Los distintos frentes del conflicto se aglutinan en las fronteras donde los intereses de actores regionales e internacionales se entrelazan. En todo ellos, Rusia se ha erigido con el papel de maestro de ceremonias.

Tras siete años y cuatro meses de contienda, el Ejército regular sirio controla hoy el 60% del territorio nacional. Sus tropas han recuperado progresivamente el perímetro que parte de Damasco, corazón del país y bastión de Bachar al Asad, hasta topar con las fronteras que le separan de sus vecinos. En ese camino geográfico-temporal ha muerto medio millón de sirios, un tercio de ellos civiles. En los confines de Siria combaten hoy media docena de actores regionales e internacionales, relegando a un segundo plano el conflicto civil –entre leales e insurrectos – y, por ende, a sus ciudadanos hoy ajenos a todo proceso de paz. Los frentes se aglutinan en las fronteras regidos por dinámicas que responden a los intereses de Turquía, Irak, Jordania e Israel. Bachar al Asad proclama hoy su victoria marcial, de la que es deudor tanto al despliegue en tierra de las botas iraníes en 2012 como de las alas rusas en 2015.

En cuanto a una solución política, Moscú es quien se impone hoy como garante y mediador, desterrando a su paso a tanto Estados Unidos como a la ONU. Con ello se asegura la protección de sus intereses geoestratégicos en Siria: único acceso al Mediterráneo, la integridad territorial siria y prevenir la expansión del yihadismo que pueda reverberar en territorio ruso. De paso, expande su influencia en la renovada guerra fría que libra con la Administración Trump y su errática política en la región. Con el fin de recuperar “hasta el último centímetro del país”, en palabras del Al Asad, las tropas sirias necesitan recobrar el control de las fronteras para cortocircuitar el tránsito de combatientes opositores y armas, revertir el flujo de refugiados con vistas a una progresiva repatriación y readueñarse de los ingresos generados por el comercio transfronterizo. Un dinero cuanto más necesario conforme Damasco anuncia la reconstrucción y restablecimiento de los servicios básicos con los que satisfacer las demandas de unas bases sociales exhaustas tras largos años de guerra.

 

¿Soluciones para todos en el sur?

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Una explosión en el sur de siria vista desde los Altos del Golán, bajo control de Israel, julio de 2018. Jalaa Marey/AFP/Getty Images

La frontera sur se impone como el frente más sensible e imprevisible en Siria, puesto que allí convergen múltiples guerras. La primera rebasa el medio siglo de contienda y persigue la liberación de Palestina y de los Altos del Golán ocupados por el enemigo israelí desde 1967. La segunda enfrenta a facciones insurrectas/yihadistas con las tropas regulares sirias y milicias afines. En este cruce de guerras, Israel e Irán miden sus fuerzas generando tensiones en la alianza que mantiene éste último con Rusia y enervando al Gobierno sirio cuya prioridad es hoy recobrar el timón del país.

En palabras de un alto cargo de la rama política de la organización islamista chií Hezbolá: “Rusia e Irán mantienen un entendimiento tácito mutuo aislando la guerra contra los terroristas en Siria de la guerra que mantenemos contra Israel”. Algo que en el terreno se traduce por una coordinación entre milicianos proiraníes y fuerzas especiales rusas a la hora de luchar contra insurrectos y yihadistas frente a una política de ‘no injerencia rusa’ en la guerra que libran Irán e Israel. Las baterías antiaéreas moscovitas no han alertado ni de la llegada de cazas israelíes ni de la salida de misiles iraníes. Moscú ha optado por mediar entre sus dos aliados de larga fecha, Damasco y Tel Aviv, logrando evitar temporalmente un nuevo conflicto regional.

Israel exige una salida completa de Irán y su proxi Hezbolá de Siria. Una demanda que el Embajador ruso en Israel, Alexandr Shein, ha calificado de “irreal”. En su defecto, el Ejército israelí insiste en que se cree una zona tapón de 100 kilómetros desde su frontera norte, lo que supondría expulsar a todo miliciano proiraní afincado al sur de Damasco. Teherán ha accedido a reducir el número de efectivos en un tablero donde de todas formas se han apaciguado los combates y ha procedido a invisibilizar su presencia en Siria. “Irán puede hoy retirar a unos costosos combatientes extranjeros paquistaníes y afganos sin por ello perder su influencia gracias a las milicias sirias que ha entrenado y formado durante la contienda, y que hoy son progresivamente absorbidas por el Ejército sirio”, es el análisis que hace el experto sirio Nawar Oliver, del Centro de Estudios Omran de Estambul.

Pospuesto el choque directo entre fuerzas iraníes e israelíes, Moscú se ha centrado en la mediación entre insurrectos y leales en la sureña región de Deraa. Esta frontera ha sido la más silenciosa durante la contienda desde que Amán cerrara a cal y canto su frontera en junio de 2016 a tanto milicianos y armas como refugiados. En julio de 2017,  EE UU, Rusia y Jordania acordaron una zona de distensión en esta región. Como en el resto de frentes, el Kremlin ofrece un dominó de soluciones en el sur. Promete evitar a Jordania una ola de decenas de miles de refugiados hacia su territorio donde ya acoge a 660.000 sirios. A Israel le ofrece el despliegue de las tropas sirias en su frontera a cambio de alejar a las fuerzas proiraníes. Un escenario que implicaría el retorno a la luna de miel que durante más de tres décadas han compartido Siria e Israel en la que han disparado muchos más insultos que balas.

De cara a los insurrectos, Moscú se ofrece como garante de los acuerdos sellados con Damasco ofreciendo varias salidas para forzar la rendición de los armados opositores: la evacuación a Idlib (al este del país y última provincia siria en manos insurrectas), entregar las armas y abandonar Siria, o bien sumar fuerzas con los soldados regulares frente al millar de yihadistas de Daesh pertrechados en el triángulo en el que convergen los Altos del Golán con Jordania y Siria.

En esta frontera sur, el despliegue de sus tropas entraña para Damasco volver a quedar a cargo del paso fronterizo de Nasib, con Jordania. Allí radica la llave con la que cerrar el grifo de los grupos armados y con la que restablecer relaciones comerciales con la vecina Jordania, quien se ha manifestado presta para restituir los negocios con Damasco. Algo que para el pesar de la oposición siria en el exilio legitima al Gobierno de Al Asad a la par que favorece a las empresas jordanas atraídas por las oportunidades que brinda la futura reconstrucción siria.

 

Insurrectos y potencias suníes en la frontera noroccidental

Las previsiones del generalato sirio apuntan a que una vez que sus tropas tengan el control sobre el sur del país, sus hombres se dirigirán a Idlib, en la frontera noroccidental con Turquía. Allí han ido a parar progresivamente todas las bolsas de combatientes insurrectos del país, de mayor o menor corte islamista, componiendo un heterogéneo bando insurrecto dependiente de valedores regionales como Arabia Saudí, Catar o Turquía. Con la financiación de las armas, los sueldos de las milicias y la ayuda humanitaria y médica, las potencias suníes regionales persiguen un mismo objetivo: la instauración de un gobierno suní aliado en Damasco, pero discrepan sobre el grado de religiosidad y de independencia de éste. En la heterogeneidad de Idlib ha quedado reflejada la imposible unión del bando insurrecto tras más de siete años de guerra. También visibiliza la progresiva radicalización de la oposición armada a golpe de represión estatal y de petrodólares llegados del Golfo a una provincia dominada al 60% por Tahrir al Sham, paraguas de facciones salafista-yihadistas que lidera el Frente Al Nusra, la rama siria de Al Qadea.

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Niños sirios son evacuados del área de Fuaa y Kafraya en la provincia de Idlib, julio 2018. STR/AFP/Getty Images

Desde el inicio de la contienda, los diferentes grupúsculos armados de oposición han librado una guerra intestina por el control de los pasos fronterizos como el de Bab el Hawa, el más concurrido de esta comarca y que Tahrir al Sham arrebató en julio de 2017 a la milicia de Ahrar el Sham, respaldada por Turquía. Quien controla las fronteras se embolsa los ingresos del contrabando, del tráfico de personas y órganos, una tajada de la ayuda humanitaria, del comercio de armas, así como del de drogas.

De nuevo, Rusia intenta evitar una guerra integral en Idlib que suponga una catástrofe humanitaria para los 2,5 millones de civiles para quienes una reconciliación con las fuerzas de Al Asad es inaceptable. Su exterminio por parte de las tropas sirias o su acogida en tierras turcas es igualmente inviable. Los líderes islamistas de esta última provincia siria insurrecta aseguran que Turquía ha ordenado la unión de todas las facciones armadas de Idlib en un solo frente para expulsar a Al Qaeda. Tras arduas negociaciones entre Ankara y Moscú, incluso se baraja la posible anexión de parte de la provincia de Idlib por Turquía –que gobernaría sobre el 11% de la población siria y el 3,4% del territorio nacional–, tal y como ocurriera tras la primera Guerra Mundial con la comarca de Hatay.

Según el acuerdo en ciernes, las tropas sirias abandonarían una incursión final sobre Idlib para focalizar sus fuerzas en aquellas zonas estratégicas como la localidad de Jiser al Shuhur de las que depende la protección de las regiones costeras y leales de Latakia y Tartous. Precisamente en abril de 2015 tuvo lugar la única ofensiva coordinada y unida que ha protagonizado el frente insurrecto con la que lograron hacerse con esta localidad y poner en jaque al Ejército sirio en su propio territorio. Por proximidad supuso también un riesgo para la base marítima rusa de Tartous, y único acceso de Rusia a las calientes aguas del Mediterráneo. Razón por la que, en septiembre de ese mismo año, los bombardeos rusos entraron en la guerra siria refrendando cuatro décadas de alianza con los Asad.

 

Los kurdos y Turquía al norte

La suerte de Idlib está ligada a la de la frontera norte de Siria, también compartida con Turquía. En las negociaciones que mantiene Rusia en nombre de Damasco, el cantón kurdo de Afrin e Idlib se convierten en piezas intercambiables en el puzle de negociaciones. Y ello, con un impacto directo en el devenir las milicias kurdas de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG, por sus siglas en kurdo) como de los grupos insurrectos.

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Un miembro de la oposición siria se saca un ‘selfie’ con las tropas turcas cerca de la frontera entre Siria y la provincia turca de Hatay, enero de 2018. Bulent Kilic/AFP/Getty Images

Las milicias kurdas controlan el 27% del territorio de Siria que, de retornar a la órbita del Estado sirio, concedería a Al Asad el control sobre el 90% del territorio del país. Algo que implica abandonar el sueño de un Kurdistán independiente, ya truncado desde que el pasado mes de marzo las tropas turcas invadieran el cantón kurdo de Afrin. Ante las presiones de Ankara sobre su aliado y también miembro de la OTAN, Washington ha optado por reducir progresivamente su apoyo a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), y a los kurdos en particular.

Desconcertados por la errática política de la Administración Trump y desalentados por los repetidos anuncios de una inminente retirada de sus marines de Siria, los kurdos tientan las aguas en Damasco. Las FDS han entablado por primera vez negociaciones directas y sin condiciones con Al Asad. Estas milicias, lideradas por los kurdos, han supuesto las botas y punta de lanza en el suelo para la lucha contra Daesh que desde septiembre de 2014 libran en Siria los aviones de la coalición internacional liderada por EE UU.

