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El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, con los primeros ministros de Bulgaria, Albania, Montenegro, Macedonia en un encuentro en Sofía, marzo 2018. Dimitar Dilkoff/AFP/Getty Images

¿Se puede ser optimista sobre el progreso económico y político de los países de la zona? Un repaso a los principales fortalezas y debilidades de una región donde se entremezclan las deficiencias con las oportunidades.

El comienzo de la Presidencia búlgara de la Unión Europea y la voluntad de acelerar el proceso de ampliación hacia los países de los Balcanes occidentales como una de sus prioridades han suscitado de nuevo el interés por la zona. Una región europea todavía relativamente desconocida y tristemente marcada, en la opinión pública mundial, por el convulso trance de la guerra en el territorio de la ex Yugoslavia. Si a esto se añade la inestabilidad política en los nuevos y pequeños Estados surgidos tras el conflicto de los Balcanes, el problema de Kosovo, la crisis en la Eurozona, el Brexit y la permanente presión externa de los flujos migratorios, el cóctel explosivo ya está servido.

Aun así, parece lógico, que después de la integración de Croacia en la Unión Europea (el 1 de julio de 2013), los otros países de la ex Yugoslavia, como Serbia, Montenegro y la Antigua República Yugoslava de Macedonia (FYROM), pretenderán seguirla. Entre los candidatos oficiales, Montenegro (que incluso tiene un acuerdo bilateral con Bulgaria de asistencia técnico-política sobre el tema) y Serbia han abierto ciertos capítulos de negociaciones, y probablemente pronto habrá una invitación para Macedonia, siempre y cuando se resuelva el problema con Grecia sobre la denominación oficial del país. El futuro de Albania, por otro lado, depende mucho del avance en las materias judiciales, la lucha contra el crimen organizado y la estabilidad política.

En este marco, la pregunta que se hace no sólo en los pasillos de los edificios administrativos de Bruselas, sino también en la calle, es si estos cuatro pequeños Estados están preparados, en un futuro previsible, a unirse al club. A los grandes donantes de los presupuestos europeos les ha servido de amarga lección los problemas originados por otros países de Europa Oriental, que, como Polonia o Hungría, desentonan dentro del concierto comunitario, o como Bulgaria y Rumanía que sufren de corrupción endémica. La economía, la estabilidad de las instituciones y la transparencia democrática siempre han sido y serán unos factores decisivos en el proceso de integración. Por esto, hoy en día, la pregunta sobre el desarrollo de los Balcanes y la región del sureste de Europa está bien presente en la agenda europea.

En la zona pueden definirse a grandes rasgos dos grupos. En primer lugar, los Estados miembros de la UE, cuyas economías reciben fondos europeos y que, al mismo tiempo, están sometidos a la política económica de la Unión: Grecia, Bulgaria, Rumania, Croacia. En segundo, los países candidatos o con interés de serlo: Montenegro, Serbia, Macedonia y Albania.

De la quinta, por el momento, se excluyen Bosnia y Herzegovina, que todavía está bajo protectorado europeo, y Kosovo, sin reconocimiento oficial por parte de varios gobiernos, incluidos dos miembros del Consejo de Seguridad (China y Rusia) y cinco miembros de la UE (España, Grecia, Eslovaquia, Chipre y Rumanía).

En el contexto regional, hay que tener presente también la economía turca como un factor importante en la zona, tanto por el volumen de sus inversiones, como por su influencia política. Esta última, junto con la crisis en Grecia y la caída del sector bancario en Italia, son los choques limítrofes más significativos para la bajada del ritmo de crecimiento de los países en la región durante los últimos años. Tanto el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, BERD, (noviembre 2017), como el Fondo Monetario Internacional (2017) coinciden en señalar la gran dependencia de los Balcanes de las inversiones externas y de las exportaciones a la zona euro, que, en algunos casos, llegan hasta el 90% del PIB.

En este clima, el desarrollo del sureste de Europa todavía parece un poco inestable y, hasta cierto punto, caótico. Mientras Bulgaria y Rumanía pueden contar con los Fondos estructurales europeos, y por eso mantienen un crecimiento por encima del 3,5 % anual (Rumanía llegó a registrar un 5% a principios de 2017), a sus vecinos, al oeste y sureste —Serbia, Macedonia y   Montenegro— les espera un largo camino por recorrer. En 2015, según Eurostat, Montenegro mantenía su posición de mejor PIB, seguido por Serbia, Macedonia y Albania. En términos de crecimiento, Albania tiene un ritmo saludable entre el 2% y el 3%, seguida por Montenegro y Serbia. Macedonia mostró cierta debilidad, como consecuencia del estancamiento de Grecia, ya que ambos registraron una caída del PIB entre 2016 y 2017 (BERD, 2017). En comparación, según datos de las Cámaras de comercio de la zona, en septiembre de 2017 los volúmenes de exportación han subido en sus países miembros de la UE y Turquía, siendo Grecia el país con mejores resultados, seguido de Turquía, Rumanía y Bulgaria, con alrededor de un 60 % de sus mercancías con destino a la Unión.

El nivel de desempleo en los Balcanes Occidentales es bastante alto en comparación con Bulgaria y Rumanía, con una media, entre los cuatro candidatos, en torno al 25 % (Banco Mundial, 2017). Aun así, los miembros de la UE en la región mantienen ciertos matices diferenciales entre ellos: mientras la cesta de consumo y los flujos de capital en Bulgaria y Croacia ya se pueden comparar con los países occidentales, los volúmenes en Rumanía, a pesar del crecimiento, todavía no son tan satisfactorios.

