Miles de manifestantes toman las calles durante la manifestación del Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo de 2020 en Madrid. (Sergio Belena / VIEWpress)

¿Estamos asistiendo a la validación global del pensamiento feminista? Claves de un pensamiento que no empieza ni acaba con el MeToo.

A finales del siglo pasado, algunos pensadores, entre ellos Alain Touraine y Cecilia Amorós, decían que la magnitud del discurso y de la acción política feminista era tal que las transformaciones que proponía para la emancipación de las mujeres eran de las más radicales y revolucionarias del siglo. Lo eran y lo deben ser aún mucho más. En realidad, la gran rebelión feminista del siglo XXI está aún por llegar.

Como sucede con casi todo, las redes y plataformas digitales ayudan a difundir ideas. La vindicación histórica feminista por la igualdad entre hombres y mujeres también se ha visto beneficiada por la rapidez y facilidad con la que se propagan imágenes e ideas, y sí, podemos ver en el fenómeno global MeToo una confluencia de mensajes con una fuerza inusitada a favor de la causa feminista, que efectivamente, confirman que esta causa, la feminista, está arraigada en la sociedad. Pero el feminismo ni ha nacido con el MeToo, ni acaba aquí.

 

El feminismo es una idea dominante.

No exactamente, primero hay que deconstruir. Si estamos de acuerdo en que el feminismo se funda en la toma de consciencia de las mujeres sobre sus derechos a partir del reconocimiento de la opresión, dominación y explotación a los que siguen sometidas, por la simple razón de que su sexo está subordinado al masculino, entonces, coincidimos en que este pensamiento constituye hoy una idea dominante en nuestras sociedades. Plantear, convencer y evidenciar que existe una discriminación estructural y multidimensional hacia las mujeres y ponerlo en la agenda política fue un hito de la teoría política feminista. Con ello, en los últimos 25 años (si nos situamos en el cambio que supuso la plataforma de acción de Beijing en 1995), se han puesto en marcha transformaciones históricas para la vida de las niñas y las mujeres de todo el mundo. Y hoy, ciertamente, el pensamiento feminista impregna las instituciones, políticas y normas, acompañándose de campañas institucionales y del sector privado, desde lo global hasta lo local.

Para llegar a esa institucionalización del feminismo hubo que desarrollar una teorización política que rompía con la tradición del pensamiento patriarcal y con la misoginia que está en los cimientos del orden político y social que construyeron ilustrados y modernos, como indican Rosa Cobo y Alicia Miyares. Es decir, hubo que repensar cómo pensamos que deben ser las cosas. La revolución de las palabras y de paradigmas que hace el pensamiento feminista no fue en absoluto pacífica ni sencilla. Es fruto de un gran esfuerzo intelectual y de la valentía de muchas grandes pensadoras que nos han regalado conceptos como: el nuevo contrato sexual de Carole Pateman, lo personal es político de Carol Hanisch y Germaine Greer, la noción de la categoría de género para analizar cómo se construye cultural y socialmente la dialéctica de poder-subordinación del patriarcado (desde Simón de Beauvoir a Kate Millet hasta hoy), o la consciencia de la capacidad de elegir de Ruth Lister y el poder poder de Amelia Valcárcel. Al fin y al cabo ‘conceptualizar bien es politizar bien”, como dice Celia Amorós. Y esto es lo que ha hecho el pensamiento feminista. Conceptualizar para politizar y transformar.

La conceptualización que hace la agenda de desarrollo sostenible 2030 del empoderamiento de las mujeres y la exigencia de respuestas con unas gafas de análisis de género sería una muestra de la extraordinaria expansión del pensamiento feminista institucional. Gracias a los datos desagregados por sexo se pueden obtener evidencias y poner en marcha políticas públicas (“sin datos no hay visibilidad y sin visibilidad no hay prioridad” indicó la profesora Cecilia Castaños en un artículo reciente en El País. Y precisamente, esos mismos datos muestran que si bien se han logrado más avances que nunca antes en los derechos y en la praxis de las mujeres, también persisten brechas, obstáculos y resistencias intolerables.

El Global Gender Gap 2021, del World Economic Forum, reconoce que al ritmo actual nos quedan 135,6 años hasta llegar a la paridad entre mujeres y varones. John Stuart Mill expuso ya en 1869 los tres argumentos para defender la participación paritaria de las mujeres en las decisiones: legitimidad, justicia social y eficacia. Precisamente, sobre el tercer argumento, la eficiencia y eficacia de contar con la otra mitad de perspectivas e inteligencias, van surgiendo nuevos aliados del feminismo como adalides del empoderamiento político y económico de las mujeres. Sin embargo, el engranaje feminismo-igualdad sustantiva-neoliberalismo económico no gira, se estanca. Por ello, el feminismo como idea dominante solo puede triunfar y resolver la discriminación estructural hacia las mujeres si la sociedad en su conjunto renuncia al mantra neoliberal. Afortunadamente, sobre todo tras la crisis de la COVID, hay toda una línea de pensamiento -y ojalá también de acción (incluido a través del G7)-, que va cobrando fuerza hacia la deconstrucción de dicho mantra.

 

La clave de la expansión del pensamiento feminista está en el activismo global de la mitad de la humanidad.

¿Teoría o acción? Si la esencia de la buena política es la acción, como decía Hanna Arendt, la movilización feminista ha capturado como ninguna otra ideología la fuerza de la acción política. La teorización no hubiera prosperado si no se hubiera propagado a través de las redes de mujeres “en movimiento”. El movimiento amplio de estas constituye el gran motor del proceso, en España, Latinoamérica, África, Oriente Medio o Asia. La acción política feminista se ha expandido en reuniones entre mujeres, compartiendo risas y penas, en un intercambio de viajes de conceptos y de mujeres que rotan de vivencias y cargos y en ese rotar van acumulando experiencias y propagando ideas.

En los últimos años, al ocupar el espacio público, con pancartas y consignas en las calles y redes de todo el mundo en torno al 8M o bajo el lema Ni una más, en Latinoamérica, el activismo feminista ha logrado que el feminismo suba de peldaño en la agenda política.

Como las ideologías, el pensamiento feminista teoriza un ideario (la igualdad entre varones y mujeres) y busca persuadir a otros para seguirlo. Sucede que las “mujeres” no es un colectivo minoritario vulnerable, sino la mitad de la población. A diferencia de otras ideologías, el pensamiento ideológico feminista cuenta con esa mitad de la población como protagonistas, actoras y beneficiarias principales para defender sus propios derechos. La teoría de la masa crítica queda ya superada por la fuerza de la razón de la legitimidad, justicia social y eficacia a favor de la igualdad sustantiva y la paridad. No se puede esperar 135,6 años para alcanzar la paridad. Estamos viviendo la rebelión inter-pares.

Otro aspecto diferenciador del movimiento feminista respecto a otras ideologías es que no se somete a la dirección o jerarquización de nadie. No puede ser apropiado por ideologías de izquierdas o derechas, las mujeres son mujeres más allá de todo lo demás que puedan ser o pensar. La unicidad del objetivo emancipador es global. Es verdad que, en algunos países como el nuestro, fueron las mujeres socialistas y de izquierda las que lideraron el feminismo, mientras la derecha recusaba leyes de paridad, en cambio en Francia se unieron mujeres de todos los espectros ideológicos, (Au pouvoir citoyennes. Liberté, égalité, parité). La no apropiación partidista del movimiento feminista, y su no adscripción a criterios de clase social, raza, etnia u orientación sexual, hacen del feminismo y de sus múltiples corrientes que propugnan derechos en una amplia diversidad de ámbitos y espacios el gran movimiento ácrata global.

 

“El feminismo como teoría y acción política tiene aún mucho por hacer”

Sí, sin duda. Los indiscutibles avances que van transformando los patrones de conducta y todas las normas e instituciones creadas en torno a éstos no han culminado la ingente tarea de acabar con la discriminación estructural hacia las “mujeres” como categoría sexual subordinada. De hecho, que el desarrollo del discurso y de la acción feminista haya acelerado transformaciones tan profundas en un periodo tan corto, de apenas dos o tres décadas, conlleva dos tipos de riesgos.

Víctima de violencia machista sosteniendo un papel con el hashtag Me Too (Mykhailo Polenok via Getty Images)

