Grecia y Turquía han dado un paso atrás desde el borde de la confrontación militar a raíz de las exploraciones en busca de gas en aguas en disputa en el mar Mediterráneo. Pero los problemas todavía acechan. Los líderes europeos deberían recibir con brazos abiertos las señales de conciliación de Atenas y Ankara y darles un empujoncito para que entablen conversaciones.

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El barco turco Oruc Reis en el Mediterráneo oriental, agosto 2020. Turkish National Defense Ministry/Anadolu Agency via Getty Images

La disputa que estaba cociéndose a fuego lento entre Turquía y Grecia por los derechos marítimos en el Mediterráneo oriental estuvo cerca de llegar a su punto de ebullición en agosto, cuando los dos países evitaron por poco un choque naval. Un barco de investigación turco, el Oruç Reis, estuvo inspeccionando el lecho marino en busca de depósitos de gas natural en aguas en disputa cerca de la isla griega de Kastellorizo, frente a la costa sur de Turquía. Grecia envió sus propios barcos para vigilar la escolta naval del Oruç Reis. Unas torpes maniobras de las flotillas rivales provocaron una colisión entre las fragatas griegas y turcas. En una muestra de solidaridad con Grecia como miembro de la UE, Francia desplegó buques de guerra para realizar maniobras conjuntas con la armada griega y también aviones de combate Rafale en Creta. Los Emiratos Árabes Unidos (EAU), por su parte, enviaron cuatro F-16 a Creta.

Por el momento, la diplomacia itinerante de los líderes europeos ha dado bienvenidas señales de desescalada: Turquía ha llamado a puerto al Oruç Reis, los asesores de los líderes griegos y turcos están en contacto y oficiales de ambos ejércitos mantienen reuniones en la sede de la OTAN. Pero el enfrentamiento aún podría salirse de control, y este es el momento de asegurarnos de que no haya más movimientos que empujen las cosas al límite. La prioridad es encontrar espacio para la reanudación de conversaciones exploratorias entre Atenas y Ankara, interrumpidas en 2016, sobre la demarcación de zonas marítimas. Grecia, junto a Francia y la República de Chipre, está presionando para que la UE imponga sanciones a Turquía por sus prospecciones en busca de gas natural en aguas que reclaman Grecia y la República de Chipre. Pero se corre el peligro de que las medidas de castigo tengan el efecto contrario, empujando a Ankara a comportarse de manera más agresiva en el Mediterráneo oriental. La forma en que se gestione esta disputa será fundamental para restablecer las relaciones vecinales entre Turquía y la UE, lo que redundaría en interés de todas las partes, incluida Grecia.

En lugar de blandir el palo en este momento, los líderes europeos deberían instar a las partes a no revertir los pasos positivos, aunque modestos, que ya han tomado y ofrecer incentivos que puedan allanar el camino de regreso a la mesa de negociaciones. Ambas partes podrían tomar una serie de medidas adicionales para minimizar los riesgos de otro incidente y abrir un espacio para las conversaciones. Turquía, por su parte, debería mantener el Oruç Reis en el puerto. Ankara y Atenas tienen que continuar con los contactos ya establecidos, incluyendo los de funcionarios involucrados en conversaciones militares técnicas en la OTAN, abstenerse de realizar maniobras militares y evitar la retórica incendiaria, especialmente en la Asamblea General de la ONU.

 

Una mezcla explosiva

Hay tres ingredientes que forman una mezcla combustible en el Mediterráneo oriental. En primer lugar, están las disputas entre Ankara y Atenas sobre Chipre y las fronteras marítimas de Turquía con las islas griegas distribuidas por su costa egea y meridional. El propio Chipre lleva dividido desde 1974, cuando Ankara envió sus tropas tras un golpe de Estado en la isla respaldado por lo que en ese momento era una dictadura militar en Atenas. Cuatro décadas de conversaciones bajo los auspicios de la ONU no han logrado reunificar la isla. La República de Chipre, la parte grecochipriota del sur de la isla, se convirtió en miembro de la UE en 2004, mientras que solo Turquía reconoce la “República Turca de Chipre del Norte”. En el mar Egeo, Grecia y Turquía han hecho demostraciones de fuerza para imponer su dominio sobre las rocas, los mares y los cielos. En 2002, iniciaron lo que se convertirían en 60 rondas de conversaciones exploratorias sobre la demarcación del complejo rompecabezas que componen las más de 2.400 islas del mar Egeo, la mayoría de las cuales son griegas, y las rutas marítimas de alta mar que son el sustento de la economía y la seguridad turcas. Estas conversaciones se rompieron en 2016.

