He aquí las claves para entender en qué situación se encuentran los kurdos en el complejo tablero geopolítico de la zona y cuáles son los posibles escenarios.

El pasado 9 de octubre, después de que Donald Trump anunciara que las fuerzas militares estadounidenses abandonban Siria, Turquía comenzó la ofensiva “Manantial de paz” contra las autoridades kurdas de Rojava, consideradas por Ankara como una extensión del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Anticipada en repetidas ocasiones por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ahora toca calcular las consecuencias de una acción que desata las iras de Damasco y cuestiona la moralidad de la comunidad internacional: pese al embargo de armas impuesto a Turquía por importantes Estados europeos, se está traicionando a los kurdos, utilizados para reducir a Daesh y que no han tenido más opción que ofrecer el control de su autonomía al presidente sirio Bashar al Assad. Un movimiento que el prestigioso analista turco, Fehim Tastekin, pronto consideró como el deseado por Rusia e Irán. Ahora las tropas rusas y sirias patrullan en Manbij, Raqqa o Kobane, y Putin, aún más reforzado en Siria, ha asegurado que no consentirá un enfrentamiento entre Damasco y Ankara.

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Mujeres kurdas abandonan la ciudad de Ras al Ain, tras los ataques de Turquía. (DELIL SOULEIMAN/AFP via Getty Images)

Pero, ¿pueden confiar los kurdos en Rusia?

No tienen otra opción. Aún está por ver qué ocurrirá en Idlib y las regiones del norte ocupadas por Turquía: Afrin, Azez, Jaralabus y Al Bab. Ahora es una negociación cara a cara entre Putin y Erdogan, quien ha conseguido imponer una zona de seguridad contra las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), organización militar que engloba a diferentes milicias pero cuyos mandos son principalmente miembros kurdos de las Unidades de Protección Popular (YPG). “Desde Manbij hasta la frontera de Irak”, insiste el presidente turco sobre la zona tampón que reclama desde hace varios años. Rusia apunta a una franja de 10 kilómetros de ancho. Erdogan quiere 32. Es complicado presagiar cómo el líder ruso puede convencer a su homólogo turco de dejar a un lado sus ansias de destrozar el proyecto kurdo en Siria, pero el músculo militar ruso es superior -es improbable que la OTAN actúe en favor de Turquía- y la legitimidad de esa franja de tierra pertenece al probable vencedor de la guerra: Al Assad. Una opción sería que Putin acepte el control temporal turco sobre una franja poco profunda que ocupe parte de los 444 kilómetros del norte de Siria para así allanar el camino en la ofensiva de Al Assad en Idlib. Como contraprestación (aunque le duela a Al Assad, quien en esta guerra ha tenido a su mayor enemigo en el presidente turco), Erdogan intentará asentar a parte de sus 3,5 millones de refugiados, con la consecuente alteración demográfica, asegurar contratos para que las empresas turcas reconstruyan Siria y, sobre todo, garantizar que los kurdos no obtengan una autonomía en la futura Siria. En definitiva, los kurdos están en manos de los intereses de Rusia, que no tendrá inconveniente alguno en traicionarles: todos los movimientos en Siria, desde Afrin a la actual operación “Manantial de paz”, han contado con la luz verde de facto de Moscú, que tendrá que decidir entre asegurar una pica en Oriente Medio con los kurdos o, si ve posible alejar a Ankara de Occidente, reforzar su pragmática relación con el presidente turco.

Por lo pronto, la reunión de más de seis horas entre Erdogan y Putin en Sochi supuso un nuevo giro en la guerra que, en principio, no es definitivo: acordaron 10 puntos que confirman la zona tampón de Erdogan y garantizan la integridad territorial de Siria, las necesidades de seguridad de Turquía y el reasentamiento de refugiados sirios. Además, en un alto el fuego que se extiende 150 horas más, las FDS tendrán que retirarse a más de 30 kilómetros de la frontera turca, un acuerdo similar al que Trump apalabró con Erdogan. Sin embargo, las fuerzas turcas y rusas patrullarán de forma conjunta solo una franja de 10 kilómetros de ancho entre Tal Abyad y Ras al Ayn, territorios ocupados por Turquía con la operación “Manantial de Paz”, mientras que los 20 kilómetros de ancho restantes de la franja que reclama el presidente de Turquía estarán bajo el control de fuerzas conjuntas sirias y rusas. Más al este, y son centenares de kilómetros donde habitan principalmente los kurdos, es donde está la patata caliente: por ejemplo, Qamishli, ciudad que fue dividida por la cartografía colonial de Nusaybin, en Turquía, no se incluye en el acuerdo. Por lo tanto, a la espera de la reunión prevista en Washington para el próximo 13 de noviembre entre Erdogan y Trump, el futuro de los kurdos de Rojava aún no está decidido.

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El coronel, Ahmad Kurdi, el brigadista, Adnan Ahmad, y un grupo de militares del Ejército Nacional Sirio y policía señalan un punto en un mapa cerca de Al Ghandurah al noroeste de Manbij, Siria. (AAREF WATAD/AFP)

¿Podrían confiar en Bashar al Assad?

