Miles de personas han salido a las calles en Uganda para protestar contra el Gobierno o han compartido su desencanto con él en las redes sociales. Siguen a uno de los cantantes más populares del país y miembro del Parlamento, Bobi Wine, quien ha llamado a todos los ugandeses para que se levanten y mejoren su situación.

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El político y cantante de Uganda, Bobi Wine, interviene en el slum de Kibera, en Nairobi, Kenia. (BIKO MACOINS/AFP/Getty Images)

El régimen del presidente Yoweri Museveni, que ha permanecido en el poder 32 años, está desequilibrándose, y su principal estorbo es un cantante que creció en un barrio pobre, entre toneladas de basura y desechos humanos, y que ahora combina los micrófonos y los escenarios con un asiento en el Parlamento: su nombre es Robert Kyagulanyi, pero en Uganda todos lo conocen como Bobi Wine. “Los ugandeses siempre hemos querido ser los dueños de nuestra libertad” —anunció—. “Ni la brutalidad ni la opresión puede pararnos”.

En ese momento, Bobi Wine se encontraba en Estados Unidos para recibir atención sanitaria, después de haber sido presuntamente torturado por los soldados ugandeses. A principios de septiembre de 2018, aunque los médicos le aconsejaron descansar, el cantante retransmitió una rueda de prensa en directo para todo el mundo. Miles de personas compartieron en las redes sociales la hora exacta en la que hablaría. Mientras Bobi Wine decía estas palabras, los recepcionistas de un hotel frecuentado por turistas se amontonaban en una esquina discreta del salón, atentos a la pantalla de un teléfono móvil. No querían perderse nada. Los guías y los conductores se unieron enseguida.

Es complicado imaginar qué ocurrirá durante los próximos meses, pues el Gobierno de Uganda tiene una capacidad impresionante para anular el descontento de la población —en el pasado, después de manifestaciones contra el régimen o movimientos extremadamente impopulares por parte de las autoridades, todo ha continuado de la misma manera, como si no hubiese ocurrido nada—, pero en cualquier caso, durante los últimos años nunca ha existido un levantamiento tan cohesionado. Los ugandeses han protestado en las calles, han construido barricadas, han dibujado grafitis en los muros, han llenado las redes sociales de comentarios, y muchos piensan que es el momento de actuar para mejorar su situación.

¿Quién es el presidente Museveni?

Rita, como el 75% de los ugandeses, tiene menos de 30 años, así que Museveni es el único presidente que ha conocido en el poder. Recuerda que siempre que escuchaba el motor de un helicóptero sus hermanos y ella salían corriendo de casa y gritaban el nombre del mandatario: “¡Museveni, Museveni, Museveni!”. En ese momento Rita era una niña con el pelo corto y una mochila llena de libros y cuadernos; ahora tiene 26 años, una casa en un barrio de clase media y cuentas en Facebook e Instagram con miles de seguidores: “Los niños de mis vecinos hacen exactamente lo mismo, aunque han pasado muchos años”, lamenta.

El presidente Museveni se ha acercado a Estados Unidos —aunque en la actualidad China se ha transformado en el primer socio comercial del país—, y es generoso con la empresa privada y la inversión extranjera. A pesar de que el Producto Interior Bruto crece como la espuma —el Banco Mundial espera que aumente hasta el 6% en 2019, después de una pequeña recesión—, la desigualdad sigue expandiéndose. En realidad, esos números son sobre todo el resultado del incremento de los precios de las materias primas que algunas empresas exportan. Por lo tanto, los edificios modernos de oficinas y los centros comerciales son cada vez más numerosos en la capital y en otras ciudades, y en las regiones rurales se construyen carreteras asfaltadas y centrales hidroeléctricas todos los años, pero el porcentaje de la población por debajo del umbral de la pobreza también ha crecido: desde el 18% en 2013 hasta el 27% en 2017, de acuerdo con las estadísticas del Gobierno. Según un informe de la organización Oxfam, el 10% de los ugandeses más ricos tiene el 36% del ingreso nacional. Esta brecha se ha potenciado casi un 20% durante los últimos 20 años. Por eso los jóvenes como Rita piensan que el Gobierno no hace demasiado por ellos.

