El presidente Biden anuncia que EE. UU. compartirá tecnología de submarinos nucleares con Australia (Kent Nishimura / Los Angeles Times via Getty Images)

Un mes después que la Administración de Joe Biden recibiera críticas de los aliados de la OTAN por la forma en que las tropas de Estados Unidos se marcharon de Afganistán y por no haber extendido la fecha de salida, una nueva crisis, que revela tendencias estructurales del sistema internacional, afecta a las relaciones entre Washington y la Alianza Atlántica.

Días pasados el presidente Joe Biden y los primeros ministros Boris Johnson y Scott Morrison del Reino Unido y Australia anunciaron un acuerdo para que este último país se dote en 2040 de un conjunto de submarinos propulsados con energía nuclear y alta tecnología estadounidense.

El acuerdo, conocido como AUKUS (por las iniciales en inglés de los tres países), está orientado a contrarrestar el crecimiento del poderío de China en armas nucleares y, en particular, su capacidad naval en la región conocida como Pacífico- Índico (que comprende el Océano Índico y el centro y oeste del Pacífico).

Los estrategas occidentales temen un eventual intento de Pekín de ocupar Taiwán, operaciones navales peligrosas para el comercio global o que intente tomar por la fuerza islas con las que tiene conflictos de soberanía con Japón y Filipinas. Pero, aunque no se mencione explícitamente, la mayor preocupación es el creciente alcance global económico, financiero y comercial chino.

Aplaudido por diversos gobiernos y analistas por considerarlo un paso esencial de la estrategia de Estados Unidos para contener a China, ha sido también duramente criticado por Francia. Este país tenía firmado un acuerdo con Australia por 56.000 millones de euros para proveerle de 12 submarinos propulsados con diesel que París y Canberra consideraron pocos meses atrás como “un matrimonio para los próximos 50 años”.

El acuerdo con Washington y Londres le permitirá a Australia contar con submarinos más rápidos, más silenciosos y con mayor autonomía para largos trayectos, y acceder a tecnología nuclear que Estados Unidos solo ha compartido con el Reino Unido.

El AUKUS es un ejemplo de varias tendencias en curso en las relaciones internacionales. 

La crisis de la OTAN

La OTAN fue creada en el contexto del final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría con el fin de garantizar la seguridad de sus miembros frente a la ex URSS, desde Canadá hasta Alemania, con el liderazgo de Estados Unidos.

Desde que acabó la Guerra Fría (1989) esta organización ha estado redefiniendo su razón de existir. Por un parte, amplió potencialmente su espacio indicando que podría realizar “acciones fuera del área” euroatlántica. Desde entonces, fuerzas de la OTAN han realizado acciones, entre otras, contra la piratería marítima en las costas de Somalia, control naval antiterrorista en Mar Mediterráneo, formación de fuerzas de seguridad en Irak e intervenciones en las guerras civiles en los Balcanes (1995-1996), Libia (2011) y la operación en Afganistán (2001-2021).

Por otra parte, la OTAN ha visto con preocupación el creciente interés de Rusia de recuperar su papel de gran potencia. Moscú considera una agresión occidental la ampliación de la Alianza Atlántica en países del Este europeo. A la vez, ha integrado a la península de Crimea bajo su soberanía (2014) y están en disputa violenta entre Moscú y Kiev los territorios de Donbás en el este de Ucrania.

A lo largo de tres décadas ha habido presiones de Washington para que los aliados aumenten sus gastos en defensa, con las consiguientes polémicas sobre los intereses de las industrias militares de Estados Unidos y diversos países europeos. Durante la Administración de Donald Trump esta tensión alcanzó su punto máximo, llegando a la amenaza implícita del presidente republicano de ordenar que su país abandonase la organización.

Pese a que Biden ha reafirmado que la diplomacia estadounidense “ha vuelto” para fortalecer la relación con los aliados, tres decisiones de Washington han levantado críticas en Europa.