Según miembros de la delegación kurdo-árabe, se contempla un retorno de las fuerzas gubernamentales en dos fases. Primero con el restablecimiento de los servicios básicos como agua, electricidad, sanidad y educación, y más tarde con el retorno de funcionarios y fuerzas policiales.  De cómo se lleven a cabo estas fases dependerá una futura transferencia de la seguridad de los efectivos kurdos a los soldados sirios que ya han anunciado relevaran al YPG en varios pasos fronterizos con Turquía e Irak. Mientras, Damasco se ha mostrado dispuesta a aceptar cierta descentralización en la gestión administrativa y cultural de los kurdos.

Esta línea de demarcación con Turquía supone una frontera espejo con la que Siria comparte al sur con Israel en tanto que ambos vecinos han mutado sus prioridades durante la contienda. El leitmotiv actual de ambos es el establecimiento de un perímetro de seguridad exento de enemigos; es decir de iraníes para los israelíes al sur y de kurdos para los turcos al norte. El despliegue de las tropas sirias en la frontera turca y la consiguiente subordinación de los kurdos al Estado central podrían propiciar la retirada de los soldados de Recep Tayyip Erdogan. Un escenario que dependerá de la letra pequeña que sea ratificada en Idlib.

 

Irak al este: tribus, Daesh y EE UU

Del desenlace bélico en esta frontera norte dependerá también la suerte de la cuarta frontera que comparte Siria al este con Irak y que ha quedado dividida en dos zonas de influencia con los bombarderos de la coalición y las milicias de las SDF al norte del Éufrates, y los cazas moscovitas y las tropas sirias junto con sus milicias aliadas en la ribera sur. En este frente se libra una guerra contra el destronado Daesh cuyos coletazos siguen infligiendo tanto víctimas civiles como militares en ambos bandos. La Administración Trump ha quedado atrapada en este frente en un juego de suma cero. Si las milicias kurdas se decantan por retornar bajo el ala de Damasco, EE UU quedará privado de ojos y tropas en el terreno en su lucha contra el remanente de Daesh. Replegar sus bases y efectivos supone dejar un vacío que irremediablemente será ocupado por tropas sirias y sus aliados iraníes y rusos.

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Miembro de una coalición de tribus árabes en Deir Ezzor e integrantes de las Fuerzas Democráticas Sirias. Ayham al Mohammad/AFP/Getty Images

En esta coyuntura entra en juego un actor de peso y, sin embargo, infravalorado a la hora de analizar la contienda siria: las tribus locales. Al igual que los kurdos, las tribus árabes en Siria han sabido maximizar sus intereses con cambiantes alianzas pactando con rebeldes, yihadistas, leales o estadounidense. Alejado el peligro de Daesh, los líderes tribales exigen de sus aliados la reconstrucción de las ciudades de Raqa y Deir Ezzor, así como el restablecimiento de los servicios básicos para satisfacer las demandas de sus extensas familias. EE UU ha prometido pero materializado poco, por los que las tribus dirigen ahora sus oídos también hacia Damasco, a la espera de que éste abra una nueva página en sus relaciones con una zona históricamente abandonada por el Gobierno central. Para Damasco, recuperar la región donde se concentran los yacimientos de hidrocarburos más importantes del país es un primer paso para relanzar el sector energético y con ello unos ingresos que reactiven la industria y la agricultura.

Al sur del Éufrates cobra de nuevo fuerza la dinámica de fronteras, pero esta vez para Damasco y Teherán simultáneamente. Con la recuperación del cruce transfronterizo de Abu Kemal, en la frontera oriental con Irak, Al Asad logra cortar el paso a los yihadistas hacia/desde Irak, donde el Ejército iraquí colabora con su homólogo sirio. Por su parte, Irán logra establecer una ruta que de continuidad terrestre al eje chií que se extiende desde Teherán a Beirut, pasando por Bagdad y Damasco. Las ventajas de esta ruta no son solo militares y comerciales sino que refuerzan el expansionismo político iraní en la sempiterna lucha de poder regional que arrastra con su archienemigo suní, Arabia Saudí. Este acceso directo también refuerza la vía de avituallamiento en armas y entrenamiento a su aliado libanés, Hezbolá, con el corredor que conecta Abu Kemal con Líbano a través de la localidad siria de Al Qusseir. El relativo silencio que mantiene el Partido de Dios al sur de Siria frente a las presiones rusas para su repliegue, contrasta con la determinación de éstos en la frontera occidental siria con Líbano. Con la toma de la localidad siria de Al Qusseir, Hezbolá logró sellar en el verano de 2013 la frontera líbano-siria al tránsito de milicianos y armas opositoras. La quinta y única frontera exenta hoy de combates.

