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Por qué las encuestas de opinión pública, a pesar de sus limitaciones, son la mejor herramienta para conocer lo que opinan los ciudadanos.

Las personas, en general, solemos sobreestimar o infraestimar, dependiendo del caso, la proporción de ciudadanos que piensan, sienten o actúan como nosotros. Casi todos tendemos a creer, en algún momento, que sabemos sobradamente lo que piensa la sociedad en la que vivimos. Al fin y al cabo, formamos parte de ella. Sin embargo, la idea de que cada uno de nosotros podemos entender, por nuestra cuenta, los estados de opinión predominantes en el conjunto de la ciudadanía en un momento dado es parcial (limitado) y sesgado (tendencioso). Nuestra percepción es subjetiva. Como ingeniosamente expresó el poeta José Bergamín: "Si me hubieran  hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto". 

De lo que se trata, por tanto, es de trascender esas percepciones individuales limitadas y sesgadas (y selectivas e incompletas) para tener una imagen más precisa y fiable del estado de ánimo del conjunto de la población objeto de estudio. Y este objetivo solo se puede lograr a través de un instrumento: las encuestas de opinión.

No son pocas las críticas que reciben estos sondeos como herramienta válida y fiable de análisis de la opinión pública. Como también sucede en otros ámbitos de la vida, parecen cobrar más relevancia social y mediática cuando se interpreta que han fallado. Lo hemos visto con el Brexit o el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016. Dos acontecimientos políticos inesperados para algunos que incidieron en la mala percepción social de las encuestas, si bien los errores habría que achacárselos en mayor medida a la interpretación que, en ambos casos, se hizo de los propios datos. Porque, en efecto, las encuestas tienen sus limitaciones: conocerlas es, de hecho, fundamental para poder realizar una investigación que cumpla con los criterios de validez y flexibilidad exigibles y, sobre todo, para no pedir más de lo que nos pueden proporcionar.

Ninguna encuesta daba una victoria rotunda al Bremain, ni a Hillary Clinton frente a Trump. En ambos casos los sondeos arrojaban escenarios muy competitivos, algo que se confirmó en los resultados de ambos procesos: el Brexit se impuso por un 51.9% frente a un 48.1%, y Trump ganó en votos electorales pese a que Clinton obtuvo casi tres millones más de votos (dos puntos porcentuales más que el actual presidente estadounidense en el voto popular). 

Ya lo advertía George H. Gallup, fundador junto a Harry Anderson en 1935 del American Institute of Public Opinion y uno de los investigadores pioneros en el uso de encuestas para medir la opinión pública: “Todos en el campo de la investigación de la opinión pública consideramos el pronóstico electoral como una de las contribuciones menos importantes”. A pesar del comprensible interés de los partidos políticos, medios de comunicación, decisores públicos y privados y de la propia ciudadanía en general, para Gallup las encuestas no estaban precisamente diseñadas para estimar resultados electorales. Este es un tema controvertido, del que se podría hablar en profundidad, que no constituye el objetivo de este artículo. Quedémonos con que las encuestas son, probablemente y con todas sus limitaciones, la mejor alternativa que existe en la actualidad para medir y estudiar la opinión pública.

Hace más de cuarenta años, Stoetzel y Girard (1973) daban por indiscutible el valor de las encuestas de opinión pública como instrumento para una mejor organización de los resortes de las sociedades modernas. Y, sin duda, desde entonces se han mejorado y perfeccionado tanto los procesos de recogida de datos, como las herramientas de análisis, dotándolas de mayor eficacia y validez. También las sociedades modernas han evolucionado (en lo económico, en lo cultural, en lo educativo, en los social, etc.) y ya no solo no se muestran reacias y extrañas a las encuestas sino que se han acostumbrado a participar en ellas y también a “consumirlas”. 

Los principales medios de comunicación suelen publicarlas sondeos sobre diferentes temas relacionados con la actualidad política, económica y social de manera más o menos periódica; los partidos políticos los han acogido también como una herramienta casi imprescindible para su actividad; las Administraciones Públicas y Organismos Públicos los tienen en cuenta de cara a sus planes de actuación; las empresas hacen uso de ellas para tomar decisiones… Por tanto, pese a ser una herramienta controvertida en muchas ocasiones y limitada en otras, siguen siendo, desde hace ya más de ochenta años, un insuperable instrumento para captar y medir el pulso social.

De hecho, desde su aplicación en los años treinta, abundan los investigadores que identifican la opinión pública con los resultados de las encuestas. Tal y como señalan algunos autores, son la herramienta más cercana para lograr la máxima participación posible de los ciudadanos en las decisiones políticas. Así lo señalaba el politólogo Sydney Verba, quien consideraba la participación ciudadana como la principal vía a través de la cual la opinión pública puede comunicar al gobierno sus necesidades y preferencias, y hacer que este responda. Sin embargo, para Verba, la participación también depende de los recursos  (no solo económicos, también culturales, educativos, etc.), y dado que estos están distribuidos en la sociedad de manera desigual, ocurre que la representación o la interlocución de la opinión pública acaba siendo una representación sesgada (es decir, no representativa), un hecho que altera el ideal democrático de ser considerados todos iguales.

Por eso, dice Verba, las encuestas son el instrumento más cercano para lograr la mayor participación posible de los ciudadanos en las decisiones políticas. Por un lado, no requieren recursos (al contrario que otras formas de participación) y, por el otro, los entrevistados son seleccionados por el entrevistador (es decir, no se autoseleccionan) y, por tanto, no pueden marginarse.

