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Un cartel en Estambul muestra al presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y al fundador Mustafa Kemal Ataturk antes de las elecciones de junio de 2018. (Ozan Kose/AFP/Getty Images)

La oposición busca derrotar en las próximas elecciones al presidente Erdogan en Turquía tras 16 años en el poder y, por primera vez, éste no está tan seguro de salir vencedor, a pesar de que la estrategia opositora no funcionará si los kurdos no entran en el Parlamento. 

Turquía ha afrontado cinco interesantes plebiscitos desde 2014 y el sexto, el que abre la sublime puerta a la Nueva Turquía de Recep Tayyip Erdogan, no podía ser menos: el presidente, quien tal vez tema a los actores financieros y no a la oposición, de nuevo puede ser derrotado. La delicada situación económica, que todo indica empeorará aún más, es la razón socialmente aceptada para justificar estos anticipadísimos comicios, que coinciden además con una ola de fervor nacionalista tras la exitosa campaña contra los kurdos en Siria. Es decir, es el mejor momento para el presidente. Sin embargo, esta ola de ilusión contradice las denuncias de medios de comunicación, políticos y organizaciones de derechos humanos que, desde la fallida asonada de 2016, han descrito al presidente como “autoritario”. Además, tras la purga de 150.000 personas Erdogan controla las parcelas fundamentales del país: justicia, seguridad y educación. Hay incontables noticias que lo testifican. Entonces, teniendo en cuenta estas dos realidades, ¿es posible su derrota en las elecciones presidencialistas y/o parlamentarias del próximo 24 de junio?

Empecemos por quienes apuestan que Erdogan no perderá los comicios, para los que esta euforia es parte de un teatro electoral. En el último mes lo han asegurado varios analistas. Uno fue Howard Eissenstat en el Washington Post. Recogía el concepto “autoritarismo electoral”. Se resume así: el autócrata, recurriendo a un pucherazo electoral si fuera necesario, intentará mostrar que el país es una democracia y sus líderes representan la voluntad popular. Sin embargo, el resultado final es siempre la victoria del autócrata, que se sirve en el camino de medidas antidemocráticas, como son polémicas leyes, en un marco de supuestas instituciones independientes que, como fachada, suponen un contrapeso al poder. Hay demasiados casos en el mundo: Azerbaiyán, Egipto… y Turquía, donde la sociedad no aceptaría un pucherazo tan irreal como en Egipto. Así, esos resultados ajustados, como predicen las encuestas, reflejan la polarización social y siguen la línea del referéndum de 2017, en el que Erdogan obtuvo un 51,4% con la aceptación de dos millones de votos sin sello por parte del Consejo Electoral Superior.

Tras las irregularidades, la oposición se planteó salir a la calle, o al menos eso sugirió el ala de izquierda del kemalista Partido Republicano del Pueblo (CHP). Había indignación en la sociedad. Pero también miedo: no sólo a Erdogan, sino a la volátil coyuntura de Oriente Medio. Kemal Kiliçdaroglu, el líder kemalista, visto como un mal político y una figura dialogante, eligió una marcha por la justicia y recordar la crítica situación en el Parlamento. Pero nada cambió: nuevas medidas antidemocráticas fueron impuestas y no se presenció ningún levantamiento popular, puede que el gran temor de Erdogan.

La sociedad, intranquila, temerosa, es consciente del desmesurado poder del presidente, decidido a mantenerse en el poder hasta 2023, fecha del centenario de la República, como viene demostrando desde que perdió la mayoría absoluta parlamentaria en junio de 2015. Un año más tarde, el 20 de julio de 2016, el día que a ojos de la oposición se consumó el verdadero golpe de Estado, Turquía declaró el estado de emergencia que aún está en vigor. Desde entonces, no existe libertad de asociación y las voces críticas están siendo encarceladas. En paralelo a una purga que ha afectado a todos los estratos sociales y a demasiadas personas, las medidas adoptadas por el Ejecutivo, como son una desigual campaña electoral, los ataques contra la oposición y la introducción de polémicas leyes, son impropias de una democracia madura. En esta línea, tras la reciente reforma en la ley electoral, en los comicios se aceptan votos sin sello, permite el traslado de urnas por motivos de seguridad y autoriza el despliegue de fuerzas de seguridad. Esto afectará sobre todo al Kurdistán. Pero ya sea porque no percibe tal autoritarismo o por temor, la sociedad no ha podido detener a Erdogan, cuyo poder no ha dejado de incrementar desde hace 16 años. Con la fallida asonada además recubrió su exitosa carrera política con la heroica propia de los grandes líderes. Un camino que intenta emular al de Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la República.

