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Manifestaciones en la puerta de Brandenburgo por la violencia contra las mujeres y niñas en el país. (Annette Riedl/picture alliance via Getty Images)

Pues no, tener una mujer en la cancillería alemana durante 15 años no ha supuesto una mejora en términos relativos de la situación de las mujeres en Alemania. ¿Qué indican los datos?  

Lidera Alemania desde 2005 y la UE, de forma oficiosa, desde al menos hace una década. Es, según la revista Forbes, la mujer más poderosa del mundo, sin interrupciones, desde 2010. Sin embargo, los avances en igualdad de género de los últimos años le deben bien poco. La canciller alemana, Angela Merkel, ha optado conscientemente por no izar la bandera feminista, por no hacer política, en la esfera nacional e internacional, con su condición de mujer. Siempre se ha mostrado escéptica ante las cuotas de género en la política y la empresa. Pasó de puntillas por el #MeToo y apenas se ha referido a la lacra de la violencia machista en su país. Las presidencias alemanas del Consejo Europeo, el G7 y el G20 bajo su mandato han ignorado uno de los asuntos definitorios de comienzos del siglo XXI. Para su país, una oportunidad perdida.

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Chrystia Freeland, Ivanka Trump, Christine Lagarde y Angela Merkel durante la sesión de Mujeres del G20. (Kay Nietfeld/picture alliance via Getty Images)

La anécdota es significativa. Era el 25 de abril de 2017. En el escenario se encuentran, en un acto sobre mujeres organizado por la presidencia alemana del G20 en Berlín, la ministra canadiense de Exteriores, Chrystia Freeland, la hija del entonces presidente de Estados Unidos, Ivanka Trump, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, la reina Máxima de Holanda y la propia Merkel. Las cinco mujeres, de entornos y trayectorias bien dispares, comparten experiencias personales y complicidad en un ambiente distendido. Entonces, cuando se abre el turno de preguntas, alguien pide que levanten la mano las que se sienten feministas. Freeland, Ivanka, Lagarde y Máxima alzan la mano sin dudarlo. Merkel, sin embargo, se queda inmóvil. Congelada. Luego, al darse cuenta de su incómoda soledad, intenta explicarse. Dice que por feminista ella entiende a las activistas, mujeres a las que ella respeta y admira, pero con las que no quiere compararse.

A la canciller -ministra de Mujer y Juventud entre 1991 y 1994- le fallaron los reflejos políticos, pero no la sinceridad. Sus ya más de 15 años al frente de Alemania se han caracterizado por varias constantes, pero una de ellas no ha sido la lucha por la equiparación del hombre y la mujer en todos los ámbitos. Pese a ser un símbolo de que las mujeres pueden acceder a lo más alto y permanecer allí por méritos propios, la igualdad de género ha estado en gran medida ausente de su discurso, ya sea por decisión personal o por el contexto ideológico en el que se mueve su Unión Cristianodemócrata (CDU), donde la cuestión no es prioritaria. En sus cuatro legislaturas -que este septiembre llegan a su fin- el feminismo no ha sido un tema. "A fin de cuentas, no soy solamente la canciller federal de las mujeres en Alemania, sino la canciller de todas las personas en Alemania", aseguró en una entrevista al semanario Zeit en 2019.

Alemania saltó este enero a los titulares cuando su Consejo de Ministros aprobó un proyecto de ley que obliga a las empresas cotizadas a incluir a al menos una mujer en su junta si la dirección tiene cuatro o más miembros (o dos en las empresas públicas). La medida parece un salto cualitativo pero, además de tibia -ya que afecta sólo a unas 70 compañías-, supone el reconocimiento de un fracaso. Porque el bloque conservador de Merkel se había resistido durante años al sistema de cuotas que propugnaban los socialdemócratas, sus socios minoritarios desde 2013. Alegaban que el sector privado, convenientemente estimulado, se iba a encaminar hacia la paridad de forma voluntaria. Pero la respuesta tras años de persuasión había sido mínima. Ante la insistencia del Partido Socialdemócrata (SPD), Merkel ha acabado cediendo pese a haber reconocido en público que no era su opción favorita.

