Miembros de Los Verdes, el líder Cem Özdemir, junto con Katrin Goering-Eckardt y Britta Hasselmann en Berlín, Alemania. (Tobias Schwarz/AFP/Getty Images)

Con la posible coalición a tres tras la elecciones en Alemania en la que se encontrarían Los Verdes, el partido corre el peligro de sufrir un cisma entre aquellos que imponen la esencia o apuestan por el pragmatismo que les lleve a gobernar.

Rebeldes, iconoclastas y desafiantes; vestidos con jerseys, calzados con zapatillas deportivas y con pequeñas macetas en las manos; Los Verdes irrumpieron en el formalista Bundestag a comienzos de los 80 en una de las imágenes más simbólicas de aquella década en Europa. Aquellos airados diputados, con Joschka Fischer y la trágicamente desaparecida Petra Kelly a la cabeza, venían de una larga y aguerrida lucha contra las centrales nucleares y el militarismo de la guerra fría y en favor de los derechos civiles y la libertad de pensamiento en una estable Alemania occidental, tutelada por Estados Unidos y enfrentada al bloque comunista. Todo ello ocurría apenas unos años antes de la caída del muro de Berlín en 1989. Movimiento social y organización política al mismo tiempo, Los Verdes (Die Grünen) significaron un impresionante vendaval de aire fresco en un sistema político que había pervivido desde la Segunda Guerra Mundial como una foto fija de alternancia en el poder entre los democristianos de la CDU y los socialdemócratas del SPD, con los minoritarios liberales del FDP a modo de bisagra que servía para construir o derribar gobiernos, según las circunstancias. Pero todavía más, Los Verdes no solamente supusieron una nueva forma de ejercer la política en Alemania (funcionamiento asambleario, limitaciones a una dirigencia colegiada, consultas frecuentes a las bases, representación paritaria de hombres y mujeres…), sino un ejemplo para todas las izquierdas europeas que aspiraban a la renovación lejos de los ya entonces obsoletos esquemas de socialistas y de comunistas.

Han transcurrido más de tres décadas, dos generaciones en sentido sociológico, desde aquella irrupción en el Parlamento federal y la historia de Alemania ha sufrido cambios muy profundos empezando por la reunificación a principios de los 90 hasta llegar al actual papel germano de indiscutible primera potencia europea y de gendarme económico del continente durante la reciente crisis. Entretanto, Los Verdes han pasado de ser los feroces críticos del sistema, el pepito grillo ecologista y alternativo, a convertirse en una pieza básica del establishment alemán. Por supuesto que se ha tratado de una transformación paulatina, al igual que ha envejecido poco a poco un líder como Joshka Fischer, antaño un joven activista con inconfundible aire de progre y en la actualidad un orondo padre de la patria enfundado en trajes caros con chaleco y adornado con corbatas de seda.

Partidarios de Los Verdes en Berlín, Alemania. (Sean Gallup/Getty Images)

Por ello no resulta de extrañar que Los Verdes estén dispuestos a formar, tras las elecciones federales del pasado septiembre, un gobierno tripartito con la incombustible Angela Merkel y con los neoliberales de Christian Lindner. Los fragmentados resultados electorales y la renuncia del SPD de Martin Schulz a reeditar una gran coalición con los democristianos abocan a los partidos alemanes a explorar el llamado Gobierno Jamaica, un término que alude a los colores de aquel país caribeño que se corresponden con el negro de la CDU, el amarillo del FDP y el verde. A pesar de las enormes diferencias entre las tres formaciones en materia de economía, de política exterior o de medio ambiente, por citar grandes asuntos, el pragmatismo o, más bien, el oportunismo de uno de los dos copresidentes verdes, el alemán de origen turco Cem Özdemir, se ha impuesto de momento en las filas ecologistas. No obstante, el partido tiene por delante una cita decisiva para aprobar una eventual entrada en ese Ejecutivo tricolor, ya que está convocado un congreso para finales de noviembre en Berlín. De cualquier modo, no está claro que Özdemir, periodista de profesión, pueda ofrecer para esa fecha un acuerdo de gobierno que satisfaga a las todavía un tanto contestarias bases de Los Verdes. No sería descartable, por tanto, un nuevo episodio en los eternos enfrentamientos entre realos (realistas) y fundis (fundamentalistas) que han marcado la historia de los ecologistas.