La mayoría de los jóvenes se mancha de barro para comer —casi la mitad de los ugandeses depende de sus cosechas para alimentarse—, o trabaja en el sector informal —en las ciudades africanas, hasta el 66% de las personas intenta sobrevivir con pequeños trabajos, ingresos irregulares y sin derechos laborales—. Esta situación no se limita solamente a los jóvenes sin estudios: una encuesta de Development Initiatives, una ONG que se ocupa de recoger datos, encontró que el 93% de los ugandeses con graduaciones universitarias no consiguió un trabajo relacionado con su carrera.

Museveni sabe que ha hecho cosas increíbles. En 1981, después de perder unas elecciones generales manipuladas, sus compañeros y él se escondieron en los bosques y lucharon contra el régimen del presidente Milton Obote, quien estaba asesinando a todos los que creía que eran opositores. Prometieron un “cambio fundamental”, y, gracias a la colaboración del pueblo, tomaron Kampala, la capital de Uganda, en menos de cinco años. Los campesinos y los milicianos se unieron: las unidades populares bloquearon carreteras, atacaron a las comisarías de policía o se enfrentaron cara a cara con los militares, hasta que agotaron al Gobierno. Por primera vez en África, un grupo rebelde entrenado localmente, sin bases y, prácticamente, con las armas que había robado a los soldados regulares —recibieron cantidades insignificantes de armamento de Tanzania y Argelia en momentos puntuales—, derrotó a un Ejército profesional. Miles de personas salieron a las calles para recibirlos.

El pasado de este país ha sido muy sangriento y la población de las zonas rurales piensa que Museveni es la única persona que puede mantener la paz. Sin embargo, los jóvenes de las ciudades no han conocido ninguna guerra y no se sienten identificados con el discurso de su partido. Además, durante el último año, una serie de secuestros y asesinatos de funcionarios de alto nivel —aún no se han encontrado culpables— ha puesto en duda que este Gobierno controle la seguridad de los ciudadanos.

Después de tanto tiempo en el poder, la popularidad del presidente Museveni está deteriorada. Las fuerzas de seguridad disparan gases lacrimógenos e incluso munición real para dispersar casi todas las manifestaciones contra el régimen. El presidente considera que todos los ugandeses jóvenes son sus nietos —“bazzukulu”— y a menudo sus discursos parecen los sermones correctivos de un padre preocupado por el futuro de su familia. Siempre que tiene una oportunidad, recuerda los derramamientos de sangre que organizaron los gobiernos anteriores y compara a la oposición con la inestabilidad y el caos. Hace unas semanas, durante el último discurso para la nación, dijo: “Ustedes los ugandeses se liberaron a sí mismos de la tiranía y la muerte. Miren los asesinatos en masa que hubo en el Triángulo de Luwero [durante la guerra civil]. Nosotros somos los únicos que podemos garantizarles un futuro”.

Muchos ugandeses jóvenes están aburridos del mismo discurso, no les asusta la inestabilidad que el presidente menciona en tantas ocasiones y quieren cambios. “¿De qué nos ha servido su guerra de liberación si ahora no permiten una transición pacífica?” —dice Bobi Wine en una de sus canciones más polémicas—. “Los luchadores por la libertad se han transformado en dictadores”.

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Estudiantes de la Universidad de Makerere en Kampala, protestan contra el segundo intento de cambiar el límite de edad para votar en Uganda.(ISAAC KASAMANI/AFP/Getty Images)

El levantamiento de Bobi Wine

Las letras de Bobi Wine son diferentes a las de otros cantantes de éxito. Llama “soldados luchando contra la pobreza” a los jóvenes que intentan sobrevivir haciendo pequeños trabajos, denuncia las desigualdades sociales y exige más libertad de expresión. “Él conoce mejor que cualquier otro político la realidad de los barrios pobres. Ha vivido durante mucho tiempo en uno de esos lugares. Así que los jóvenes se sienten identificados con él. Es uno más”, dice Irene Adeke, una periodista de 24 años.

Al contrario que otros artistas ugandeses, Bobi Wine creció en un barrio marginal e hizo todo tipo de trabajos para financiar las grabaciones de sus primeros éxitos. Cuando las discotecas ponen sus canciones, los jóvenes se levantan inmediatamente de sus sillas y bailan o elevan los puños, un gesto de desafío que el cantante ha puesto de moda. No es raro encontrar pegatinas con su retrato en las ventanas de los minibuses o en las motocicletas de segunda mano que llenan las carreteras de todas las ciudades.

