Este Estado africano, que ha vivido un maratón electoral en 2016 con legislativas, municipales y presidenciales en apenas medio año, se ha convertido en un caso de estudio de desarrollo a escala global.

Unos niños juegan en una reserva de agua a las afuera de la capital de Cabo Verde, Praia. Alexander Joe/AFP/Getty Images

Cabo Verde, diminuto archipiélago de 10 islas volcánicas aisladas en medio del Atlántico, no ha sido bendecido por la naturaleza con abundantes recursos. De clima saheliano, recibe apenas precipitaciones y sólo el 21% de su terreno es apto para la agricultura. Son legendarias las hambrunas que asolaron la entonces colonia portuguesa, como aquella entre 1947 y 1948 en la que murieron uno de cada seis caboverdianos.

Este país es hoy un Estado de desarrollo humano medio, el sexto mejor posicionado de África Subsahariana según el PNUD y, desde 2008, el Banco Mundial lo clasifica como una nación de renta media. La educación básica y el acceso a la salud son universales. La esperanza de vida ha pasado de 57 a 71 años desde la independencia, mientras la mortalidad infantil en niños menores de cinco años se ha reducido de 164 por mil a 23,6. La población pobre se ha dividido por dos desde 1990, cuando representaba la mitad de los caboverdianos. Con todo, el archipiélago se ha convertido en alumno aventajado de entre los países en desarrollo, siendo uno de los pocos Estados que ha logrado satisfacer los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU y está comprometido en la actualidad con los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible.

 

La apuesta por los intangibles

El archipiélago es una excepción en su región debido a su estabilidad; un país que nunca ha sufrido revueltas violentas de importancia, golpes de Estado o guerra.

La independencia de Portugal no se luchó en las islas sino en las planicies de Guinea Bisáu, aunque fueron caboverdianos quienes dirigieron el rebelde PAIGC (Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde) hasta la emancipación de ambos países en 1974 y 1975. Al frente del Cabo Verde independiente, el PAIGC supo aglutinar las ambiciones de los caboverdianos y mantener la estabilidad, imponiendo un régimen de partido único marxista-leninista sólo tímidamente contestado.

Las primeras elecciones multipartidistas de 1991, punto final del proceso de apertura económica y política de los 80 y 90, fueron vencidas, contra todo pronóstico, por la recién formada oposición del MpD (Movimiento para la Democracia). El traspaso de poder se realizó sin excesos por parte del ya entonces PAICV, inaugurando una dinámica de transición tranquila excepcional en el contexto regional.

La prueba de fuego para las instituciones democráticas caboverdianas vino en 2001 cuando, tras 10 años de impulso privatizador y liberalizador, el MpD devolvió sin traumas el poder al PAICV de José María Neves. Quince años después, en 2016, la solidez institucional caboverdiana se ha visto nuevamente reafirmada y el PAICV, perdedor de las elecciones legislativas de marzo, ha cedido el Ejecutivo al MpD del nuevo primer ministro, Ulisses Correia e Silva.

Esta trayectoria de respeto por el pluralismo coloca a Cabo Verde como la tercera democracia mejor clasificada de África, 33º a nivel global, en el Democracy Index 2015 de la revista The Economist, por encima de Portugal y cerca de Francia. El país es también uno de los menos corruptos, 40º puesto global y segundo africano, según el Corruption Perception Index 2015 de Transparency Internacional y está entre los más garantes en libertades y derechos políticos según Freedom House.

Tras los comicios municipales de septiembre de 2016 en las que el MpD conquistaba 18 de los 22 consistorios, existen temores de que se pueda poner en riesgo el sistema de controles y contrapesos al verse anulado uno de los instrumentos con los que cuenta el archipiélago para evitar una concentración excesiva del poder: la descentralización. Estos miedos se han visto agravados tras las elecciones presidenciales de octubre, vencidas por el presidente saliente Jorge Carlos Fonseca quien, pese a la neutralidad que le exige su cargo, ha sido abiertamente apoyado por el MpD.

No obstante, el diseño constitucional caboverdiano conserva todavía un resorte que garantiza estabilidad: se necesitan dos tercios del Parlamento para aprobar reformas constitucionales, de la justicia, la fiscalidad y de leyes de base, lo que exige diálogo y aproximación entre fuerzas políticas.

 

El componente antropológico

Además de las explicaciones institucionalistas, a la estabilidad democrática de Cabo Verde han colaborado factores antropológicos y sociales que definen el carácter caboverdiano.