El descubrimiento de gas frente a las costas de Chipre es el segundo elemento. La exploración por parte de empresas internacionales tuvo un resurgir a partir de 2011, en el contexto de negociaciones auspiciadas por la ONU que fracasaron. Algunos importantes hallazgos prometían dar un giro a la economía chipriota, mejorar la seguridad energética de la isla y reducir el precio de la energía, siempre que la República de Chipre pudiera cerrar acuerdos con otros Estados del litoral para construir la necesaria infraestructura de exportación del gas. Por su parte, Ankara alberga la ambición de actuar como un centro energético para Europa. Está interesada tanto en garantizar a los turcochipriotas una parte de los futuros ingresos proporcionados por el gas como en librar a su propio país de su dependencia del suministro de gas ruso. Excluida de los planes de la República de Chipre, Egipto, Israel y Grecia para construir un oleoducto hasta Europa, Ankara envió sus propios barcos de perforación a aguas en disputa tanto al noreste como al oeste de Chipre, además de al sur de Kastellorizo. Aunque el Oruç Reis, por ahora, ha vuelto a puerto, otras embarcaciones turcas, incluidos el Yavuz y el Barbaros Hayrettin Paşa, continúan haciendo exploraciones frente a Chipre. En septiembre de 2020, Ankara amplió los informes de navegación de ambos barcos hasta mediados de octubre.

Un tercer elemento, la política de Turquía en Oriente Medio, ha contribuido a arrastrar a otras potencias a esta refriega marítima. Con los levantamientos árabes de 2011, Ankara expandió su activismo por toda la región y respaldó intentos de la Hermandad Musulmana de hacerse con el poder. En 2013, rompió los lazos diplomáticos con El Cairo por el golpe de Estado que derrocó al presidente egipcio Mohammed Morsi, un líder de la Hermandad. El apoyo turco a los islamistas enfureció no solo al nuevo Gobierno egipcio sino también a los Emiratos Árabes Unidos, un implacable enemigo del islam político. Posteriormente, en diciembre de 2019, Turquía firmó un acuerdo de delimitación marítima con el gobierno de Libia reconocido por la ONU, con sede en Trípoli y en parte compuesto por figuras vinculadas a la Hermandad. También envió asesores militares para ayudar al gobierno de Trípoli en la lucha contra sus adversarios en el este de Libia respaldados por Egipto y Emiratos Árabes Unidos. El acuerdo de delimitación llevó a Grecia a concluir su propio acuerdo con Egipto; los acontecimientos en Libia impulsaron a Emiratos Árabes Unidos a ponerse del lado de Atenas. Mientras tanto, Israel, enfrentado a Turquía por otras múltiples cuestiones, también se ha posicionado detrás de Grecia. Italia, cuya mayor compañía energética, ENI, tiene fuertes intereses en la región, está tratando de hacer equilibrios entre el apoyo a Grecia y Chipre como miembros de la UE, el mantener una buena relación con El Cairo, con quien ENI tiene acuerdos de exploración de petróleo y gas en aguas egipcias, y su postura sobre Libia, que está bastante cerca de Ankara. El Foro del Gas del Mediterráneo Oriental, que tiene como objetivo desarrollar el mercado de gas de la región, incluye a la República de Chipre, Egipto, Grecia, Israel, Italia, Jordania y Palestina, pero excluye a Turquía.

Francia, cuyas empresas energéticas también tienen intereses en la región, es una incorporación tardía a la mezcla. París ha solicitado unirse al foro. Las relaciones entre París y Ankara se han agriado por la cuestión libia y la inquietud gala por la política de Turquía en relación a Siria y sus compras de armas a Rusia. En junio, un buque de guerra francés intentó inspeccionar una embarcación turca como parte del embargo de armas a Libia impuesto por la ONU. En las últimas semanas, el presidente francés, Emmanuel Macron, y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, han estado intercambiando pullas cada vez más afiladas.

Turquía se siente acosada y cada vez más cercada por los cientos de islas griegas que salpican los mares que rodean sus costas. Teme quedar incomunicada de la mayor parte del mar Egeo, y, por tanto, de rutas marítimas clave, si Grecia amplía unilateralmente sus aguas territoriales y establece nuevas zonas de jurisdicción marítima. Erdogan ha respondido adoptando una línea más asertiva y una retórica más agresiva que interrelaciona todas las políticas regionales de Turquía, que gozan de gran popularidad en el país. Diplomáticos turcos han manifestado a Crisis Group que su gobierno quiere “una parte justa” de la riqueza generada por el gas del Mediterráneo oriental. Mientras las “conversaciones exploratorias” sobre sus disputas marítimas permanezcan en suspenso, y Grecia y la República de Chipre sigan realizando prospecciones o perforaciones, aseguran que Ankara también lo hará. Por su parte, los funcionarios griegos sostienen que la nueva política agresiva turca es lo que reavivó la disputa y estropeó las relaciones de Ankara con sus vecinos. Los griegos están cada vez más preocupados por la seguridad de cientos de islas que están mucho más cerca de Turquía que de la parte continental del país.

