Juego chino wei qi. Fotolia: eskay lim

Occidente se enfrenta al reto de conocer y comprender el sistema conceptual chino en un tiempo de cambios determinado por la conformación de China como potencia mundial y su centralidad en la escena internacional.

El ascenso global de China constituye uno de los elementos definidores del interesante tiempo que nos ha tocado vivir, que es objeto de un intenso proceso de reflexión y debate en el propio país. ¿Cómo, por qué, para qué? Buscar respuestas a estas preguntas requiere, entre otras cosas, de una reflexión sobre el poder, su sentido y propósito, sobre la legitimidad que todo poder busca y en que se basa. Requiere, igualmente, preguntarse y considerar la dimensión interior de ese debate internacional en China, así como su posible carácter de expresión hacia el exterior o respecto al exterior de una discusión global.

Requiere, también, partir de la metaconsideración de que toda estrategia se concibe, elabora e inscribe en una cultura estratégica. En una cultura, una Historia y una tradición y sentido de la Historia. Nos dice Henry Kissinger al recordar y analizar en su libro On China (2011) los planteamientos iniciales en el establecimiento de relaciones entre Estados Unidos y la República Popular China a inicios de los 70, “un rasgo cultural invocado regularmente por los líderes chinos era su perspectiva histórica –la capacidad, incluso la necesidad, de pensar en categorías diferentes de tiempo que las de Occidente. Cualquier logro de un líder chino individual es situado en un marco temporal que representa una pequeña fracción más pequeña de la experiencia total de su sociedad que la de cualquier líder en el mundo. La duración y la escala del pasado de China permiten a los líderes chinos utilizar el manto de una Historia casi ilimitada para provocar una cierta modestia en sus interlocutores…”.

Más allá de los efectos que pueda provocar en sus interlocutores y la utilización táctica o psicológica de que pueda ser objeto, China afronta ese ascenso global con una perspectiva histórica sin precedentes en la Historia. Hasta el punto de que, así como muchos hablamos desde fuera de ascenso o emergencia global, de ida hacia la centralidad del sistema, bien puede hablarse si apretamos el zoom en perspectiva igualmente de reemergencia y de retorno a ella. No ya de la excepcionalidad de la centralidad, sino de la superación de la excepcionalidad, del breve paréntesis, de ausencia de ésta.

Tiempo, Historia, mas también cultura, visión del mundo, supuestos o paradigmas o lentes, a menudo inconscientes o implícitos, desde o a través de los que contemplamos la realidad, la interpretamos y aprehendemos. Resulta en ese sentido significativa la comparación entre la obra de Carl von Clausevitz, referencial en la teoría militar occidental, con el clásico El arte de la guerra de Sun Tzu: mientras el primero se centra en la utilización del poder militar o las técnicas para ganar la guerra, el segundo parte del supuesto de que la mejor guerra es la que se gana sin dar batallas, y prioriza para obtener la victoria los elementos psicológicos y políticos sobre los puramente militares, de modo que se produzca una correlación de fuerzas que haga inevitable el resultado del conflicto. Como señala Kissinger, la famosa máxima de Clausevitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios presupone una diferenciación entre guerra y política que no se da en el planteamiento de Sun Tzu, y mientras los estrategas occidentales “contrastan sus máximas con las victorias en las batallas; Sun Tzu las contrasta con victorias en que las batallas resultan innecesarias”.

Resulta igualmente ilustrativa la comparación que el ex Secretario de Estado de EE UU realiza en On China entre el ajedrez y el juego tradicional chino del wei qi como expresiones de la mentalidad y tradición estratégica occidental y china. Mientras en el ajedrez nos encontramos ante un juego de suma cero, con un único e inequívoco resultado posible y todas las piezas sobre el tablero, en el wei qi se trata de obtener la ventaja estratégica y progresiva sobre el adversario, de rodearlo hasta consolidar una ventaja estratégica sobre el rival, para lo que cuentan tanto las piezas sobre el tablero como las que se encuentran fuera del mismo. “Si el ajedrez es sobre la batalla decisiva, el wei qi es sobre la campaña prolongada. El jugador de ajedrez tiene como objetivo la victoria total. El jugador wei qi busca la ventaja relativa. En el ajedrez, el jugador tiene siempre la capacidad del adversario frente a él; todas las piezas están completamente desplegadas. El jugador wei qi debe evaluar no solo las piezas en el tablero, sino también los refuerzos que el adversario está en posición de desplegar. El ajedrez enseña los conceptos de Clausewitz de ‘centro de gravedad’ y el ‘punto decisivo’ –el juego por lo general se plantea como una lucha por el centro del tablero. El wei qi enseña el arte del cerco estratégico. Mientras el jugador de ajedrez más hábil tiene como objetivo eliminar las piezas de su oponente en una serie de choques frontales, un jugador talentoso wei qi se mueve en espacios ‘vacíos’ en el tablero, mitigando gradualmente el potencial estratégico de las piezas de su oponente. El ajedrez produce pensamiento único;  el wei qi genera flexibilidad estratégica”, afirma Kissinger.

¿Qué pasa, qué puede pasar, cuando uno está acostumbrado a jugar al ajedrez  –tal vez sea éste incluso el único juego que conozca o pueda concebir– y se encuentra jugando frente a otro acostumbrado a jugar wei qi –que tal vez sea a su vez el único juego que conozca o pueda concebir?

Una cultura, una tradición, por otro lado, que tiende a lo conceptual, a la formulación de teorías globales, a la presentación de propuestas concretas o coyunturales como expresión de éstas o aplicación de un planteamiento global, como el propio Kissinger nos ilustra, por ejemplo, en su descripción de la política internacional de Mao.

Una cultura, una tradición, de la que puede constituir muestra, especialmente representativa, la instrucción de 24 caracteres –complementada por otra de 12 restringida a los altos oficiales– dejada por Deng Xiaoping al retirarse de la escena pública a partir de 1990. Escritas en el estilo poético clásico en China, sucintas y metafóricamente abiertas a la interpretación, sus máximas están presentes y orientan desde entonces los debates: “Observar cuidadosamente; asegurar nuestra posición; afrontar los asuntos con calma; esconder nuestras capacidades y esperar nuestro tiempo; mantener un bajo perfil; y no reclamar nunca el liderazgo…”.

Una cultura, una tradición historiográfica y de Filosofía política en cuyas fuentes beben los académicos que desde China plantean la reformulación de la Teoría de las Relaciones Internacionales para extraer conceptos útiles, desarrollada, en función de su relación con la Teoría de las Relaciones Internacionales elaborada en Occidente, en los enfoques anverso, reverso e interactivo, que recurren respectivamente a un sistema conceptual chino, a ésta o a un diálogo intercultural que aplica simultáneamente marcos conceptuales autóctonos y extranjeros. Ideas chinas.

Vivimos una era de cambio y un cambio de era determinado por la conformación de China como potencia global y su centralidad en el sistema internacional, que plantea la cuestión de si dicha emergencia y transformación va a conllevar simplemente un cambio de la estructura, distribución y equilibrios de poder en el sistema internacional existente, o una reconfiguración del mismo y de las ideas y paradigmas en que se sustenta. Vivimos el tiempo de la emergencia no tanto de un mundo multipolar como policéntrico. Vivimos el tiempo de las ideas chinas. Se nos plantea el reto de conocerlas, comprenderlas, dialogar con ellas, construir entre todos la universalidad de todos y una Teoría de las Relaciones Internacionales común para un mundo común.