Una manifestación en París contra la situación de Libia muestran un cartel de ‘Franciáfrica’. (Thomas Samson/AFP/Getty Images)

¿Conseguirá el presidente francés, Emmanuel Macron, articular una nueva política exterior hacia África, alejada del pasado colonial?

Al frente de la jefatura del Estado francés desde mayo de 2017, Emmanuel Macron se ha marcado como uno de sus grandes objetivos diplomáticos la renovación de la relación con el continente africano. Ni injerencia, ni indiferencia. Ni connivencia, ni condescendencia. Tal es el desafío. “El fin último es la restauración de una relación que durante largo tiempo ha permanecido lastrada por un doble discurso, antagónico a priori: el de la emancipación del tercer mundo y el del intervencionismo. Y todo ello muy impregnado de una suerte de esquizofrenia, debatiéndose la parte africana entre sentimientos de abandono y graves acusaciones de neocolonialismo al encuentro de París”, interpreta el periodista y politólogo Rémi Godeau. “Soy como vosotros, soy parte de aquellos que nunca hemos conocido a África como continente colonizado”, lanzó Macron a los estudiantes de la Universidad de Ouagadougou a finales del pasado mes de noviembre, en el marco de su primera gira africana que, además de a Burkina Faso, lo condujo a Costa de Marfil y a Gana. Efectivamente, como activo del que hace gala en todo momento, el presidente galo, nacido en 1977, pertenece a una generación que no ha vivido de cerca la colonización y únicamente conoce las vicisitudes del imperio francés africano a través de los libros de historia.

El ejercicio, no obstante, aún es delicado, más de medio siglo después de las independencias, habiéndose convertido éste en una tradición de principio de mandato para los presidentes franceses, tal y como hicieron Nicolas Sarkozy y François Hollande, quienes también se comprometieron a modernizar la relación franco-africana, con mayor o menor predisposición, y con mayor o menor éxito, en cada caso. El pragmatismo del que ha hecho gala hasta la fecha Macron, ¿le permitirá afrontar con más garantías que sus predecesores la actualización de la diplomacia franco-africana que, dicho sea de paso, no atraviesa su mejor momento? “Frente a una hostilidad cada vez menos larvada, el presidente tiene en su mano los medios para instaurar un nuevo marco de relación. Todo le empuja a hablar sobre el futuro puesto que, habiendo ya pagado el precio de la influencia perdida, Francia ha desperdiciado el impulso de la nueva África, la emergencia de una clase media, una sociedad civil dispuesta a la emancipación y una juventud lista para romper con el pasado”, estima Godeau. “Ya no existe una política africana de Francia”, repite insistentemente el presidente francés, quizás para exorcizar los viejos esquemas paternalistas y, de paso, acabar con las prácticas pasadas, normalizando unas interacciones e intercambios muy marcados por las ambigüedades y malentendidos históricos.

Acuñada por Félix Houphouët-Boigny, presidente de Costa de Marfil entre 1960 y 1993, la expresión Franciáfrica hace alusión a las redes de influencia del Estado francés en el continente africano que durante décadas se han erigido en un componente esencial de la diplomacia de París hacia sus antiguas colonias. Esta política implicó el apoyo a dictadores, asesinatos políticos y la apropiación indebida de fondos en beneficio de una elite política y militar bien definida que, en contrapartida, permitía a las multinacionales francesas un acceso directo a vastos recursos naturales y sectores de negocio dentro de las fronteras nacionales de los nuevos Estados. Si bien analistas y observadores estiman que la página de la Franciáfrica se ha pasado de forma global, no dejan de llamar la atención sobre otro hecho sin paliativos, como que el legado de la historia colonial continúa pesando en las relaciones bilaterales. “El jefe de Estado es joven y no tiene ningún tabú con respecto a la colonización. Considera que no hay que dar lecciones y nada le impide condenar la corrupción y la fuga de capitales, entre algunos otros males que lastran el buen funcionamiento de los regímenes africanos en liza”, estima Philippe Hugon, especialista en política africana del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicos (IRIS). Liberado de los tabúes de la colonización, el presidente pretende poner el acento sobre ámbitos hasta ahora secundarios, como el apoyo a la innovación y a los emprendedores africanos, pero también a la educación y al deporte.