Deshabitado cuando fue descubierto por los portugueses en el siglo XV, el país fue desde su inicio una sociedad mestiza. Las islas se convirtieron pronto en un supermercado de esclavos, base del tráfico de seres humanos hasta la abolición de su comercio por el Imperio Portugués en 1836. A la mezcla racial y cultural entre esclavos y colonos, se le añadió a partir del siglo XVIII la de balleneros estadounidenses y del norte de Europa y, ya en el siglo XIX, la de carboneros ingleses que usaban Mindelo como puerto de abastecimiento. Esas interacciones fijaron las rutas por donde llegarían influencias políticas y culturales.

La apertura e intercambio con el resto del mundo se mantienen hoy en día y son, además, de doble sentido al marcar el camino a los emigrantes caboverdianos. El país mantiene una diáspora que duplica los 500.000 habitantes que se reparten las islas. Los emigrantes son no sólo una fuente de divisas –las remesas representan el 12% del PIB– sino también de improntas culturales y políticas: tal es su influencia que en la Asamblea seis asientos representan a los emigrados.

El mestizaje ha sido también clave a la hora de eliminar el factor tribal y étnico, fuente de conflictos en muchos otros Estados africanos, haciendo de Cabo Verde un país homogéneo en la heterogeneidad. El predominio casi absoluto del catolicismo ha eliminado otra de las causas habituales de conflicto interno, dejando únicamente el hecho insular como arista potencial de discordia.

 

La educación como inversión

El mestizaje fue también determinante para que las islas nunca estuvieran sujetas al Estatuto del Indigenato, que desproveía de derechos y ciudadanía a los oriundos de otros territorios portugueses en África. Este hecho facilitó la penetración de la enseñanza y a principios de siglo XX, pese a su menor población, había el doble de alumnos en Cabo Verde que en Angola, cuatro veces más que en Mozambique y doce veces más que en Guinea-Bisáu.

Pese a esa mejor situación respecto a otras colonias lusas, al inaugurar su independencia sólo uno de cada cuatro caboverdianos leía y escribía. No obstante, la educación fue clave para la existencia de una élite culta, formada entre otros por Amílcar Cabral, Luis Cabral, Arístides Pereira o Pedro Pires, que estuvo al frente del PAIGC durante el proceso de independencia. Una vez en el poder, el partido apostó decididamente por la educación para garantizar la escolarización primaria y erradicar el analfabetismo y el país dio la bienvenida a la democracia con una tasa de alfabetización del 66%. Tras las primeras elecciones democráticas y durante los gobiernos tanto de Carlos Veiga y Gualberto do Rosário del MpD, como de José María Neves del PAICV, el énfasis en la formación de los caboverdianos se mantuvo constante. La educación primaria es hoy universal y la tasa de analfabetismo es de sólo 3,5% en 2016.

 

Los retos del nuevo Gobierno

El primer ministro, Ulisses Correia e Silva, en una rueda de prensa en Portugal, 2016. Patricia de Melo Moreira

Pese a sus éxitos, los desafíos de Cabo Verde persisten. La crisis europea, transmitida por vínculos comerciales y financieros, tuvo importantes consecuencias en el país. El endeudamiento público –que supera el 130% del PIB–, la debilidad de un sector bancario excesivamente dependiente del exterior dañado por la morosidad, la atomización del mercado derivada de los deficientes transportes entre islas, y la posibilidad de superar –ayudado de los más de 700.000 turistas que visitan las islas cada año– el problema de escala derivado de su reducido tamaño, son los retos principales del nuevo gobierno de Correia e Silva.

Para superarlos, el Ejecutivo cuenta con el turismo, que representa ya el 24% del PIB del país y el 20% del empleo pero que se ha desarrollado únicamente bajo el modelo de sol y playa y debe diversificarse aprovechando las riquezas naturales, históricas y culturales del archipiélago para alcanzar su potencial. Además, Cabo Verde quiere beneficiarse de su posición estratégica entre Europa, África y América para convertirse en centro de servicios aéreos y marítimos, como el bunkering, y aprovechar el potencial haliéutico que le otorga su Zona Económica Exclusiva de más de 600.000 km2. A los ojos del MpD, esta ventaja geográfica, junto con la pertenencia a mercados regionales como la CEDEAO o la CPLP y a acuerdos como AGOA con Estados Unidos, convierten a Cabo Verde en la plataforma perfecta para el aterrizaje de inversores con intereses desde y hacia el continente.

Todos estos factores, sumados a una de las manos de obra mejor formadas de África y a los intangibles que hacen del archipiélago un destino con estabilidad política, institucional y jurídica, convierten a un país impensable hace unas décadas, en uno de los destinos más amables del continente para el turista y para el inversor.

 

MAEUEC + SEAEX

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores