EstadosUnidosTurquia
Los presidentes de Estados Unidos y Turquía, Donald Trump y Recep Tayyip Erdogan, durante la cumbre de la OTAN. (LUDOVIC MARIN/AFP/Getty Images)

Claves para entender cómo afecta la crisis entre Washington y Ankara al tablero geopolítico, qué nuevas alianzas podrían fraguarse y cuáles romperse.

Cuando la Alianza Atlántica no se ha recuperado de los ataques que el presidente estadounidense, Donald Trump, ha lanzado recientemente contra sus aliados en Bruselas, la crisis entre Estados Unidos y Turquía amenaza con desestabilizar a la OTAN, beneficiar a Rusia, poner a Europa en una situación difícil, impactar sobre la guerra en Siria, el conflicto kurdo y afectar al equilibrio de poder entre Turquía, Israel, Arabia Saudí e Irán.

El enfrentamiento entre Washington y Ankara tiene todos los ingredientes para convertirse en una grave crisis geopolítica, diplomática, comercial, financiera y religiosa. Como la compleja trama de una novela de espionaje, tiene dos líderes autoritarios compitiendo ante sus votantes, un desconocido pastor estadounidense apoyado por los poderosos evangélicos de Estados Unidos, un líder religioso de un masivo movimiento turco exiliado en ese país, la caída de la lira turca y competencias entre vendedores de armas rusos y estadounidenses. Y como telón de fondo la crisis de la OTAN, las ambiciones rusas en la región y la guerra en Siria.

Andrew Brunson es un pastor evangélico que llevaba 23 años predicando en la ciudad turca de Izmir. En julio de 2016 hubo una frustrada insurrección civil-militar contra el, crecientemente autoritario, presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Las represalias sobre funcionarios del Estado, militares y policías han sido muy duras. En la ola represiva, Brunson fue acusado de ser espía y miembro del Movimiento de Gülen, organización educativa islamista internacional liderada por Fethullah Gülen, exiliado en Estados Unidos. Esto podría llevarle a la cárcel durante 35 años.

El movimiento cristiano evangélico, diverso, fuertemente arraigado en la cultura de Estados Unidos y en su mayoría conservador, apoya a Donald Trump. Pese a su trayectoria de gran pecador, los principales líderes evangélicos le aprueban a cambio de que el presidente promueva la prohibición del aborto, nombre jueces conservadores en la Corte Suprema, combata el matrimonio homosexual y recorte los fondos para la educación liberal y reinstaure principios educativos religiosos.

Con motivo de la detención de Brunson algunos grupos evangélicos adoptaron su causa, movilizaron a sus bases, juntaron más de 600.000 firmas y lograron que Trump exigiese su liberación. Erdogan reaccionó negándose a la vez que acusó a Estados Unidos de no entregar a Gülen. La apuesta de Erdogan era intercambiar a Brunson por este último.

Pero la respuesta de Trump vino por el flanco en el que se está moviendo desde hace meses: las tarifas comerciales. Hace pocos días anunció que doblaba los aranceles para importaciones de hierro y aluminio turcos. Esto aceleró la desconfianza de los inversores financieros internacionales en ese país y otros emergentes como Brasil e India. En cuatro días la lira turca, que venía en caída libre desde principios de 2018, se devaluó en un 20%. En la esfera internacional, los inversores financieros movieron fondos de países del sur hacia lo que consideran mercados más seguros, como Estados Unidos y Europa.

 

La crisis financiera

Erdogan acusa a Trump de tener dos caras: aliado en la OTAN y en la guerra de Afganistán (en la que ambos países colaboran) pero, a la vez, un enemigo que apuñala por la espalda. La crisis financiera es, desde su punto de vista, una conspiración liderada por EE UU.

Sin duda la imposición de altas tarifas aduaneras tendrá serias consecuencias para Turquía, pero sus orígenes son previos a esta confrontación. El Gobierno de Erdogan ha impulsado el gasto público a costa de un fuerte endeudamiento del Estado a la vez que ha fomentado el consumo con créditos fáciles. Esto ha producido un crecimiento, en gran medida, ficticio y un grave aumento de la inflación.

Liraturca
Oficinas de cambio de divisas en Estambul muestran la caída de la lira en mayo 2018. (Chris McGrath/Getty Images)

Para Europa esta confrontación y la crisis económica del país (que podría producir más inmigrantes que utilizarían la reunificación familiar para entrar especialmente en Alemania) es alarmante.

