Tráfico por las calles de Hong Kong, China, durante su 72ª Fiesta Nacional el 27 de septiembre de 2021. (Louise Delmotte/Getty Images)

China no es un Otro aislado y anormal, sino parte de nuestro sistema global: fenómenos como el crédito social chino o Xinjiang son parte de dinámicas internacionales donde no es fácil trazar una línea divisoria entre China y Occidente.

Global China as Method

Ivan Franceschini y Nicholas Loubere

Cambridge University Press, 2022

Durante muchos años, ha predominado en el mundo —y en España— una visión de China como un ente exótico, incomparable, aislado y radicalmente distinto a Occidente. Este país, por ser supuestamente único, no se podía analizar como una pieza “normal” del sistema internacional, no se podía “entender” a través de valores occidentales y debido a su historia “milenaria” era “incomparable” con cualquier sociedad actual. Esta visión marginalizaba cualquier intento de buscar las conexiones de China con el resto del mundo, entender el país como parte de dinámicas globales y extrapolar las lecciones de China al resto de Estados, y viceversa.

En el entorno hispanohablante, una de las primeras personas que rompió con este relato fue el profesor Carles Prado, quien, desde el ámbito de las humanidades y la literatura, analizó en el excelente Regresar a China cómo escritores chinos claves del siglo XX vivieron en el extranjero, se vieron influenciados por sus ideas y eran parte de corrientes de debate globales como el auge de la modernidad en sociedades no-occidentales. Confieso que, después de leer a Prado, mi mirada sobre este país cambió radicalmente. La visión de una China interconectada con el mundo y parte de dinámicas globales era mucho más rica —y más cierta— que el ente autónomo, inexplicable e interpretativamente perezoso de buena parte de nuestra sinología patria. Por ello, cuando Prado me alertó sobre un nuevo libro que aplicaba esta visión de la China interconectada al ámbito de las ciencias sociales y las relaciones internacionales, tuve el presentimiento de que estábamos ante algo importante.

Global China as a Method, de Ivan Franceschini y Nicholas Loubere, es una obra precisa, estimulante y metodológicamente importantísima. Considero que es el libro que cualquier persona que escriba sobre este país debería leer. Su versión digital es gratuita y es parte de la colección Global China de Cambridge Elements, donde han participado varios de los académicos más prometedores en el ámbito de los estudios chinos. En apenas 60 páginas, los autores ofrecen una nueva manera de mirar a China y la aplican a temas de impacto mediático, como el crédito social, Xinjiang o la Nueva Ruta de la Seda.

En la primera parte del libro, Francheschini y Loubere ofrecen una panorámica de los actuales relatos hegemónicos —y simplistas— sobre China, con el objetivo de superarlos. El marco interpretativo extendido es que este país es un Otro que puede entenderse de manera aislada y, a la vez, que altera el funcionamiento normal del sistema internacional. En esta otredad insiste tanto Occidente como el propio Gobierno chino, que no es menos propenso a elogiar sin cesar lo único, excepcional y milenario de su sistema. Franceschini y Loubere, sin embargo, consideran que este país, con todas sus particularidades, es una pieza más del sistema contemporáneo capitalista global.

Actualmente, según los autores, existen tres marcos interpretativos dominantes sobre China —provenientes de fuerzas conservadoras, liberales e izquierdistas— que, pese a sus orígenes ideológicos distintos, tienen en común el presentar al país como un Otro al margen del sistema global. La primera es la visión “esencialista”. Esta postura considera que, al ser China un país autoritario y comunista, en ningún caso puede ser comparada con Occidente. Pekín es un ente maligno que rompe la armonía del sistema internacional occidental. Cualquiera que intente buscar conexiones o paralelismos entre este país y Occidente es, según los “esencialistas”, un tonto útil al servicio del Partido Comunista: estamos en un choque de civilizaciones o sistemas, con bandos clarísimos y separados en ambos lados.

En segundo lugar, tenemos la visión más tradicionalmente “liberal”. Esta postura, hasta hace poco, actuaba desde un paternalismo y moralismo que defendía el engagement con China para normalizarla y convertirla en un alumno más del modelo democrático-liberal global. Debido a las tensiones actuales entre Pekín y Washington, sin embargo, esta posición ha ido mutando hacia una denuncia de China como ente “corrosivo” que, con su influencia, está desmoronando desde dentro las sociedades occidentales. Ahora y antes, para los “liberales” este país es una “anormalidad” que, mientras exista en su forma actual, estará al margen del “correcto” sistema internacional y sus valores.