No, aunque poco poder decisorio tiene el líder sirio. De momento, la autonomía kurda de Rojava ha muerto: Al Assad controla la región sin haber luchado y las banderas y soldados de la frontera ya representan al Estado sirio. En estos 8 años, Rojava, el proyecto basado en la ideología del encarcelado líder del PKK Abudllah Öcalan, ha sido el único logro tangible en la larga guerra. Un proyecto de ideología democrática que enfatiza el papel de las minorías y la política asamblearia, aunque también es cierto que la implementación real es complicada porque en una guerra la libertad escasea. Pero la semilla está ahí, relatada por la mayoría de los periodistas que han pisado Rojava. Recuperar esa autonomía será el objetivo de los kurdos, aunque han perdido su baza ganadora: están a merced de los intereses internacionales, al igual que Al Assad depende de Rusia e Irán, y lo único que pueden ofrecer es su colaboración para luchar contra los yihadistas en Idlib.

Como referencia pasada, la familia Assad permitió que el PKK tuviera su centro de operaciones y entrenamiento en Siria hasta que en 1998 tuvo que ceder ante las presiones de Turquía. En esos casi 20 años, las ideas de Öcalan se expandieron entre la población. Pese a que el PKK migró su sede a Qandil, en el Kurdistán iraquí, los kurdos de Siria siguieron digiriendo las teorías marxistas de Öcalan. Sin embargo, pese a este apoyo que buscaba más bien condicionar a Turquía, los kurdos han sido reprimidos con fuerza por la dinastía Al Assad: privándoles de documentos de identidad, negándoles la posibilidad de abandonar el país o cercenando los servicios básicos o instituciones lingüísticas; e implementando una política de arabización… Así fue la realidad kurda hasta que en 2011 comenzó la guerra en Siria. En 2014 irrumpió Daesh. Entonces los kurdos se convirtieron en la pica de Occidente en la lucha contra los yihadistas. Ayudados por un aparato propagandístico notable, se granjearon el respeto de la sociedad mundial con su estoica lucha contra el Califato que se llevó la vida de 11.000 milicianos de las FDS. Por eso todo el mundo clama contra Erdogan y Trump, cuya traición pone en riesgo los avances contra el Estado Islámico y aumenta los estragos de la guerra: en diez días de ofensiva turca se contabilizaron más de 200.000 desplazados.

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Un grupo de personas se manifiestan en Alemania contra los ataques de Turquía al norte de Siria. (DAVID GANNON/AFP via Getty Images)

En esta coyuntura, ¿ha sido apropiada la respuesta de la comunidad internacional?

Depende de si prima el pragmatismo político o el humanismo. En primer lugar: la Unión Europea y Estados Unidos (EE UU) consideran al PKK como una organización terrorista, y las diferencias con las YPG son simbólicas. En esto Erdogan tiene razón. Sin embargo, la OTAN apoyó a la guerrilla albanesa UÇK en la guerra de Kosovo pese a que era considerada una organización ilegal. Las imágenes de sufrimiento de estos pueblos han ayudado en ambos casos a embellecer al UÇK y PKK. En el caso de los kurdos, el respaldo se evidencia en las protestas en apoyo a Rojava en Europa o en los discursos de políticos europeos que claman contra la tendencia turca a oprimir a los kurdos.

Esta buena imagen ha servido para que importantes Estados europeos cancelen los envíos de armas a Turquía por su última operación en Siria. La medida, como ocurre demasiadas veces con las decisiones de Bruselas, es más bien simbólica: Turquía lleva años invirtiendo en el desarrollo de tecnología militar y ya no depende, como ocurría en los 90, de EE UU. Además, la causa de los refugiados -Erdogan ha vuelto a amenazar con dejar que lleguen a Europa si es criticado- sigue marcando unas relaciones enturbiadas por la deriva antidemocrática del presidente turco. No se tragan, pero se necesitan.

Por su parte, EE UU se ha decantado por un país geoestratégicamente clave, de espectro político unido en las cuestiones de Estado y, además, aliado de la OTAN. Todo esto es Turquía, mientras que los kurdos de Rojava no dejan de ser un “pueden llegar a ser” en la futura Siria que además están fragmentados en dos grupos tradicionalmente enfrentados: el clan de los Barzani y los seguidores del PKK. Pese a que Oriente Medio ya no es objetivo prioritario de EE UU, en la Cámara de Representantes estadounidense claman contra Trump: 2/3 de los republicanos se unieron a los demócratas en la condena a la injerencia turca en Rojava. Pronto habrá elecciones y hay que capitalizar cada error del presidente. Pero era una de las promesas electorales de Trump, quien pese a sus muchas salidas de tono sigue cierta coherencia política. En su diplomacia a golpe de tuit, el presidente primero informó de que las tropas de EE UU saldrían de Siria, luego amenazó a Turquía con imponer sanciones si había violaciones de los derechos humanos en la operación “Manantial de paz”, cosa que poco después ocurrió, más tarde dijo que el PKK es más peligroso que Daesh, y ahora, porque el avispero sirio aún es proclive a cambios de rumbo, se rumorea que mantendrá un pequeño contingente en Siria. Unos vaivenes que caracterizan a Trump, que a finales de 2018 ya intentó salir de Siria pero que reculó por la presión de la Cámara de Representantes.

