El sofisticado imperio informal de Francia y cómo el lujo, la moda y el champán lograban ganancias económicas, poder y prestigio.

A Velvet Empire: French Informal Imperialism in the Nineteenth Century

David Todd

Princeton University Press, 2021

Durante la segunda era del imperialismo, que se extendió por el siglo XIX, Gran Bretaña amplió el alcance de su imperio mediante el colonialismo de asentamientos y la adquisición de territorios lejanos. Las tierras que Gran Bretaña ya gobernaba en Canadá, India y las Indias Occidentales experimentaron una enorme expansión en América del Norte y el subcontinente indio, a la que se agregaron nuevos territorios en Australia, Nueva Zelanda y África. Francia, por su parte, construyó lo que el autor del libro describe como un imperio informal que combinó préstamos bancarios a gobernantes de países cuyos mercados interesaban a los exportadores franceses como Rusia, Egipto y el Imperio Otomano con la exportación de champán, brandy, seda y ropa de lujo. El resultado reformula de forma fundamental nuestra comprensión del siglo XIX al tiempo que abre nuevas direcciones en el estudio de la historia moderna de Europa y de los imperios.

La historia también tiene una responsabilidad directa en la inestabilidad que sufren las antiguas colonias francesas del sur del Sáhara. Más de medio siglo después de que países como Malí, Níger, Burkina Faso, etcétera, obtuvieran su independencia, viven aún bajo una forma de dependencia neocolonial más que de un autogobierno nacional. Esta enmarañada red de vínculos militares, económicos y culturales construida de manera cínica por el asesor del general Charles de Gaulle, Jacques Foccart, explica por qué hay tantos Estados fallidos de facto que están tan fácilmente sujetos a la desestabilización. Su estatus neocolonial no solo los hace débiles, sino que presenta un gran desafío para la UE, que busca detener el flujo de migrantes a Europa. También explica la reticencia de muchos países a ayudar a Francia a luchar contra lo que París llama terrorismo, pero que en realidad son las consecuencias de sus políticas imperiales en el último medio siglo.

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Cartel de un anuncio de champán. Getty Images

Francia se embarcó en una conquista colonial directa, como en Argelia, pero a la hora de forjar relaciones comerciales con las élites en diferentes partes del mundo demostró que también se le daba muy bien el llamado “imperio informal”. Lo que David Todd ha demostrado por primera vez es que el imperio informal de Francia también era “más sofisticado que el de Gran Bretaña porque se basaba en mayor medida en el poder cultural blando y lo usaba en combinación con el poder económico y militar duro convencional. El repertoire de reglas francés, o la combinación de varios métodos para imponer su autoridad, incluyó un componente formal que prevaleció en Argelia y se convirtió en la principal forma de expansión francesa después de 1880. “Sin embargo, teniendo en cuenta varias medidas políticas, económicas y culturales, se puede considerar que este componente informal ha tenido un impacto aún mayor en el mundo y en la Francia metropolitana al menos hasta el frenesí colonial de finales del siglo XIX”.

Déjeme explicarlo. A finales de la década de 1860, sobre todo gracias a la agresiva diplomacia comercial, la exportación de productos franceses casi alcanzó a la exportación de Gran Bretaña, pese a la reputación de esta última como la fábrica del mundo. En el mismo período, el fomento del ahorro por parte del gobierno “contribuyó a que la inversión extranjera francesa superara la exportación de capital británico, a pesar de la afamada supremacía de la City de Londres. A finales del siglo XVIII, el francés era un idioma internacional solo entre la aristocracia de las cortes europeas. Pero en la década de 1870 se había convertido en la lengua franca de las viejas y nuevas élites de Europa, Oriente Medio y América Latina”. Esto puede explicarse por la “persistente preponderancia del modelo monárquico” hasta la llegada de la Tercera República en 1871. En un fascinante capítulo que titula “Capitalismo del champán”, Todd señala que “de unos cientos de miles de botellas antes de la Revolución de 1789, la producción de champán ascendió a 18 millones de botellas en 1869”, de las cuales el 88% se exportaron. Este éxito global fue la punta de lanza de un boom comercial que vio cómo Francia “se convertía en el principal proveedor mundial de productos de lujo y semilujo entre 1830 y 1870. Esto incluyó los textiles de seda, que representaron una quinta parte de todas las exportaciones francesas a mediados de siglo. Este imperio francés del gusto perseguía ganancias económicas, poder y prestigio. Los articles de mode, la ropa de tendencia y los perfumes explican por qué, contrariamente a las creencias históricas asentadas, “las rentas per cápita crecieron tan rápido en Francia como en Gran Bretaña entre 1814 y 1914, o quizás incluso más rápido”.

La sofisticación del capitalismo francés ha sido reconocida desde hace mucho tiempo por los historiadores culturales y sociales, “pero ha sido extrañamente ignorada por los historiadores económicos”. Cuando París inventó los grands magasins antes que Londres, terminó dictando la “moda colorida, variada y siempre cambiante para las mujeres, pero Londres estableció los estándares cada vez más sobrios y uniformes para los hombres. Los logros económicos de Gran Bretaña, basados ​​fundamentalmente en la fabricación a gran escala, la extracción de minerales y el transporte marítimo, estuvieron más evidentemente conectados a las concepciones contemporáneas de la masculinidad y el poder”. Las raíces del éxito francés en los artículos de lujo tenían sus raíces en la economía de producción gremial y consumo cortesano del Antiguo Régimen, pero tanto los historiadores liberales como los marxistas han tendido a menospreciar los resultados económicos del régimen borbónico. El capitalismo del champán estuvo impulsado con fuerza por el ascenso de París, rediseñada por el barón Haussmann bajo Napoleón III como la capital del placer sexual y la buena mesa. Hasta el día de hoy, Francia gana miles de millones de dólares cada año por la exportación de artículos de lujo, al igual que lo hace París por ser la Ville Lumière.

