He aquí la otra cara de la transformación digital, la del aumento de la desigualdad. ¿Cómo evitamos que el progreso tecnológico incremente la inequidad en la región?

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Una estudiente mexicana comineza su curso escolar mediante clases online, 2020. Medios y Media/Getty Images

Cuando comenzó la pandemia, los medios anunciaban que la misma afectaría a todos por igual. Países ricos y pobres, clases acomodadas y carenciadas, ancianos y futbolistas de la Liga europea, urbes tecnológicas y aldeas pequeñas. Al menos, este era el vaticinio de los expertos a la luz de un virus que, si algo no hacía, era discriminar. La cuarentena tendió inesperados puentes de miedo, crisis y paranoia en todos los ámbitos. Sin embargo, la virulencia generalizada en la superficie, descubrió una desigualdad estructural que pocos previeron y que este año se agravará significativamente.

Las grietas son parte de nuestra historia. Cada revolución industrial generó un desequilibrio entre el PBI por habitante del Estado más avanzado de cada revolución con aquellos de los países de América Latina. Así ha sucedido en la Primera Revolución Industrial con Gran Bretaña (país donde se inició en la segunda mitad del siglo XVIII), en la segunda con Estados Unidos (1850-1870) y en la tercera revolución científico-tecnológica más reciente con China. En esta nueva era 4.0, todos los países de la región Latinoamericana, aún antes de la pandemia, mostraban niveles considerables de retraso con respecto a Estados Unidos, China y Alemania, las naciones más dinámicas de estos tiempos. Y ahora, con el coletazo de esta crisis sanitaria global, quedarán aún más desplazadas.

Según diversas estimaciones, una de las regiones más afectadas económicamente del mundo por la pandemia es América Latina. Las principales razones: el confinamiento obligado, el impacto arrasador del virus, un escenario de estancamiento económico y pobreza existente previo a la cuarentena, así como la dificultad de inyectar gran cantidad de recursos públicos como ha sucedido en el mundo desarrollado.

Previo a la Covid-19, la Cuarta Revolución Industrial también generaba un desequilibrio alarmante a nivel empresarial. En 2019, sólo 18 países del mundo tenían un PBI superior al valor de mercado de Google, Amazon, Facebook y Apple. Hoy, seguramente son menos las naciones que emparejen o superan el valor de estas empresas, no solamente por la reducción del crecimiento de todos los países, sino también por el incremento en el valor de estas compañías, justamente las grandes y casi únicas ganadoras de la pandemia.

En América Latina, la Revolución 4.0 antes de esta gran crisis sanitaria, económica y social recién comenzaba: apenas el 6% de las empresas —en su mayoría multinacionales— de Argentina y el 4% de Uruguay tenían en 2019 niveles avanzados de tecnologías 4.0.

Afortunadamente, la pandemia aceleró esa transformación digital en la región. De acuerdo a un estudio del INTAL-BID, el porcentaje de empresas que incorporaron algunas tecnologías como big data, realidad virtual e inteligencia artificial en este contexto, es muy similar al porcentaje de firmas que habían adquirido estas tecnologías antes de la crisis sanitaria. Es decir, lo que realizaron las empresas latinoamericanas en varios años, la Covid-19 lo logró en pocos meses.

Sin embargo, esta aceleración no es equitativa. Las pequeñas y medianas empresas de la región incorporaron menos tecnologías que las grandes, e invirtieron menos en investigación y desarrollo (I+D). Mientras que un 66% de las compañías de mayor tamaño realizaron este tipo de inversiones, en el caso de las pymes el valor se reduce al 48%. En otras palabras, la brecha digital se incrementará, produciendo impactos desiguales a nivel de productividad, ventas, ganancias y exportaciones. Además, a diferencia del mundo anterior a la pandemia en donde veíamos en la región una automatización derivada del avance tecnológico de carácter inclusiva, lamentablemente en un contexto recesivo como el actual, no tendremos los mismos resultados. Es posible que cuando la crisis sanitaria finalice, nos encontremos con que esta automatización haya generado más brechas, debido al desplazamiento y exclusión de aquellos trabajadores que no hayan tenido la oportunidad de adaptarse al cambio tecnológico. Más desigualdad. Más pobreza. Más náufragos del progreso.

 

La supervivencia de los más aptos

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El librero Sergio García vende libros a través de la plataforma online durante la pandemia, Buenos Aires, Argentina, mayo 2020. Ricardo Ceppi/Getty Images

Los efectos negativos de la transformación digital repercutirán exclusivamente en los sectores más vulnerables, informales y de menores ingresos. Ya antes de la pandemia, aquellos que podían adquirir los conocimientos más demandados —ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas— eran, en su mayoría, personas de ingresos y niveles de educación altos. De acuerdo a INTAL-Latinobarómetro, el 51% de los latinoamericanos con estudios superiores o más cree que los robots van a quitarles el empleo en los próximos 10 años, mientras que el valor se incrementa al 60% para aquellas personas que tienen educación básica. Hoy como consecuencia de la aceleración tecnológica y, a pesar de los niveles medios y altos de desempleo existentes en la región, la demanda por ese tipo de habilidades aumentó. Tres de cada 10 empresas latinoamericanas no encuentran trabajadores con habilidades en el ámbito de la ciencia y tecnología. Otra vez, la brecha de ingreso y de empleo producto de la brecha digital se ensancha.

