Cachemira
una mujer cachemir pasa al lado de personal paramilitar indio.TAUSEEF MUSTAFA/AFP/Getty Images

La situación en Cachemira se ha deteriorado a lo largo del periodo de Narendra Modi en el poder en India. El aumento de las víctimas civiles, el cambio generacional de la insurgencia y la creciente tensión en la zona son algunas de las actuales dinámicas del conflicto.

El de Cachemira es un conflicto recurrente al que de vez en cuando se presta atención. El atentado contra un autobús que transportaba policías en el distrito de Pulwama el 14 de febrero de 2019 fue reivindicado por un miembro del Yaish-e Mohammad (JeM), que hizo estallar una carga de 350 kilos de explosivos. La muerte de 45 policías indios ha vuelto a provocar una escalada de tintes belicosos en Asia Meridional.

Reconocido como el eje central en la enemistad entre India y Pakistán, se tiende a creer que si se resolviera este conflicto, se solventaría la mala relación entre ambos Estados. Pero es una visión algo simplista. Las narrativas nacionales de cada país giran en torno a versiones contrapuestas, y la resolución de Cachemira supondría que cada uno tendría que reformular su identidad nacional en base a una nueva narrativa. Es algo factible, pero extremadamente complicado.

 

Conflicto de largo recorrido

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Paquistaníes queman un retratado del Primer Ministro Indio, Narendra Modi, a causa de las tensiones en al frontera entre India y Pakistán en la región de Cachemira, marzo 2019. RIZWAN TABASSUM/AFP/Getty Images

Para el establishment paquistaní (militares e inteligencia), su razón de ser gira en torno a explotar el peligro de India. La fe ciega en que Cachemira debe pasar a formar parte de Pakistán por el hecho de que exista una mayoría musulmana es para ellos un hecho consumado. A pesar de haber perdido tres guerras en torno a este territorio, y tras varias escaladas bélicas, Islamabad no cesa de emplear la guerra por delegación a través de varios grupos insurgentes y terroristas. India, por su parte, no desmilitariza la región y no renunciará a ella. Se calcula, dependiendo de la fuente consultada, que hay entre 500.000 y 800.000 soldados concentrados en Yammu y Cachemira.

Este conflicto, que a lo largo del tiempo ha variado de intensidad, se mantiene desde 1947, año de la Partición de India e inicio de la primera guerra entre Nueva Delhi e Islamabad en torno a este territorio. Desde que la insurgencia comenzara a actuar en Cachemira en 1988, el conflicto ha dejado cerca de 45.000 víctimas mortales. El auge de la violencia se traza desde final de la invasión soviética de Afganistán, cuando el establishment paquistaní vio en el descontento civil cachemir una oportunidad para explotarlo contra India.

A partir de 2004, parecía que el conflicto remitía. El entonces primer ministro de la India, Atal Behari Vajpayee, y el presidente y jefe del Ejército de Pakistán, Pervez Musharraf, firmaron el primer alto el fuego formal en noviembre de 2003. La firma fue seguida de hitos importantes que marcaron un acercamiento inédito en la historia del conflicto. La reanudación de redes de comunicación (civiles y comerciales), algunas interrumpidas desde la Partición, daban esperanza a la viabilidad de una resolución del conflicto.

Pero desde la firma del alto el fuego, las violaciones a lo largo de la frontera o Línea de Control han sido la norma más que la excepción. Los ataques entre los ejércitos de los dos países con fuego real provocan constantes bajas civiles y militares. Durante el gobierno de Manmohan Singh (Partido del Congreso Indio, 2004-2014) y del Presidente Asif Alí Zardari (Partido del Pueblo de Pakistán, 2008-2013), los discursos se relajaron y la beligerancia verbal bajó considerablemente de nivel. Las víctimas fueron las mínimas de la historia del conflicto, y de hecho, India en al menos un par de ocasiones, retiró miles de soldados de Yammu y Cachemira, donde se desarrolla la mayor parte de la actividad insurgente. A pesar de los gestos y el acercamiento, lo que no consiguió la diplomacia fue frenar las escaramuzas en la frontera ni las protestas que hacen que la vida en esta área sea cotidianamente turbulenta. En 2008, el anuncio de la concesión de tierra adyacente al templo hindú de Shri Amarnathji provocó una oleada de manifestaciones que fueron creciendo, así como su represión violenta contra civiles. Las protestas de 2010 fueron especialmente relevantes, dado que las fuerzas de seguridad abrieron fuego causando la muerte a 112 personas.

