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Un grupo de personas con banderas de Turquía y fotos de Erdogan en Estambul, días antes las elecciones en el país. (Chris McGrath/Getty Images)

Erdogan tiene ya el poder absoluto que anhelaba tras las pasadas elecciones en Turquía. Ahora se abren muchas incógnitas para determinar cuáles van a ser las siguientes acciones del presidente.

Al Partido Republicano del Pueblo (CHP) le costó asimilarlo. Decía durante toda la tarde del domingo que no había que confiar en la agencia de noticias semipública Anadolu y que el recuento paralelo de la plataforma Adil Seçim arrojaba otros datos electorales más igualados. A medianoche, cuando los islamistas celebraban el triunfo, el kemalismo comenzó a aceptar una amarga realidad: la victoria de Recep Tayyip Erdogan en las elecciones al Parlamento y la Presidencia de Turquía. Un triunfo muy suyo: contradiciendo a las encuestas y refrendando su conocimiento de los sentimientos más primitivos que mueven a la sociedad turca. Así, la apuesta nacionalista que comenzó con la derrota electoral en junio de 2015 no solo le ha ayudado a ganar elecciones, sino que además le permite estar en el poder hasta 2023. Ese año, en el que se celebra el centenario de la República, comenzará su Nueva Turquía, un proyecto político que reflejará el ascenso público de esa sociedad piadosa que durante décadas fue relegada al segundo plano social por el antiguo orden kemalista. Además lo hará con su sistema presidencialista, que carece de contrapesos efectivos para contrarrestar su desmesurado poder.

La alianza entre el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) y el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) ha perdido un 8% de apoyo desde la reválida electoral de noviembre de 2015. Sin embargo, ha obtenido el respaldo justo para sacar adelante su proyecto político. El domingo, esta alianza sumó el 53,6% en el Parlamento y el 52,5% en la Presidencia. En regiones de la profunda Anatolia, el feudo del erdoganismo, se dejaron un apoyo que refleja el desgaste de 16 años en el poder. Destaca el 13% de Elazig, una ciudad de la región de Anatolia Oriental. Pese a ello, esta alianza mantuvo los votos suficientes en el resto del país, mejorando el resultado del pasado referéndum y, además, con muchas menos irregularidades. Resultado: el AKP obtuvo un 42,5% de votos (295 escaños, a 6 de la mayoría) en el Parlamento.

Esta vez Erdogan sorprendió con la actuación del MHP. El grupo dirigido por Devlet Bahçeli obtuvo un increíble 11,1% (48 diputados): se dejó menos de un punto electoral con respecto a 2015. Las cuentas difícilmente salen, por lo que el AKP podría haber ejercido el voto útil para fortalecer en público a su aliado. Las encuestas aventuraban al MHP un apoyo cercano al 7% por el empuje de la panturca Meral Aksener, líder del Partido Bueno (IYI), una escisión del MHP. Al final Aksener rozó el 10% en el Parlamento (estará en el Parlamento porque forma parte de la alianza opositora), dos puntos y medio más que en la Presidencia, un resultado que no cumplió con las expectativas necesarias para derrotar a Erdogan: Aksener probablemente robó ese 4% al MHP, pero necesitaba al menos atraer uno o dos punto más. Lo mismo le ocurrió al islamista Partido de la Felicidad (SP), que subieron tan poquito en cada región que al final consiguieron el 1,4% en el Parlamento, medio punto menos de lo esperado en las encuestas.

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Un hombre lee un periódico en Estambul con los resultados de las elecciones en Turquía que dan la victoria a Erdogan. (Yasin Akgul/AFP/Getty Images)

Un caso contrario al del prokurdo Partido Democrático del Pueblo (HDP), que conquistó en el Parlamento un 11,7% más de lo esperado. Pero no fue un éxito rotundo como en anteriores elecciones. Ni mucho menos. En Kurdistán se dejaron votos en todas las regiones, confirmando la tendencia del pasado referéndum: un 5% en Diyarbakir y más de un 10% en las regiones de Hakkari y Sirnak, los principales feudos del PKK y en los que el AKP consiguió diputados, en parte por el apoyo de las fuerzas de seguridad allí desplegadas. Así, el resultado del HDP se debe al voto útil del kemalismo en regiones como Antalya, Mersin o Tunceli, que garantizó que sobrepasaran el corte electoral en el Parlamento. Una relación que el erdoganismo no desaprovechó para comenzar sus críticas. Durante la madrugada del domingo, Ahmet Kasim Han, profesor de la Universidad Kadir Has, interpretaba esta alianza en la publicación Habertürk como incorrecta bajo los estándares democráticos.

Esta presión social, en un momento de auge nacionalista, es la que afrontará el CHP y todos los que quieran acercarse a los kurdos, demonizados desde la ruptura del proceso de diálogo con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en julio de 2015. Pero el CHP, que obtuvo en la Presidencia un 30%, 8 puntos más que en Parlamento, parece decidido a cooperar con cada voz contraria a Erdogan. La cuestión que ahora afronta el kemalismo es más bien de liderazgo. En la televisión turca ya se rumorea con que el candidato Muharrem Ince se convertirá en el líder del partido, desbancado a Kemal Kiliçdaroglu, una figura dialogante pero sin carisma político. Es posible que ocurra porque durante la campaña Ince se ha mostrado como una voz realmente incómoda para Erdogan.

Elecciones locales

El triunfo de Erdogan es hoy una realidad porque sus adversarios no tuvieron la participación perfecta que necesitaban. El presidente mantuvo un apoyo mínimo con respecto a sus contrincantes para alzarse con la victoria: un 3%, cifra que coincide con la de nuevos votantes. Ahora, mirando al futuro, lo más probable es que el presidente comience la legislatura de una forma conciliadora. Eso no significa que acepte las críticas, pero sí que será más selectivo a la hora de reprimir. Al menos así podría ser hasta marzo de 2019, cuando se celebran unas elecciones locales en las que el AKP podría perder las grandes ciudades del país, como ocurrió en el pasado referéndum. El domingo, en cambio, las recuperaron, aunque por un ajustado margen. Estos comicios locales serán además una prueba de fuego para mostrar hasta qué punto la unidad opositora podrá continuar durante la legislatura. Los partidos IYI y CHP, que comparten seguidores en el oeste de Anatolia, podrían enzarzarse en disputas políticas para obtener las alcaldías. Entonces podrían abrirse fisuras que Erdogan intentará aprovechar para minar a la oposición de cara a 2023.

Además de continuar con sus triunfos electorales, el presidente tiene que tomar medidas en el ámbito económico. La situación de Turquía es delicada: se crece al 7,4%, pero la inflación se sitúa en el 12% y la lira turca ha perdido más de un 20% de su valor con respecto al dólar en 2018. Para contener esta tendencia, el Gobierno tendrá que comenzar a implementar una política económica ortodoxa. Eso puede llevar a una subida de los tipos de interés del Banco Central que afecte a la liquidez de los anatolios. Dependerá de Erdogan, quien reconoció en Bloomberg que seguiría condicionando con sus poderes ejecutivos la independencia del Banco Central.

Kurdistán

Para la estabilidad en Turquía, el Gobierno también tendrá que decidir su estrategia en el conflicto con el PKK. ¿Una guerra total o una nueva mesa de negociación? Esa es la duda que resolverá Erdogan en esta legislatura. Por el momento continuará la política bélica contra los kurdos, sobre todo tras el gran resultado del MHP, adalid del negacionismo de los derechos básicos de kurdos y otras minorías. Pero a largo plazo esta estrategia podría cambiar si Erdogan comprende que los kurdos le traerán mayores beneficios electorales de cara a los comicios de 2023.

Pero ahora mismo el Gobierno turco está llevando a cabo una importante ofensiva en el sureste de Anatolia. La presencia de fuerzas de seguridad está limitando los movimientos del PKK, que ha movilizado a parte de sus militantes a los conflictos en Irak y Siria. En esta guerra asimétrica, el Estado parece decidido a eliminar parte de la presencia pseudoestatal del PKK en Turquía. Para ello ha aumentado la presencia policial e intenta cortar las rutas por las que los militantes entran en Anatolia. Esa parece la misión principal de Ankara en Qandil, el feudo del PKK en Irak y en donde las fuerzas de seguridad turcas están llevando a cabo operaciones militares. Aún no son a gran escala, para lo que necesitaría los permisos de Teherán y Bagdad, pero desde luego Bahçeli no se contendrá a la hora de pedir más mano dura contra el PKK. Otra cosa es que lo vaya a aceptar Erdogan, que tendrá que adaptar su política en Kurdistán en función de los avances en Siria e Irak.

Pero, ¿hasta qué punto condicionará Bahçeli a Erdogan? Se dice que el líder panturco marcará ahora la agenda del presidente. Los islamistas necesitan seis diputados para la mayoría parlamentaria. El MHP tiene 48. Sin embargo, el sistema de Erdogan convierte al presidente en jefe de Estado y de Gobierno y elimina la figura del primer ministro. Puede gobernar a través de decretos que el Parlamento podría rechazar con una mayoría simple. Pese a ello, 12 de los 15 jueces del Tribunal Constitucional, encargado de juzgar los desacuerdos entre el Parlamento y la Presidencia, los elige el presidente. Por eso todo indica que Erdogan, que controla las parcelas vitales de Turquía, puede continuar con su agenda sin estar obligado a atender a las presiones opositoras o a las de un aliado coyuntural como Bahçeli.

Erdogan, un reputado estratega político, ha demostrado durante estos 16 años en el poder que es capaz de cambiar de aires de forma radical. En las elecciones de 2011 llamaba “endemoniado” al tipo de nacionalismo que pregona el MHP. Hoy, en cambio, lo considera indispensable para afrontar los múltiples retos que condicionan la estabilidad de Turquía. Una vez legitimado su poder de facto, toca demostrar las virtudes de este sistema presidencialista que, según Erdogan, reforzará al Estado.