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Dinero sucio que corrompe ciudades enteras, ¿cuáles son sus consecuencias?

Kleptopia: How Dirty Money Is Conquering the World

Tom Burgis

William Collins, 2020

Quienes dicen que este libro es imposible de dejar están en lo cierto. Parece una novela, pero, por desgracia, es la pura realidad. Tom Burgis, reportero de investigación de The Financial Times, utiliza el estilo iniciado por Misha Glenny en McMafia y lo lleva un paso más allá en un libro, el primero que escribe, en el que da nombres, sigue la pista del dinero hasta la Casa Blanca de Donald Trump y llega a la triste conclusión de que, en la lucha entre el dinero sucio y el limpio, ha ganado el primero. El dinero sucio está socavando los sistemas financieros del mundo, algo de lo que el autor nos ofrece pruebas detalladas y aterradoras. Su primera obra, The Looting Machine: Warlords, Tycoons, Smugglers and the Systematic Theft of Africa’s Wealth, que recibió varios premios, pone en tela de juicio la importancia de los informes del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.

Desde el final de la guerra fría, el mundo ha vivido la aparición de una nueva generación de autócratas que, además de controlar el poder, han llenado sus cuentas en el extranjero de dinero robado a su propio país. La prosperidad del mercado inmobiliario de Londres y Nueva York no tiene nada que ver con el crecimiento económico local sino con los autócratas que blanquean su dinero adquiriendo bienes que están protegidos por la ley: de ahí que llegara en avalancha a Londres —la capital mundial del blanqueo de dinero— las monedas árabes cuando se cuadruplicó el precio del petróleo hace casi 50 años, seguido del dinero del narcotráfico de Latinoamérica y, tras la caída del imperio soviético, el de los oligarcas rusos y ucranianos, por no hablar de los gobernantes de las antiguas repúblicas soviéticas en Asia Central, especialmente Kazajistán.

En 2016, el Comité de Interior de la Cámara de los Comunes llegó a la conclusión de que el mercado inmobiliario londinense era la principal vía de blanqueo de unos 100.000 millones de libras esterlinas anuales de dinero ilícito. Varios años antes, el periodista Roberto Saviano había dicho a propósito del narcotráfico internacional: “México es el corazón y Londres la cabeza”. Los blanqueadores de dinero y los que financian actividades terroristas tienen dos requisitos fundamentales para escoger un sitio en el que actuar. El primero es que haya multitud de transacciones financieras para que sea fácil disimular las suyas. El segundo es que los encargados de autorizar el establecimiento de empresas y la apertura de cuentas bancarias estén dispuestos a hacer la vista gorda y no preguntar quién es el dueño de una empresa. El secreto sobre la propiedad de las compañías es el principal cauce del blanqueo de capitales.

Burgis construye su historia en torno a cuatro personas: un regulador, un multimillonario exsoviético, un abogado canadiense con un extraño cliente y un delincuente de Nueva York, todos ellos, eslabones de un turbio sistema de transacciones financieras y secretismo que impregna el mundo económico y el político. Nigel Wilkins, el responsable del cumplimiento normativo de un banco suizo, BSI, sospecha que el banco maneja dinero sucio. Reúne pruebas sobre la compleja red de relaciones que vinculan a oligarcas asiáticos, dictadores africanos y promotores inmobiliarios en Manhattan. Entrega esas pruebas a los reguladores para los que trabaja en ese momento, en Londres. Y ellos no solo no hacen nada, sino que se lo quitan de en medio. Queda claro que la idea de que el principio de legalidad impera en la ciudad no se sostiene. El ascenso del mercado en los 80 y la caída de la Unión Soviética, combinados, provocan la llegada de inmensas cantidades de dinero a un sistema poco regulado.

Burgis destaca que la adicción sistémica al dinero imposible de rastrear tiene consecuencias muy graves. “La evasión fiscal privó de ingresos a los gobiernos. El blanqueo de dinero fue la otra cara de esa misma moneda; […] fue, como la evasión de impuestos, una subversión del papel del dinero como símbolo de altruismo recíproco que ha permitido funcionar a unas sociedades extensas y diversas. Pero, mientras que la evasión fiscal se llevaba el dinero fuera, el blanqueo lo introducía”. Desde el punto de vista de las autoridades británicas y otros dirigentes occidentales, el dinero sucio “no fue más que otra fuente de inversiones en unas economías en declive”.

En este juego tienen un papel crucial los oligarcas de la Rusia de Putin, igual que el expresidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbayev, Robert Mugabe, el histórico líder de Zimbabue, y Joseph Kabila, de la República Democrática del Congo. Los nombres de los banqueros británicos convertidos en reguladores y otros 30 personajes destacados aparecen al principio del libro, un relato verídico que se lee como un thriller lleno de asesinatos, torturas y cadáveres en la cuneta.

Burgis traza unos paralelismos interesantes entre la cleptocracia de Putin y la Alemania de Hitler: ambos albergan un “Estado normativo” que en general respeta sus propias leyes y un “Estado de privilegios” que infringe casi todas. Putin ha utilizado su competencia en todos los campos para derrotar a casi todos sus enemigos y, como Donald Trump lleva casi 40 años colaborando con los rusos de una u otra manera, el expresidente de Estados Unidos, cleptócrata supremo, también aparece en el libro, en la página 250. Con su victoria electoral, Trump ayudó a construir una nueva “alianza mundial de cleptócratas”, cuyo objetivo era la privatización del poder y que, durante cuatro años, controló “los tres grandes polos”: Estados Unidos, China y Rusia.

El mero hecho de que haya tanto dinero que ha culminado su “metamorfosis de botín a capital legal” constituye una grave amenaza para la democracia. En nuestro nuevo mundo de realidades alternativas, la corrupción “ha dejado de ser síntoma de un Estado en descomposición y ahora lo son de un Estado que está logrando su nuevo propósito”. Después de subvertir las instituciones de sus respectivos países, los nuevos cleptócratas se han propuesto subvertir el mundo. El autor no se pregunta cómo fluyen esos torrentes de dinero sucio y acaban corrompiendo sociedades enteras o ciudades como Londres. Pero sí demuestra que el secretismo legalizado que rodea los centros del gran dinero en Suiza, Luxemburgo, Londres y Nueva York y el dinero sucio es parte integrante del poder político. Al final de este fascinante libro, plantea la pregunta fundamental. En un mundo cada vez más volátil, “¿queremos aprender a amar la Cleptopía y resguardarnos en sus muros? ¿O preferimos estar fuera, en las tierras salvajes que solíamos llamar espacios comunes, indefensos ante la subida de las aguas? Hay que escoger”.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia