El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, pronuncia un discurso sobre su acuerdo de infraestructura y sobre la agenda de Build Back Better en Nueva Jersey. (Michael M. Santiago/Getty Images)

El plan Reconstruir Mejor el Mundo busca hacer frente a la influencia china en los países en desarrollo. ¿En qué consiste la iniciativa? ¿Existe coordinación entre los actores implicados? ¿De dónde provendrían los fondos? He aquí un repaso al potencial y a los desafíos de B3W.

El empeño del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, por contener a China económica, militar, tecnológica y diplomáticamente le ha llevado a lanzar un plan denominado Reconstruir Mejor el Mundo (Build Back Better World o B3W), con el que pretende ensombrecer la iniciativa estrella del presidente Xi Jinping de la Nueva Ruta de la Seda. Biden utilizó la pasada cumbre del G7, celebrada en junio, para sumar a los otros seis países más ricos del planeta a su proyecto de mejorar la infraestructura global “de manera transparente y sostenible, financiera, ambiental y socialmente”.

En el comunicado emitido por la Casa Blanca el 12 de junio se destaca que el B3W está impulsado por los valores de las “principales democracias”, con el objetivo de reducir las necesidades de más de 40 billones de dólares en infraestructuras de los países en desarrollo, una brecha que se ha ensanchado por la pandemia de la Covid-19. No se indica el monto que EE UU piensa destinar al plan, que se extiende hasta 2035, pero se insiste en movilizar la iniciativa privada para cooperar conjuntamente con las agencias de desarrollo en cuatro líneas de acción: clima, salud y seguridad sanitaria, tecnología digital y equidad e igualdad de género.

La iniciativa de Biden se presenta como una alternativa de “alta calidad”, con proyectos elegidos de forma transparente, evaluando las necesidades locales, y con salvaguardas laborales y sociales, frente a “los métodos coercitivos”, la corrupción y la deuda insostenible que generan los proyectos de lo que China llama oficialmente la Franja y la Ruta. Los enviados de la Casa Blanca han recorrido este otoño África, América Latina y Asia vendiendo la propuesta.

“En un momento en que otros están impulsando un enfoque para los proyectos de infraestructura de las economías en desarrollo en los que las empresas extranjeras importan su mano de obra, extraen recursos, no consultan con las comunidades y terminan endeudando a los países, estamos hoy aquí porque defendemos un enfoque diferente”, dijo el secretario de Estado, Antony Blinken, sin mencionar a China, durante la gira africana realizada en octubre.

Tanto una delegación encabezada por Blinken, como otra por Daleep Singh, asesor adjunto de Seguridad Nacional para la Economía Internacional, han visitado varios países latinoamericanos. Todo apunta a que América Latina se convertirá en la punta de lanza de la competitividad entre el B3W y la Nueva Ruta de la Seda. China aprovechó el desinterés de EE UU en esta zona durante las últimas dos décadas para convertirse en el primer socio comercial de Brasil, Chile, Perú, Uruguay y Venezuela, además de contar ya con la integración de 19 países de esta región en la Franja y la Ruta, todos ellos firmantes del memorándum de entendimiento de la mastodóntica iniciativa global china.

Biden, al contrario de sus predecesores, ha vuelto a colocar América Latina entre sus prioridades de política exterior, tanto por la contención del flujo de migrantes y la lucha contra el cambio climático, la corrupción y la desigualdad, como por la competencia con Pekín, en la que Taiwán es el punto más caliente. Nueve de los 15 Estados que aún mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán son latinoamericanos. Tras las decisiones de Panamá y El Salvador de romper con Taipei y reconocer a la República Popular, el Congreso estadounidense aprobó en 2020 la Ley sobre la Iniciativa de Protección y Mejora Internacional de los Aliados de Taiwán, que exige a Washington “reducir sus compromisos económicos, de seguridad y diplomáticos con las naciones que toman medidas serias o significativas para socavar Taiwán”, lo que supone una clara advertencia a los gobiernos sobre las consecuencias de cambiar el reconocimiento de Taipei por el de Pekín.

El B3W se enmarca en la iniciativa fundada en 2019 por la Administración Trump junto con Australia y Japón, denominada Blue Dot Network, para atraer inversión privada a la construcción de infraestructuras en países en desarrollo. A la cabeza de esta Red Punto Azul se encuentra la Corporación Financiera Internacional de EEUU, que cuenta con un capital de 60.000 millones de dólares. Una de las atribuciones de la red es la certificación de los proyectos como que son de alta calidad, sostenibles y sin explotación laboral.

Un trabajador de la construcción chino con trabajadores etíopes en los nuevos edificios de la Unión Africana. Las empresas chinas están invirtiendo en toda África a través de la Nueva Ruta de la Seda. (Per-Anders Pettersson via Getty Images)

Según Refinitiv, proveedor global de datos del mercado financiero, que asegura que la Franja y la Ruta ofrece “enormes oportunidades para iniciativas de inversión y asociación”, en junio de 2020 el plan de Xi Jinping había acogido más de 2.600 proyectos por un monto de 3,7 billones de dólares. Para EE UU, esta expansión china se debe a la “diplomacia de trampa de deuda”, con proyectos gigantescos que no benefician al país donde se ejecutan y solo sirven a los intereses chinos. La crítica añade que Pekín tiene un acceso más fácil al mundo en desarrollo porque sus inversiones no están condicionadas por el respeto a la democracia y a los derechos humanos y los firmantes de sus acuerdos están menos preocupados por la transparencia, el impacto ambiental, las normas laborales o la creación de empleo.

