(Sean Gallup via Getty Images)

La Unión Europea se enfrenta al gran desafío de garantizar una globalización que cree las condiciones necesarias para una transición medioambiental y digital justa en un contexto internacional de múltiples crisis.

El Consejo Europeo de octubre de 2020 consagró como objetivo esencial de la Unión Europea la autonomía estratégica abierta, que consiste en reducir la dependencia exterior de la UE en materia de energía, tierras raras y tecnologías clave. Sin embargo, a pesar de la persuasión del presidente del Consejo de la UE, Charles Michel, y del presidente francés, Emmanuel Macron, este oxímoron sigue siendo confuso, ambiguo y poco motivador. Por encima de todo, este nuevo paradigma no clarifica ninguna de las distintas etapas que la Unión tiene todavía que superar para tener éxito en su revolución copernicana, ecológica y digital, en un momento en que está inmersa en cuatro grandes crisis existenciales.

El cuarteto lo forman: la crisis geopolítica (activada con la agresión rusa en Ucrania); la  energética (que causa conflictos comerciales y tensiones con China); la  climática y medioambiental (calentamiento global, degradación de las tierras agrícolas, estrés hídrico); y la  sanitaria (pandemia de la COVID-19, amenazas sanitarias transfronterizas, peligro para la salud mental).

Son cuatro focos de tensión que ponen en peligro el mismo corazón del proyecto europeo, a los que hay que sumar otros cuatro escollos no menos importantes. Los dos primeros ponen de manifiesto con crudeza las graves turbulencias provocadas por los crecientes desequilibrios financieros y presupuestarios: estos son el sobreendeudamiento masivo privado y público, y el déficit público abismal de los Estados miembros. Y, desde luego, esta delicada situación financiera se ve perjudicada por la crisis de gobernanza mundial tras la parálisis de los organismos internacionales (G7, G20, Consejo de Seguridad de la ONU, OMC, etcétera).

Los otros dos peligros preocupantes tienen un cariz más social: por un lado, la amenaza identitaria y de pérdida de calidad democrática (protagonizados por el auge de los partidos racistas y los fundamentalismos, el euroescepticismo y el desencanto de la población); por el otro, el demográfico (envejecimiento de la población europea en un contexto de explosión demográfica global).

Todas estas circunstancias adversas, cuyos efectos son acumulativos, ponen en tela de juicio el actual modelo de globalización, que ha demostrado su incapacidad para prevenir y encontrar soluciones duraderas y eficaces a crisis profundas, prolongadas y reiteradas, a pesar de que la Unión ha entrado en el juego de la globalización abriendo ampliamente sus mercados. 

Una gobernanza de la Unión sometida a grandes tensiones

Las crisis estructurales que han sacudido la UE han puesto de manifiesto cuatro puntos débiles del modelo de gobernanza global.

En primer lugar, la exposición de la UE al comercio internacional en el marco de una economía liberalizada la ha hecho especialmente vulnerable, ya que, a diferencia de China, Estados Unidos y Rusia, la Unión carece de recursos naturales en los ámbitos de la energía, las materias primas estratégicas (litio, cobre, cobalto y níquel, en particular) y determinadas tecnologías avanzadas para apoyar su independencia y garantizar su autonomía estratégica.

President of the European Central Bank (ECB) Christine Lagarde attends a hearing of the Committee on Economic and Monetary Affairs in the European Parliament. (Thierry Monasse/Getty Images)

En segundo lugar, el sistema de división internacional del trabajo basado en el "just in time" presupone que el flujo "justo a tiempo" de las cadenas de valor se mantenga estable durante un periodo prolongado. También postula que los insumos (materias primas, semiconductores, componentes electrónicos, etcétera) lleguen en el momento adecuado, lo que evita costes innecesarios de mano de obra, transporte, manipulación y almacenamiento. Bajo este modelo, si se produce una ruptura en un eslabón de la cadena de suministro, toda la cadena de valor o incluso varios sectores de la economía pueden verse afectados, no solo por la escasez, sino también por el aumento de los precios, que además se ve agravado por los efectos de la especulación. Un ejemplo llamativo de ello es la escasez de chips electrónicos en el sector del automóvil, cuya producción se ha reducido en un tercio en algunos Estados miembros en 2021.

En tercer lugar, para aplicar el Acuerdo de París y en respuesta al informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), la UE se ha fijado unos ambiciosos objetivos climáticos y medioambientales. El Pacto Verde Europeo establece que la UE debe reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero en al menos un 55% en el horizonte 2030, en relación con los niveles de 1990, con el fin de alcanzar el objetivo de cero emisiones netas en 2050. Sin embargo, en verano de 2022, para hacer frente a los costes directos e indirectos de la guerra en Ucrania, la UE y sus Estados miembros se han visto obligados a paralizar parte del esfuerzo para cumplir los objetivos del Pacto Verde. Además, el mantenimiento del actual modelo de desarrollo en la mayoría de los países miembros y en el mundo no augura nada bueno para el cumplimiento de estos objetivos.

