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Carteles electorales en Stuttgart. (Marijan Murat/Gettyimages)

Un bloque entre el partido de Los Verdes y la CDU cada vez se ve más factible en el imaginario político alemán. Dos sendas simétricas que convergen en el centro. ¿Es posible una coalición entre conservadores y verdes en el país?  

El gobierno con más opciones de liderar Alemania tras las elecciones del 26 de septiembre es una coalición de conservadores y verdes. La combinación, impensable e impracticable en la mayoría de socios europeos, no sólo se entiende como la conclusión lógica de dos trayectorias partidistas que se han ido acercando, consciente o inconscientemente, durante años; sino que parece presagiar que, pese a la marcha de Angela Merkel tras quince años como canciller, el país apuesta, a pesar de los cambios, por la continuidad. Con pequeños ajustes.

Las encuestas llevan meses reflejando una persistente realidad. Desde el pasado abril, poco después de la imposición de las primeras restricciones por la pandemia, la intención de voto se ha movido en unos márgenes relativamente estrechos. Lidera los sondeos -sin interrupciones además en más de tres lustros- el bloque conservador de la Unión Cristianodemócrata (CDU) y su hermana bávara, la Unión Socialcristiana (CSU), con entre el 35 y el 39% de los sufragios. Le siguen, por este orden, Los Verdes, con entre el 16 y 19%; el Partido Socialdemócrata (SPD), con entre el 14,5 y el 16,5%; el ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), con entre el 9 y el 10,5%; La Izquierda, entre el 7,5 y el 8%; y el Partido Liberal (FDP), con entre el 5,5 y el 7,5%.

De estos datos se pueden extraer dos conclusiones. La primera es la gran estabilidad del panorama político alemán y de la intención de voto de los más de 60 millones de personas llamadas a las urnas en las generales del país, pese a la volatilidad generada por la pandemia y la relevancia que ha recuperado la gestión política con la crisis sanitaria, económica y educativa. Esto lleva a anticipar, salvo catástrofe, pocos cambios en los próximos meses, a juicio de los analistas. La segunda, como consecuencia de la anterior, es que las coaliciones posibles son mínimas. Con el cordón sanitario en torno a AfD y el veto a La Izquierda de todos los partidos a la derecha del centro, sólo quedan dos fórmulas viables (descartando el tripartito progresista porque no suma). Una reedición de la ya desgastada gran coalición de conservadores y socialdemócratas -la renqueante, anodina y malavenida fórmula de las últimas dos legislaturas- o una combinación de conservadores y verdes, una alianza inédita a nivel federal. Esta combinación despierta tantas esperanzas como escepticismo, pero no resultaría tan contra natura como en principio pudiera parecer.

 

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Armin Laschet, primer ministro de North Rhine-Westphalia y presidente de la CDU durante un mitin en Passau, Bavaria. (Federico Gambarini-Pool/Getty Images)

Unos conservadores centrados

Merkel ha anclado al bloque conservador al centro no tanto político como social de Alemania, que están próximos, pero no son idénticos, como los polos geográfico y magnético de la Tierra. Su tacto para entender dónde se encuentra el grueso de la población le ha mantenido en unas cuotas de popularidad inalcanzables para otros líderes políticos. Tras quince años de gobierno y un año de pandemia el Deutschlandtrend de la televisión pública ARD le concedía una popularidad del 69%, a quince puntos porcentuales del segundo político mejor valorado. Su posicionamiento -pragmático, dispuesto a la concesión para alcanzar el compromiso y en su salsa en la escala de grises- ha llevado a la CDU y a la CSU a alejarse de los postulados más derechistas de décadas previas y lograr la centralidad del tablero político. Este desplazamiento -fagocitando programa y votantes de los liberales y los socialdemócratas- es el que ha posibilitado, en el hueco abierto, el surgimiento de AfD, cuyo propio nombre es una referencia a Merkel y a su tendencia a justificar sus decisiones diciendo que no tienen alternativa.