 

Un papel para Europa

El estallido de 2020 está produciéndose además en un momento en el que el liderazgo estadounidense está ausente. En el pasado, Washington ha intervenido para frenar las tensiones greco-turcas en el Mediterráneo oriental. En 1996, Estados Unidos se negó a respaldar a ninguna de las partes en su disputa por un par de islas deshabitadas, conocidas como Imnia en griego y Kardak en turco, y su mediación llevó a Turquía a retirar sus tropas de las rocas. Esta vez, Washington parece menos preocupado por la neutralidad. El secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, viajó a Chipre el 12 de septiembre suscitando la ira de Ankara y el presidente Donald Trump levantó un embargo de tres décadas sobre la venta de armas que pesaba sobre el Gobierno grecochipriota el 15 de septiembre. A pesar del momento en que se ejecutó, la administración Trump insistió en que la medida llevaba meses en preparación y no guardaba ninguna relación con la disputa marítima.

Rusia ha intentado inmiscuirse, pero sin éxito. Detectando una oportunidad para ejercer su influencia ahora que la de Washington está menguando, el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia manifestó al presidente de la República de Chipre, con quien Moscú tiene buena relación, que estaba listo para ayudar mediando en las conversaciones con Turquía sobre la exploración energética en el Mediterráneo oriental. Ankara, sin embargo, rechazó amablemente la oferta.

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El presidente de la República de Chipre, Nicos Anastasiades, y su homólogo francés, Emmanuel Macron, en el Consejo europeo, Bruselas, octubre 2020. OLIVIER HOSLET/POOL/AFP via Getty Images

Es fundamental que los líderes europeos acierten con sus políticas. Las luchas del bloque para encontrar la combinación adecuada de palos y zanahorias podrían, como han manifestado algunos diplomáticos de la UE a Crisis Group, construir o destruir las relaciones con Ankara. Los altos funcionarios de la UE están personalmente comprometidos con lograr una solución para el Mediterráneo oriental.

La República de Chipre ha estado presionando durante meses para añadir más empresas e individuos turcos a la lista de quienes están sujetos a la congelación de activos y tienen prohibido viajar en relación con la búsqueda de hidrocarburos cerca de la isla por parte de Turquía. Pero esas sanciones aún no han obtenido el apoyo total de los Estados miembros de la UE, y muchos tienen la esperanza de que la diplomacia pueda aliviar tensiones con un socio que es estratégicamente importante. Además, la República de Chipre ha estado bloqueando esfuerzos para imponer sanciones al presidente bielorruso Alexandr Lukashenko a menos que otros gobiernos europeos respalden su propuesta de medidas más duras contra Turquía, finalmente la UE ha tenido que endurecer el tono con Ankara para desbloquear el acuerdo. Francia, Grecia y Austria también apuestan por una postura más firme contra Ankara y argumentan que la división dentro de la UE puede envalentonar a Erdogan. Alemania, junto al llamado grupo de Visegrado, formado por Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia, está a favor de dar primero una oportunidad al diálogo con Ankara. A estos países les preocupa especialmente que Turquía pueda responder a las sanciones permitiendo que los migrantes crucen sus fronteras con Europa, como hizo a finales de febrero, poniendo a prueba la capacidad de la UE para hacer frente a un nuevo flujo de entrada. Italia, Malta y España, cuyos intereses están más en línea con los de Turquía en Libia, también se muestran dudosos en lo referido a respaldar nuevas sanciones. Al igual que el Reino Unido, que ya no forma parte de la UE, temen alejar a un socio y aliado de la OTAN al que, a pesar de las tensiones, desean alentar en sus vacilantes ambiciones de una mayor integración con el bloque.

La UE ha tenido dificultades para encontrar nuevos incentivos para Turquía. En una de las iniciativas más prometedoras, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ha planteado la idea de invitar a Ankara a una conferencia multilateral que podría permitir que los poderes regionales resuelvan sus desacuerdos en un entorno de civilidad. Según varios funcionarios de la UE, la conferencia tendría como objetivo abordar un amplio abanico de asuntos, desde los acuerdos para el reparto de ingresos del gas hasta la migración pasando por la delimitación marítima, y culminaría con una reunión entre los líderes. En privado, algunos diplomáticos de la UE sugieren que tal conferencia podría calmar la irritación de Turquía por ser excluida del foro regional de energía. Dicho esto, otros sostienen que las rivalidades regionales, algunas de las cuales se extienden a la disputa por Chipre, hacen que ese formato sea inviable.