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Cómo situar a los ciudadanos europeos en el centro del debate

En este sentido son, sin duda, una herramienta imprescindible para alcanzar los objetivos que los eurodiputados se han marcado de cara a la Conferencia sobre el Futuro de Europa. Los diputados europeos destacan la importancia de la participación ciudadana y piden a las tres grandes instituciones de la UE -Parlamento, Consejo y Comisión- que se comprometan a acometer las reformas que sean necesarias en línea con las inquietudes de los ciudadanos, incluida, si así fuera, una posible revisión de los Tratados. El Parlamento quiere, así, en un proceso de abajo a arriba, situar a los ciudadanos en el centro de las discusiones sobre cómo afrontar los desafíos internos y externos que no se tuvieron en cuenta en el Tratado de Lisboa. Y qué mejor formar para conocer cuáles son las inquietudes ciudadanas que a través de las encuestas de opinión.

Sin embargo, no hay que dejar de tener muy en cuenta que sirven para conocer la opinión prevaleciente de la población objeto de estudio en un momento concreto. Porque, atención, esto es fundamental: las opiniones sobre un mismo asunto difieren (o pueden diferir) entre los principales grupos de población y, además, pueden (y suelen) cambiar con el paso del tiempo. Es decir, las respuestas no son las mismas en todos los sitios ni en todos los momentos: tienen un carácter dinámico y, como las condiciones de la población cambia en función de la situación, también las características de la opinión pública de un contexto a otro.

Lo importante, por tanto, es realizar sondeos que permitan establecer comparaciones entre los diferentes grupos de población o entre diferentes poblaciones y, al mismo tiempo, que sean capaces de conocer la evolución en el tiempo de estas opiniones para conocer y analizar las tendencias con mayor profundidad. Emile Durkheim, uno de los padres fundadores de la sociología, la definió como una ciencia basada en la comparación. Los estudios comparativos son, por tanto, el núcleo de desarrollo de la sociología empírica y de la propia ciencia política. Y, en este sentido, los estudios comparativos internacionales e interculturales no son más que su extensión natural en un mundo globalizado como el actual.

Contamos ya con encuestas que nos permiten conocer cuál es la opinión de los ciudadanos europeos sobre muchas cuestiones y, también, cómo ha sido su evolución a lo largo del tiempo. Los más destacados son el International Social Survey Programme; el European Values Study; el European Election Studies; el Comparative Study of Electoral Systems; y el Eurobarometer. Este último inicialmente se centraba en las opiniones y actitudes de los ciudadanos comunitarios hacia la propia Unión Europea, pero actualmente cubre también una gran variedad de temas relacionados con la actuación política en los que las instituciones europeas tienen competencias como puede ser salud, comunicaciones electrónicas, protección de datos, discriminación, política exterior, investigación y desarrollo, cooperación, economía, protección de consumidores, justicia… etc. 

Estas encuestas deberían realizarse en un doble sentido: de abajo a arriba, tal y como pretenden los eurodiputados, como forma de dar a conocer a los decisores políticos cuáles son las necesidades, preferencias e inquietudes de los ciudadanos (y qué importancia atribuyen a cada una), pero también para permitirles evaluar las políticas y decisiones adoptadas por las diferentes instituciones europeas; y de arriba a abajo, porque si se conoce a la sociedad como se conoce a un amigo siempre será más fácil explicarse y, en cierta medida convencerle, de las decisiones o medidas adoptadas por las Instituciones.

En otras palabras, no se trata de gobernar a base de encuestas, sino que estas deben ser una herramienta más (imprescindible, pero no única) para la toma de decisiones. la finalidad de estos estudios debe seguir siendo la que se propusieron los primeros profesionales que pusieron en práctica los sondeos de opinión: contribuir al gobierno democrático, sensibilizando a los gobiernos sobre la opinión de todos los ciudadanos y no solo de una parte. Recordamos que los grupos de interés más poderosos tienen capacidad para imponer su opinión como si esta fuera la opinión de todos. Como advertía Ortega en el Epílogo para ingleses de su libro La rebelión de las masas. “Toda realidad desconocida prepara su venganza”.

En democracia, y especialmente en periodos de crisis como los que están atravesando la mayoría de países no hay, probablemente, nada más arriesgado que desconocer la opinión de los ciudadanos. De todos los ciudadanos. Pero a este gran objetivo al que aspirar se debería unir otro: el de devolver al ciudadano todo el conocimiento que aporta con su participación en las encuestas para que, de manera comprensible y reflexiva, se conozca a sí mismo y conozca mejor a la sociedad en la que vive. En palabras de Durkheim: “Todo en la vida social, incluso la propia ciencia, reposa sobre la opinión. Sin duda, se puede tomar a la opinión como objeto de estudio y hacer de ello una ciencia: en eso consiste principalmente la sociología. Pero la ciencia de la opinión no hace la opinión: solo puede esclarecerla, contribuir a que sea más consciente de sí.”

 

Este artículo forma parte del especial

Contar con la ciudadanía: algunas ideas para la Conferencia sobre el Futuro de Europa 

CONTAR CON LA CIUDADANÍA_ ALGUNAS IDEAS PARA LA CONFERENCIA SOBRE EL FUTURO DE EUROPA (4)

 

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