El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, y su homólogo chino, Xi Jinping en Pekín durante la visita de Estado celebrada en octurbre. (AFP/Getty Images)

Con el acercamiento de Filipinas y China, ¿habrá sabido Duterte calcular bien el riesgo que conlleva?

El hecho más destacable en la política exterior del polémico presidente Rodrigo Duterte ha sido el acercamiento de Manila a Pekín. Un hecho que implica el alejamiento de Washington, su tradicional aliado. La decisión del errático Duterte es importante ya que a partir de enero Filipinas desempeñará la presidencia de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático.

Pekín actúa como si considerase la mayor parte del mar Meridional de China un lago interior. En concreto reclama el 90% de los 3,5 millones de kilómetros cuadrados de superficie de ese mar, donde se concentra una décima porción de la pesca mundial y el transporte comercial supone un ingreso de cinco billones de dólares anuales.

El gigante del norte ha activado su reclamación convirtiéndola en prioridad de su política exterior. Su estrategia ha consistido en construir de forma unilateral distintas islas artificiales sobre arrecifes parcialmente sumergidos en las aguas disputadas. El propósito es claro: fortalecer con su presencia sus exigencias de soberanía sobre el mar adyacente.

Por si la tensión no fuera suficiente, imágenes de satélite de la Iniciativa de Transparencia Marítima de Asia (AMTI) del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales basado en Estados Unidos han detectado la instalación de “importantes” sistemas de defensa antiaérea y antimisiles en las islas. El presidente chino, Xi Jinping, ha declarado que China no tiene intención de militarizar el archipiélago. El estudio de la AMTI mostraría lo contrario.

Los Estados vecinos ribereños ven con inquietud el expansionismo de su poderoso vecino. Hasta ahora, también Filipinas lo creía así.

El polémico Rodrigo Duterte acaba de cumplir los primeros seis meses como presidente. Según informaciones de algunos medios, su balance en el interior es pésimo con más de seis mil personas asesinadas en la guerra sucia contra las drogas donde la Policía cuenta con “licencia para matar”. Pese a ello su índice de aceptación en Filipinas ronda el 63%, de acuerdo con un sondeo publicado en diciembre de 2016 por Social Weather Stations, una de las firmas de encuestas más acreditadas del país.

En el exterior ese balance se caracteriza por la incertidumbre. Su errática diplomacia plagada de insultos contra EE UU y la Unión Europea siembra la inquietud. Tras décadas de alianza con Washington su relación ahora ha pasado a la tirantez desde que Duterte insultara al saliente presidente Barack Obama.

El acercamiento de Manila a Pekín y la desavenencia con el tradicional aliado es vista con especial desconcierto y alarma por los demás miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN). China siempre había acusado, en particular a Filipinas y Vietnam, de aprovecharse del apoyo de EE UU para avivar la tensión en la región. El ejemplo más claro es el mencionado en las islas Spratly, reivindicadas por los tres países. No solo se trata de una de las vías marítimas más transitadas del mundo; también es fundamental el valor estratégico de los más de 750 arrecifes, islotes, atolones y cayos, ricos bancos de pesca junto a supuestos yacimientos de gas y petróleo.

El 12 de julio la Corte Permanente de Arbitraje en La Haya dictaminaba que no existe base legal para las reclamaciones que presenta Pekín en la zona dentro de la “línea de nueve puntos” en la que se encuentra el archipiélago de las Spratly. Asimismo condenó la violación por parte del gigante asiático de los derechos soberanos de la zona económica exclusiva de Filipinas. La decisión que China rechazó tildándola de “ilegal” y “nula” es vinculante para los países firmantes de la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar de 1982. Todos los Estados ribereños ratificaron la CDM; incluida China.

Con la visita de Estado de cuatro días de Duterte a China en octubre tuvo lugar un viraje radical en su política exterior. Aunque el ministro de Exteriores, Perfecto Yasay, destacaba que su Gobierno reafirmaba “su respeto y estricta adhesión a ese dictamen histórico”, al abordar las disputas marítimas en esa región el presidente filipino optó por no considerar el voto de La Haya contra la soberanía china en el mar Meridional. Una decisión, como no podía ser de otra manera, saludada por Pekín.

El jefe de Estado filipino no ha querido presionar a sus vecinos del norte con esta sentencia y se muestra dispuesto a dialogar sobre el asunto. ¿Cómo debe interpretarse este hecho?

