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Las fricciones y la lucha de poder entre la institución de enseñanza islámica Al Azhar y un régimen egipcio que quiere asegurarse el control de las instituciones religiosas del país.
El presidente egipcio, Abdelfatá al Sisi, y el Gran Imam de Al Azhar, Ahmed el Tayeb, se dan la mano en El Cairo, 2016. Egyptian Presidency/Anadolu Agency/Getty Images
Con la tranquilidad y el punto de cinismo propios de quien se sabe ganador de una batalla legal, el pasado 25 de agosto Ahmed el Tayeb, el Gran Imam de Al Azhar, ampliamente considerada la institución de enseñanza islámica de referencia en el mundo suní, alabó al Parlamento de Egipto por retirar un polémico proyecto de ley que tenía como blanco a su entidad. En un comunicado emitido entonces, el líder elogió la decisión de la cámara baja –a sabiendas de que había sido a regañadientes– de asegurar la independencia de Al Azhar, y redujo la controversia a un “aspecto saludable” de la vida parlamentaria del país.
La discutida ley que había desatado la discordia, aprobada provisionalmente en julio, tenía la intención de reorganizar parte de las principales instituciones religiosas del país. Pero a ojos de la mayoría, su
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