 La oposición, ilusionada

Este modo autoritario de Erdogan comenzó a ser evidente en diciembre de 2013, cuando fiscales gülenistas destaparon una trama de corrupción en el seno del Partido Justicia y Desarrollo (AKP). Desde entonces, certificando el giro reflejado en las protestas de Gezi, no es el mismo líder. Está nervioso. Todos son enemigos que quieren destruir su legado. Parece que se protege. Se vuelve intolerante con las voces críticas. Encarcela a la mayoría. Pero no es más que un reflejo de su miedo. Además está la economía, que tanto rumor de crisis inquieta a la sociedad. Todos saben dos cosas de este mundillo: el cambio con el dólar y la inflación. Ambas van mal. Por eso los comicios tienen que ser inminentes. Por lo tanto, Erdogan no es invencible: por eso perdió en las elecciones del 7 de junio de 2015, los castrenses lo intentaron derrocar el 15 de julio de 2016 y todas las grandes ciudades dijeron “no” a su reforma constitucional en el referéndum de 2017.

“La politizada sociedad está polarizada entre quienes aman y odian a Erdogan. Es cierto que Erdogan controla medios y Justicia, que es poderoso y usará todos sus instrumentos para ganar, pero no tiene asegurada la victoria. No somos Siria o Egipto, y en estas elecciones la economía y las injusticias sufridas por la gente van a tener un reflejo en el resultado. Todo el mundo se queja de las detenciones, la purga y la economía. Esta situación no estaba en 2015”, considera Ahmet Faruk Ünsal, diputado del AKP durante la primera legislatura y hoy voz opositora.

Rusen Çakir, reputado analista, aseguró en Medyascope que no ha visto a Erdogan tan nervioso en los últimos 20 años. Pone ejemplos: el estado de emergencia, la alianza con el panturco Partido del Movimiento Nacionalista (MHP)… Mehmet Sayin, líder del CHP en la provincia de Diyarbakir, aprecia también esa inseguridad: “No obtendrá la victoria. El AKP controla en solitario el país desde hace casi 17 años. Siempre decía que las coaliciones han sido malas para Turquía y la economía, pero ahora va incluso con un pequeño partido como el BBP (islamista y panturco), que no llega al 1%. Eso significa que no encuentra el 50%. Antes valía con un 40% -por el sistema parlamentario-, pero ahora no”.

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El candidato del CHP a las elecciones presidenciales, Muharrem Ince, en un mitin en Corum. (Adem Altan/AFP/Getty Images)

Es precisamente el kemalismo quien, en apariencia, dirige a la oposición. Su líder es Kemal Kiliçdaroglu, pero quien opta a la presidencia es Muharrem Ince, más interesante para el público conservador por no ser de credo aleví. Es una buena elección que ha sabido acercarse a los kurdos en los términos que requiere la lucha contra Erdogan. Porque los kurdos, fuera de la alianza opositora, son de nuevo cruciales. Así, buscando su apoyo en la segunda ronda, Ince ha pedido la liberación de Selahattin Demirtas -antiguo líder del HDP que es el candidato a la presidencia pese a permanecer encarcelado desde noviembre de 2016 por, supuestamente, apoyar el “terrorismo”- y le ha visitado en prisión. En cuanto al proceso de diálogo ha repetido que se tiene que resolver en el Parlamento y con sinceridad. Esa ambigüedad ha pasado por alto la descentralización, que es la vía para resolver el conflicto con el PKK y la demanda que incluye el HDP en su programa electoral.

Cengiz Günes, autor del libro The Kurdish National Movement in Turkey: From Protest to Resistance, cree que “la estrategia opositora no funcionará si los kurdos no entran en el Parlamento”. “El CHP tiene que encargarse de ello. Si no, en la segunda ronda presidencialista los kurdos no votarán. Ven en esos opositores a los culpables del daño sufrido en el Kurdistán y no basta con Erdogan. Hacen falta soluciones”. Ünsal, por su parte, cree que Erdogan es razón suficiente: “Fue un error no incluir a los kurdos en la alianza. Era lo que buscaba Erdogan: ahora puede demonizar al HDP cuando quiera, dividiendo en dos a la oposición, y también cuando quiera piensa que puede comprar al HDP con sobornos políticos -como puede ser un nuevo proceso de paz o promesas autonómicas-. Es la mejor situación posible para que despliegue su juego. Pero los kurdos cometerían un error si no van a votar en la segunda ronda: significaría regalar la victoria a Erdogan, que ha destruido las ciudades kurdas aquí y llevado la guerra contra ellos a Afrin, Siria y el Kurdistán iraquí”.

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Una mujer kurda en un mitin del HDP en Estambul, Turquía. (Yasin Akgul/AFP/Getty Images)

Los kurdos, para quienes el sistema presidencialista es un obstáculo para lograr sus demandas, puesto que un prokurdo nunca será presidente si se mantiene el actual componente ideológico de la sociedad, parece que lograrán entre un 9 y un 11% de apoyo. Un éxito. Sobre todo porque su resultado está enmarcado dentro una campaña de demonización social. Pero de no llegar al 10% del corte electoral parlamentario, todos sus diputados en el Kurdistán irían a la segunda fuerza en la región, que es el AKP. De esta forma los islamistas obtendrían todos los escaños de la región y prácticamente se asegurarían la mayoría parlamentaria. Entonces, según Ünsal, que habla del efecto de subirse al caballo ganador, Erdogan tendría casi asegurada su victoria en la posible segunda ronda de las presidenciales. El caso opuesto, en el que los kurdos pasan el corte electoral y el AKP pierde su mayoría parlamentaria, es el deseado por la oposición, que aunque haya respondido de forma correcta con los kurdos dentro de los límites que permite la coyuntura no entusiasma en el Kurdistán. “La falta de liderazgo del CHP es una de las principales razones del éxito del AKP. Un ejemplo ha sido el levantamiento de la inmunidad de nuestros diputados. Otro es su apoyo a la guerra contra los kurdos en Siria e Irak. Pero el problema no es Erdogan o el AKP, sino el sistema: en los 80 se llamaba -el golpista- Kenan Evren, en los 90 Tansu Çiller y ahora Recep Tayyip Erdogan. Puedes cambiar el nombre, pero el sistema no cambia”, explica Zeki Baran, líder del DBP-HDP en la provincia de Diyarbakir, quien lamenta los arrestos de miles de personas relacionadas con el movimiento kurdo, incluidos 9 diputados.

La coalición opositora cuenta con el CHP, el panturco IYI Parti, el islamista Saadet Partisi (SP) y el conservador Partido Demócrata. Las alianzas, incluida la de Erdogan, sirven para que pequeños partidos obtengan representación en el Parlamento. Su decisión de dejar fuera a los kurdos, que no casan con las ideas nacionalistas de IYI Parti, sigue la lógica del pronunciado viraje de Turquía hacia la derecha, en el que las minorías son tratadas con cautela. Es una visión histórica que se repite en los tiempos de crisis. Hoy es uno de ellos, y se enfatiza la conocida como Türk-Islam Sinztesi, una síntesis que se resume en que islam y turquicidad son dos componentes esenciales de la cultura nacional.

Dentro de esta coyuntura, la oposición ha asegurado que no cambiarán su discurso según la región, como hace Erdogan, y que recuperarán el sistema parlamentario, la democracia y la Justicia. SP, segunda opción de voto para los piadosos y partido heredero de Necmettin Erbakan, fallecido líder del islam político turco, buscará arrebatar votos a Erdogan en la profunda Anatolia recordando que las acciones del presidente no casan con las de un buen musulmán. Podría alcanzar hasta un 3%. Por su parte, Meral Aksener, la líder de IYI Parti, una escisión del MHP, intentará arrebatar más de la mitad del 12% de apoyo de su antigua formación y algo de Erdogan en el oeste de Anatolia. También de kemalistas, pese a que le ayudaron a concurrir en las elecciones. Y es que Aksener cree en sus posibilidades de liderazgo: se especula que fue ella quien evitó la candidatura conjunta del expresidente y antiguo AKP, Abdullah Gül. Aunque parte con desventaja respecto a Ince, cuyo apoyo rondaría el 25% y es mejor visto por los kurdos, la panturca podría llegar al 20%. Pero no es seguro porque las encuestas no se deciden con ella, aunque su rol será también esencial: si Aksener baja del 10%, Erdogan ganaría en la primera ronda si el CHP no obtiene un gran resultado; si alcanza el 15% sería posible una segunda ronda si los otros partidos cumplen sus expectativas y superar el 20%, que significaría que roba demasiado al kemalismo, acercaría mucho una segunda ronda y puede que hasta el cetro del liderazgo opositor.

Erdogan, por su parte, ha encontrado un regalo electoral en la crisis en Gaza, que le permite recordar que él defiende a los musulmanes del mundo, mientras que la oposición, sobre todo la kemalista, nunca lo ha hecho. Además, aireará la incongruencia que se eleva en las heterogéneas ideas de la oposición. Una lucha en la que la primera ronda podría desencadenar el efecto del caballo ganador en la segunda si todos los opositores obtienen un muy buen resultado en sus zonas de influencia: unos en el oeste, otros en la profunda Anatolia y los últimos en el Kurdistán. Es, al menos, la esperanza de una oposición que busca derrocar a un líder autoritario que tras 16 años en el poder obtiene casi uno de cada dos votos anatolios.