Pero los franceses también fueron capaces de conquistar el Imperio otomano por medio del dinero: mediante préstamos bancarios garantizados por el Estado y dirigidos a Egipto y Estambul, por no hablar de Rusia. El autor señala que “el modelo de desarrollo económico de Francia en el siglo XIX le otorgó un excedente de capital inusualmente grande. Sin embargo, la notable alineación de las exportaciones de Francia con sus objetivos geopolíticos no fue solo el producto de factores macroeconómicos o microeconómicos. También estuvo conectada con las aspiraciones políticas de un imperio informal”.

Otro capítulo permite al lector repensar la colonización de Argelia, un período brutal de la historia francés que resuena hasta el día de hoy en la política gala. Se titula “Argelia, imperio informal frustrado” y apunta a la causa “principal” de la conquista: Francia no podía, en palabras del pensador Alexis de Tocqueville, abandonar Argelia “en un momento así, cuando parece estar siendo relegada a la segunda fila y se muestra resignada a dejar que el control de los asuntos europeos pase a otras manos”. Los enormes costes y la brutalidad del dominio territorial llevarían a Napoleón III a explorar “una vez más la dimensión informal del repertoire imperial francés”, pero esa estrategia fracasó. Los resultados económicos fueron mediocres y los franceses no acudieron en masa a la colonia, que en su lugar atrajo a emigrantes españoles e italianos. Fue un tipo de colonización sui generis cuyos costes fueron enormes en todo momento y los rendimientos económicos insatisfactorios. El autor se sitúa en un terreno histórico mucho más inestable cuando habla de las razones de la conquista de Argel: tuvo que ver poco con que la Regencia otomana respaldara las actividades de los corsarios y la esclavitud de cristianos, que casi había desaparecido en 1830, y mucho con el tresor d’Alger, sobre el que el rey Carlos X quería poner sus manos, ya que el Parlamento se negaba a respaldar sus reaccionarias políticas y sus presupuestos. El rey pensó que una victoria en el extranjero le ayudaría a ganar las elecciones de julio de 1830. La noticia de la toma de Argel llegó demasiado tarde, Carlos X se exilió en Gran Bretaña y las relaciones con Argelia continúan envenenando la política francesa casi dos siglos después de la caída de Argel.

Las relaciones entre Francia y Argelia entorpecen las relaciones entre la UE y el país más grande de África porque París no ve con buenos ojos que los Estados latinos de Europa intenten diseñar políticas hacia Argelia que no se ajusten a las suyas. La amargura de la colonización ha convertido a Argelia en la caja negra de la historia de Francia. Sin embargo, Europa no puede esperar elaborar una política hacia el norte de África si Francia y su antigua colonia se tiran mutuamente los trastos a la cabeza a través de los medios de comunicación y los políticos. La UE sabe, en privado, que no puede sugerir ideas sobre Argelia que no encajen con un ministerio de Relaciones Exteriores en París cada vez más dominado por el pensamiento neoconservador sobre Oriente Medio.

Este libro insufla nuevas ideas muy necesarias al debate sobre la política y la economía de la globalización. La política francesa incluía herramientas militares, financieras y lo que hoy podríamos llamar de poder blando: la combinación de barcos cañoneros, préstamos bancarios y champán funcionó muy bien. El aspecto cultural de la globalización (películas, música rock, igualdad de derechos para las mujeres y costumbres sexuales más libres) ha resultado tan disruptivo como los factores económicos desde 1945. Pero pocas personas se dan cuenta de que los franceses fueron pioneros en tal combinación un siglo antes. La promoción de la lengua francesa, la buena comida y la ropa fina como herramientas del poder francés fueron muy efectivas en el siglo XIX.

El último capítulo de este libro elegantemente escrito analiza el desmoronamiento del imperio informal de Francia a finales del siglo XIX, debido más a las transformaciones globales que a la decadencia local. Destaca sobre todo el ascenso de Estados Unidos como gran potencia tras la Guerra Civil y la reunificación de Alemania. Los estrechos vínculos entre Francia y sus antiguas colonias africanas, forjados bajo el general De Gaulle, muestran lo eficaz que fue el imperio informal francés hasta hace poco. El gaullismo tomó prestados elementos de la tradición monárquica y bonapartista francesas, ya que su política exterior de grandeur global tenía “claros matices de imperialismo informal”. Sin embargo, la reafirmación de la preeminencia alemana en Europa desde los 90 amenaza cada vez más estas políticas. La historia, como tantas veces, explica el presente, y Todd, que tiene raíces familiares y académicas a ambos lados del Canal de la Mancha, estaba muy bien preparado para escribir esta necesaria reevaluación del imperialismo francés, un verdadero imperio de terciopelo.