 

Los años de Modi: Cachemira se tiñe de azafrán

Narendra Modi asumió el Gobierno central de India en mayo de 2014 tras prometer una mayor inversión en desarrollo en Cachemira si ganaba las elecciones. Había optimismo a escala internacional, por su inclinación a la liberalización económica, y también cautela, porque había sido gobernador del estado de Guyarat durante el pogromo antimusulmán de 2002. En efecto, el temor general era la retórica islamófoba y la polarización entre grupos (fundamentalmente hindúes y musulmanes) a la que apelan tanto los miembros del su partido, el BJP, como sus aliados más cercanos, el Rastriya Swayamsevak Sangh y el Vishva Hindu Parishad. Los valores de la hindutva pretenden identificar el nacionalismo indio en base a los valores de la religión hindú.

Por primera vez, el BJP ganó los comicios en 2014 en Yammu (de mayoría hindú), mientras que los votos de Cachemira o el Valle (de mayoría musulmana) fueron a parar al Partido Democrático del Pueblo (PDP), liderado por Mehbooba Mufti. BJP y PDP pasaron a formar coalición para gobernar, pero cada formación llevó a cabo una política sectaria que polarizó las dos áreas en regiones opuestas en virtud de sus mayorías hindú y musulmana.

Modi ha sido uno de los primeros ministros que más ha visitado Cachemira. En una visita durante el festival hindú Diwali, en octubre de 2014, prometió una gran inversión para ayudar a las víctimas tras las devastadoras inundaciones que arrasaron el Valle en septiembre. Un rotal de 460 personas muertas y un millón de desplazados requerían un gran esfuerzo para mejorar la situación, pero también era una oportunidad para convencer a los más reticentes de sus buenas intenciones. Las ayudas no llegaron a buena parte de la población y la organización fue caótica. Fue un mal comienzo, que motivó que sus visitas a Cachemira fueran recibidas con huelgas y protestas organizadas por los grupos separatistas.

Aunque el crecimiento económico de Yammu y Cachemira es elevado, e incluso más alto que el de India (15% frente a un 12%, respectivamente, entre 2012 y 2013), la riqueza está repartida en pocas manos. La renta per cápita en Cachemira (4.850 dólares) es ligeramente inferior a la nacional (6.375 dólares), aunque el porcentaje de personas que viven bajo el umbral de la pobreza es inferior (10,35% frente al 21,02% de toda India). Entre los sectores económicos más destacados están la agricultura, los recursos hídricos provenientes de los glaciares (afectados cada vez más por el deshielo provocado por el cambio climático) y el turismo, especialmente castigado por la violencia. Pero la juventud cachemir, sobre todo la más preparada, emigra, debido a que el conflicto impide desarrollar una vida al margen de la violencia.

El auge de la insurgencia y las manifestaciones antigubernamentales ante la inacción del Gobierno para mejorar la seguridad del Valle, junto con los discursos hindutva, polarizaron más la zona. La coalición de gobierno se rompió en junio de 2018. El BJP se retiró de la misma forzando a la ministra Mufti a dimitir. Ante el clima de inestabilidad, el Ejecutivo en Nueva Delhi aplicó una cláusula de época colonial para momentos de desobediencia, e impuso el control directo de Yammu y Cachemira durante seis meses. Tras ese plazo, aplicó otra fórmula de gobierno de emergencia que se puede prolongar a lo largo de un año.

Igualmente, durante el gobierno de Modi, el aumento de bajas civiles y, sobre todo, de heridos por los disparos, motivó a una nueva generación de jóvenes a unirse a la insurgencia que es fundamentalmente étnico-nacionalista, con una agenda territorial, ya sea para la independencia de Cachemira o su unión a Pakistán. Discursos como el de Daesh son más complejos de difundir, aunque su estética sí ha calado en la nueva generación de insurgentes. Su presencia es complicada, dado que el entorno está fuertemente controlado por la elevada militarización del territorio y la frontera. Por otra parte, Al Qaeda sí tiene presencia en la región. Ayman al Zawahiri anunció en septiembre de 2014 la apertura de la “franquicia” de su organización para Asia Meridional (Yama’at Qa’idat al-Yihad fi Shibh a-Qarrah Al-Hindiyya). En su discurso, mencionó a Cachemira y a diferentes líderes de la insurgencia cuyo conocimiento y relación se remonta a la época de entrenamiento conjunto durante la invasión soviética de Afganistán. Recientemente, en julio de 2017, se dio a conocer la célula creada en Cachemira llamada Ansar Ghawzat ul-Hind, bajo el liderazgo de Zakir Musa, ex combatiente del Hizbul Muyahidín (HuM). El número de combatientes bajo este grupo no supera la quincena.

