alemanas en las pasadas fiestas navideñas, afloran situaciones ocultadas a la opinión pública. Situaciones que, en su origen, tienen como víctimas a las refugiadas y que en algunos países como Suecia intentan paliar con cursos para los inmigrantes sobre el respeto a las mujeres. Han sucedido casos de asalto y violación de alemanas en el exterior de los campos como este: en marzo de 2015, dos afganos solicitantes de asilo, de 19 y 20 años, fueron condenados a cinco años de cárcel por la “particularmente abominable” violación de una joven alemana de 21 años en Kirchheim, cerca de Stuttgart, en 2014. El pasado junio, una refugiada de 15 años en el centro de Habenhausen, un distrito del norte de Bremen, fue repetidamente violada por otros dos solicitantes de asilo. La instalación fue descrita como una casa de los horrores por la espiral de violencia entre bandas rivales de África y de Kosovo.

El caso de las refugiadas bien puede enmarcarse en la situación de ciudadanas de segunda experimentada por las mujeres en múltiples circunstancias de la vida aquí y allá donde fuere. La Unión Europa y los países que aspiran a ser miembros del club, como Macedonia, no cuentan con funcionarios especializados para atender las eventuales demandas de las refugiadas en cuanto pisan territorio europeo y los protocolos internacionales ni son suficientes ni se aplican correctamente cuando se trata de ofrecerles aquello que precisan de forma especial por ser mujeres. Al contrario, como sucedió con los abusos en Abú Graib, las mismas personas encargadas de su seguridad cometen los atropellos o toleran los perpetrados por refugiados. Tampoco la justicia se pone a disposición de ellas de tal manera que puedan denunciar las situaciones límite vividas en el camino hasta Europa, en su recorrido por ella o en los mal llamados refugios.

Paradigmático del horror es el campo macedonio de Gazi Baba, donde los abusos están documentados. A pesar de situaciones similares, no consta tampoco el impulso de ningún protocolo especial activado a raíz de la masiva llegada en 2015. No se recuerdan declaraciones de dirigentes de la UE en las cumbres de refugiados sobre esta particular vergüenza, ni llamada al orden alguna. Solo en el pasado 24 de noviembre con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la UE reclamó -en un comunicado- prestar ayuda a las refugiadas desde la perspectiva de género dado que algunas “huyen de la violencia de género en sus países de origen”. Cierto, pero hay mucho más. Todo lo que se conoce a través de las organizaciones sociales desplegadas en la asistencia a los refugiados y ante las cuales algunas de estas mujeres y chicas narran la punta del iceberg. Ellas tampoco saben que Europa está justo despertando ante la violencia ejercida contra sus ciudadanas. La Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) alertó: una de cada tres europeas sufre violencia de género. El impactante informe, de 2014, saca a la luz una realidad. Y lo mismo sucede con los casos de violencia ejercidos por los varones refugiados. El mal uso que una parte de la población europea pueda hacer sobre la existencia de esos abusos no será nunca tan perjudicial como el dolor y el desamparo sufrido por las mujeres violentadas (refugiadas o no) derivado de ese silencio. El discurso a favor de la acogida de refugiados en Europa no puede construirse silenciando la violencia ejercida por algunos de ellos, de forma aplastante sobre las refugiadas.

¿A nadie le extraña que lleguen tantas mujeres embarazadas, con tantos críos pequeños o que haya multitud de alumbramientos al poco de alcanzar Europa? Hemos podido ver en directo en los últimos meses la forma en la que los refugiados llegan y pasan las fronteras. Cuántas preguntas olvidadas. Cuántas situaciones silenciadas. La violencia y la discriminación padecidas en su largo periplo les confieren perjuicios considerables en su calidad de refugiadas pero también como solicitantes de asilo. La perspectiva de género brilla casi por ausencia de tal manera que países como Gran Bretaña, Suecia, Alemania, Holanda han tenido que reconocer en su legislación ciertas formas de violencia o daños como formas de persecución y, en consecuencia, como motivo para darles asilo. ¿No lo es tener que casarte con tu violador u otra forma de boda forzosa como sucede en algunos países? ¿No lo es tampoco ser utilizada como un objeto por los diversos grupos en armas en Somalia?

A pesar de que algunas directivas de la Agencia de la ONU para los Refugiados, como la número 35, incluyen el género, en la interpretación de la Convención de los Refugiados, las experiencias de las mujeres han sido marginadas. El manual para la protección de las mujeres y las niñas, editado en 2008 por la UNHCR, es una buena iniciativa, pero aquí se pone sobre la mesa el cambio de los conceptos. En diferentes estudios sobre la importancia del género en el contexto de la solicitud de asilo se hacen reflexiones como la siguiente. Mientras la expresión abierta de una opinión política a través de medios convencionales como la participación en partidos políticos puede ser considerada como una base para el asilo político, formas menos convencionales de resistencia política, como la negativa a acatar leyes discriminatorias o seguir las reglas prescritas de conducta, a menudo se categorizan erróneamente como “conducta personal”. ¿Cuál sería, pues, la perspectiva para incorporar el tema de género? Establecer los miedos de la solicitante, si ha sufrido un daño grave, si ha existido un fallo de la protección del Estado y si sus experiencias están directamente relacionadas con uno de los motivos citados en la Convención. Si de una vez por todas Europa se atreve a afrontar con realismo la cuestión de las personas refugiadas, no se puede olvidar la dignidad de las mujeres.