Esta mayor demanda de habilidades digitales tiene su impacto también en la equidad de género. La Cuarta Revolución Industrial ya inclinaba la balanza a favor de los hombres, y hoy el escenario podría ser más preocupantes. Estudios recientes indican que las mujeres utilizamos menos dispositivos digitales a diario, y nos sentimos menos preparadas para los trabajos tecnológicos. Además, somos minoría en carreras asociadas a ciencia, ingeniería y matemáticas. La pandemia no ayuda, al contrario. El cierre de colegios en la región, ha llevado a ocuparnos aún más de las tareas del hogar y de nuestros hijos, con mayores dificultades para dedicarnos al trabajo remunerado y a incorporar las habilidades más demandadas en el mercado.

Y llegó el teletrabajo. Según un estudio del INTAL-BID, antes de la Covid-19 solo el 24% de las firmas latinoamericanas utilizaban esta modalidad. Hoy ese valor llega al 60% y en un mundo pospandémico, el número se estima en el 48%. Sin embargo, el teletrabajo no es para todos. No solamente hay muchos empleos que no pueden realizarse a distancia, sino que para ello se necesita conectividad, dispositivos y habilidades tecnológicas. En 2019, según la CEPAL, un 33% de los habitantes de la región no tenían conexión a Internet o poseía un acceso limitado. Incluso, en 12 de estos países, el porcentaje de hogares con ingresos más altos con acceso a Internet es en promedio el 81%, en comparación con el 38% de los hogares de ingresos más bajos. Bolivia, República Dominicana y Paraguay presentan los mayores niveles de desigualdad, mientras que Argentina, Brasil, Costa Rica y Uruguay se encuentran en el extremo opuesto. El teletrabajo, hoy imprescindible para disminuir contagios, se convierte por lo tanto en un arma de doble filo.

Y también llegó la teleducación. Entre el primer y segundo trimestre de 2020, el uso de la educación en línea aumentó más del 60% en la región, según CEPAL. Solo factible, por supuesto, para quienes cuentan con conexión a Internet y dispositivos de acceso. El 46% de los niños de entre 5 y 12 años de la región vive en hogares que no están conectados a la Red. Además, mientras que entre el 70% y el 80% de los estudiantes de los niveles socioeconómicos más altos tienen ordenadores portátiles en sus hogares, solo entre el 10% y el 20% de los estudiantes de hogares con menores ingresos cuentan con estos dispositivos. Este será otro factor de incremento de la desigualdad. Una medida clave para disminuir la transmisión del virus, muestra, otra vez, su ineludible sombra.

 

Crisis y oportunidad

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Getty Images

La brecha digital quedó evidenciada en la pandemia generando consecuencias en todo nivel. La distancia entre América Latina y el mundo desarrollado será, aún más lejana. La esperada transformación digital y dos de sus caras más visibles, el teletrabajo y la teleducación, tan necesarios, impactarán lamentablemente en el incremento de la inequidad.

Hay un largo trabajo por hacer. Y hay que hacerlo rápido. Es clave promover políticas públicas que a la vez que estimulen el avance tecnológico contribuyan a disminuir desigualdades. Reformas del sistema financiero, para hacerlo más transparente; y del sistema impositivo para hacerlo más equitativo. Políticas de apoyo tecnológico que contribuyan a la innovación en las pymes y de desarrollo de habilidades tecnológicas con foco en población femenina y de bajos ingresos. Garantizar el acceso a Internet a la población de menores recursos, estimulando a la vez la inversión en 5G. México y Brasil, por ejemplo, ya están avanzando en este sentido, realizando planes de inversiones y licitaciones. Y adoptar en todas estas políticas una perspectiva de género. También es fundamental generar una mayor integración digital regional a través de una agenda que contemple las necesidades y oportunidades de los países de América Latina y de los diferentes bloques regionales de manera articulada, inteligente e innovadora.

Esta crisis sanitaria global sin precedentes debería empujarnos a todos, sociedad, empresas y gobiernos, a alinearnos a este nuevo paradigma 4.0 y construir una región más desarrollada.

Encontrar una oportunidad de cambio en este contexto y que la moneda de la transformación digital tenga solo una cara, la de la equidad. Y así, los libros de Historia, recuerden a estos años, en lugar de como tiempos de brechas y grietas, como el período en el que la humanidad logró apostar por más redes, puentes e igualdad.