desglobalizacion_portado
Getty Images

La Historia nos demuestra la resiliencia de las conexiones globales frente a las catástrofes que ellas mismas han producido.

Un espectro recorre el mundo y no se trata de Covid-19: es la idea del fin de la globalización. Las grandes catástrofes de la historia siempre han estimulado la imaginación humana, pero la actual coyuntura ha disparado los niveles de especulación, transformando a intelectuales prestigiosos en espontáneos futurólogos. Representativo es un reciente artículo del filósofo político británico John Gray en The New Statesman, donde no sólo el “apogeo de la globalización” se da por terminado, si no que también se afirma que esta “prueba hobbesiana” provocará una caída de gobiernos; una ruralización generalizada; que la gente “viajará menos”; que la Unión Europea acabará “como el Sacro Imperio Romano”, dominada por la extrema derecha y bajo la creciente influencia de Rusia; que el “orden mundial” se desmoronará. La “desglobalización”, presentada por Gray como hija natural de la globalización, se da por sentada y en marcha: no queda sino adaptarse, tarea en la que Occidente será alumno desaventajado frente a los otrora más atrasados países asiáticos.

Pero en verdad, todas estas predicciones sobre una supuesta edad histórica que hoy empieza no se basan en pruebas ni en precedentes. Parece olvidarse que todo argumento científico debe basarse en hechos demostrados. Y miradas superficiales a la Historia sirven últimamente para plantear estas vaticinios catastrofistas, a veces triunfalistas, sobre el destino de la globalización. Estas opiniones no son nada nuevas. Puede venir a la memoria aquel pronóstico optimista, pero de enorme carga ideológica, de Francis Fukuyama en 1989: que el fin de la historia había llegado con el pretendidamente inevitable triunfo global del capitalismo y la democracia liberal. No estamos ahora, nos dicen, ante el fin de la historia, pero sí en "su punto de inflexión": bienvenidos al mundo de la desglobalización.

Toda predicción sobre el futuro de la globalización necesita basarse en lo que historiadores han explicado, debatido y argumentado sobre tal noción. Pues lo que hoy llamamos globalización no se limita a la mera idea, popular en el debate público desde los 90, de un sistema económico capitalista mundial, caracterizado por la integración global de mercados y relaciones centro-periferia basadas en la dominación. La globalización es un fenómeno histórico mucho más complejo, de naturaleza no sólo económica y política, sino social, cultural e incluso ambiental.

La globalización, ciertamente, no empezó con el neoliberalismo de los 80, sino mucho más atrás. Existe un riquísimo debate entre historiadores acerca de cúando comenzó. Para muchos lo hizo a finales del siglo XIX cuando el telégrafo, los ferrocarriles y el barco de vapor construyeron un mundo más interconectado haciendo converger los mercados. Sin salir de la lógica económica, el sociólogo estadounidense Imanuel Wallerstein señaló que el inicio de la globalización se situaba en el siglo XVI cuando la expansión imperial europea conectó las distintas partes del mundo en un primer sistema económico dividido entre centro y periferia. Pero estas interpretaciones han sido rebatidas. Como señaló la también socióloga estadounidense Janet Abu-Lughod, es posible encontrar relaciones económicas a escala mundial ya a comienzos del siglo XIII, y podríamos retrasar el inicio hasta el año 1000; hay quien apuesta por retrotraerlo al 3000 AC. El debate en torno al comienzo no es inocente. Si lo fijamos en el siglo XVI, convertimos la globalización en una gesta de aquellos europeos que comenzaron a surcar los océanos. Situarlo en el siglo XIX significa considerarla resultado de la expansión del Imperio británico. Pero el debate también ha servido para contrarrestar sesgos eurocéntricos. Los profesores Dennis Flynn y Arturo Giraldez dataron el inicio de la globalización a finales del siglo XVI, con la inauguración de la ruta transpacífica que unía las colonias españolas en América con Oriente, enfatizando así el papel fundamental de la economía china en la integración comercial mediante su demanda de plata americana. Y observar los mestizajes en los imperios ibéricos de los siglos XVI y XVII ha revelado una globalización cultural que rescata a una infinidad de sus protagonistas en México, Brasil, o las costas de África e India. Ya en el siglo XX, marcado por la rivalidad entre capitalismo y socialismo, se ha señalado la existencia de una “globalización roja” en la que la Unión Soviética lideró un constructo alternativo a la economía liberal mundial. Quizá aquellos que apuestan por pronosticar el fin inminente de la globalización deberían aclarar que hacerlo implica apropiarse del fenómeno y privilegiar a unos protagonistas respecto a otros. Sería más apropiado especificar que se refieren al fin hipotético de una mera fase de la interconectividad global que ha beneficiado a ciertos países occidentales.

