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Estudiantes en un laboratorio que simula el entorno lunar en Pekín. (STR / AFP / Getty Images)

China está llevando a cabo importantes descubrimientos y creando una base sólida para ser una potencia científica. Las restricciones a la libertad de comunicación de este sector y el choque con Estados Unidos pueden lastrar esta meta.

Una de las grandes noticias que sacudió China el año pasado fue el nacimiento de dos bebés modificados genéticamente. El científico chino He Jiankui anunció que había llevado a cabo este experimento con dos niñas, generando una enorme reacción en su contra por parte de las autoridades políticas y científicas de China. Jiankui defendió su actuación diciendo que, gracias a esta edición genética, estos bebés serían resistentes a contraer el VIH. Pero la gran mayoría de la comunidad científica criticó que este experimento podía tener consecuencias y alcances imprevisibles, tanto para los dos bebés como para el resto de la sociedad, y que se había llevado a cabo de manera totalmente irresponsable.

Este fue el gran titular que la ciencia china se llevó el pasado año, pero no es desde luego el único —ni tampoco el más representativo: la inmensa mayoría no llevan esta polémica y dilema bioético asociados—. Hace pocas semanas, por ejemplo, China consiguió que por primera vez crecieran plantas en la Luna; varios meses antes, científicos de este mismo país habían clonado por primera vez a primates, usando la misma técnica que con la famosa oveja Dolly. China tiene un papel cada vez más importante en los descubrimientos científicos mundiales. Aunque este despegue acarrea una serie de preguntas.

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Cinco macacos clonados geneticamente en el Instituto de Neurociencia de la Academia de Ciencias de China. STR / various sources / AFP

¿Está China ya a la altura de potencias científicas como Estados Unidos o Europa? ¿Cuáles son los campos en los que más está destacando? ¿Qué papel está teniendo el Gobierno chino en este desarrollo? ¿Cuál es la percepción social y moral hacia estos avances científicos? ¿Puede desarrollarse plenamente la ciencia en China, a pesar de su modelo autoritario?

A pesar de todas estas dudas, está claro que China tiene, actualmente, un papel destacado en la producción científica internacional. Hay campos de investigación en los que las universidades y laboratorios chinos están haciendo importantes avances. En el ámbito de la biología, además de la mencionada clonación, los científicos chinos están investigando con éxito el campo de las células madre —limitado en Estados Unidos, debido a motivos religiosos— y dedicando importantes esfuerzos a los estudios en virología —después de la epidemia de SARS que sacudió China en 2003—. En medicina, es ya famoso el caso de la Premio Nobel Tu Youyou, que contribuyó a la creación de un remedio contra la malaria mediante sus conocimientos de plantas usadas en la medicina tradicional del país.

Más allá del ámbito biológico, los científicos chinos también están llamando la atención con resultados en campos en los que todavía queda mucho por descubrir, como la mecánica cuántica o los estudios de materia oscura. El “internet cuántico” es uno de los objetivos de Pekín, que recientemente consiguió una comunicación entre China y Viena protegida por encriptación cuántica, algo inaudito a tan larga distancia —este método, se prevé, permitirá comunicaciones muchísimo más seguras y resistentes a hackeos—. China también lanzó, hace unos años, la sonda espacial Wukong, destinada a investigar la existencia de materia oscura en el universo, una de las preguntas más importantes que se plantea la astrofísica.

Pero la ciencia en China no sólo está basada en hitos, sino que también está creando una base de trabajadores e investigaciones sólidas. En el ámbito educativo, China es el país que genera más graduados en materias STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), unos 4,7 millones, seguido por India y Estados Unidos, a bastante distancia. China es ya el mayor productor de artículos científicos del mundo en términos absolutos —aunque el 1 % de los más citados sigue siendo, en su mayoría, de universidades estadounidenses—. China tiene ya más científicos que Estados Unidos —pero, si calculamos el número de científicos por cada 1.000 trabajadores, Corea del Sur, Japón, Alemania o los mismos Estados Unidos tienen un porcentaje mayor que Pekín—.

China, además, ya tiene varias universidades de referencia en el ámbito internacional, entre ellas la Universidad de Pekín o, quizá todavía más, la universidad Tsinghua, que ya lidera los índices de artículos más citados sobre matemáticas y computación.

Un factor que está empujando este gran salto científico es el papel del Gobierno. “Ciencia y tecnología son fundamentales para el Ejecutivo chino. No hay más que ver la inversión económica que ha hecho en I+D en las últimas tres décadas, sobre todo en la última. Lanza programas de atracción de talento, y los recursos invertidos en laboratorios e infraestructuras son abrumadores”, explica Rubén García, doctor en astrofísica que investigó para la Universidad de Pekín.

Según los últimos datos de la UNESCO, Estados Unidos era el país que más gastaba en I+D —unos 475.000 millones de dólares—, seguido por China —que ascendía a unos 370.000—. Aún así, el gasto de Estados Unidos se había mantenido estancado en los últimos años, mientras que el de China cada vez se elevaba más.