El fin justifica la Franciáfrica

Con la independencia de Argelia, Francia pierde la explotación del petróleo sahariano. Charles de Gaulle, para quien la autosuficiencia energética es una condición de la grandeza de su país, resuelve orientarse hacia los países del antiguo imperio colonial, confiando el dossier a Jacques Foccart, uno de sus más próximos colaboradores, considerado padre fundador de la Franciáfrica. Foccart, conocido como Monsieur Afrique, ofició entre 1960 y 1974 como secretario general del Elíseo para los asuntos africanos y malgaches, poniendo en marcha una “célula africana” al margen del Ministerio de Asuntos Exteriores para salvaguardar el control del continente tras la descolonización. Esta célula ha pervivido bajo la égida de los presidentes que se han sucedido hasta que Nicolas Sarkozy decidió su supresión, en 2007. “La célula africana ya no existe estructuralmente, lo cual no impide que se mantenga la estrecha imbricación francesa en África, a nivel militar, policial, económico y financiero”, señala Thomas Borrel, de la Asociación Survie, que denuncia toda forma de intervención neocolonial de Francia en el continente africano. Borrel reprocha a la diplomacia gala el apoyo a regímenes autoritarios que son favorables a sus intereses, si bien no de forma tan evidente como en el pasado, evocando el apoyo a la elección de Alassane Ouattara en 2011 en Costa de Marfil o los intentos de evitar la destitución, en octubre de 2014, del presidente de Burkina Faso, Blaise Campaoré, en el poder desde 1987 gracias a un golpe de Estado promovido por Monsieur Afrique.

La entrega a los Archivos Nacionales del Fondo Foccart mostró a la opinión pública la amplitud y densidad de la red de corresponsales, colaboradores, intermediarios de dudosa reputación y mercenarios que este prohombre del régimen tejió para preservar la influencia sin paliativos de París en sus antiguas colonias. Junto con otros muchos y escabrosos dosieres, estos documentos arrojaron luz sobre el que es considerado como el primero de los asesinatos selectivos de la era Foccart, el 3 de noviembre de 1960, con el envenenamiento del opositor camerunés Félix Moumié en un restaurante de Ginebra a manos de William Bechtel, un agente secreto francés que se había hecho pasar por periodista para ganar la confianza del malogrado político. La presencia de hasta ocho jefes de Estado africanos en el Palacio de Los Inválidos de París durante las exequias con honores de Foccart, en marzo de 1997, denotan la importancia y calado del personaje, cuyo sistema le sobrevivió, a pesar de que su fin había sido anunciado hasta la saciedad por sucesivos dirigentes. Pero el acceso a recursos naturales y mercados estratégicos ha primado, manteniéndose como una prioridad para el Estado francés, justificando su salvaguarda el empleo de todo tipo de medios. “Es cierto que los mecanismos evolucionan. Bajo pretexto de luchar contra la corrupción y el desvío de fondos públicos, prometiendo la promoción de la buena gobernanza, técnica y despolitizada, e incluso de una supuesta ayuda al desarrollo, la gestión de la deuda de estos países se ha convertido en un nuevo instrumento de control”, afirma Borrel.

