El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, mira una pantalla de vídeo que muestra a los participantes en la Cumbre por la Democracia mientras pronuncia su discurso de apertura en el South Court Auditorium el 9 de diciembre de 2021 en Washington. (Chip Somodevilla/Getty Images)

¿Tiene capacidad EE UU para liderar el "mundo libre" en esta neoguerra fría?

En su siempre esperado análisis sobre las tendencias mundiales, la publicación británica The Economist coloca como primera clave para este 2022 el siguiente axioma: "Democracia contra autocracia". Dos eventos relucen en este análisis: el XX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) previsto para mediados del próximo año; y las elecciones legislativas mid-term de noviembre de 2022 en Estados Unidos, donde no sólo se renovará la totalidad del Congreso y un tercio del Senado, sino que servirá de termómetro para medir la carrera a la Casa Blanca en 2024.

Este análisis pone en el foco de atención una tendencia política cada vez más visible: el avance de lo que se ha venido denominando como "regímenes autocratizados". En un informe recientemente publicado por el instituto Varieties of Democracy se revela cómo el avance de la tendencia "autocratizadora" está modelando a grandes rasgos el mundo de hoy, contrarrestando así a los sistemas de democracia liberal y representativa, claves en la conformación de la cultura política occidental.

Según este estudio, "casi el 35% de la población mundial, esto es más de 2,6 miles de millones de personas, viven en regímenes autocratizados". Así, "por primera vez desde 2001, las autocracias son hoy mayoría: gobiernan en 92 países", revela este documento.

Cabe señalar cuál es la conceptualización de los denominados regímenes "autocratizados": aquellos que, con tendencias autoritarias y personalistas, llegan al poder por medios democráticos para, progresivamente, desmantelar la institucionalidad democrática y los equilibrios de poderes. En este sentido, el concepto se asimila con el de "regímenes iliberales" y los "autoritarismos competitivos" ya observados en sistemas como el de Fujimori en Perú y Chávez en Venezuela, tal y como han estudiado destacados politólogos como Fareed Zakaria, Marina Ottaway y, más recientemente, Anne Applebaum.

La "cumbre democrática" de Biden

Este contexto de auge de las "autocracias" muy seguramente estuvo planeando en Washington no sólo como un desafío político al modelo liberal y representativo occidental, sino también en términos geopolíticos a la propia hegemonía estadounidense, hoy severamente cuestionada a nivel global.

Entre el 9 y 10 de diciembre, la Administración de Joe Biden celebró de forma virtual la denominada "Cumbre de la Democracia", donde 110 países fueron invitados para discutir sobre los desafíos que la democracia liberal y representativa está confrontando a nivel mundial ante el avance de los "regímenes autocratizados". Y en el eje de estos regímenes "autocráticos" se encuentran precisamente los dos rivales globales de Washington: China y Rusia, los cuales no fueron invitados a la cumbre.

La convocatoria de esta cumbre sobre la democracia no estuvo exenta de polémica, en particular tomando en cuenta la naturaleza política de algunos líderes invitados; así como las notorias ausencias. Entre los que no asistieron están regímenes abiertamente hostiles o que han tenido roces con Washington, como son los casos de Venezuela (no fue invitado Nicolás Maduro, pero sí el líder de la oposición Juan Guaidó), Cuba, Nicaragua, Egipto, Filipinas e Irán, todos ellos también aliados del eje sino-ruso.

China ha criticado la naturaleza de esta cumbre, en particular ante la exclusión de Beijing y Moscú. Por otro lado, el denominado "eje del ALBA" conformado por Venezuela, Cuba y Nicaragua, realizó una cumbre posterior en La Habana para contrarrestar a la de Biden.

Del mismo modo, tampoco fue invitado el controvertido primer ministro húngaro Viktor Orbán, cuyo acercamiento al eje sino-ruso y su deriva autocrática está provocando serios problemas en el seno de la Unión Europea. Por el contrario, sí fue Polonia, un aliado estadounidense de la OTAN y miembro de la Unión Europea cuyo peso cobra ahora importancia ante la crisis migratoria y geopolítica con Bielorrusia, Ucrania y Rusia, pero cuyo gobierno liderado por los conservadores Andrzej Duda y Jarosław Kaczyński ha mantenido agrias relaciones con Bruselas, incluso cuestionando los valores europeístas.

En esta cumbre, los planes de Biden de liderar la actual reproducción del "mundo libre" contra las "autocracias" en esta especie de ‘neoguerra fría’ con China y Rusia, le ha llevado a invitar a una democracia consolidada como Taiwán, que mantiene el pulso soberanista con Beijing, pero también a otros aliados cuyas credenciales democráticas no son tan elocuentes, como son los casos del presidente indio Narendra Modi y del brasileño Jair Bolsonaro, entre otros.

Tampoco ha sido invitado el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, país estratégico para Occidente como socio de la OTAN, pero que ha manifestado en los últimos años una deriva autoritaria y un giro geopolítico más proclive hacia el eje euroasiático ruso-chino que, incluso, también se traduce en su propio eje "panturco".