La Unión Europea es el principal importador de productos turcos y el principal exportador hacia ese país. Ankara y Bruselas, además, han tenido complejas relaciones debido a la frustrada solicitud de Turquía de ingresar en la UE. Por otra parte, hace dos años la Unión logró reducir mediante un acuerdo con Ankara el flujo migratorio de Oriente Medio, Afganistán e Irak que llegaba desde Turquía.

Pero este es un acuerdo frágil, que puede romperse si el clima antiestadounidense alentado por Erdogan se torna en una protesta antioccidental. Para Alemania es una cuestión particularmente delicada debido a la presencia de una población turca que oscila entre 5 y 7 millones según diferentes fuentes. Los gobiernos de Angela Merkel y Theresa May están intentando mantener relaciones cordiales con el de Erdogan, pese a las violaciones de los derechos humanos de este último.

 

Intereses crecientemente encontrados

La relación entre Turquía y Estados Unidos fue siempre un pacto de intereses antes que una visión común. Después de la Segunda Guerra Mundial, Turquía se orientó hacia Occidente para defenderse de un posible control ruso (los imperios otomano y ruso estuvieron en guerra entre los siglos XVI al XX). Para Washington, Ankara fue parte de la red de países que integró para cercar a la antigua URSS. Su lugar en el mapa le da un peso geopolítico único como puente entre Oriente Medio, Asia Central y Europa, con salida al Mar Mediterráneo y el Mar Negro.

Pese a que Turquía ingresó en la OTAN en 1952 y se establecieron estrechos vínculos entre las fuerzas armadas de ese país y de Estados Unidos, hubo serios incidentes. En 1962 el Gobierno de John Kennedy accedió a retirar sus misiles nucleares de Turquía como parte del acuerdo con los soviéticos para que desmantelara sus misiles nucleares de Cuba. Esto resultó muy ofensivo para Ankara.

En 1973 Washington impuso sanciones a Ankara por la invasión de Chipre y en 2003 Turquía no permitió usar su territorio a soldados de Estados Unidos ni sus bases aéreas para atacar al régimen de Sadam Husein en Irak.

EL conflicto israelí-palestino también les ha distanciado. Mientras que Estados Unidos apoya incondicionalmente a Israel, Turquía ha organizado operaciones de ayuda a la Franja de Gaza y ha roto durante algunos períodos las relaciones diplomáticas (pero ha mantenido de forma activa las económicas) con Israel, acusando a Washington también de destruir toda esperanza de paz al haber trasladado su embajada de Tel Aviv a Jerusalén.

YPG
Combatientes kurdos del YPG apoyado por Estados Unidos en Kobane. (Ahmet Sik/Getty Images)

Más reciente, Estados Unidos ha combatido a Daesh y a Bashar al Assad, apoyando a las milicias kurdas que operan en Siria (denominadas Unidades de Protección Popular, YPG en sus siglas kurdas). Para el Gobierno turco, esta alianza fortalece a la minoría kurda que habita en Turquía y que podría unirse o apoyar a sus hermanos kurdos de Siria y declararse independientes.

Informaciones recientes indican que el Gobierno turco estaría formando una fuerza no oficial antikurda que ocuparía la frontera entre Turquía y Siria para contener y dividir a los kurdos.

 

Mirando hacia Moscú y Teherán

Por otro lado, el Gobierno turco ha permitido durante los últimos seis años que miles de yihadistas turcos, europeos y de otras partes del mundo cruzaran por sus fronteras para unirse a grupos armados en Siria y al Estado Islámico. Aunque Erdogan y el presidente Barack Obama (y ahora Trump) coincidían en su interés en derrocar a Bashar al Assad, estos otros temas los han distanciado.

De forma paralela, Erdogan ha pasado de una política de enfrentamiento con Rusia a estrechar los vínculos comerciales, energéticos, diplomáticos y militares. Pero persisten serias diferencias, en especial acerca del presidente sirio Bashar al Assad, defendido por Rusia. Sin embargo, los problemas con Estados Unidos también les han unido. Ankara autorizó en enero 2018 a Moscú a usar su territorio para combatir a los kurdos de la YPG en Siria y esto agudizó el resentimiento de la Casa Blanca.

Otra pieza geopolítica es que Ankara (al igual que China) ha indicado que no acepta las sanciones que Estados Unidos ha impuesto a Irán. Trump acusa a este país (en contra de los argumentos europeos y de la Agencia Internacional de la Energía Atómica) de violar el acuerdo sobre su programa nuclear. Según el plan de sanciones de la Casa Blanca, a partir de noviembre de 2018 ningún país podrá comerciar con Irán ni comprarle bienes. Pero Turquía se abastece de petróleo iraní y piensa seguir adquiriéndolo.

Esta posición turca ha agravado sus relaciones con Arabia Saudí que está formando con Israel, Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos y Egipto una alianza antiraní, combatiendo a Teherán en Siria, Yemen y Líbano. Arabia Saudí desaprueba, además, que el Gobierno de Erdogan haya roto el bloqueo que Riad impuso hace dos años a Qatar.

Irán y Turquía también han desarrollado una larga y, en general, pacífica relación, pero la pertenencia del segundo país a la OTAN ha causado problemas, en concreto debido a la instalación de misiles de Estados Unidos en su territorio, algo que Teherán considera militarmente ofensivo.

Al igual, ambos países tienen diferencias hacia el Gobierno de Bashar al Assad en Siria. Mientras que Turquía ha colaborado en los últimos años para derribarlo (tras haber sido aliados cercanos), Irán tiene desplegadas milicias y asesores militares que combaten junto a efectivos rusos, sirios y de la guerrilla libanesa de Hezbolá para defender al régimen en Damasco.

 

De cero conflictos a guerras en varios flancos

Desde 2003 Ankara se ha caracterizado por jugar diversas cartas, tratando de obtener ventajas en todas sus relaciones internacionales, en un movimiento que algunos observadores consideran un intento de revivir la influencia que tuvo durante el Imperio otomano y de situarse en el centro de un renacimiento del islamismo suní. Desde 2009 Turquía lanzó la política de conflicto cero con sus vecinos, orientada a situarse como un país amigo de todos y, a la vez, eventual mediador en conflictos en Oriente Medio y Asia Central.

La diplomacia turca intentó varias iniciativas, en general fallidas, de mediación y trató de extender su influencia a zonas complejas como Somalia o resolver cuestiones tan difíciles como promover un acuerdo entre Estados Unidos e Irán sobre el programa nuclear.

Trató también de ser parte de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), una iniciativa que perdió peso debido a falta de coherencia en las políticas exteriores de estos países, la competencia entre India y China, las crisis internas de Brasil y Suráfrica y las implicaciones de Turquía y Rusia en el conflicto sirio, entre otros factores.

La buena relación que mantenía con Siria se alteró cuando en 2011 comenzaron las protestas en ese país. El Gobierno de Erdogan intentó que Bashar al Assad realizara una serie de reformas, pero este contestó con una fuerte represión. Erdogan aprovechó entonces la oportunidad de ayudar a derrocar rápidamente a Bashar, perteneciente a una rama del islam chií. Rompió las relaciones y comenzó a apoyar a grupos armados sirios suníes, sin contar con que Rusia entraría en esa guerra.

 

La crisis de la OTAN

El enfrentamiento con Turquía tiene serios costes geopolíticos para Washington y sus aliados europeos. Desde la base turca de Incirlik operan parte de las misiones contra las fuerzas de Daesh en Irak y Siria. (Pese a que Washington anunció que el Estado Islámico estaba derrotado, un informe de Naciones Unidas indicó esta semana que la organización cuenta con alrededor de 30.000 efectivos en armas). Esta base también alberga un arsenal de bombas nucleares B61, que sirven como elementos disuasorios en Europa y Oriente Medio.

El Gobierno de Erdogan estaba negociando la compra de cazabombarderos F-35 fabricados en Estados Unidos. Pero, a la vez, ha firmado un acuerdo para adquirir misiles rusos tierra-aire S-400, algo que la Alianza Atlántica considera un agravio. Debido a la disputa sobre el pastor evangélico y el líder del Movimiento Gülen, Trump ha bloqueado la venta de los cazas y ha aumentando los aranceles sobre las importaciones turcas. Erdogan ha respondido indicando que estas medidas le pueden llevar a buscar otros aliados, una clara indicación sobre Rusia y China.

La OTAN se encuentra, por lo tanto, en la paradójica situación de que dos de sus miembros se encuentran seriamente enfrentados. Uno de ellos, además, ataca a los europeos, mientras el otro amenaza con aliarse más estrechamente con Rusia y China, países con los que Estados Unidos tiene crecientes disputas. A la vez, tanto Moscú como Pekín están estrechando sus vínculos con Europa. Para esta última, alinearse con el Gobierno estadounidense sería una respuesta natural, pero Trump ha llamado “delincuentes” a los aliados, y Turquía es un vecino inestable y demográficamente gigante, con el que es mejor llevarse bien.

Algunos observadores consideran que esta historia debe empezar a arreglarse donde empezó, con Erdogan liberando al predicador evangélico y Trump declarando que ha ganado la batalla y levantando los impuestos a las importaciones. Dos pasos posiblemente difíciles para líderes profundamente autoritarios.