La disciplina fiscal y presupuestaria es otro elemento a tener en cuenta de cara al futuro europeo de la zona. El déficit público se ha convertido en uno de los grandes enemigos de las economías modernas y el famoso techo del 3% sigue siendo un desafío. Gracias a una consolidación de las políticas de reducción del gasto y de la deuda pública, Serbia y Albania han bajado su déficit, y la previsión para los próximos dos años no es mala. Al contrario, Macedonia y Montenegro tienen una tendencia al aumento del déficit, que a largo plazo puede ser muy perjudicial.

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Un hombre pasa al lado de un grafiti con ruinas griegas hechas de euros, en Tesalónica. Sakis Mitrolidis/AFP/Getty Images

Lo que menos se recoge en las estadísticas o en los análisis económicos es la parte sustancial de la economía sumergida en el conjunto de los países del sureste europeo. Por la situación geográfica, como puerta hacia Oriente Medio y África, por un lado, y Europa, por otro, la zona siempre ha sido un cruce de flujos migratorios, de trata de seres humanos y de canales de tráfico ilegal de drogas y armas. Con la desintegración del bloque soviético y la guerra de los Balcanes, los sistemas socioeconómicos se vieron colapsados y el periodo de transición se ha traducido no sólo en crecientes desigualdades, sino en una ausencia de legalidad y de gobierno. Consecuencia de todo ello fue y es todavía en muchos países de la zona el importante papel desempeñado por el dinero negro en la economía. Según la consultora At Kearny (2013), los cuatro países miembros de la zona representan el porcentaje más elevado de la economía sumergida en el PIB dentro de la UE —Bulgaria lidera este triste palmarés con un 31%, seguida muy de cerca por Rumanía y Croacia con el 28%, y Grecia con el 24%. (En comparación, en España se calcula que representa el 19%, en Italia el 21% y en Austria apenas el 8%). Teniendo en cuenta estos datos, Bruselas va a examinar con mucho detalle los futuros informes sobre este asunto y evaluar los riesgos que se puedan tomar en este contexto. Para la Unión Europea, como proyecto político y económico, es muy importante minimizar las fuentes económicas potencialmente desestabilizadoras del orden público. El problema radica en preguntarse hasta qué punto la economía sumergida y los canales de tráfico ilegal en el sureste de Europa pueden suponer un peligro para la seguridad de los demás países de la Unión. Por esto, el esfuerzo de los países candidatos en mejorar las estructuras democráticas, la gobernabilidad, la transparencia y el control de los flujos de capital será un factor importante a tener en cuenta en las negociaciones.

Otro elemento, no menos relevante, es la mano de obra joven y todavía barata del sureste europeo.  En una época en la que ya no es tan rentable producir en Asia, dado que la política de inversiones en China empieza a cambiar, los Balcanes pueden ser considerados una buena opción. El interés por parte del mundo de los negocios es muy serio, pero aún falta gente con formación específica que pueda responder a sus necesidades. Si la Unión Europea impulsa una estrategia más agresiva en este sentido, estimulando un desarrollo regional más fuerte, se notará un cambio cualitativo tanto para los países de la región como para la Unión en su conjunto. En la zona ya se ha notado cierta tendencia a la deslocalización — Bulgaria y Rumanía han acogido varios centros de logística de grandes multinacionales europeas y los resultados ya se pueden evidenciar. La reticencia que existía antes está superada, teniendo en cuenta que los costes de transporte disminuyen drásticamente. Por otro lado, los países de la UE que siguen manteniendo los sueldos bajos, como España o Grecia, son, paradójicamente, los que menos temen la incorporación de los Balcanes en el mapa económico europeo. Quizás la tendencia tiene su lógica: durante la crisis, la inmigración búlgara y rumana cayó entre un 20% y un 25% en España y aún más en Grecia. Por esto, favorecer flujos de capital limpio y apoyar unas economías dinámicas en los Balcanes tiene su lado positivo: un aumento de los niveles de seguridad para Europa y una mayor motivación para los jóvenes. Así se premiará el deseo de esta nueva generación que no quiere emigrar, sino quedarse en casa y participar en la mejora de sus países después de una etapa histórica difícil.

Mirando en perspectiva, ¿se puede ser optimista sobre el futuro de las economías del sureste europeo? Existen ciertos factores de peso que nos darán la respuesta. La estabilidad política es el primero, tanto dentro de la región como en el Mediterráneo —Oriente Medio, Norte de África, Turquía, como elementos limítrofes y zonas turbulentas. El crecimiento económico y las políticas de la Unión Europea también jugarán un papel muy importante —la cohesión de la Unión, pre y post Brexit. Y, por último, pero no menos importante, los propios esfuerzos de los Balcanes en cerrar el doloroso capítulo de ser uno de los focos tradicionalmente conflictivos de Europa y en tomar las medidas adecuadas para alcanzar la estabilidad democrática, la disciplina presupuestaria y el crecimiento económico.  Quizás demasiadas expectativas, como quien espera una buena alineación de planetas… Sea como sea, el camino por delante se presenta largo y complicado.  La sala de espera para el club europeo siempre ha sido un poco incómoda, pero el objetivo no es imposible y merece la pena.