La primera fue la aceptación por parte del presidente estadounidense del acuerdo energético que tiene Alemania con Rusia. Esto es criticado por los países bálticos y del Este europeo por considerar que aumenta la dependencia europea de Moscú.

La segunda, se manifestó durante la reciente salida de Afganistán de las tropas de Estados Unidos. Los aliados de la OTAN discreparon sobre la forma de llevar a cabo la operación, la información que Washington no compartió y los tiempos para realizarla.

La tercera es que la Administración Biden ha negociado con Australia y el Reino Unido a espaldas de Francia el acuerdo sobre los submarinos de propulsión nuclear.

París ha acusado a la diplomacia estadounidense de darle “una puñalada por la espalda” y a Biden de “actuar como Trump” al tiempo que, despectivamente, afirmó que el gobierno del Reino Unido operó con su habitual “oportunismo”.

El gobierno francés ha retirado sus embajadores de Washington y Canberra, y está presionando a los otros miembros de la Unión Europea para atrasar las nuevas negociaciones de libre comercio que deben iniciarse en pocos días con Estados Unidos.

¿Un castigo a Macron?

Dentro de la OTAN las relaciones entre París y Washington han tenido complicaciones desde que se creó la Alianza Atlántica. El gobierno de Charles de Gaulle prefirió contar con su propio arsenal nuclear para no depender del “paraguas nuclear” de Estados Unidos y se reservó no formar parte del Comité Militar de la organización.

En 2002 la confrontación diplomática entre los dos países fue muy fuerte en el Consejo de Seguridad de la ONU, debido a la presión de la Administración de George W. Bush para aprobar una resolución que autorizara la invasión de Irak.

Emmanuel Macron visita Berlin (Sean Gallup via Getty Images)

En los últimos años, el presidente Emmanuel Macron ha puesto públicamente en duda a la OTAN y ha revivido el debate sobre reforzar una defensa europea autónoma de Estados Unidos. Paralelamente, ha defendido que Europa debe mantener una posición de equilibrio en la creciente brecha entre Washington y Pekín.

La decisión de la Administración Biden de ofrecer tecnología nuclear e inteligencia a Australia respondería no solamente a fortalecer las alianzas contra China en la región de Asia Pacífico, sino también a enviar un mensaje de castigo a Macron (que enfrenta elecciones en 2022) por su falta de “lealtad” a Estados Unidos en la OTAN. El mensaje parece también orientado a la UE, con Francia en la presidencia en 2022.

Al igual que como respondió ante las críticas por la forma de salir de Afganistán, Biden ha apostado por dar una imagen de firmeza, indicando antes de la reunión anual de jefes de Estado en la Asamblea General de la ONU que “Estados Unidos no tiene un aliado más cercano y más eficaz que Australia”.

Pese a todo, Estados Unidos no estaría buscando separarse de Europa, “sino que está reequilibrando sus compromisos para tomar nota del cambio de siglo y la transformación de los intereses estratégicos estadounidenses en la zona de Asia Pacífico”, indica Benjamin Hautecouverture, de la Fondation pour la Recherche Stratégique.

Intereses nacionales, alianzas flexibles

El acuerdo AUKUS es también expresión de un sistema internacional que deja de funcionar en torno a bloques homogéneos ideológicos. Los Estados toman decisiones según sus diversos intereses y se unen, y se distancian, de forma flexible en torno a cuestiones comunes en alianzas múltiples y no convencionales.

El acuerdo AUKUS sirve a Estados Unidos para ampliar la serie de acuerdos que promueve para “contener” a China, de forma parecida a la red de aliados y bases que estableció a partir de la Segunda Guerra Mundial en el marco de la política de contención a la ex URSS.