La relación entre catástrofes y globalización es más compleja de lo que los recientes comentaristas han señalado. Para demostrarlo podemos aludir a los efectos en la globalización de la peste bubónica, la incorporación de América o las guerras mundiales, cuyas consecuencias permiten poner en tela de juicio las afirmaciones de aquellos que se apresuran a profetizar el fin de la globalización.

globalizacion_comercial_covid
Getty Images

La peste bubónica diezmó la población europea en el siglo XIV y diversos testigos de la época la relacionaron con la temprana globalización. Así lo hizo el historiador árabe Ibn al Wardi (1291-1349), testigo directo de la plaga que asoló Alepo (en la actual Siria), que señaló a Oriente como origen de la pandemia propagada a través de las rutas de la seda. A pesar de que los flujos comerciales con Oriente fueran percibidos como la causa de pérdidas demográficas infinitamente superiores a las actuales, las gentes de la época no estaban dispuestas a prescindir de los placeres que esa temprana globalización les reportaba. Es más, las ansias de los europeos por conectar más directamente con Oriente sentaron las bases de otra importante aceleración de la globalización: la incorporación de América a los intercambios comerciales y biológicos del viejo mundo. El efecto de la llegada a América de unos conquistadores cargados con equipajes patógenos producto de una historia epidemiológica global fue devastador y está en el origen de una aceleración de la globalización biológica (microbiana, animal y vegetal) que ha dado forma al mundo actual. A su vez, las consecuencias de la debacle poblacional en América tuvieron un impacto globalizador. La ingente pérdida de vidas se suplió con mano de obra esclava importada masivamente del África subsahariana. El acceso a la plata americana permitió acelerar el comercio de manufacturas asiáticas y dinamizó comercios regionales como el de los textiles y las especias del Índico. Lo más importante es que todos estos efectos (tanto positivos como negativos) se basaron en la determinación de algunos actores por seguir aprovechando las oportunidades que ofrecía una creciente interconexión del mundo costara lo que costara.

Sólo asumiendo una idea de la globalización exclusivamente económica, basada en el comercio internacional, puede demostrarse que catástrofes, conflictos y profundas crisis pueden “interrumpirla” o hacerla “retroceder”. Esta visión conduce a una narrativa unidimensional, linear y cuantificable de la globalización que no refleja su realidad. Por mucho que la Gran Guerra dividiese Europa y perturbase los flujos internacionales de comercio y migración, aquella se trató de un acontecimiento globalizador. Los eventos del frente occidental implicaban inmediatas consecuencias en remotos lugares de Asia o África, donde pugnaban los imperios coloniales. Este contexto introdujo interacciones globales sin precedentes: soldados africanos fueron enviados a combatir a Europa; decenas de miles de trabajadores chinos fueron transportados al viejo continente para apoyar la movilización total aliada. Tendencias de movilidad humana producto de la guerra, tales como la circulación global de soldados, se exacerbaron durante la Segunda Guerra Mundial; millones conocieron otras regiones del planeta y establecieron contacto con otras culturas, tomando conciencia de una humanidad compartida en un mundo más interconectado. Los avances tecnológicos bélicos contribuyeron a la subsiguiente aceleración de la interdependencia global. Los bombardeos americanos B-29, por ejemplo, inspiraron el desarrollo de aeroplanos transcontinentales y transoceánicos de la siguiente época de paz.

Durante el periodo de entreguerras, el auge de los nacionalismos y los fascismos implicó una vuelta al proteccionismo económico y un retroceso del comercio internacional. Pero esto tampoco significó una interrupción de la globalización. Nuevos modelos socioeconómicos, como el del corporativismo autoritario, también circularon globalmente. El ultranacionalismo no implicó un menor nivel de interconexión, únicamente provocó que las interacciones se hicieran más conflictivas, violentas y peligrosas. Estas violencias provocaron movimientos dramáticos de población a escala mundial, mientras la acción humanitaria igualmente impulsaría un incremento de los contactos internacionales a través de organizaciones gubernamentales (Naciones Unidas), o no gubernamentales: el siglo XX fue un “siglo de ONG”. La división geoestratégica de la Guerra Fría también implicó intensa interacción global instigada por la amenaza de guerra nuclear y los proyectos universalistas de Estados Unidos y la URSS.

La Historia demuestra el dinamismo y la resiliencia de las conexiones globales frente a las catastrofes históricas que ellas mismas han provocado. En vista del pasado, resulta bastante arriesgado pronosticar transformaciones profundas o que la humanidad vaya a renunciar a la interdependencia e interconexión. La pandemia del Covid-19 no significa el fin de la globalización, ni siquiera el comienzo de la desglobalización. La interdependencia global continuará siendo característica de nuestro tiempo.