Biden, que necesitaba un "golpe de efecto" geopolítico para mejorar su imagen a nivel global tras la caótica retirada de Afganistán con el retorno talibán al poder en agosto pasado, parece decantarse por analizar que la hegemonía del siglo XXI se juega en este espacio "democracia vs autocracia". O lo que es lo mismo, en el pulso entre EE UU y China, con Rusia como aliado de Beijing en un eje euroasiático que busca igualmente su propia definición geopolítica, a grandes rasgos con visos de frenar la hegemonía atlantista diseñada desde Washington.

El presidente ruso Vladimir Putin saluda al presidente chino Xi Jinping durante su reunión bilateral en Brasilia, Brasil. (Mikhail Svetlov/Getty Images)

La "democracia" para el eje sino-ruso

Los días previos a la Cumbre de la Democracia en Washington han sido prolíficos en cuanto a las reacciones de China y Rusia ante las expectativas de Biden de reconducir el camino de EE UU a nivel global como "defensor de la democracia y la libertad", una especie de rémora de la perspectiva lanzada por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en la década de 1930 contra los totalitarismos "nazi fascista" y comunista soviético.

El pasado 4 de diciembre, China publicó lo que denominó como su Libro Blanco de la Democracia que, visto en perspectiva, supone una clara respuesta por parte de Beijing a la cumbre de Biden. Lo que se denomina como la "democracia popular" china se traduce así en clara sintonía con el concepto de "democracia soberana" que, desde mediados de 2000, ha impuesto Vladímir Putin en Rusia. Sus preceptos se resumen en la adopción de una visión democrática autóctona, sin inherencias ni imposiciones exteriores, en este caso de la democracia liberal occidental.

Este nuevo concepto de "democracia" que podríamos definir como "euroasiática" se traza en que "un país democrático debe ser reconocido por la comunidad internacional, no decidido arbitrariamente por unos pocos jueces autoproclamados", tal y como indica el "Libro Blanco" chino en clara alusión a la persistente política estadounidense de erigirse como defensora de la democracia liberal y representativa. "No existe un modelo fijo de democracia; se manifiesta de muchas formas", argumenta el Libro Blanco de la Democracia china y avisa que "cualquier criterio único de evaluación de la miríada de sistemas políticos en el mundo es, en sí mismo, algo antidemocrático".

No hay que olvidar que, en noviembre pasado, el PCCh realizó una histórica reunión para "redefinir" su nuevo rumbo en tiempos de Xi Jinping al mando. Es lo que se denominó como el "tercer relato histórico" del PCCh, emulando al realizado por Mao Tse Tung en 1945, su sucesor Deng Xiaoping en 1981 y ahora Xi en 2021. Occidente observa cómo Xi está moldeando una "nueva China", reforzando aún más el autoritario poder del PCCh, pero ahora resucitando cierto nivel de "culto a la personalidad" propio de los sistemas totalitarios. Sin embargo, mantiene la simbiosis de poder fuerte y centralizado en torno al Partido, pero con una economía capitalista y de mercado "con características chinas".

El tablero geopolítico: Ucrania y Taiwán

Como respuesta a la cumbre democrática de Biden, el pasado 15 de diciembre, Putin y Xi realizaron un encuentro virtual que fortaleció aún más la alianza sino-rusa, en particular a la hora de contrarrestar la hegemonía política y militar de Occidente, trazada a través de la OTAN. Esta alianza Putin-Xi también tiene repercusiones financieras y económicas ante las recientes presiones de Washington de aplicar sanciones al sistema financiero ruso debido a las actuales tensiones con respecto a Ucrania.

La reunión Putin-Xi evidenció la sintonía entre ambos mandatarios; así como de los intereses geopolíticos de los dos países. Putin demostró su total acercamiento a Xi al asegurar su presencia en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno que tendrán lugar en Beijing el próximo mes de febrero de 2022. Un evento al que Biden ya vetó anunciando la posible retirada de EE UU de los mismos.

Pero también existen otros aspectos que fortalecen esta relación y que se explican en los contextos actuales con respecto a Ucrania y Taiwán. Toda vez Putin observa a Ucrania como un elemento estratégico dentro de la esfera de influencia rusa en el espacio ex soviético, a fin de evitar una mayor expansión de la OTAN. Xi mide bajo parámetros muy similares las pretensiones chinas de negar la soberanía de Taiwán que, por el contrario, constituye una pieza estratégica clave para Washington en el Sureste Asiático.

De igual modo, y más allá de las tensiones y los tácticos movimientos de tropas en la frontera ruso-ucraniana, así como del sobrevuelo del espacio aéreo taiwanés por parte de la Aviación china, tanto Putin como Xi utilizan respectivamente las crisis ucraniana y taiwanesa como elementos de disuasión ante EE UU y sus aliados. Una puja en la que calculan con precisión no cruzar determinadas "líneas rojas" (principalmente lo relativo a la invasión territorial), pero sin perder de vista la "inviolabilidad" de sus respectivos intereses geopolíticos.

