Muchas comunidades siguen viviendo sin asentarse permanentemente, pero el cambio climático y los conflictos con empresas y gobiernos son desafíos que amenazan recursos básicos para su pervivencia cultural y física.

Las formas de vida nómada han existido desde los primeros pasos de la humanidad. Incluso cuando la agricultura permitió que una comunidad pudiera asentarse definitivamente en una zona, muchos pueblos han preferido seguir en movimiento. Su aportación económica y cultural es a veces ignorada o incluso menospreciada; sus derechos, incluso cuando se consiguen plasmar en leyes, son vulnerados reiteradamente. Pese a las dificultades, estas comunidades itinerantes han aprendido a sobrevivir incluso en entornos tan adversos como la selva amazónica, los desiertos de Oriente Medio o el Ártico.
Durante 4.000 años, los kazajos de Kazajistán han hecho volar sus águilas como estrategia de caza, y aún hoy lo hacen para preservar su identidad. En Kirguistán, el alma nómada es una parte tan esencial de la cultura kirguiz que la yurta —la tienda en la que habitan estos grupos viajeros— está representada en la bandera nacional e incluso familias sedentarias escogen esta construcción para velar a sus fallecidos.
Otros pueblos no tienen tanta visibilidad: son comunidades en aislamiento o no contactados, que en países como Brasil, Perú, Venezuela o Ecuador siguen viviendo fieles a unas costumbres muy similares a las de sus ancestros y en los mismos bosques tropicales y selvas que antes eran inaccesibles para otros grupos. Ahora, el avance de las sociedades sedentarias cerca sus territorios, limita su radio de movimiento y afecta a sus hábitats.
La flexibilidad es otro rasgo común de estos grupos, caracterizados por aprovechar oportunidades donde otras comunidades sólo encuentran dificultades. En Omán, hace décadas que los harasiis, al igual que otros grupos pastoralistas, se mueven en camiones. En ellos, cruzan con sus camellos y cabras la parte central del desierto (una zona inhóspita que por cientos de años sólo habitaron ellos) en busca de las precipitaciones que generan mejores pastos para alimentar y criar al ganado.
Esa capacidad de adaptación hace que estos grupos estén en constante cambio y, con ellos, las etiquetas que tratan de definirlos. La profesora de Antropología de la Universidad de Oxford y experta en Oriente Medio, Dawn Chatty, prefiere el adjetivo “móvil” a “nómada”: “Al empezar a usar camiones, algunos harasiis construyeron casas, que usan durante ciertos momentos del año. Las personas ancianas o los niños pueden quedarse en esas residencias para recibir educación”. Adaptar ciertos avances tecnológicos les ha permitido mantener su forma de vida y contradecir a los académicos y gobiernos que llevan décadas pronosticando su inmediata desaparición.
Alma itinerante
Estos pueblos móviles suelen optar por tres grandes grupos de actividades. Muchos, como los himbas de Namibia o los innu de Canadá, son cazadores-recolectores; otros optan por el pastoreo, como los beduinos que habitan en los desiertos de Arabia Saudí, Siria, Jordania, Irak e Israel, los peul (una comunidad de gran peso en la ...
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