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Banner con el retrato del Bachar al Assad en Damasco, 2018. AFP/Getty Images

El presidente sirio, Bashar al Assad, busca extender su liderazgo en la Siria posconflicto, pero antes deberá superar la pugna con el mayor patrocinador del régimen, su primo Rami Makhlouf, y lidiar con actores dentro y fuera del Estado para concentrar el país bajo su dominio y financiar la reconstrucción.

Siria se enfrenta al décimo año de guerra civil y a falta de recuperar el control sobre los últimos rincones del territorio, Bashar al Assad ya piensa en el futuro. Cuando se cumplen 20 años de su ascenso al poder, el jefe del régimen se siente ganador del conflicto y está dispuesto a enfrentarse a todo lo que pueda poner en riesgo su papel de líder cuando el país deje atrás el capítulo bélico. Así es como parece que hay que leer la mayor pugna interna que el círculo de los Al Assad haya visto en décadas.

Los diplomáticos extranjeros y las personas del mundo de los negocios dicen de Rami Makhlouf que actuaba como si fuera el rey de Siria. Este magnate ha sido durante las dos últimas décadas el mayor punto de apoyo económico para el régimen capitaneado por su primo, Bashar al Assad. Pero quien se creía el monarca en la sombra ha sido destronado por orden de su antiguo avalador.

El gobierno sirio ha confiscado el lucrativo conglomerado de empresas en posesión de Makhlouf y le ha prohibido viajar al extranjero, una reacción rápida ante las amenazas que el empresario había lanzado contra Al Assad en unos vídeos publicados en Facebook. En ellos, Makhlouf insinuaba que plantaría cara si seguían los ataques contra sus propiedades –en forma de detenciones de sus trabajadores– y auguraba “una situación muy difícil para el país". Que el magnate trasladara el enfrentamiento a la esfera pública y que tuviera que dirigirse al Presidente mediante una simple red social desató especulaciones: la grieta entre ambos parecía profunda y la estabilidad del régimen, incierta.

 

La ruptura con Makhlouf: un amigo incómodo

Diversos especialistas coinciden en que Makhlouf controlaba dos tercios de la economía siria en 2010 mediante el dominio de diversos sectores, pero su papel en el régimen ganó relevancia durante el conflicto. Las sanciones internacionales limitaban la actividad financiera del círculo de Al Assad y la del propio Makhlouf, pero el magnate era capaz de esquivarlas y sus compañías eran la mayor de entre las menguantes fuentes de ingresos del estado. Además de Syriatel, una firma telefónica con 11 millones de suscriptores que destina la mitad de sus beneficios al Gobierno, Makhlouf gestionaba empresas "registradas bajo el nombre de otras personas y ubicadas en el extranjero", cuenta el periodista Sam Dagher, analista y autor del libro Assad or We Burn de Country.

El primo del Presidente sirio también financiaba el aparato represor del régimen, al que animó desde el inicio de la guerra a acribillar a los opositores. “¿Cómo se entiende que los cuerpos de seguridad intervengan las compañías de su mayor contribuidor durante la guerra?”, se preguntaba Makhlouf en uno de los recientes vídeos. “El poder no ha sido otorgado para presionar a la gente a renunciar”, concluía.

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El hombre de negocios sirio Rami Makhlouf en Damasco. LOUAI BESHARA/AFP via Getty Images

El conflicto que ha convertido a Makhlouf en una molestia para Al Assad lleva gestándose al menos desde el año pasado: la continua evasión de impuestos o el tráfico de drogas han puesto al magnate y sus empresas bajo el foco. También lo han estado sus hijos, que se pavoneaban en Instagram de sus aviones personalizados y de sus deportivos de gama alta mientras el 80% de la población dependía de ayuda humanitaria. Algunos creen que Al Assad prescinde de Makhlouf porque en mitad de una feroz crisis financiera y humanitaria no se podía permitir tales infracciones; otros, que el Presidente quiere presentar un lavado de imagen después de que la prensa en Rusia, aliado clave en la supervivencia del régimen, criticara su entorno corrupto.

Así las cosas, Al Assad tiene el reto de marginar a Makhlouf sin debilitar la base de su apoyo popular. Ambos son miembros de la comunidad alauí, un grupo social y religioso al que pertenece casi todo el círculo de poder en Siria, aunque solo representa el 12% de la población: "A los alauíes se les ha dicho que proteger el régimen era proteger su propia existencia –apunta Dagher–. Llevan una década defendiendo a Al Assad con el temor de ser extinguidos si Siria cae en manos de los musulmanes suníes [grupo mayoritario entre la oposición]".

Según el periodista, lo que fortalece el régimen es "la relativa unidad de esta comunidad", y la labor social de Makhlouf ha sido clave para que miles de ciudadanos de esta confesión se mantuvieran fieles a Al Assad. La organización humanitaria Al Bustan es un ejemplo de ello: apoyada en su día por Naciones Unidas, financiaba un grupo armado y progubernamental de 30.000 combatientes –la mayoría de ellos alauíes– y ofrecía apoyo económico a las familias de los soldados muertos. Una red de noticias de Latakia, una región costera donde vive mayoritariamente esta comunidad, publicaba recientemente que Makhlouf  "ofrece cestas de comida a las casas pobres y es mejor que el 99% de negociantes y políticos de este país". Con un conflicto abierto entre el presidente y el empresario, muchos se preguntan de qué lado se pondrán muchas de estas familias. "Si la unidad desaparece, el régimen podría desestabilizarse", concluye Dagher.

El último gran conflicto en traspasar las paredes del Palacio de Damasco ocurrió en 1984, cuando el presidente Hafez al Assad, padre de Bashar, frustró el intento de su hermano Rifaat de arrebatarle el poder. Aquella disputa se resolvió de forma pacífica y terminó con Rifaat en el exilio, pero ni el Presidente sirio tiene hoy la fortaleza que tenía entonces su padre ni Makhlouf forma parte de la familia Al Assad. La alianza entre estos dos apellidos alauíes, que posee Siria desde 1971, podría encontrarse ante su momento más comprometido. Y la coyuntura a pie de calle no acompaña.

 

La situación sobre el terreno: desesperanza y precariedad

En Siria, el impacto de la COVID19 es lluvia sobre mojado. La Universidad de Damasco calcula que durante la pandemia se han perdido en el país unos 775 millones de dólares mensuales, y el valor medio de un sueldo se reduce a unos 25 euros. A finales de 2019, el desplome del mercado financiero libanés arrastró a la vecina Siria y hundió por debajo del umbral de la pobreza al 83% de la población. Antes, la guerra y las sanciones ya habían reducido el PIB del país a solo un tercio con respecto al de 2010.

En cuanto a aspiraciones políticas, no se espera que esta generación impulse una revuelta que amenace el régimen. La ciudadanía está fracturada, con cinco millones y medio de personas exiliadas –muchas de ellas jóvenes–, y otros 6 millones desplazadas internamente a algún punto del territorio que no es el suyo. Pero también está atemorizada: del aparato represor del estado, después de que al menos 60.000 sirios hayan muerto en las cárceles del régimen, y de sus propios vecinos. El predominio alauí en el Ejército y en los cuerpos de seguridad del régimen deteriora la relación entre esta comunidad minoritaria y la mayoritaria musulmana suní, que atribuye por asociación los crímenes de las Fuerzas Armadas a todo un grupo. Tal y como escribe la analista Elizabeth Tsurkov, "la corrupción y el enriquecimiento de los altos cargos del régimen durante la guerra refuerza la percepción suní de que los alauíes son corruptos y privilegiados". "Hay un pequeño porcentaje de la comunidad que se ha beneficiado", le cuenta una ciudadana alauí de 50 años de edad, "pero la gran mayoría sufren la pobreza y la hambruna".

Al estado solo le queda recuperar Idlib de las manos rebeldes para unificarlo con el resto de territorio que ya controla, donde existe una falta de servicios básicos, cortes de luz y un gran desempleo. Algunos ciudadanos se manifiestan por el retorno a sus pueblos, dominados por Al Assad o por fuerzas extranjeras, y por la caída de un círculo de poder que pasa por encima de las instituciones. Según contó Dagher en una charla reciente, "el régimen son la familia del presidente, algunos grupos alauíes, hombres de negocios y diversos cuerpos de seguridad y grupos armados, que en teoría obedecen a los ministros pero que admiten ser ellos quienes les dan órdenes".

Una buena noticia para Al Assad ha sido la recuperación en febrero de la carretera M5 después de que estuviera en manos opositoras desde 2012. La ruta une las cuatro ciudades más grandes del país –Damasco, Homs, Hama y Alepo– y las conecta con el Mediterráneo. Antes de la guerra, la actividad comercial que transitaba por este camino se valoraba en 25 millones de dólares diarios.

 

En clave de futuro: una presidencia con amenazas internas

Bassam Barabandi, Embajador sirio en Estados Unidos durante 14 años hasta que desertó en 2012, no cree que la pugna con Makhlouf pueda suponer un riesgo directo al dominio de Al Assad: "Un enfrentamiento militar entre ambos llevaría a una derrota clara del empresario", afirma el ex diplomático. Una disputa entre apellidos tampoco parece una opción para que Makhlouf golpee al presidente. Su hermano Ehab se ha distanciado públicamente de él, renunciando a su alto cargo en Syriatel y aclarando que nada truncaría su lealtad al Presidente. Pero hay otras lecturas.