Hay otros ejemplos en el ámbito de las políticas sociales. Tras una década con una mujer al frente del Gobierno, Alemania comenzó en 2015 a publicar estadísticas de violencia machista. Con datos estremecedores. Con algo menos del doble de población, las asesinadas por sus parejas o exparejas casi triplican en el promedio anual las cifras de España. Según los informes anuales que publican conjuntamente el Ministerio de la Familia y la Oficina Federal de Investigaciones Criminales, una mujer es asesinada cada tres días en Alemania. Pero el drama no ha sido convenientemente tematizado ni por los medios ni por la clase política, empezando por la canciller. Tampoco la justicia tiene la herramienta adecuada para afrontarlo. Falta esa sensibilidad. Los feminicidios no aparecen en los medios (a excepción de los tabloides) y ni ayuntamientos ni gobiernos condenan públicamente o realizan minutos de silencio con cada muerte, visibilizando su repulsa. Merkel apenas se refiere a la cuestión tangencialmente, como por motivo del día internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer o, en alguna ocasión, para citar los efectos colaterales de la pandemia. Tampoco con la aparición del movimiento #MeToo se generó el impulso necesario en Alemania para denunciar el acoso y los abusos de famosos. La canciller apenas se refirió a la cuestión en un par de momentos.

Esto no significa que en sus quince años de gobierno no haya habido avances. Pero limitados casi siempre al aspecto económico de la equiparación. Se han aprobado distintas cuotas para alentar el acceso de la mujer a puestos directivos en empresas y se ha aprobado una ley de transparencia para facilitar la comparación de salarios y ayudar a combatir la brecha salarial de género, entre otras medidas. También se ha puesto en marcha el teléfono de ayuda a la mujer para casos de violencia machista y se ha destinado dinero a mejorar las instalaciones y las asesorías de las casas de acogida para mujeres. Incluso la CDU -a rebufo de otros partidos- repartió a partes iguales los ministerios que le correspondían en el actual gobierno de coalición (2017-2021). El hito más significativo fue la introducción en 2007, con Ursula von der Leyen como ministra de Familia, del denominado Elternzeit, la posibilidad de que los dos progenitores se repartan el tiempo total de permiso laboral por hijo de la forma que quieran, a la vez que cobran del Estado una ayuda equivalente a dos tercios de su salario (hasta un máximo de 1.800 euros actualmente).

En la esfera internacional, la Alemania de Merkel tampoco ha dado pasos en busca de la igualdad de género. Un repaso a las agendas de Berlín en sus presidencias rotatorias del G7, el G20 y el Consejo Europeo evidencia este agujero temático. Las únicas referencias a la mujer en las contribuciones de Berlín a estos foros se encuentran dentro los esfuerzos por incorporarlas al mercado laboral, más como motor económico y de desarrollo que como incentivo para su independencia y equiparación.

 

La desigualdad de género en Alemania

La falta de énfasis en las políticas de igualdad con visión 360 tiene consecuencias. Alemania, pese a tener a la mujer que más tiempo ha ocupado la jefatura de un gobierno en todo el mundo, sigue sufriendo serios problemas de desigualdad. Especialmente evidentes para un país con su nivel de desarrollo económico y humano.