Y, en cuarto lugar, aunque la UE se ha fijado como objetivo respetar una base de valores democráticos elevados, no ha dudado en hacer la vista gorda ante la violación sistemática de estos principios por parte de los regímenes dictatoriales o autoritarios de algunos países proveedores de energía, materias primas o tecnología (China, Rusia, República del Congo, Brasil, etcétera). Aunque esta realpolitik viene dictada por la falta de fuentes alternativas de suministro, esta alianza contra natura conlleva importantes riesgos letales para el modelo democrático al que aspiran la mayoría de los Estados miembros de la UE. 

Optar por la vía de la ‘geobalización’

Ante este panorama, se nos presentan varios escenarios e interrogantes:

¿Nos encontramos ante una forma de "corrosión de la globalización", como parece creer Adam Posen, presidente del Peterson Institute for International Economics? En este escenario, la economía mundial estaría fragmentada en bloques, cada uno de los cuales intentaría aislarse y reducir la influencia de los demás, y la UE tendría que interpretar su propia partitura en competencia con sus socios tradicionales.

¿Adopta la globalización otras formas o configuraciones –deglobalisation, slowbalisation o newbalisation– como parecen sugerir Jan Hatzius y Daan Struyven o Adiedj Bakas? ¿O es preferible el concepto de glocalización, como creía Zygmunt Bauman, o el de geolocalización, como nos invita a considerar Arjun Appadurai, para expresar la tensión dialéctica entre el nivel global y el nivel local?

En cualquier caso, lo que parece claro es que el modelo actual, basado en una economía de mercado abierta y liberalizada, presenta signos de agotamiento, sobre todo ante las reiteradas crisis geopolíticas y climáticas, la escasez de materias primas e insumos estratégicos, y el encarecimiento de la energía y el transporte, que obligan a priorizar la seguridad sobre la eficiencia, la sobriedad sobre el consumo desenfrenado, la solidaridad sobre la competencia desmedida, y lo local sobre lo global.

Basándonos en particular en los trabajos de Bruno Latour y Nikolaj Schultz, creemos que se está produciendo un movimiento de desaceleración irreversible, que debe traducirse en un nuevo paradigma que denominamos "geobalización", en el que la biosfera constituiría la piedra angular del modelo.

Sin embargo, hasta ahora, la Unión Europea se ha mostrado reacia a abordar las ratios de producción que han hecho de la biosfera una variable de ajuste estructural. La situación actual requiere un cambio de rumbo radical en forma de transición gradual hacia un nuevo modelo de geobalización, o uno que se base como prioridad esencial en la sostenibilidad planetaria a largo plazo, combinando los niveles global, regional y local.

Cuanto antes y más profundamente asuma la Unión Europea la necesidad de este cambio, antes podrá hacer frente a los inmensos desafíos que tiene por delante.

‘Geobalización’: la piedra angular para una transición respetuosa y justa

El principal reto para la UE consiste en garantizar que la globalización cree las condiciones para una transición justa y equitativa hacia un sistema respetuoso con la biosfera, y en poder asumir los costes correspondientes.

Una maqueta realizada con piezas de Lego que representa la ciudad inteligente de Fiware, una plataforma impulsada por la Unión Europea para el despliegue de aplicaciones de Internet del Futuro, se ve durante el SmartCity Expo World Congress. (Paco Freire/SOPA Images/LightRocket via Getty Images)

El desafío más inmediato es hacer viables las cadenas de valor estratégicas de la UE, garantizando la seguridad del suministro de energía –mediante una revolución de las energías renovables– y de los bienes e insumos esenciales para la transición ecológica (litio, cobre, cobalto, níquel, aluminio…), al tiempo que se apliquen métodos de extracción y producción más respetuosos con el medio ambiente. Esta necesidad absoluta exige que la UE diversifique sus fuentes de suministro y opte por socios que respeten las normas sociales y medioambientales en condiciones de comercio justo. De hecho, la transición ecológica de los combustibles fósiles a las tecnologías no contaminantes es ávida en metales, es decir, los vehículos eléctricos, las baterías, los sistemas solares fotovoltaicos, las turbinas eólicas y las tecnologías de hidrógeno requieren más metales que sus alternativas convencionales actuales.

Esta carrera por la diversificación y la seguridad del suministro podría llevar a la UE y a sus socios a los mismos destinos alternativos –por ejemplo, hacia el desarrollo de baterías de fosfato en el norte de África–, de ahí la necesidad de una gobernanza mundial para evitar una competición o carrera desenfrenada e ilimitada por los recursos escasos. Esta realidad obliga a la Unión a reindustrializar algunos sectores clave de su economía, a reforzar sus alianzas industriales y a multiplicar los Proyectos Importantes de Interés Común Europeo (IPCEI). En este sentido, es relevante subrayar que ya se han concluido proyectos de este tipo para baterías, semiconductores, la nube de nueva generación, productos farmacéuticos e hidrógeno. Es importante que los proyectos se materialicen rápidamente y que se pongan en marcha otros que garanticen la solidaridad entre los países de la UE mediante un acceso justo a los proyectos y sus resultados.

