
Un repaso a los principales yacimientos de un mercado energético que, a las costosas instalaciones aguas adentro, añade la necesidad de trasladar el fluido por kilométricos gasoductos que atraviesan varios países. Es entonces cuando las finanzas se confunden con la geopolítica, siempre con el medio ambiente como espectador pasivo.
Como decíamos ayer, el fondo marino alberga reservas minerales de enormes dimensiones y es al mismo tiempo el hábitat más grande para la vida en la Tierra. Donde algunos ven esperanzados el negocio del siglo, otros contemplan temerosos una forma de suicidio colectivo. ‘Como decíamos ayer’, esa expresión lingüística atribuida primero a Fray Luis de León y que posteriormente repitió Miguel de Unamuno, ambos en las aulas de la Universidad de Salamanca, sirve para recordar “la nueva fiebre de la minería que se ha desatado en las profundidades oceánicas”, allí donde resulta que no solamente hay metales y tierras raras, sino también ingentes bolsas de gas natural listas (o no) para ser perforadas y explotadas.
Son muchos los países hipnotizados por la exploración y la explotación de unos yacimientos allende las costas y de características únicas. En esa orografía prolongada o sumergida bajo las aguas, con sus cordilleras y mesetas, con sus picos volcánicos y vastas llanuras abisales, es donde están depositadas buena parte de las esperanzas de un modelo extractivo que satisfaga la creciente industrialización y el continuo aumento de la población. Pero, “con el gas todo es mucho más complicado y difícil. No solo hay que encontrarlo, sino que después hay que meterlo en un mercado que sube y baja de forma mucho más inestable que el del petróleo. No hay, realmente, un sistema internacional que lo rija, sino que son las compañías y los gobiernos los que lo manejan; el control se reduce al transporte, donde sí hay que lidiar con las organizaciones internacionales”, confirma una fuente del sector que pide mantenerse en el anonimato.
Lleva años asesorando y trabajando para las grandes energéticas, que le exigen guardar silencio sobre una economía que mueve millones, pero que se maneja a tientas entre la bruma de un mercado con un presente inestable y con un destino incierto. Afirma que, a las ya de por sí costosas instalaciones offshore (en el mar), el gas añade una dificultad extra: su traslado, la necesidad de conducirlo hasta los puntos de demanda, mediante kilométricos gasoductos que a veces atraviesan varios países. Y es entonces cuando las finanzas se confunden con la geopolítica, siempre con el medio ambiente como espectador pasivo. El gas exige instalaciones de producción (técnicamente, de condensación y transformación) “siempre e inevitablemente muy caras”, recalca la fuente anónima, que suma a las redes de conexión, que requieren contratos también costosos y muy complejos. Con el petróleo es mucho más sencillo, pues lo puedes enviar en barco a cualquier parte del mundo”.
Porque entre los riesgos y las oportunidades propios de este tipo ...
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