Bajo el mandato de Merkel se ha aprobado en Alemania el matrimonio homosexual, el salario mínimo interprofesional, la transición energética y el ejército profesional (pese a que la canciller no apoyaba en un principio algunas de estas propuestas). Por eso, las últimas grandes coaliciones en Alemania no resultaban tan problemáticas en lo programático. De hecho, cuando Merkel buscó en 2017 la alternativa de gobierno Jamaica (los conservadores -negro- junto con los verdes y los liberales -amarillo-, por la bandera del país caribeño) el principal escollo fue el FDP, que se había desplazado hacia la derecha en inmigración y que no estaba dispuesto a ceder en el ámbito energético. La canciller ha logrado conformar lo que el analista político y germanista Hans Kundnani denomina el "consenso Merkel" en torno al que orbita la mayoría social de Alemania.

Que Merkel esté ya con un pie fuera de la vida pública no parece que vaya a afectar mucho al posicionamiento de su partido. Por lo menos a medio plazo. Su sucesor al frente del partido es, de los tres candidatos que se presentaron, el más "merkeliano". Armin Laschet es, por carácter e ideología, el más parecido a la canciller, pese a sus diferencias en la gestión de la pandemia (él sigue ejerciendo como jefe de gobierno de Renania del Norte-Westfalia). "Encarna la continuidad", según Ulrike Franke, analista del Consejo Europeo sobre Relaciones Exteriores (ECFR). Él también es centrista, pragmático y consensual. Este continuismo significa también, a juicio de los analistas, que si él es el candidato conservador para las generales, el aliado preferente serían Los Verdes. De forma significativa, en su discurso del miércoles de ceniza -una tradicional cita política en Alemania- Laschet habló de la década de recuperación en la que deberá embarcarse el país tras la crisis del coronavirus y se fijó tres prioridades: "crecimiento", "justicia social" y "el reto ecológico".

Podría ser, como se especula en Alemania, que Laschet no fuera el candidato conservador. No tiene gran respaldo social ni especial carisma. Además, el socio con quien la CDU debe acordar la persona que encabece su lista común, los conservadores bávaros, tiene a un político elocuente, ambicioso y al alza, Markus Söder, el jefe de gobierno de Baviera y el presidente de la CSU. Pero ni siquiera esta posibilidad supondría un gran cambio. Söder -más popular, populista y personalista que Laschet- también ha optado por el centro político, la moderación y la búsqueda de consensos en los últimos tiempos, especialmente desde el inicio de la pandemia. Son frecuentes sus apariciones mediáticas junto a la canciller y su apuesta por la protección del medio ambiente.

 

 

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Annalena Baerbock, presidenta federal de Bündnis 90/Die Grünen, y Robert Habeck, presidente federal de Bündnis 90/Die Grünen durante un debate en televisión. (Kay Nietfeld/Gettyimages)

El viaje al centro de Los Verdes

Al otro lado del espectro político, Los Verdes han ido trazando su propia ruta hacia el centro. La formación se fundó en 1980 como un "partido antipartidos", una heterogénea coalición de medioambientalistas, feministas, pacifistas y activistas antinucleares. En un primer momento ni siquiera estaba claro su posicionamiento, pues entre sus filas había hasta nacionalistas alemanes. Su lema "Ni izquierda ni derecha, sino adelante", no favorecía el encasillamiento. Sin embargo, el éxito electoral, modesto pero rápido, les fue obligando a retratarse, a integrarse en el sistema parlamentario y a plantearse si querían participar en coaliciones de gobierno. A eso contribuyó que en los enfrentamientos entre sus dos corrientes, los fundis (de fundamentalistas), los más ideológicos y radicales, y los realos (realistas), con tesis mucho más pragmáticas y reformistas, se acabasen imponiendo casi siempre estos últimos.

Un hito clave en este reposicionamiento reformista y proinstitucional tendría como protagonista a uno de sus personajes más carismáticos, Joschka Fischer. Entonces ministro de Exteriores alemán y vicecanciller con el socialdemócrata Gerhard Schröder, Fischer convenció a la mayoría de los delegados de su partido para votar en un congreso en 1999 a favor de que Alemania participase en las operaciones de la OTAN en Kosovo, la que se convertiría en la primera misión militar internacional del país desde la II Guerra Mundial.  Fischer se impuso en una discutida votación con sus "dos principios: nunca más guerra y nunca más Auschwitz", asimilando las acciones serbias a un genocidio. Los pilares pacifistas de la formación se tambalearon y un tercio de la militancia abandonó la formación en los meses subsiguientes.