El creciente uso de munición con balines (cada cartucho utilizado dispara 500) por parte de las fuerzas de seguridad para dispersar manifestantes, contribuyó a que la población se levantara en contra, cada vez más jóvenes y adolescentes. El uso de esta munición para disparar contra personas es ilegal. En los 90, la población tenía miedo a la insurgencia, pero dado que las fuerzas de seguridad tienen órdenes de considerar a los manifestantes como terroristas, se mira con otros ojos a quienes se unen contra el Gobierno.

 

El cambio generacional de la insurgencia

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Mujeres paquistaníes protestan en Lahore en el aniversario de la muerte de Burhan Wani, julio 2018. ARIF ALI/AFP/Getty Images

Uno de esos jóvenes era Burhan Wani. Tras las protestas en octubre de 2010, con 15 años, Wani dejó su hogar y se unió al Hizbul Muyahidín (HuM). Su uso de las redes sociales le convirtió en un personaje popular entre la juventud cachemir. La aparición en 2015 de un póster en el que aparecían 11 jóvenes del HuM marcó la presentación del relevo generacional. La insurgencia ya no se escondía y además mostraban su pertenencia como si fueran celebridades. Los adolescentes del Valle tenían héroes locales en esta nueva generación procedente fundamentalmente de cuatro distritos del sur: Anantnag, Kulgam, Pulwama y Shopian. Jóvenes con estudios, algunos con carreras, de familias de clase media y media-alta empezaban a unirse a la lucha.

Un año después, los 11 jóvenes de la foto estaban muertos. El fallecimiento de Burhan (julio 2016) a manos de las fuerzas de seguridad provocó una escalada de las protestas que fueron duramente reprimidas, con cortes de Internet e imposición de toques de queda (de hasta 52 días) por parte del Gobierno, y huelgas forzadas (con duras represalias a quienes no las secundaran) por parte de los grupos separatistas. Su muerte también marcó el aumento del reclutamiento de jóvenes al HuM, LeT y JeM, que empezaron a incrementar sus filas y, en consecuencia, creció la letalidad del conflicto. La implicación de jóvenes en la protección de los insurgentes con el lanzamiento de piedras (cuando las fuerzas de seguridad van a por ellos), además de ser una muestra de protección de la insurgencia, es una de las razones por las que han aumentado las víctimas civiles. Según Amnistía Internacional, tras la muerte de Wani, la represalia de las protestas y manifestaciones se saldaron en ese mes de julio de 2016 con más de 6.000 personas heridas por balines, incluidas 782 con ceguera. Algunos de los heridos, no eran ni siquiera manifestantes.

En enero de 2016, hubo un ataque a la base aérea de Pathankot (India) cerca de la frontera con Pakistán, atribuido al JeM, y en septiembre del mismo año, otro ataque a la base militar del Ejército indio en Uri (Yammu y Cachemira), con 18 policías muertos, aumentó la tensión al máximo. El gobierno de Modi estaba cada vez más presionado a actuar. En Cachemira, las protestas no cesaban y la represión estatal tampoco. En octubre, cerca de 7.000 jóvenes fueron detenidos durante meses y sin cargos. En esa experiencia está el germen que hace que algunos de ellos se planteen unirse a la insurgencia.

 

Perspectivas de futuro: las próximas elecciones

Lo más preocupante de la evolución del conflicto es que, al igual que en otras regiones del mundo, el número de bajas civiles va en aumento. Durante el gobierno de Modi, las bajas de combatientes se redujo un 2,44% (2017-18), mientras que las de insurgentes y de civiles se incrementaron en 42% y en 167%, respectivamente. De hecho, la tensión ha crecido junto a la beligerancia verbal propia del BJP. 2018 ha sido el año más violento en una década.

Tras el atentado de Pulwama, Modi tiene en sus manos ser reelegido si se presenta como castigador de los terroristas y muestra mano dura. Sus votantes y los miembros de su partido claman venganza y castigar al vecino (Pakistán). Pero hay todo un Valle en pie de guerra, pidiendo justicia, libertad y mejora de las condiciones de vida. Otros cinco años de legislatura del BJP pueden contribuir a la escalada del conflicto, y eso solo puede seguir haciéndose a costa de la población cachemir, a quien nadie parece interesar.