La nueva izquierda en los Balcanes lucha por resurgir desde unas coordenadas sociales y municipalistas. Su existencia es necesaria para abordar la crisis de legitimidad de las democracias locales.
Miodrag Živković moría el 31 de julio con 92 años de edad. Fue sin género de dudas uno de los escultores de renombre de la época yugoslava. Kadinjača, Tjentište, Šumarice… Monumentos dedicados a la lucha partisana, a los soldados caídos en la lucha contra el nazismo, al Primero de Mayo, al antifascismo. Su nombre está asociado con el proyecto yugoslavo y, por tanto, también con la melancolía del titoísmo y del fin del socialismo autogestionario. No obstante, otra faceta de su trayectoria es menos conocida, pero bastante representativa: sus diseños memoriales dedicados a los soldados serbo-bosnios en Bijeljina, Modriča o Brčko, que combatieron en las filas del nacionalismo serbio durante la guerra de Bosnia (1992-1995).

No es una reconversión extraordinaria, evolucionar de un presunto yugoslavismo de izquierdas al nacionalismo étnico en su faceta más convencida y autoreferencial. Fue bastante común e interiorizado por la sociedad serbia. El mismo Ejército Popular Yugoslavo (JNA) vivió esa misma metamorfosis. Entre la guerra en Eslovenia y la guerra en Bosnia y Herzegovina la estrella roja fue reemplazada por el águila bicéfala blanca, y la revolución de la clase trabajadora por el folclore nacionalista y el cristianismo ortodoxo. Los partidos más nacionalistas podían ofrecer las mejores prestaciones sociales en campaña electoral a jubilados, desempleados y madres primerizas. La casa yugoslava se derrumbó y las élites sustituyeron ideología por identidades, se liberaron en forma de glorificación del pasado, de la religión, del revisionismo histórico o de las estirpes y los linajes de sangre. Fueron los mantras de la transición democrática en una zona donde todavía había una generación de mayores que había llegado a vivir bajo siete banderas diferentes. La nación es seguridad, cohesión, solidaridad, el estado: solo incertidumbre.
La imagen más alegórica son los edificios en descomposición del brutalismo arquitectónico. Recuerdan a una civilización perdida, son la antesala al desierto del postsocialismo, como titularon el ensayo editado por Igor Štiks y Srećko Horvat. La llamada izquierda no desapareció, sino que durante la transición enflaqueció, se disgregó y mutó hacia tres formas alienadas: una es una izquierda de partido único, autoritaria y clientelar, estalinista en su configuración política y, por tanto, nacionalista, rígida y seguidista; otra es una izquierda liberal que tuvo acomodo al calor de la hegemonía estadounidense después de la Guerra Fría, y que impuso como modo de pensamiento dominante los derechos políticos sin ofrecer soluciones reales para los problemas materiales, profesionales del feminismo, de la ecología y de la defensa de las minorías, pero también apologetas de libertades cuando la sociedad andaba y todavía anda aterida por sus ansiedades alimenticias del día a día; y otra es una izquierda fragmentada entre las capitales ex yugoslavas y que sucumbió a la desorientación del fin del Estado ...
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