Más allá del oportunismo que la prensa alemana de referencia achaca a Özdemir, un político controvertido que se vio salpicado hace unos años por un escándalo de utilización de sus bonos de avión como diputado para viajes privados, lo bien cierto es que un amplio sector de Los Verdes viene esgrimiendo una fabulosa capacidad camaleónica. Así las cosas, Die Grünen, cuyos resultados electorales suelen oscilar en torno al 10%, gobiernan con el apoyo de la CDU en Baden Württemberg, el land más rico de Alemania; comparten el poder con el SPD en otros länder; e incluso participan en fórmulas de coaliciones tanto con el FDP como con los neocomunistas de Die Linke. En definitiva, Los Verdes han alcanzado una asombrosa transversalidad respaldados por un electorado cada día más ecléctico y más diverso que pone el acento en temas medioambientales y deja en segundo plano otras reivindicaciones. No conviene olvidar que la sociedad alemana exhibe una muy loable conciencia ecologista que traspasa las fronteras de edades, sexos o clases sociales. De este modo, asuntos como la agricultura y la alimentación; el tráfico y la contaminación; o la apuesta por una economía sostenible preocupan a buena parte del electorado y esa característica explica la persistencia de Los Verdes como una fuerza minoritaria pero importante en el panorama alemán. No obstante, una generosa política migratoria y de asilo, uno de los ejes del actual debate político, en especial tras las recientes crisis de refugiados, se alza también como una de las señas de identidad de Los Verdes. Al hilo de estos rasgos, no cabe duda de que los mayores escollos para un gobierno tripartito Jamaica procederán de los temas de medio ambiente y de emigración. De hecho, tras semanas de tanteos con la CDU y el FDP, los ecologistas no han logrado grandes avances en sus propuestas y han señalado algunas reivindicaciones como líneas rojas para un pacto.

Al fondo de estas negociaciones late, en cualquier caso, la obsesión de los alemanes por la estabilidad política en un país donde, por otra parte, su proporcional sistema electoral dificulta mucho la obtención de mayorías absolutas. Esta circunstancia explica también el rol de pareja de baile para todos los gustos de Los Verdes en tantos gobiernos regionales. Ahora bien, la coalición Jamaica que se propone en Berlín a escala federal supondría un experimento novedoso y arriesgado para los tres socios de gobierno (cuatro si contamos a los conservadores bávaros de la CSU) y, en especial, para los ecologistas. El único periodo en que Los Verdes han gobernado, como socios minoritarios, en Alemania (1998-2005) fue en colaboración con el SPD y con el socialdemócrata Gerhard Schröder como canciller. Si en aquella época ya tuvieron que aceptar renuncias básicas de su programa y de sus principios en favor de la gobernabilidad, la autoinmolación o la autonegación, como la califica el semanario Der Spiegel, podría ahora ser excesiva en compañía de la democristiana Merkel y de los neoliberales. En aquel Ejecutivo rojiverde, Fischer y otros colegas de partido ya vendieron su alma ecopacifista al diablo al autorizar el envío de tropas alemanas a Kosovo y Afganistán o al respaldar drásticos recortes sociales que el SPD aplicó a un envidiable Estado del bienestar alemán. Ya en aquellos tiempos Die Grünen estuvieron a un paso del cisma entre los guardianes de las esencias y los pragmáticos que dicen adaptarse a los tiempos. La encrucijada ahora pasa porque Özdemir ocupe su anhelada cartera de ministro de Asuntos Exteriores y otros dirigentes verdes se sienten en otras poltronas ministeriales o bien por conservar algunos de aquellos principios que alumbraron aquel movimiento renovador de los 80. Una vez más se plantean los grandes dilemas de la política y del ejercicio del poder, los interrogantes entre las lógicas razones de Estado y las legítimas aspiraciones de los partidos. En su etapa al frente de la diplomacia germana, Joschka Fischer declaró que “no existía una política exterior verde, sino solamente una política exterior alemana”. Habrá que ver, una vez más, si en Los Verdes se impone el pragmatismo o los principios; un siempre difícil dilema en política.