La moderación se ha mantenido y reforzado en los últimos años, en lo simbólico y en lo sustantivo. En lo simbólico, porque se ha enterrado la tradición de repartir las direcciones bicéfalas del partido y el grupo parlamentario entre realos y fundis. La última pareja que fueron cabeza de cartel para las generales de 2017 eran moderados, como lo son los dos actuales copresidentes de la formación, Annalena Baerbock y Robert Habeck, elegidos en 2018. En lo sustantivo también se ha consolidado la moderación de Los Verdes, dentro de su afán por mostrarse como regierungsfähig (con capacidad para estar en el gobierno) de cara al electorado de centro que aún pudiese recelar de sus intenciones y a sus posibles socios de coalición (desde 2013 el partido admite que se pueda negociar también con formaciones de derechas). Un reciente informe del think tank Brookings los denomina los "nuevos centristas".

Las bases programáticas que presentaron sus dos líderes a finales del año pasado con la vista puesta en las elecciones de septiembre son elocuentes. Como Baerbock y Habeck explicaron en una tribuna en el diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung, su objetivo para esta década es una recuperación económica basada en la sostenibilidad y la protección del medio ambiente, en la justicia social y la equidad. Pero su mirada política va mucho más allá. Abogan por colaborar estrechamente con el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en la constitución de una alianza de democracias, pero a la vez, en gran sintonía con el presidente francés, Emmanuel Macron, piden que Europa busque una mayor "soberanía estratégica". Consideran que la UE "debe asumir más responsabilidad" en política exterior y defensa, "especialmente en nuestro vecindario". A su juicio, es preciso un "nuevo y amplio concepto de reparto de cargas dentro de la OTAN". Se muestran además a favor de los acuerdos comerciales, siempre que incluyan "criterios duros" sobre "cuestiones sustanciales" como la democracia, los derechos humanos, el Estado de derecho y la sostenibilidad, especialmente frente a "sistemas iliberales y represivos". Nada que no pueda suscribir un partido socialdemócrata moderado.

 

Un gobierno más verde, más europeísta y más keynesiano

Además, Los Verdes se han esforzado por renovar su marca para ganar peso entre las rentas medias no ideologizadas. Por un lado, quitándose el estigma del partido de las prohibiciones, para pasar a ser la fuerza con un mensaje en positivo (incluso cuando se trata de la emergencia climática). Por otro, tratando de escapar del corsé del eje izquierda-derecha, para posicionarse como Némesis de AfD, tanto en las políticas concretas (migración, energía, cambio climático) como en la construcción de narrativas. Los ultraderechistas recurren a menudo al miedo, mientras Los Verdes buscan conscientemente el mensaje optimista, la crítica constructiva y el consenso, elementos que son bien recibidos por el alemán medio. Y la fórmula está dando resultado, de una forma que ilustra su reposicionamiento: los estados federados donde han obtenido mejores resultados son el sur rico y conservador (Baviera, Baden-Württemberg y Hesse) y los Länder urbanos (Hamburgo, Berlín), mientras se les resisten los territorios de la antigua Alemania oriental.

Una coalición de conservadores y verdes anclaría Alemania -y la UE en consecuencia- al centro político en un momento de creciente polarización y volatilidad política en muchas democracias occidentales. Proveería además de gran efectividad al sistema legislativo nacional, porque entre los dos partidos controlarían también el Bundesrat, la cámara territorial, cuya composición depende del color de los gobiernos regionales. Eso no significa que el matrimonio vaya a ser fácil. Las dos fuerzas tienen tradiciones e historias bien distintas -antagónicas en ocasiones- y se pueden prever ya algunos choques a nivel programático en elementos clave como, por ejemplo, la gestión de las finanzas públicas y el recurso del déficit, o la relación con Rusia y China, donde los verdes buscan una mayor confrontación y la defensa de los derechos humanos mientras los conservadores abogan por una pragmática Realpolitik que favorezca a la industria. Pero la combinación es posible. Ahí está el ejemplo austriaco, aunque en el país vecino partían de posiciones más distantes. En el mejor de los casos, el próximo Gobierno alemán podría ser más verde, más europeísta y más keynesiano. Más consciente de la responsabilidad política que conlleva el peso económico del país. Todo un revulsivo para las anquilosadas políticas alemana y europea.