Según Barabandi, el conflicto entre Makhlouf y el régimen ha hecho que entre la población alauí muchos se percaten de la riqueza acumulada por los miembros del poder. "Este grupo ha sufrido mucho durante la guerra, perdiendo el 10% de su población y viendo como tantos otros se quedaban discapacitados a su alrededor", argumenta el damasceno. Se estima incluso que casi todas las familias alauíes han perdido uno o dos hombres jóvenes. "Esperaban que la vida fuera mejor después de la victoria [remarca él mismo entre comillas], pero el Gobierno ni tan siquiera ofrece servicios básicos y el nivel de vida es pésimo". Para Barabandi, la situación ha provocado un descontento añadido hacia las clases dirigentes que está por ver en qué se traduce, y que hace que tanto Al Assad como Makhlouf sean perdedores de esta batalla.

Otro reto interno para el régimen será la unificación bajo su dominio de los territorios que ya están oficialmente controlados por el gobierno. Existe una gran variedad de grupos armados que dominan diferentes zonas por todo el país, a veces incluso haciendo negocio mediante la gestión de servicios: "son débiles para enfrentarse a Al Assad y mantienen coordinación con él –advierte Barabandi–, pero este tipo de relaciones está destruyendo el estado desde dentro y será difícil negociar con estos señores de la guerra cuando llegue el momento".

 

La decisión de una mesa internacional

La lucha de Bashar al Assad por la permanencia en el poder también se disputa fuera de las fronteras del Estado. Según varios analistas, la situación financiera en Siria es tan comprometida que lo que está en juego no es la supervivencia de los Al Assad, sino la viabilidad del país. Se asume que el régimen será incapaz de pagar la reconstrucción sin apoyo internacional, y un punto de debate es si esta ayuda puede llegar en cuanto el Gobierno sirio controle todo el territorio nacional, independientemente de si existe un proceso de transición política.

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Sirios abandonando Iblid hacia otra zonas del país., junio 2020. AFP/Getty Images

El periodista Dagher no lo cree: "en 2018, cuando no había la COVID19 y las economías estaban en auge, Vladímir Putin argumentó a europeos y estadounidenses que si no querían refugiados ni Estado Islámico debían restablecer relaciones diplomáticas con el régimen de Al Assad y contribuir para la reconstrucción de Siria. Dijeron que no", recuerda. "Hoy, Occidente está preocupado con sus propios asuntos. Siria es la última de sus prioridades", remata.

El Presidente sirio se ve victorioso y mira hacia las elecciones presidenciales de 2021 para alargar su mandato siete años más. Él asegura que serán elecciones libres, pero la oposición las ve como una herramienta legitimadora del liderazgo de Al Assad. Se esperaba que  Estados Unidos y algunos países europeos hicieran presión para que las elecciones estuvieran supervisadas y que contaran con la participación de los ciudadanos refugiados, pero el coronavirus se ha impuesto de nuevo y aún hay dudas sobre el papel que puedan jugar estos comicios en la transición política: "¿Habrá observadores de la ONU? ¿Podrán participar todos los ciudadanos de dentro y fuera del país? Si Al Assad pierde, ¿cómo abandonará el Palacio de Damasco y a dónde irá?", plantea Barabandi.

"Ni refugiados ni desplazados internos volverán mientras Al Assad esté en Damasco. Solo hay que fijarse en Rukban", añade el ex embajador. Barabandi hace referencia a un campamento en la frontera con Jordania del que miles de sirios se niegan a salir a pesar del hambre impuesto por la presión de las fuerzas sirias y rusas para forzarlos a volver a las zonas controladas por el régimen.

Lina Khatib, la líder del departamento de Oriente Medio en el think tank Chatham House, expresaba por canales de su organización que la resolución del conflicto cogerá velocidad cuando los EE UU entren en juego: "Washington discutirá con Rusia, que se ha ganado el papel de negociador, y llegarán a un acuerdo". La Embajada estadounidense en Siria reiteraba que las sanciones sobre el régimen seguirán hasta que el Gobierno de Damasco acepte una salida en la que la ONU participe. Khatib está convencida de que a Al Assad le queda menos tiempo en el poder del que al propio presidente le cabe esperar, quizá poniendo fin a cinco décadas de dominio familiar.

Barabandi dibuja un panorama más conservador: "EE UU ha sido claro: no están por un cambio de régimen, sino por un cambio de actitud y por la imposición de algunas condiciones". "Se harán reformas en las instituciones –concluye–, pero se mantendrá el statu quo".