En primer lugar, el síndrome de agotamiento y la banalización de la causa feminista. Me refiero a la posible sensación de que el paradigma de la igualdad es un acquis de nuestra sociedad.  Algo así se trasluce de las generaciones que han nacido o crecido ya durante ese periodo en aquellos países donde más se ha avanzado, como el nuestro. Si bien parecen comprender y animarse a sostener acciones concretas, y han vivido como suyo el fenómeno MeToo, el concepto de “feminismo” resultaría algo ajeno. Ser “feminista” se asemejaría a ser radical, extrema. No es infrecuente escuchar a jóvenes sentirse a favor de la igualdad, pero no de las feministas (términos tan burdos como feminazis vendrían a servir de insulto a esas locas radicales feministas). El síndrome de agotamiento del feminismo podría estar también en la autocomplacencia. Creer que la maquinaria de las leyes y políticas ya está en marcha y que la presencia de mujeres garantiza la igualdad sustantiva. Banalizar las conquistas y los desafíos. En ese escenario, podría explicarse la aceptación incomprensible que está teniendo la nueva agenda política de derechos a favor de colectivos minoritarios discriminados. Para poner en valor esos derechos se banalizan y tergiversan conceptos cruciales para el feminismo como género y sexo, proponiendo un gran cajón de sastre como la diversidad e identidad, según Alicia Miyares, donde las mujeres, esa mitad, serían, de nuevo un colectivo más. En ese contexto, salir a la calle a gritar MeToo no basta, el feminismo requiere teoría, precisa confrontar este debate en la academia, en las leyes, en las políticas. Ambas, teoría y acción feminista, se necesitan.

En segundo lugar, hay riesgo en las gravísimas resistencias que se oponen a la concreción práctica de compartir el poder, de redistribuir y reconocer en dignidad y derechos a niñas y mujeres. La agenda feminista no es pacífica porque altera el poder y el orden establecido durante siglos. Cuando repartes el poder, donde entra una mujer, sale un hombre. Los riesgos de involución en derechos son una constante. Lo vemos con la agresividad del movimiento “contra la ideología de género”, con la expansión de la violencia política en paralelo a la llegada de miles de mujeres latinoamericanas a la política, gracias a las cuotas y leyes de paridad, vemos cómo se incrementa el porcentaje de mujeres cabeza de hogar con nuevos problemas y discriminación, el acceso de las mujeres a puestos directivos conlleva un coste personal para las mujeres. Se va creando la categoría de las superwomen, mujeres agotadas, que encaja con el espíritu de la auto realización y la meritocracia que Nancy Fraser define como feminismo neoliberal.

El propósito del feminismo era acabar con la dicotomía de roles público-privado, sin embargo, en general, los avances se están produciendo del lado de las mujeres, a través de la feminización del mercado laboral y del acceso a la representación política. En cambio, la masculinidad tradicional y las administraciones no están asumiendo el coste de cuidar una familia y organizar el propio hogar. La crisis de la COVID ha puesto en evidencia todas las resistencias, obstáculos y discriminaciones que sufren las mujeres en la cotidianeidad. La gran transformación pendiente está en la inversión en políticas sociales de cuidado y en el cambio de paradigma que supone una corresponsabilidad en el uso del tiempo entre hombres y mujeres. Esto es hoy una emergencia global.

 

Now What?

Mujeres desempleados gritan consignas frente al edificio del Ministerio de Asuntos Sociales en Túnez (Chedly Ben Ibrahim/NurPhoto via Getty Images)

Más feminismo y más aliados. Hacia el Estado Social paritario. En ningún lugar del mundo el feminismo, como teoría y acción política, puede dejar de ser impertinente, de molestar, reivindicar y gritar. Aunque es cierto que las situaciones son muy diversas. Allí donde más se invierte en políticas sociales, que benefician sobre todo a las mujeres, la feminización del trabajo y el acceso de las mujeres a la vida pública y política van logrando que disminuyan las brechas de género.

Tras la crisis de 2008 hemos comprobado quién perdió más, las mujeres. No por la crisis financiera, sino como consecuencia de las políticas de austeridad que impusieron esos mismos organismos (G7, McKinsey, World Economic Forum…) que, en cambio hoy nos proponen reducir las brechas de paridad porque es ineficiente para el mercado. “Las mujeres se vieron desproporcionadamente más afectadas por los recortes sociales, pese a producirse al mismo tiempo, que formalmente se accede a más derechos por parte de esas mismas mujeres” indicaba Mary Daly.

 

La igualdad sustantiva y la paridad entre hombres y mujeres necesita políticas sociales, y para ello, necesitamos un Estado emprendedor y redistribuidor.  

Dos recetas. Una, para los donantes. Para lograr el cambio de normas sociales machistas, lo más complejo y objetivo último del feminismo, se ha demostrado que el mayor impacto se alcanza al apoyar a las redes de mujeres, el feminismo activista que mantiene la conciencia de derechos y obstáculos (como señala la evaluación del Fondo de Igualdad de Género, en el que España tanto contribuyó). La segunda receta es acabar con la actual encrucijada que tenemos todos bajo este mantra neoliberal de los últimos cuarenta años. La rebelión feminista está por llegar, hasta convertirse en la esencia del futuro Estado feminista y paritario en el siglo XXI, el de la ciudadanía social de las mujeres.