Estados Unidos, India, Australia y Japón forman el Quadrilateral Security Dialogue (Quad); India, Francia y Australia tienen un acuerdo trilateral para garantizar el orden liberal, libre circulación y seguridad. Por otra parte, Washington cuenta con foros de diálogos estratégicos con Japón y Australia, y con Japón e India, y estos dos países, a su vez, tienen otro con Australia.

La entrada del Reino Unido en este circuito de “mini laterales centrados en China, afirma el analista Sarang Shidore, del Quincy Institute, tiene el sesgo particular y potente de su dimensión nuclear”. Para Londres el acuerdo es instrumental a la intención, post Brexit, de establecer alianzas múltiples de acuerdo con la todavía vaga estrategia de Global Britain. (Pero el 21 de septiembre Boris Johnson encontró la sorpresa de que Estados Unidos no está dispuesto a firmar un tratado de libre comercio exclusivo con el Reino Unido).

Al gobierno de Australia, que ha apoyado a Estados Unidos en sus intervenciones en Corea, Vietnam, Irak y Afganistán, le permite reforzar su relación especial con Washington, fuera del Acuerdo de seguridad que tiene con Estados Unidos y Nueva Zelanda (ANZUS) desde 1951.  (El Ejecutivo de Nueva Zelanda ha anunciado que debido a su política no nuclear los futuros submarinos nucleares no podrán entrar en sus aguas territoriales).

El submarino de la Marina Real Australiana HMAS Sheean llega para una visita al puerto logístico el 1 de abril de 2021 en Hobart, Australia (Leo Baumgartner/Australian Defence Force via Getty Images)

Ante la operación AUKUS, el presidente Macron se reunió telefónicamente con el primer ministro de la India, Narendra Modi.  Francia está tratando de conseguir el contrato para la construcción de seis submarinos nucleares y a cambio le ofreció transferencia de tecnología (que Estados Unidos ha negado a la India).  Estas transferencias de tecnología nuclear añaden peligros e incertidumbres a las alianzas flexibles.

Por su parte, Modi se reunirá en los próximos días con Biden y los primeros ministros de Japón y Australia, en el marco del diálogo Quad.

¿Hacia una nueva guerra fría?

El acuerdo AUKUS es un indicador más de un escenario con similitudes con la Guerra Fría adaptado a la era de la inteligencia artificial: competencia armamentística (que favorece a los intereses de las industrias militares) y tecnológica, luchas de desinformación, tensiones diplomáticas, enfrentamientos de posiciones por aliados y puntos geopolíticos claves.

La Administración Biden ha llegado a la conclusión de que los intereses de China y Estados Unidos no necesariamente convergen, excepto en algunos casos, como el cambio climático. La competencia militar, tecnológica y económica debe prevalecer.

A la vez, tanto los sectores industriales y comerciales de Estados Unidos y sus aliados, al igual que en China, no están interesados en una confrontación entre potencias nucleares cuyas consecuencias humanas y económicas serían catastróficas.

Pero los gobiernos aceptan la lógica de la disuasión nuclear y de armas convencionales. Estas últimas cuentan con avances tecnológicos que acortan la distancia con el armamento nuclear. Esto convierte en mucho más peligrosa las escaladas a partir de una eventual confrontación violenta.

China está reproduciendo el modelo de expansión económica, financiera y comercial global acompañado de poderío militar que usaron antes países como Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos.

Pero Pekín no utiliza los argumentos paternalistas del colonialismo europeo ni la supuesta promoción de la democracia y el orden liberal de Estados Unidos, sino que se presenta como un actor pragmático que ofrece crecimiento económico a cambio de integrarse en sus redes productivas y comerciales globales, sin prestar atención a cuestiones políticas y de derechos humanos.

Sin embargo, no hay dos sistemas económicos enfrentados sino un solo capitalismo con diferentes formas de dirigirlo y organizarlo. Tampoco hay dos bloques militares como en el pasado sino múltiples alianzas. El acuerdo AUKUS es ejemplo de un sistema multipolar menos controlable y tendencialmente más caótico.