Con el fin de la guerra fría y la liberalización global de la economía algunos se apresuraron a proclamar el fin de las interdependencias franco-africanas, como el propio Nicolas Sarkozy, que en 2006 declaró que "Francia, económicamente, no necesita de África". Al contrario, otros aún sostienen la validez de la fórmula de Omar Bongo, presidente de Gabón desde 1967 hasta su muerte, en 2009, que sentenciaba que "África sin Francia es un coche sin chófer y Francia sin África es un coche sin carburante”. El continente africano posee el 10% de las reservas mundiales de petróleo, el 40% del potencial hidroeléctrico mundial, el grueso de los diamantes y del cromo, el 50% del oro del mundo, el 90% del cobalto, el 50% de los fosfatos y el 40% del platino y del uranio. Con su más de mil millones de habitantes, África es un mercado gigantesco que abre apetitos de todo tipo. Y aquí las filiales de los grandes grupos franceses son omnipresentes en sectores como el de la energía (Total, Edf, Norelec, Alstom, Vinci), construcción (Bouygues, Spie, Fougerolles, Dumez, Sogea, Razel, Jean Lefèvre), gran distribución (Cfao), transporte (Air France y sus filiales), servicios y banca (Accor, BNP Paribas, Société Générale, Crédit Lyonnais, Véolia, Saur), agroindustria (Cfdt, Saupiquet, Castel, Cemoi, Lesaffre), industria (Lafargue, Air Liquide, Vicat, Dagruis) y telecomunicaciones (France Télécom, Alcatel, Satom).

Una reunión del presidente francés Emmanuel Macron,
con los presidentes de Burkina Faso,
Roch Marc Christian Kabore, Chad,
Idriss Deby, Malí, Ibrahim Boubacar Keita, Mauritania, Mohamed Ould Abdel Aziz y Niger, Mahamadou Issoufou, en París con motivo del G5 Sahel. (Ludovic Marin/AFP/Getty Images)

Hacia un nuevo enfoque

En su primer discurso de política extranjera pronunciado ante 150 embajadores reunidos en el palacio del Elíseo, el 29 de agosto de 2017, Emmanuel Macron reiteró, sin sorpresas, sus dos principales prioridades africanas: la lucha contra la inmigración ilegal y contra el terrorismo. La relación con África no reside, únicamente, en los desafíos socioeconómicos. El presidente ha hecho de la seguridad el primer pilar de su diplomacia. A pesar de diferir con su predecesor en un buen número de dosieres, Macron ha saludado la decisión de François Hollande de intervenir en Malí. “La situación en Libia, la inestabilidad regional, la cuestión tuareg, el auge del terrorismo y del crimen organizado, fenómenos muy vinculados con el desempleo y con la ausencia de perspectivas de los jóvenes, son cuestiones que exigen una atención particular”, destaca Hugon. La respuesta a lago plazo pasa por el desarrollo, pero en lo inmediato el avance del extremismo debe ser combatido. París inició en 2014 la Operación Barkhane, que supuso el despliegue de unos 3.000 soldados sobre el terreno. Pero las nuevas orientaciones preconizan que sean los propios países africanos quienes soporten el peso de esta lucha. Apunta en esta línea la iniciativa G5 Sahel, constituida por Chad, Malí, Níger, Burkina Faso y Mauritania. La fuerza, que pretende movilizar a unos 10.000 hombres, ha evaluado sus necesidades de financiación en 400 millones de euros, de los que apenas se ha conseguido un parte. La iniciativa apoyada por Francia y que ha recibido el visto bueno de la ONU, aunque sin darle un mandato y, por tanto, sin financiación, debe aún lidiar con las reticencias de Estados Unidos, Argelia o incluso el Reino Unido.

“Los acuerdos militares están ahí, al igual que los lazos monetarios y las afinidades culturales e históricas. Entre Francia y África es la hora de poner fin a los complejos, que no a las complejidades”, considera Philippe Hugon. El presidente galo es consciente de que cualquier cambio en la orientación diplomática de su país hacia el continente africano pasa por la liquidación de la herencia colonial, muy pesada y persistente, para lo cual es necesario sentar las bases de una nueva relación. “Para ello Macron ha situado a Europa en el corazón de su política diplomática, buscando instalar la relación Francia-África en el marco del partenariado franco-europeo más general”, destaca el experto del IRIS. “A la luz de la situación política europea esto no es posible por el momento, el presidente proclama sus intenciones de forma clara, pero no puede implementar una auténtica estrategia en este sentido”, sentencia Hugon, para quien el ente comunitario se mantiene lastrado por cuestiones de orden interno, entre otras el Brexit o la conformación de un gobierno en Alemania, de quien dependerá en buena medida la orientación de Bruselas en un número de documentos considerables. El jefe de Estado ya ha recibido el apoyo del presidente de turno de la Unión Africana, Alpha Condé, quien, de visita en París, declaró querer que “las cuestiones africanas sean solucionadas por los africanos y que podamos cooperar con la Unión Europea, de continente adulto a continente adulto”, destacando, de paso, que “el presidente Macron puede jugar un rol destacado en esta nueva visión de la cooperación”.

En el plano económico el presidente francés suscribe plenamente las conclusiones del informe Vedrine-Zinsou, que preconiza un cambio en los paradigmas que han guiado hasta ahora la acción económica de Francia en África. “Hay que seguir convenciendo, sobre todo a los jefes de empresa, de que África es el continente del futuro y que podemos acelerar el crecimiento francés y africano si somos capaces de construir nuevos partenariados”, considera Lionel Zinsou, uno de los firmantes de este informe. Para Macron, este es un desafío al alcance de su país, para lo cual ya ha anunciado la creación de un fondo de mil millones de euros destinado a incentivar a las pequeñas y medianas empresas africanas. Macron también ha invitado a las compañías galas a comprometerse con el desarrollo africano en sectores bien definidos, como el de la salud, que adolece de grandes carencias en la región, al tiempo que ha anunciado que incrementará el porcentaje del PIB francés consagrado a la ayuda al desarrollo. Huelga decir que la, cada vez más imponente, presencia China en África, junto a la de otros actores, como son Estados Unidos, los países del Golfo o incluso Turquía, son percibidas como una amenaza a los intereses económicos galos, que se creían consolidados, cuando no indiscutidos, hasta épocas recientes. Además de contar con un diplomático experimentado como Jean-Yves Le Drian, ministro de Asuntos Exteriores, el jefe de Estado ha promovido la creación de un Consejo Presidencial para África (CPA) directamente vinculado al Elíseo, constituido por 11 miembros con la misión de aportar un prisma totalmente diferente y ayudar al presidente francés en la construcción de su nueva política africana. “El CPA está compuesto por personas, algunas de ellas binacionales, que desarrollan acciones sobre el terreno, que recorren continuamente África a través de sus actividades. Su puesta en marcha es un muy buen signo que denota la intención de Macron de escuchar directamente, sin intermediarios, a un continente que no tiene la costumbre de ser escuchado”, enfatiza Karim Sy, fundador de Jokolab y miembro del CPA.

Tratar a África como una oportunidad, bajo el prisma de las inversiones y de una hipotética revolución emprendedora, multiplicando declaraciones y gestos, más o menos reales, más o menos retóricos, ¿son signos de ruptura? “Hasta el momento Francia no ha sabido proponer una estrategia económica a largo plazo, si bien posee un conocimiento muy íntimo del continente”, estiman Dalila Berritane y Aulde Courtois, autoras del informe Prêts pour l’Afrique d’aujourd’hui. Por el momento, al encuentro de África supone para el presidente francés confrontar un pasado polémico, una historia colonial y poscolonial mal digerida. Macron ha tenido cuidado de no mentar la Franciáfrica e incluso de anunciar su muerte, un axioma a menudo evocado por sus predecesores, de Jacques Chirac hasta François Hollande, que ya no convence a casi nadie. ¿Será Macron más virtuoso que sus predecesores? ¿Logrará abrir una nueva etapa en la relación con el continente? Aún es pronto para juzgarlo.