Al Qusseir supone la puerta de entrada tanto para sus milicianos que combaten en el conflicto sirio, y por ende para evacuar a los heridos y a los más de 2.000 muertos, como para el abastecimiento en armamento. La milicia ha delimitado su línea roja en esta base militar clave para su supervivencia, cuando el pasado mes de junio unidades de la policía militar rusa intentaron relevarles en sus posiciones. Tras 24 horas de tensiones e intercambio de llamadas, Hezbolá se mantuvo en sus bases para que poco después el propio Presidente sirio reiterara en la televisión iraní Al Alam que: “Irán es un país aliado como lo es Rusia” y “Hezbolá es un elemento clave en esta guerra. La batalla es larga y la necesidad de la presencia de estas fuerzas militares seguirá vigente por un largo periodo de tiempo”.

 

Moscú, en todos los frentes

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Una mujer y un niño sirios dejan atrás un póster con la imagen de Bachar al Asasd y Vladímir Putin, junio 2018. George Oorfalian/AFP/Getty Images

Rusia intenta afrontar la compleja tarea de mediar en cuatro frentes simultáneos para satisfacer conflictivos intereses de actores dispares. Más aun cuando los cuatro están entrelazados entre sí. El viento sopla a favor de Al Asad en aras de una negociación política abanderada por Moscú de la que los líderes sirios de oposición han quedado excluidos o sometidos a los dictados turcos. Damasco no solo ha logrado recuperar la Siria útil –esa que representan las principales urbes del país y las arterias que las conectan entre sí– sino que se apresta hoy a recuperar el control de sus fronteras, irguiéndose como legítimo interlocutor para con sus vecinos. El posible retorno de los kurdos a la órbita gubernamental promete a Damasco el control del 90% del país y debilita la estrategia estadounidense en Siria.

La pelota queda en el campo turco que habrá de elegir entre maximizar la inversión realizada en las facciones insurrectas hoy reunidas en Idlib o neutralizar a los kurdos en su frontera sur. Israel ha accedido al despliegue del Ejército sirio en su frontera norte, al igual que lo han hecho Irak y Jordania, prometiendo sacar del ostracismo al régimen sirio. Un conflicto entre Israel e Irán sigue vigente conforme prosigue la contienda siria. Los israelíes revalúan sus nuevas líneas rojas, consciente de que establecer perímetros de seguridad entre países que comparten frontera se antoja hoy inútil con el despliegue de armas de precisión y capaces de golpear objetivos específicos en Tel Aviv teledirigidas desde Beirut. Paradójicamente, la guerra siria le confiere una cobertura idónea para incrementar los ataques sobre objetivos iraníes y de Hezbolá -fábricas y depósitos de armamento, convoyes militares y altos cargos- que resultarían extremadamente arriesgados llevar a cabo en Líbano.  A su vez, la doble naturaleza de Hezbolá sirve de freno cuando los intereses regionales del brazo militar en Siria contradicen a los nacionales del político en Líbano. Conforme se apacigua la guerra y Moscú se impone como maestro de ceremonias, el matrimonio de conveniencia ruso-iraní atraviesa una fase de desencuentros. Un roce susceptible de aumentar conforme Rusia presione para la implementación en Siria de las promesas hechas a la oposición en Astaná. En ellas se estipulan reformas constitucionales y una transición presidencial antes de que concluya el lustro.