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Iceberg cerca de Ilulissat, Groenlandia. (Ulrik Pedersen/NurPhoto via Getty Images)

La extensión de hielo del Ártico se ha reducido en un 40% durante las últimas tres décadas según la NASA. Y decenas de empresas y Estados quieren aprovechar una oportunidad de negocio con graves repercusiones ecológicas.

La región del Ártico, aproximadamente el 8% de la superficie terrestre, se está calentando casi dos veces más rápido que el resto del planeta. Y la consecuencia más directa es que, en muchas localizaciones, ahora hay agua marina semicongelada, potenciales vías de navegación para grandes buques y áreas pesqueras donde antes solo existía un desierto helado.

Todo ello anticipa la floración de oportunidades de negocio milmillonarias. Algo que no ha pasado desapercibido para las grandes potencias, que ya han empezado a tomar posiciones. En marzo, el Pentágono publicó su nueva estrategia en la zona y la tituló, para que nadie se confundiera, Regaining Arctic Dominance. En el mismo mes, China concretó unos planes para los próximos cuatro años con los que espera crear una Ruta de la Seda polar y convertirse así en una potencia regional de primer orden. Por fin, en mayo, Rusia se llevó de visita a un equipo de la BBC a su base militar en el Ártico y allí los soldados les aclararon a los periodistas que tenían preparados los misiles “para destruir barcos enemigos” y que eran “efectivos”.

¿Pero cuáles son las oportunidades económicas que han despertado el hambre de los países más poderosos del mundo? Según un informe de la aseguradora Lloyd’s y el instituto Chatham House, el Ártico podría atraer una inversión estimada de 100.000 millones de dólares, que se canalizaría, sobre todo, hacia la extracción de petróleo, gas y recursos minerales, el transporte marítimo y la pesca.

 

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Vista de NOVATEK-Murmansk LNG Construction Center, en el pueblo de Belokamenka en la región de Murmansk, Rusia. (Lev Fedoseyev\TASS via Getty Images)

Petróleo, gas y recursos minerales

Según el US Geological Survey, el Ártico alberga aproximadamente una cuarta parte de las reservas de hidrocarburos no descubiertos de la Tierra: el 13% del petróleo, el 30% de su gas natural y el 20% de sus líquidos de gas natural. Los expertos proyectan que la gran mayoría de estos hidrocarburos, el 84%, se encuentra en lo que será alta mar gracias al deshielo.

El proceso de transición ecológica, que reduce el atractivo de los combustibles fósiles a largo plazo, los precios históricamente bajos de los hidrocarburos, las dificultades y los elevadísimos costes de extraer gas y petróleo en condiciones extremas y la controversia aparejada al impacto medioambiental de los proyectos de las empresas energéticas en el Ártico, entre otros, han hecho que muchas de ellas se lo piensen dos veces antes de lanzarse a la aventura.

En enero, y a pesar de la insistencia previa de Donald Trump, ExxonMobil, Shell y BP no mostraron ningún entusiasmo en la puja por los derechos de extracción en un parque natural de Alaska, donde se estima que se podrían extraer 11.000 millones de barriles de petróleo.

Las minas del Ártico ya producen enormes cantidades de minerales, pero se espera que lo hagan aún más gracias al deshielo. Como recuerda el experto Scott Borgerson en Foreign Affairs, la región ya aporta el 40% del paladio del mundo, el 20% de sus diamantes, el 15% del platino, el 11% del cobalto, el 10% del níquel, el 9% del tungsteno y el 8% del zinc. Alaska y Groenlandia cuentan con amplias reservas de minerales raros que apenas se han empezado a explotar.

La potencia mejor posicionada para la producción de combustibles fósiles es Rusia, porque más de la mitad de los campos de petróleo y gas de la zona se encuentran en su área directa de influencia. Putin prevé que el petróleo en el Ártico pase a representar una cuarta parte de la producción petrolífera rusa en 2035 aunque en 2007 no llegaba ni al 12%. El gigante corporativo al que todos temen en la región es Gazprom y los contendientes que intentan arrebatarle el trono son, sobre todo, ExxonMobil, ENI, Statoil o Shell.

Estados Unidos y la Unión Europea deberían estar bien posicionados a la hora de extraer riquezas minerales del subsuelo ártico. Y el motivo es que, por el momento, dos de las regiones con las reservas más prometedoras se encuentran en su territorio: Alaska (Estados Unidos) y Groenlandia (Dinamarca).

De todos modos, la reciente impopularidad de la extracción de minerales raros  (importantísimos para las tecnologías renovables) en Groenlandia y la considerable autonomía de sus autoridades frente a Dinamarca, pueden acabar reduciendo los beneficios que esperaban obtener los europeos con sus minas.

Sin ir más lejos, en mayo supimos que el nuevo gobierno de Groenlandia planea detener Kuannersuit, uno de los proyectos de extracción de minerales raros más grandes del mundo, por temor a que el uranio radiactivo, que también está presente en el depósito, pueda dañar el medio ambiente.

Según Político, la Unión Europea tiene la intención de que las empresas de sus países miembros expriman minas como Kuannersuit y así diluyan la dependencia del bloque comunitario hacia China, que produce el 85% de los minerales raros del planeta.

El valor del mercado mundial de los minerales raros podría despegar de 13.000 a casi 20.000 millones de dólares en 2026, lo que debería aumentar los incentivos para extraer aún más toneladas del Ártico. Esto último (y el posible incremento de la producción de hidrocarburos en la región), conllevaría estos tres grandes riesgos: primero, la devastación del subsuelo y la contaminación de ríos y acuíferos por culpa de las plantas de extracción; segundo, los posibles vertidos accidentales tanto en tierra como durante el transporte en alta mar y tercero, el agravamiento del calentamiento por las emisiones asociadas a la producción y consumo de combustibles fósiles.

 

Transporte marítimo

Si las dos posibles autopistas marítimas del Ártico, el Pasaje del Noroeste y la Ruta del Mar del Norte (NSR por sus siglas en inglés), fueran practicables, podrían reducir el tiempo de viaje entre Estados Unidos, Europa y Asia en un 40% y suponer con ello un ahorro brutal de combustible, tiempo y gasto logístico. El número de barcos que han atravesado las aguas de la región se disparó en un 25% desde 2013 hasta 2019 y prácticamente el 60% de los que lo hicieron en 2019 no eran pesqueros.

Por supuesto, el conflicto geopolítico está servido y la regulación es claramente insuficiente. Concretamente, como advierte la analista de la Universidad de Georgetown, Ashley Postler, la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar es muy imprecisa para los territorios cubiertos por el hielo (y más todavía cuando ahora hablamos de espacios en los que el este se está retirando). Además, las decisiones de la Comisión sobre los Límites de la Placa Continental se ven muy dificultadas, porque sus análisis técnicos apenas pueden llevarse a cabo en unas condiciones meteorológicas tan extremas.

En estas circunstancias, Rusia no solo asegura que las aguas de la NSR son suyas, sino que exige que los buques que las transiten se lo notifiquen a Moscú, que presenten una solicitud y que paguen una tasa de rompehielos. Al mismo tiempo, Estados Unidos y Canadá reclaman la soberanía parcial del Paso del Noroeste y la comunidad internacional considera que son aguas internacionales.

China, mientras tanto, se ha incorporado como miembro al influyente foro intergubernamental Consejo del Ártico, ha mostrado interés en instalar una estación exploratoria en Groenlandia, ha invertido en los Estados de la zona y ha dedicado miles de millones de euros a extraer hidrocarburos en la península de Yamal (Rusia). Pekín estima que el 15% de sus mercancías podría acabar atravesando las aguas de la región, algo que le permitiría depender menos de los cuellos de botella como los estrechos de Malaca y Ormuz, ambos en el Océano Índico.

Que China haga estos movimientos sin ser un país genuinamente ártico levanta ampollas y más todavía en el caso de Estados Unidos y Rusia, que temen que el tremendo músculo de la segunda potencia del planeta amenace sus intereses en una región donde ellos sí que son Estados ribereños.

Las empresas logísticas que más están apostando por el futuro de las vías marítimas transitables en el Ártico son la danesa MAERSK y la china COSCO. Los otros cuatro gigantes mundiales del sector (Hapag-Lloyd, MSC, Kuehne + Nagel y CMA CGM) han prometido que no utilizarán, por el momento, estas vías. Y lo han hecho por dos motivos: porque el deshielo no ha avanzado lo suficiente como para hacer practicables (y eficientes económicamente) las grandes autopistas del Ártico y porque quieren diferenciarse del resto demostrando un compromiso medioambiental mayor.

Existe un riesgo más que real de que, si el Ártico se convierte en un punto de tránsito crucial para las mercancías globales, sus aguas sufran un notable aumento de su contaminación, que eso destruya ecosistemas enteros y que se multipliquen las probabilidades de vertidos accidentales en alta mar.

 

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Pescador en el mar de Barents. (Lev Fedoseyev\TASS via Getty Images)

Pesca

Según algunas estimaciones, las capturas potenciales de especies de peces del Atlántico norte aumentarán entre un 20% y un 30% en las próximas tres décadas gracias, en parte, al deshielo.

Y lo que más les interesa a las empresas pesqueras no son tanto las especies más populares en la zona (bacalao polar, navaja, platija ártica…), que tienen escaso valor de mercado. De las autóctonas, su objetivo prioritario es el marisco. Por buenas razones. Alaska exporta más de 3.000 millones de dólares anuales en marisco y más de la mitad de las capturas comerciales de este de Estados Unidos provienen de allí.

De todos modos, las especies que más despiertan el apetito de los operadores pesqueros internacionales son las que pueden migrar, criar y multiplicarse en el espacio que se libere por el deshielo y aprovechando la abundancia de plancton y vegetación (con un lecho oceánico menos dañado) y la presencia de otros peces (las capelinas, por ejemplo) que les sirvan de alimento.

Y aquí los operadores tienen la mirada fija en los tipos de bacalao que solemos consumir y que, por ejemplo, ya han empezado a desplazarse dentro del propio Mar de Barents hacia la isla noruega de Spitsbergen. En segundo lugar, a nadie se le escapa que, si el deshielo hace que el Ártico se parezca cada vez más al sur de Alaska, entonces podrían multiplicarse allí las capturas de salmón del Pacífico, arenques, abadejos o fletanes.

Es pronto para estimar las consecuencias medioambientales de la pesca masiva, porque, para que ésta se produzca, todavía tiene que retirarse algo más el hielo y deben aumentar las migraciones y reproducción de los peces más codiciados. Cuando eso ocurra, tendrán mucho que decir las reformas y actualizaciones que introduzca Naciones Unidas en su Convención sobre el Derecho del Mar, en el Acuerdo sobre las Poblaciones de Peces o en el Acuerdo sobre Medidas del Estado Rector del Puerto (que se refiere a la pesca ilegal).

Lo que sí es evidente es que, si la explotación de los caladeros es tan abrumadora e intensiva como en otras latitudes en el pasado, las consecuencias para la fauna y la flora del Ártico serían devastadoras.