La desigualdad de género es llamativa en el sector privado. De las cerca de 70 empresas a las que afectará la nueva ley de cuotas, 30 (43%) no tienen actualmente a ninguna mujer en su junta. Según la fundación AllBright, en las cien mayores empresas de Alemania, las mujeres sólo ocupan el 11,5% de los puestos directivos. En el DAX 30 este porcentaje se eleva mínimamente, hasta el 12,8% (comparado con el 28,6% de Estados Unidos, el 24,5% de Reino Unido o el 22,2% de Francia). Entre la treintena de empresas del principal selectivo alemán no hay ninguna con una mujer como consejera delegada (Merck será la excepción a partir de mayo, cuando acceda al cargo la española Belén Garijo) y once de sus juntas (37%) son exclusivamente masculinas. El Índice de Diversidad de Género 2020 del think tank Mujeres Europeas en Juntas Directivas (EWOB) sitúa a Alemania en la posición duodécima de 16 economías europeas estudiadas, justo por detrás de España. Destaca este informe que el país "puntúa por debajo de la media en casi todos los indicadores analizados". En su lista de 500 empresas europeas, la mejor clasificada del DAX alemán 30 es Deutsche Telekom, en el puesto 139.

Pero la desigualdad afecta al conjunto de la economía. La Oficina Federal de Estadística (Destatis) estimó en 2020 que las mujeres alemanas cobran de media un 20% menos que los hombres. Esta tasa supuso una discreta mejora con respecto al 21% de 2019 y al 22% de 2014, pero sigue lejos de la media europea, de 14%, y a un abismo de la igualdad. Tres cuartas partes de esa brecha de género salarial se deben a "motivos estructurales", explicó Destatis. Las mujeres se concentran en trabajos y sectores peor pagados, acceden en un menor porcentaje a puestos directivos y son mayoritariamente las que se desempeñan a tiempo parcial (en muchas ocasiones porque atienden a sus hijos o a dependientes). Frente al 93,1% de los hombres empleados con hijos menores de seis años que trabajan a tiempo completo, entre las mujeres sólo son el 27,4% (mientras el 72,6% lo hace de manera parcial). La vuelta a las 40 horas semanales es un salto para muchas imposible. Esto tiene notables repercusiones económicas en términos de prestaciones por desempleo y pensiones.

La situación no es fundamentalmente mejor en la política. En el Bundestag, el porcentaje actual de mujeres es del 31% (de 709 diputados), la menor tasa desde hace 19 años, después del 37% de la legislatura previa. El descenso se debe en gran medida a la irrupción en las últimas elecciones generales, las de 2017, del ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). La fuerza sólo llevaba a nueve mujeres entre sus 88 diputados (10,2%). Algunos partidos como Los Verdes y La Izquierda llevan años con una dirección bicéfala compuesta por un hombre y una mujer y listas que, formal o informalmente, tienden a la paridad. El Tribunal Constitucional, no obstante, acaba de tumbar una querella que pretendía obligar a todas las formaciones parlamentarias a presentar listas cremallera para las próximas elecciones, previstas para el 26 de septiembre. El Índice de Poder Femenino del think tank Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), sitúa a Alemania en el puesto trigésimo de 193 con 43 puntos sobre 100 posibles (lo que supondría la igualdad de género), a pesar del peso que ejerce la propia Merkel en este análisis.

El Informe sobre la Brecha de Género Global 2020 del Foro Económico Mundial (WEF) aporta una fotografía de la situación muy elocuente. Alemania aparece en la décima posición, de 153 países analizados en todo el mundo, entre Ruanda y Letonia. Ha sumado algunos puntos en términos absolutos con respecto a 2006, al poco de acceder Merkel a la cancillería, pero ha caído cinco posiciones en la clasificación general. Esto significa que la situación de la mujer en Alemania ha mejorado algo en términos absolutos en estos quince años, pero menos que en otros países. Es además relevante el análisis por categorías. En términos relativos ha caído en las cuatro áreas de estudio, pero con matices. En dos (Salud y supervivencia y Educación) cae también, aunque ligeramente, en términos absolutos. Pero en las otras dos (Empoderamiento político y Participación económica y oportunidad) mejora algo con respecto a sus resultados de 2006, pero menos que otros países, con lo que desciende muchos puestos en la tabla general. El estudio señala que su resultado se ve lastrado por la escasa participación de la mujer en puestos directivos de los sectores público y privado, la menor presencia femenina en el Legislativo y el Ejecutivo y la brecha salarial.