En 2017, cuando Bobi Wine anunció que quería representar a su distrito en el Parlamento, sus contrincantes lo describieron como un drogadicto —años atrás reconoció que la marihuana le ayudaba a escribir canciones— sin un programa ni experiencia. Pero consiguió el 78% de los votos y, desde entonces, es habitual encontrarlo en las calles, en los medios de comunicación o en el mismo Parlamento, luchando contra los movimientos que considera injustos, como unas tasas nuevas que los usuarios de las redes sociales deben pagar o la modificación de un apartado de la Constitución que prohibía que las personas con más de 75 años se presentasen en las elecciones —sin esta enmienda el presidente Museveni no podía participar como candidato en las siguientes votaciones generales—.

Los problemas de Bobi Wine comenzaron el 13 de agosto, cuando sus seguidores, preparados para asistir a un mitin del cantante, lanzaron piedras al coche del presidente Museveni. Ambos políticos organizaron concentraciones en Arua, una ciudad pequeña en el noreste de Uganda. Las fuerzas de seguridad dispersaron a los atacantes y detuvieron y torturaron a por lo menos 33 personas, unas afirmaciones que el mismo presidente desestimó como “noticias falsas”. En medio de este caos, Yasmin Kawuma, el conductor del cantante, recibió un disparo y murió inmediatamente. Estaba en el mismo asiento que él había ocupado unos minutos antes. El artista aseguró que los policías intentaron matarlo, y publicó en Twitter una fotografía del cadáver.

Desde entonces, Bobi Wine está acusado de traición. En ese momento, centenares de personas protestaron en las calles de Kampala. Gritaron, quemaron barricadas y las columnas de humo pudieron verse a mucha distancia. A pesar de la tensión política, el cantante no se ha detenido y ha hablado con numerosos medios de comunicación internacionales, recordando que no fue la única persona torturada y que los ugandeses están dispuestos a luchar para convertirse en los “dueños de su libertad”: “Compartimos el mismo dolor, compartimos la misma opresión, y creo que nuestros sueños y aspiraciones son más fuertes que el miedo y el terror. Nuestro presidente tiene armas y mucha fuerza, pero nosotros tenemos sueños que nos mantienen unidos. Por eso nadie puede detenernos”.

¿Es posible un cambio de régimen?

En Kamwokya, el barrio donde creció Bobi Wine, las calles son en realidad pasillos de tierra o barro entre casas, negocios pequeños y bares oscuros que huelen a cerca derramada. En un puesto, dos adolescentes preparan tortas con harina de maíz. Una canción suena a todo trapo gracias al altavoz de una tienda de películas piratas y los niños bailan moviendo el trasero. Desde hace meses, en este lugar los saludos normales de los jóvenes han sido sustituidos por el lema del cantante: “¡El poder del pueblo!” mientras chocan sus puños y, después, se golpean a sí mismos, con la misma mano, en el pecho.

No es la primera vez que el presidente Museveni tiene un opositor popular. Sin embargo, al contrario que el resto de los hombres que hasta ahora se han enfrentado al régimen, Bobi Wine nunca ha pertenecido al partido en el Gobierno ni tiene contactos con los militares más importantes, dos requisitos, en principio, bastante importantes para conseguir un hueco en la política de Uganda. El cantante no posee enlaces poderosos pero ha conseguido movilizar a la población, sobre todo a los jóvenes de las ciudades, como ninguna otra persona. Tampoco está claro si su intención es ocupar el asiento del presidente. Cuando los periodistas le preguntan si se presentará en las siguientes elecciones, responde: “Esto no es sobre mí, Museveni o cualquier otra persona. Esto es sobre el pueblo. El pueblo debe ser el dueño de su propio destino”. Su único programa es animar a todos los ugandeses a levantarse pacíficamente para mejorar su situación, participar en la política y terminar con un Gobierno que considera opresor.

El cantante ha llegado en un momento en el que los partidos de la oposición están debilitados. Después de presentar su candidatura en cuatro elecciones generales, Kizza Besigye decidió retirarse en noviembre del año pasado. Participó en la guerra y todos lo consideraban uno de los hombres más cercanos del presidente hasta 1999, cuando anunció que formaría un partido político diferente para enfrentarse al Gobierno. Creía que Uganda se había transformado en una dictadura y, por lo tanto, el régimen estaba traicionando a los principios por los que lucharon. Desde entonces no ha seguido un camino sencillo. Lo han detenido en decenas ocasiones y desde 2001 hasta 2005 se escondió en Suráfrica porque pensaba que las autoridades querían asesinarlo, pero jamás se ha detenido. Se convirtió en el cabecilla de las manifestaciones más populares de los últimos años. Su equipo documentó numerosas irregularidades durante las elecciones de 2016, como papeletas falsas o intimidaciones por parte de los cuerpos de seguridad, entre otras, y alentó a los ugandeses a no reconocer al Gobierno del presidente Museveni. Besigye ha luchado solo: nunca ha mantenido coaliciones con otros opositores, como Amama Mbabazi, y, de acuerdo con los medios de comunicación ugandeses, las rencillas entre los dirigentes de su partido son habituales desde hace meses.