Marines estadounidenses durante un ejercicio de maniobras en Filipinas. (Ted Aljibe/AFP/Getty Images)

Por un lado, está el fuerte vínculo comercial, siendo China destino principal de las exportaciones filipinas. En su visita de octubre Duterte firmó con su homólogo chino acuerdos empresariales y financieros por valor de 24.000 millones de dólares. Llegó a anunciar la “separación” económica de EE UU, durante un foro de negocios chino-filipino. Y es que, como explica Yasay, revitalizar los lazos con Pekín sigue siendo prioritario. Además, el presidente electo estadounidense, Donald Trump ha dejado clara su intención de iniciar una política económica proteccionista con la retirada norteamericana del Acuerdo de Asociación Transpacífico. Mientras tanto, China no pierde el tiempo y ya maniobra para extender su influencia económica en la zona asiática. Su objetivo es sellar lo antes posible la Asociación Económica Integral Regional, el acuerdo de libre comercio con países del Sureste Asiático impulsado en 2011.

Por otro, y en un momento en el que Duterte es criticado por la comunidad internacional, China le muestra su apoyo. Le ofrece entregar gratuitamente 14 millones de dólares en armas y equipos a Filipinas, para apoyar la lucha contra el crimen organizado. La oferta fue hecha por el embajador chino en Manila. Durante las últimas dos décadas EE UU había sido el mayor proveedor de armas del país. El ministro filipino de Defensa, Delfín Lorenzana, ha explicado que Pekín ha puesto a disposición 500 millones de dólares de préstamos blandos a largo plazo para la compra de equipos militares de comunicaciones, rastreo y monitorización. En Filipinas se espera recibir todo el material requerido para el segundo trimestre de 2017.

Recientemente, la Corporación Reto del Milenio, un organismo de ayuda exterior estadounidense, se negó a renovar las ayudas a Filipinas debido a la preocupación respecto a las libertades civiles en el país. De igual manera, es dudoso el destino de otras ayudas extranjeras que ha recibido de naciones a las que el mandatario ya incluyó en la categoría de hipócritas. Son cantidades que influyen en las condiciones de vida de la población. La sanguinaria lucha de Duterte contra las drogas está teniendo un impacto geopolítico considerable.

Duterte apuesta por reconstruir la confianza con China para discutir los temas más delicados. Se ha decidido trabajar de forma conjunta en asuntos relacionados con el Mar Meridional. En este sentido, parece que Pekín y Manila han llegado a algún tipo de pacto en materia de pesca.

¿Cuál es el significado de esta aproximación entre Filipinas y China? Desde luego, si la intención de Duterte era convertir su país en el foco de atención del Asia-Pacífico ha cumplido su objetivo con creces.

En el caso de que Manila ingrese en la órbita de Pekín abandonando el eje de los aliados de Washington se rompería el actual status quo en la región. Un frágil equilibrio que luce todavía más incierto a la espera de que Trump y su elegido para la Secretaría de Estado, Rex Tillerson, asuman el poder. Si bien cuentan con muchos contactos, ambos carecen de experiencia política y diplomática. Su labor es impredecible. De momento, Trump ha invitado a Duterte a visitar la Casa Blanca en 2017. Espera así limar asperezas entre los históricos aliados a raíz del desencuentro exhibido con Obama.

No obstante, y más grave si cabe que el debilitamiento de la relación con EE UU, podrían ser los perniciosos efectos sobre la ASEAN. Duterte parece menospreciarla, la considera irrelevante y posiblemente hasta perjudicial para reforzar su poder en el ámbito doméstico.

Filipinas recibirá de Vietnam la presidencia de la comunidad este próximo año 2017, de cuya cumbre anual será anfitriona. La relación de relativa confianza entre los socios Hanoi y Manila que coordinarán las actividades conmemorativas del 50 aniversario de la agrupación, ha dado paso al recelo y la suspicacia por el acercamiento filipino al rival común.

Desde la óptica de Hanoi, al acceder a los mecanismos bilaterales “amistosos” para resolver los conflictos, la fórmula defendida por Pekín, lo que ha hecho Duterte ha sido echar por la borda un esfuerzo de décadas en la construcción por conseguir una efectiva solidaridad en el seno de ASEAN ante las exigencias chinas.

Esa perplejidad es comprensible al comprobar que, en efecto, las administraciones filipinas previas abogaron siempre por involucrar a ASEAN como bloque en las negociaciones con China. Si bien es cierto que nunca fue posible lograr una declaración clara con respecto al Mar de China Meridional el principio multilateral había permanecido intacto.

Duterte, en su verborrea y teatralidad, es un inquietante ejemplo de la inseguridad que aguarda al planeta. La actitud hacia China del mandatario filipino se explica como una combinación de antiamericanismo y pragmatismo. ¿Pero habrá sabido calcular el riesgo? La incertidumbre está servida.