 

Lo que Europa debería y no debería hacer

Los líderes europeos deberían dejar más tiempo para el diálogo en lugar de optar por las sanciones. Es poco probable que nuevas medidas punitivas empujen a Ankara hacia las conversaciones. Opciones más duras, como vetar a las empresas turcas en los puertos de la Unión Europea, imponer sanciones sectoriales, recortar los fondos asignados para facilitar la posible adhesión del país a la UE o incluso anular por completo la candidatura turca, casi con certeza empoderarían a los partidarios de la línea dura en Ankara. La República de Chipre y sus aliados no deberían haber vinculado la política de Turquía con las sanciones contra Lukashenko. Bielorrusia y la geopolítica del Mediterráneo oriental son cuestiones muy diferentes y cada una de ellas requiere su propio enfoque.

En lo que el responsable de política exterior de la UE describe como un “momento decisivo” en las relaciones con Turquía, Alemania debería empujar a Ankara, por un lado, y a Atenas y sus aliados, por el otro, a que den nuevos pasos hacia la desescalada y regresen a las “conversaciones exploratorias”. Berlín, que ostenta la presidencia rotatoria de seis meses de la UE hasta diciembre, está posiblemente en la mejor de las posiciones para involucrar a Ankara. La canciller Angela Merkel tiene vínculos constructivos con Erdogan e influencia económica. Además, Alemania es el socio comercial número uno de Turquía y su mayor inversor extranjero.

Ankara y Atenas podrían tomar una serie de medidas para reducir los riesgos y mejorar las perspectivas de diálogo. Ambas partes deben abstenerse de realizar maniobras militares adicionales y de emplear retórica combativa. En la Asamblea General de la ONU, tendrían que evitar usar palabras encendidas. Un tono agresivo del presidente turco podría ser especialmente contraproducente, ya que podría contribuir a unir a las capitales de la UE en torno a medidas punitivas más estrictas. Ankara tampoco debería reaccionar de forma exagerada si el Consejo sigue adelante con la adición de algunas personas más a la lista de sanciones existente.

Independientemente de la suerte que sigan los esfuerzos de diálogo, las dos capitales también deben comprometerse públicamente a mantener conversaciones técnicas en la OTAN con el fin de establecer un mecanismo de prevención de conflictos entre sus ejércitos. Esto no abordaría el meollo de la disputa, pero podría evitar que los incidentes en el mar degeneren en un conflicto total.

Al mismo tiempo, Ankara tendría que mantener el Oruç Reis en puerto. Su retirada de aguas reclamadas por Grecia fue importante, pero los funcionarios turcos han dicho que el barco regresará después de un mantenimiento de rutina.

Una moratoria en la perforación en aguas en disputa también ayudaría. Durante las conversaciones exploratorias sobre la delimitación mantenidas entre 2002 y 2016, Turquía y Grecia respetaron una moratoria así y podrían restaurarla. Diplomáticos de ambas partes han manifestado a Crisis Group que están abiertos a tomar esta medida si se avanza en las conversaciones. Debería ser más fácil tomarla en un momento en que la pandemia de la COVID-19 ha paralizado la demanda de gas y las empresas de energía de todo el mundo están bajo una presión cada vez mayor para volverse ecológicas. La viabilidad de extraer gas de algunos depósitos del lecho marino ya estaba en duda, y Turquía ha tenido más suerte con la exploración en el Mar Negro. Si los mercados de energía globales se recuperan y las tensiones se calman, las partes podrían considerar la posibilidad de joint ventures, el reparto de ingresos por el gas en Chipre o un arbitraje legal para resolver sus disputas. Las conversaciones también podrían abordar otros problemas más allá del de las zonas marítimas y cubrir la cuestión del sobrevuelo de la aviación militar y la desmilitarización de las islas del Egeo.

Cualquier conflicto en el Mediterráneo oriental tendría un alto coste: interrumpiría la inversión energética, socavaría la seguridad transatlántica y dañaría vínculos vitales entre Turquía y la UE. Si las partes no encuentran la forma de gestionarlas, las disputas sobre las fronteras marítimas podrían tener consecuencias perjudiciales para todos.

La versión original y en inglés se ha publicado con anterioridad en International Crisis Group. Traducción Natalia Rodríguez.