Francis es uno de esos jóvenes que venden tortas de harina de maíz en casi todas las esquinas de Kampala. Es de noche y su puesto está iluminado con una bombilla que cuelga de unos cables enredados y los faros de las motocicletas que pasan corriendo por una carretera de tierra. Dice que el Gobierno es una panda de corruptos que no se preocupa de los pobres, pero en las últimas elecciones decidió no perder su tiempo acudiendo a las urnas porque pensó que el presidente Museveni ganaría de todas formas. Como miles de ugandeses con su edad, apoya a la oposición pero nunca ha votado.

Tanto Francis como sus compañeros conocen de memoria las afirmaciones más polémicas del cantante y cuando retransmiten sus noticas en la televisión, abandonan su puesto y corren a una tienda cercana para unirse a la marabunta que escucha con atención todas las declaraciones, a menudo aplaudiéndolas. “Bobi Wine ha conseguido que los jóvenes ugandeses se interesen por la política —dice la periodista Irene Adeke—. Hasta hace unos meses, los jóvenes decían que el Gobierno no les gustaba, pero no hacían nada, absolutamente nada para cambiar esta situación. Miles de personas no tenían trabajos estables y, en ocasiones, ni siquiera dinero para comer, pero el Gobierno pensaba que no eran un problema porque temían las respuestas de los policías, o porque estaban demasiado ocupados buscándose la vida en el sector informal. Esto ha cambiado. Ahora muchos están preparados para actuar”.

El presidente ha demostrado en muchas ocasiones que está dispuesto a utilizar la fuerza para mantener su poder. Tiene armas, municiones y dinero. Desde hace meses, los policías estacionan a menudo camiones antidisturbios en puntos estratégicos, como las carreteras que conectan los barrios pobres con los residenciales o el centro de Kampala, donde están los edificios más altos, las oficinas y miles de tiendas. Además, los agentes de seguridad —también los soldados— patrullan las calles. El Gobierno de Uganda es un socio imprescindible de Occidente para mantener “la seguridad regional” en el este de África. Su Ejército ha intervenido o ha participado en conversaciones de paz en casi todos los países de los alrededores. Por eso se ha convertido en el séptimo país del mundo que recibe más donaciones de Estados Unidos: 971 millones de dólares durante el último año fiscal. Cuando las fuerzas de seguridad reprimen las protestas o torturan a civiles, la Unión Europea y EE UU emiten comunicados condenando estas acciones, pero después suelen mirar hacia otro lado. La periodista y analista política Patience Akumu escribió en el periódico The Guardian: “Museveni sabe que [para conservar su Gobierno] sólo necesita recordar a la comunidad internacional que sin sus militares, siempre disponibles en cualquier lugar donde Naciones Unidas o Estados Unidos los necesiten, podría haber un conflicto en la región y otra crisis de refugiados”.

Sin embargo, según Kagumire, los cambios podrían llegar pronto: “Ahora, gracias a las acciones de Bobi Wine, los asuntos políticos interesan a los jóvenes. Esto es importante porque ellos son la mayoría. Pienso que es una buena señal. No podemos desmantelar en unas pocas semanas un sistema que el Gobierno ha acorazado durante 33 años. Pero las siguientes elecciones serán muy difíciles para el régimen”.

Francis ha escrito un grafiti en su puesto: “#FreeBobiWine”, uno de los hashtags que abarrotaron las redes sociales cuando las autoridades detuvieron al cantante. Está amasando una mezcla de harina y agua. Sin parar de trabajar, mirando a sus interlocutores, habla con una mueca simpática, parecida a una sonrisa, y, al mismo tiempo, el tono serio de una amenaza: “El Gobierno puede enfrentarse a unas cuantas personas. Pero no puede luchar contra un pueblo entero. Ésta es la generación que derrocará al dictador Museveni y traerá la libertad a Uganda”.