Uno de los proyectos de atracción de investigadores que el Gobierno chino ha llevado a cabo en los últimos años es el “Programa de los Mil Talentos”, mediante el que ha podido captar a muchos de los mejores investigadores de origen chino (la atracción de extranjeros también ha sido extensa) que estaban dispersos por el mundo, ofreciéndoles excelentes puestos, salarios muy altos y cuantiosos recursos para sus investigaciones.

Esta vuelta de científicos a China contrasta con el proceso inverso que se produjo en los años 80 y 90, cuando el entonces líder chino Deng Xiaoping animaba a los científicos nacionales a que viajaran y buscaran trabajo en Estados Unidos y otros grandes centros científicos del momento, para aprender directamente de los mejores. En esa época, China era un país que apenas iniciaba su espectacular desarrollo, y no era para nada la potencia que conocemos ahora.

“Deng Xiaoping lanzó la teoría de las cuatro modernizaciones en 1978, en la que daba prioridad a la ciencia y la tecnología para desarrollar el país. Esa teoría fue una de las bases de la reforma económica que lanzó a China a la senda del crecimiento económico de las últimas décadas”, apunta Carles Brasó, doctor en historia económica de China y profesor de la Universidad Pompeu Fabra.

Pese al golpe y decadencia que supusieron los siglos XIX y XX para China, el papel y reconocimiento social de los científicos ha sido importante durante buena parte de la milenaria historia del país. Desde China llegaron a Europa multitud de invenciones, como el ábaco, la imprenta, la pólvora o la brújula. China no es una gran potencia a la que su impulso científico le venga de la nada, sino que parte de una tradición.

“Sin lugar a dudas, la sociedad china ve a los científicos con respeto y admiración. Esto viene de su larga historia, en la que la figura del letrado siempre ha sido admirada. El académico de hoy en día sería su equivalente. Cuando alguien dice en China que es doctor o investigador, la gente enseguida toma una posición de respeto, y suele alabar su labor”, asegura Rubén García.

La recepción social de los avances científicos en China es variada. Por un lado, el uso de tests genéticos comerciales por parte de ciudadanos corrientes muestra que hay una parte de la población que no tiene miedo a integrar estos descubrimientos en su vida. Aunque eso no significa que China abrace la ciencia sin un debate ético de por medio. El caso de los bebés modificados genéticamente es un ejemplo: como explicaba la periodista Christina Larson (una de las periodistas de AP que sacaron esa exclusiva) en este podcast, la inmensa mayoría de la población y de la comunidad científica mostraron repulsa hacia esta experimentación. China, aunque debe reforzar su legislación y estar atenta frente a las novedades científicas que van surgiendo, no es una tierra sin leyes para aquellos científicos que quieran llevar a cabo experimentos de dudosa moralidad. Los valores éticos tanto de China como de Occidente son comunes en este aspecto.

Los avances científicos chinos, por otro lado, están ligados con la transición económica que el Gobierno chino tiene en mente, pasando de una producción de manufactura barata (un modelo caduco, debido al aumento de los salarios y los niveles de vida) a una basada en las tecnologías e industrias más avanzadas.

“El Gobierno chino sabe que el país solamente podrá seguir creciendo si cambia su modelo productivo, y es capaz de competir a nivel global con los bienes de más alto valor añadido, que requieren de una alta inversión en ciencia, tecnología, innovación…”, apunta Carles Brasó.

Sin embargo, el desarrollo científico chino no sólo tiene un impacto en el mundo académico, económico o social, sino que juega un papel geopolítico e ideológico de importancia. Al analizar el progreso científico chino, uno puede hacerse la pregunta que recientemente se planteaba el semanario The Economist: ¿puede China ser una gran potencia científica a la vez que un país autoritario?

Esta revista anglosajona argumentaba que la racionalidad y el espíritu crítico de la ciencia hará que la comunidad científica ponga en duda el autoritarismo de partido único y, como consecuencia, demandará más democracia. Es una correlación más que dudosa. Como explicaba el embajador estadounidense Chas W. Freeman en esta entrevista, ha habido varios ejemplos históricos de regímenes “innovadores” y científicamente potentes, pero a la vez autoritarios, como la Unión Soviética o la Alemania nazi. La clave del éxito científico, argumentaba Freeman, no eran más o menos libertades políticas, sino “libertad de comunicación científica”, es decir, intercambio de informaciones y descubrimientos entre comunidades científicas de diferentes países.

Es un campo en el que China, debido a su control de Internet, no tiene un nivel de libertad comparable al de otras potencias científicas. Además, el contexto geopolítico actual no ayuda: Estados Unidos, temeroso del ascenso chino, está restringiendo la llegada de estudiantes y científicos chinos a sus universidades (actitud no compartida por Europa), y creando reticencias entre los estadounidenses que sopesan irse a investigar a China, por los escrutinios o vetos que puedan sufrir a su vuelta. Bajo la amenaza de la “seguridad nacional” —Washington ve como a espías o ladrones de tecnología en potencia a los científicos y estudiantes chinos—, los intercambios que favorecen el desarrollo científico, a pesar de que habían crecido mucho en las últimas décadas, pueden irse reduciendo de manera peligrosa.

Y eso no sólo perjudicaría a China, sino también a Estados Unidos. Y, como consecuencia, a la ciencia pensada como un aumento de conocimiento global.