En este contexto, la economía circular y el reciclaje desempeñarán un papel fundamental para contribuir al éxito de la transición ecológica. En 2050, una Europa circular podría tener una autosuficiencia mejorada de entre el 50% y el 10% en el caso de los insumos de materias primas primarias y secundarias combinadas, y de entre el 70% y el 100% en el caso de los metales. No obstante, no debemos caer en el mito del reciclaje infinito de los metales, algunas de cuyas aleaciones se refinan fuera de las fronteras de la Unión. Una mayor sobriedad en los patrones de producción y consumo es absolutamente imprescindible. De hecho, si la industria mundial de las tierras raras sigue explotando estos recursos con la misma intensidad, la demanda superará a la oferta en un plazo de tres a cinco años. Llegados a este punto, si la escasez de tierras raras afecta a la producción de productos de alta tecnología, como los vehículos eléctricos y los robots, se pondría en peligro la doble transición ecológica y digital.

El segundo reto exige que la UE se comprometa de manera determinada con la I+D+i para poner en marcha alternativas creíbles y sostenibles. La ciencia y la innovación son esenciales para acelerar la transición ecológica y digital de la UE. Esta transición representa una oportunidad económica que exige importantes inversiones en tecnologías de la vida, el sector digital y tecnologías bajas en carbono. Europa hace gala de una posición fuerte en este sentido por lo que respecta a la transición ecológica. Con el 25% de las publicaciones científicas más citadas del mundo en el campo de la bioeconomía, la UE ocupa una posición de liderazgo en este sector.

Sobre todo, es imprescindible priorizar el desarrollo de determinadas tecnologías disruptivas que permitan un salto cualitativo y avances decisivos en ámbitos clave, sin olvidar la contribución de las bajas tecnologías (low tech) a la sobriedad energética y digital (green IT). Se trata de un paso esencial para que la UE se aleje de la dependencia tecnológica. La I+D+i puede ayudar a las empresas a mejorar su ecología desarrollando modelos de negocio que creen valor añadido de forma sostenible. La política de I+D+i también debe poder contar con niveles de educación y bases de competencias de alta calidad. La innovación no debe ser sólo científica o tecnológica; también debe incorporar una sólida dimensión organizativa y social.

El tercer desafío postula que la Unión Europea debe tomar la iniciativa de relanzar el multilateralismo mediante la celebración de un ambicioso acuerdo plurilateral en el ámbito de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Esta iniciativa debe centrarse, en particular, en la gestión sostenible conjunta de los recursos escasos, la resolución de conflictos y un mecanismo eficaz de supervisión y seguimiento de los compromisos de las partes, especialmente en los sectores más estratégicos. También será necesario revisar los numerosos acuerdos bilaterales que la Unión ha firmado y que están muy lejos de la ambición estratégica que ella misma se ha fijado, especialmente en el Pacto Verde. La consigna debe ser la cooperación y no la confrontación, aunque la urgencia requiera que la Unión Europea tenga una influencia decisiva en el curso de las negociaciones. Todas estas políticas deben basarse en un mercado interior resiliente e inclusivo con normas armonizadas que fomenten la inversión sostenible y la difusión transfronteriza de modelos y tecnologías innovadoras.

Una geobalización necesariamente disruptiva

Para que tenga éxito, la gestión de la transición ecológica debe basarse en un modelo de gobernanza eficiente que promueva políticas de producción y consumo respetuosas con el ciclo de la vida. Esta dirección debe basarse en indicadores de desarrollo fiables que puedan orientar la actuación pública y en una política de comunicación e información transparente. El criterio de crecimiento calculado a partir del PIB ha fracasado por insuficiente e ineficaz; a pesar de las reiteradas críticas, es sorprendente que este parámetro se siga utilizando como criterio principal cuando ignora el valor y la evolución cualitativa de los ecosistemas, así como la dinámica en términos de bienestar y sostenibilidad.

Este estado de ceguera social ya no es aceptable en el contexto de la transición que viene. Es urgente sustituir el dogma del PIB, "que mide casi todo menos lo que hace que la vida valga la pena" (Robert Kennedy, marzo de 1968), por un conjunto de indicadores coherentes basados en los objetivos del desarrollo sostenible. Esta gobernanza debe basarse en indicadores de desarrollo humano, sostenibilidad medioambiental y resiliencia, que deben guiar las decisiones políticas públicas y privadas, tanto a nivel europeo e internacional como nacional y local.

Al mismo tiempo, tenemos que reforzar la microgestión de nuestras economías. ¿Por qué no considerar, por ejemplo, el despliegue de contadores inteligentes y la generación de energía descentralizada junto con la inteligencia artificial? Sería una forma oportuna de conciliar la transición ecológica y la transición digital.

La Unión debe convertirse en el motor y el fermento de la revolución copernicana en marcha que el mundo necesita imperiosamente. Ahora que la Conferencia sobre el Futuro de Europa –finalizada el 9 de mayo de 2022– entra en una etapa importante de su recorrido, esperemos que este impulso pueda ser la ocasión para darnos cuenta de que un avance en la dirección de una alianza multilateral sostenible y ambiciosa es vital para el futuro de la UE. 

 Este artículo forma parte del Anuario Internacional CIDOB 2022