Para los signatarios de la estrategia estadounidense, lo difícil es lidiar con una panoplia de proyectos separados y frente al telón de la exigencia occidental de buenas prácticas ambientales, introducción de la perspectiva de género, equidad y respeto a los derechos humanos. Para muchos países en vías de desarrollo parece mucho más atractiva la iniciativa china que incluye la financiación en el paquete de nueva tecnología sin más averiguaciones. Buena parte de las naciones de la Franja y la Ruta aprecian la velocidad a la que Pekín pasa de la planificación a la construcción.

China, que se ha visto forzada a abandonar por diversos motivos más de 300 proyectos en los ocho años transcurridos desde el lanzamiento de la Nueva Ruta de la Seda, tiene claro que su desarrollo necesita ingentes cantidades de materias primas de las que carece y, para hacerse con ellas, ha desatado una competencia feroz en regiones como África, América Latina y el Indo-Pacífico, en buena parte dominadas por la influencia de EE UU hasta principios de este siglo. Biden con su consigna “America is back” (América está de vuelta) pretende volver a resituar a su país como socio clave de la mayoría de esos Estados y cerrar el paso al avance chino.

El plan B3W, en el que se han comprometido Japón, Reino Unido, Canadá, Francia, Alemania e Italia, propone canalizar colectivamente billones de dólares de inversión pública y privada para nuevas carreteras, ferrocarriles, puertos y redes de comunicación en países de ingresos bajos y medios, pero no tiene dinero propio. Por el contrario, la Nueva Ruta de la Seda está respaldada por las arcas repletas de reservas de Pekín, lo que lleva a algunos expertos a tachar el B3W de ser solo una promesa vaga que hace falta cumplir.

“Son iniciativas diferentes y una no excluye a la otra. Cuanta más distancia se pueda poner entre el B3W y la Franja y la Ruta, mejor. El B3W debería seguir adelante por sus propios méritos”, afirma David Shinn, profesor de la Universidad George Washington.

No está ni mucho menos claro que las democracias ricas den una respuesta integral y coordinada. El B3W ha vuelto a abrir entre ellas el debate sobre si considerar a China como un socio, un competidor, un adversario o una amenaza a la seguridad de Occidente. La cumbre del G7 fue la primera vez que las naciones más ricas del mundo discutieron la posibilidad de crear una alternativa directa a la Franja y la Ruta. Según el diario The New York Times, la desconfianza hacia Pekín y la preocupación por su espionaje generalizado es tal que los anfitriones británicos de la reunión “cortaron todos los enlaces de Internet y Wi-Fi alrededor de la sala donde discutían los líderes, dejándolos desconectados del mundo exterior”.

Italia es la prueba más evidente de cómo China trata de erosionar desde dentro las asociaciones occidentales. Único país de G7 que ha firmado el memorándum de entendimiento sobre la Franja y la Ruta, Roma ha suscrito desde entonces una docena de acuerdos con Pekín que van desde regulaciones fiscales hasta requisitos sanitarios para la exportación de carne de cerdo, pero las presiones estadounidenses han impedido un acuerdo de 5G entre Huawei y otras compañías de telecomunicaciones.

Biden no tiene dudas sobre la contención del dragón asiático; es su única política bipartidista fuerte y la ha convertido en la clave de una acción exterior que tiene como baluarte la defensa de la democracia frente a la propagación del autoritarismo. Su baza en la presentación del plan B3W es que forma parte del poder blando estadounidense frente a las reticencias que despiertan en Bruselas otros acuerdos de carácter más militarista como el Quad (Japón, India, Australia y EE UU) y el AUKUS (Australia, Reino Unido y EE UU).

“Estados Unidos se está volviendo más realista con China desde la línea dura, mientras que Europa se está volviendo más realista desde la línea blanda”, señala Robin Niblett, director de Chatham House.

La Casa Blanca asegura que para impulsar el B3W movilizará todo el potencial de las herramientas de financiación para el desarrollo, “incluidas la Corporación de Financiamiento para el Desarrollo, USAID, EXIM, Millennium Challenge Corporation y la Agencia de Comercio y Desarrollo de EE UU”. Además, quiere formar con los socios “fuertes alianzas estratégicas” con las que coordinar y armonizar los esfuerzos y movilizar el capital privado.

Pese a todas las declaraciones voluntaristas formuladas hasta ahora por los funcionarios estadounidenses, aún no se ha anunciado cómo funcionará el plan ni cuánto capital se le asignaría en última instancia. Tampoco se ha pronunciado oficialmente India, que se ha convertido en el gran aliado estratégico de Estados Unidos en el sur de Asia. Supuestamente, el B3W debería ser una buena alternativa para Nueva Delhi, que no ha firmado el memorándum de entendimiento de la Nueva Ruta de la Seda y ha criticado duramente uno de los seis grandes corredores económicos de esa iniciativa, el que une Guadar —donde se ha construido un enorme puerto de aguas profundas sobre el mar Arábigo, en el que no se descarta alguna instalación de apoyo a la Marina china—, con la ciudad china de Kashgar, atravesando todo Pakistán del suroeste al nordeste (unos 3.000 kilómetros), con la construcción de una red de autopistas, vías ferroviarias y oleoductos.

Bancos e instituciones financieras de EE UU, de sus socios del G7 y de otras naciones desarrolladas ven muy arriesgadas las inversiones en países de bajos ingresos, especialmente en África, y han evitado financiar sus proyectos, lo que abrió el camino a China para convertirse en el principal aliado económico de África. La Casa Blanca tendrá que utilizar todo su poder de seducción para cambiar la actuación de esas instituciones si quiere que B3W sea una auténtica alternativa a la Nueva Ruta de la Seda. El primer intento de frenar el megaplan chino, la Iniciativa Verde Limpia Occidental, ni siquiera despegó.