Al margen de esto, Occidente también observa con preocupación los recientes pasos de China, en especial ante las informaciones, no exactamente confirmadas, sobre la posible construcción de una base militar naval china en Guinea Ecuatorial. Washington observa con recelo este eventual paso de Beijing porque le daría capacidad operativa en el Océano Atlántico, tradicional espacio hegemónico estadounidense.

Mientras China advertía al mundo sobre su propio concepto de democracia, Biden se reunía el pasado 7 de diciembre en una cumbre virtual con Putin para advertir sobre la posibilidad de mayores sanciones a Moscú ante la escalada de tensión en Ucrania.

Este conflicto ruso-ucraniano-bielorruso, heredero de los conflictos posoviéticos simbólicamente contextualizados este mes de diciembre, cuando se cumplen tres décadas de la desintegración de la URSS, define el pulso geopolítico entre Occidente y Rusia.

Activistas climáticos se manifiestan contra la política climática de Nord Stream 2 al comienzo de la audiencia frente al edificio del Tribunal Administrativo Superior en Alemania.(Stefan Sauer/picture alliance via Getty Images)

A la vez que se registraban movimientos de tropas en las fronteras rusa, polaca, ucraniana y bielorrusa y se utilizaba la disuasión como arma diplomática persuasiva, Putin aceptó la realización de un Grupo de Trabajo con Washington sobre Ucrania. Antes advirtió que no aceptaría el "avance militar de EE UU y sus aliados de la OTAN hacia las fronteras rusas", aduciendo así a lo que ocurrió en 2004 con el ingreso de las repúblicas bálticas en la Alianza Atlántica y la Unión Europea.

Por otro lado, Putin observa con atención el escenario tras Merkel en Alemania y Europa, en particular después de la asunción de un gobierno tripartito en Berlín con el socialdemócrata Olaf Schölz como nuevo canciller. En este contexto, la nueva política exterior alemana estará ahora dirigida por Los Verdes, cuya posición es abiertamente contraria a la viabilidad del gasoducto Nord Stream, pieza estratégica en la geopolítica energética de Putin.

La crisis entre Rusia y Ucrania; así como la tensión migratoria en la frontera polaco-bielorrusa tienen también sus efectos en este proyecto gasífero que para Moscú es vital. El nuevo gobierno en Berlín presiona a Rusia a fin de no contribuir con las tensiones existentes en Ucrania. Estas crisis geopolíticas influyen en el encarecimiento de la energía en este invierno 2021-2022, ralentizando así mismo las expectativas de recuperación económica pospandemia.

Con este contexto, Washington confirma que el pulso global que se librará en las próximas décadas se definirá en dos vertientes: la geopolítica entre EE UU como líder del mundo occidental contra un eje ruso-chino euroasiático en ascenso. Y la del modelo político, que se decanta en la confrontación entre la democracia liberal y representativa occidental y la visión democrática "autocratizada" del eje Beijing-Moscú que comienza a ganar adeptos a nivel global. Aún más ante la polarización en las democracias occidentales y los efectos socioeconómicos del mundo de la pospandemia.

El plan de Biden: del B3W al AUKUS

Para contrarrestar este eje euroasiático, Biden adelanta algunas iniciativas como su anuncio de boicotear la participación de EE UU y de sus aliados en los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing, una especie de reproducción del boicot estadounidense a los Juegos Olímpicos de Verano de Moscú en 1980 en plena "guerra fría" y en protesta por la invasión soviética de Afganistán.

Del mismo modo, Biden lanzó en julio pasado el plan "Reconstruir Mejor el Mundo" (Build Back Better World, B3W), cuya plasmación busca hacer frente a la influencia china en los países en desarrollo (América Latina, África, Sureste Asiático) y frenar así el flamante proyecto global de Beijing contenido en la Nueva Ruta de la Seda.

El B3W tiene varias vertientes de contención a China en los planos económico, militar, tecnológico (5G) y diplomático. Pero su esencia también conecta con la polarización "democracia-autocracia" que rige estos tiempos, ya que el B3W "está impulsado por los valores de las ‘principales democracias’, con el objetivo de reducir las necesidades de más de 40 mil millones de dólares en infraestructuras de los países en desarrollo, una brecha que se ha ensanchado por la pandemia de la Covid-19″.

Esta contención a China ya fue trazada igualmente en septiembre pasado por parte de Biden a través del pacto AUKUS con Gran Bretaña y Australia, que denota un reforzamiento del "eje anglosajón" democrático liberal a nivel global.

En perspectiva, Biden diseña su plan de erigir de nuevo a EE UU como el líder del "mundo libre" ante la ‘neoguerra fría’ instalada contra el eje euroasiático "autocrático" sino-ruso, cuya dinámica moldeará la política global del siglo XXI.

Biden también lo hace en clave interna en Estados Unidos ante la aparente "resurrección" pública de un Donald Trump que marca sus cartas de cara a las presidenciales 2024, y que pueden vislumbrarse en un posible triunfo republicano en las elecciones del mid-term de noviembre de 2022, controlando así el poder legislativo.