Tras una visita a Ankara del vicepresidente Mike Pence y del secretario de Estado Mike Pompeo, Trump consiguió pactar con Erdogan un alto al fuego de cinco días para que las milicias kurdas puedan abandonar la zona tampón que reclama Ankara, comenzando por las dos regiones más afectadas por la ofensiva: Tal Abyad (Gire Sipi en kurdo) y Ras Al Ayn (Serekaniye en kurdo). Reflejo de la complicada odisea, el alto el fuego se ha demostrado poco fructífero: Turquía y las FDS siguieron combatiendo en Ras Al Ayn, lo que confirma que, a diferencia de lo ocurrido en Afrin, los kurdos están dispuestos a morir: el entrenamiento y material bélico que durante cinco años recibieron de las tropas de élite de EE UU ayudarán a la resistencia kurda y obligará a Turquía a emplear métodos más crueles, provocando una nueva ola de indignación mundial.

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Familias turcas muestran la bandera de Turquía frente a la ciudad siria de Ras al-Ain. (OZAN KOSE/AFP via Getty Images)

Los kurdos no protestan en Turquía: ¿ha decrecido el apoyo al PKK?

No. Hay quienes piensan que la ausencia de protestas en el Kurdistán turco es consecuencia de un descenso del apoyo al PKK por la lucha en las ciudades kurdas de 2015-2016. Si bien es cierto que la sociedad ha mostrado su desacuerdo con este conflicto que dejó más de medio millón de desplazados y una decena de ciudades destruidas, el apoyo al PKK sigue siendo mayoritario en el Kurdistán turco. Lo que pasa es que la sociedad tiene miedo: en noviembre de 2016, cuando arrestaron a Selahattin Demirtas, exlíder del HDP y aún encarcelado, apenas hubo protestas. Es el resultado de la represión desmedida que sobrevuela Turquía desde el fallido golpe de Estado y que atemorizada también a la oposición turca.

De nuevo fondeando en el ostracismo, es imposible ver a los políticos kurdos en la televisión, la represión se representa en las alcaldías kurdas ocupadas por Ankara: tras las últimas elecciones locales, al igual que ocurrió tras el conflicto iniciado en 2015, los consistorios de Yüksekova, Nusaybin, Diyarbakir, Van y Mardin, todos ellos ganados por el prokurdo HDP, están administrados por representantes del Estado.

Esta opresión ha sido criticada con timidez solo por el kemalista CHP. Sus líderes no pueden hacer más: Turquía atraviesa un periodo de auge nacionalista en el que existe cohesión política y social en causas cruciales como la compra del sistema de defensa ruso S-400, la lucha contra el clérigo Fethullah Gülen y, por supuesto, la injerencia en Siria. Los kurdos, por tanto, son una amenaza contra la integridad territorial turca, la principal desde que los armenios fueran asesinados o expulsados de Anatolia a principios del siglo XX. En una atmósfera contaminada por el populismo político, la ofensiva “Manantial de paz” refuerza la coalición de Erdogan porque eleva los sentimientos nacionalistas, uno de los terrenos en los que se disputa la política local. Además, está operación facilitará el reasentamiento de parte de los 3,5 millones de refugiados, y debido a que la primera línea la conforman las milicias árabes del Ejército Libre Sirio que Ankara ha estado entrenando los últimos años, habrá menos mártires (sehit, palabra recurrente en estos tiempos) turcos.

La ofensiva de Ankara continúa menguando la movilidad del PKK, que por los conflictos en Siria e Irak se vio obligado a trasladar efectivos desde Turquía. Ahora tienen más complicado regresar: la superioridad militar turca, con drones de última tecnología cubriendo la frontera con Irak, ha sido reforzada por la operación que Turquía comenzó el año pasado en Qandil y que pretende cerrar las rutas de acceso a Anatolia de los marxistas. El avance de la tecnología militar dificulta las tácticas de guerrilla que el PKK despliega desde que atacara por primera vez en 1984 en Eruh y Semdinli. Conscientes de la necesidad de un aliado de prestigio que proteja sus intereses, esta histórica inferioridad es la que ha llevado a los kurdos a poner sus esperanzas en EE UU. La traición, como aventuraba en 2017 el exembajador estadounidense en Siria, Robert Ford, quien dijo que “sería un gran error que los kurdos confiaran en EE UU”, no coge por sorpresa a nadie. Pero duele y confirma la máxima que dice que los kurdos tienen su único amigo en las montañas. Pero en Siria, donde suman el 10% de la población, no hay montañas.