Finalmente, existe la posición “relativista”. Esta es la que, desde posturas izquierdistas, denuncia que toda crítica que se le hace a China también podría hacérsele a Occidente. La consecuencia práctica de este discurso es que hace imposible cualquier crítica al sistema chino e invalida cualquier denuncia de las violaciones de derechos humanos en el país. Al tachar cualquier crítica de hipócrita, acaba generando apatía y pasividad para el observador de la realidad china.

El objetivo de Global China as a Method es superar estos marcos y entender a China no como un ente separado o anormal, sino como parte esencial de los fenómenos globales actuales. El país asiático es, según esta visión, una pieza integral del sistema capitalista internacional contemporáneo. No es un actor externo que afecta a nuestro sistema: es parte esencial de él. Por ello, se antoja como naif intentar trazar fronteras claras entre lo que es China y lo que somos nosotros, entre las problemáticas “chinas” y las problemáticas “occidentales”. Lo que pasa en este país asiático afecta a Occidente y viceversa. Nosotros hemos y estamos influenciando a China, y ella lo está haciendo con nosotros. Todo ello es consecuencia de ser actores de un mismo sistema económico e internacional global.

Para ilustrar esta posición, Franceschini y Loubere analizan fenómenos chinos que han tenido un alto impacto mediático. A través de su perspectiva, consiguen trazar conexiones que al observador más esencialista se le escaparían. Por ejemplo, tratando el tema de las relaciones laborales en China, los autores hablan del fenómeno global de la burocratización de los canales de protesta y de los sindicatos, algo que ha disminuido las protestas laborales tanto en China como en Occidente; o como el fenómeno de la nueva economía de los riders y su precariedad apareció antes en el país asiático, como aviso para las sociedades occidentales.

Otro caso que tratan los autores es el famoso “crédito social chino”. A pesar de la pátina orwelliana-totalitaria que se le dio en muchos medios de comunicación, Franceschini y Loubere conectan de manera certera el crédito social con otros fenómenos globales en auge, como la extensión de la gobernanza a través de los datos y la tecnología, el uso de del big data para la categorización de las sociedades, o la ingeniería social a través de los microcréditos y los nudge de la economía del comportamiento. Existen muchos sistemas de créditos alrededor del mundo y la diferencia del caso chino es más bien cuantitativa que cualitativa, al incluir más variedad de datos.

Un gran aporte que hace Global China as a Method es abrirnos las puertas a la literatura académica más reciente, original y prometedora de los estudios sobre China. En el caso de la Nueva Ruta de la Seda, los autores citan diversos estudios antropológicos sobre el terreno que desmontan el mito de la acción exterior china como una campaña monolítica, dirigida, coherente y todopoderosa. En el caso de Xinjiang, Franceschini y Loubere presentan a especialistas de la región como Darren Byler que han investigado a fondo la represión de los uigures. Los autores en ningún momento relativizan las vulneraciones de los derechos humanos en Xinjiang, sino que intentan entenderlas más allá del contexto local, viendo cómo el discurso del Gobierno chino en la región empezó a cambiar con la “Guerra contra el Terror” de Estados Unidos después del 11-S; como empresas privadas y universidades estadounidenses se benefician de la situación semi-colonial y represiva de Xinjiang —lo que Byler llama el “capitalismo del terror” y puede ser aplicado en otros contextos como Cachemira o la frontera mexicano-estadounidense—; o los problemas globales de infraestructura carcelaria con una sobrepoblación desproporcionada de minorías. El objetivo de los autores es evitar la complacencia occidental de pensar que lo que pasa en China no nos puede, podría o nos ha pasado a nosotros.El libro acaba analizando el ecosistema de trabajo de los autores: la academia. Global China as a Method es claro en señalar el problema que genera la influencia de ciertos Institutos Confucio en las universidades. En algunos casos, al ser estos organismos la principal fuente económica sustentadora de los departamentos de estudios chinos, ello genera casos de censura y autocensura entre los académicos. Sin embargo, los autores consideran que esta capacidad de influencia de actores externos en la universidad no es anormal, sino que se ha convertido en un hecho habitual más allá del caso chino. En una “universidad neoliberal” con cada vez menos recursos propios, que se ve forzada a buscar constantemente financiación externa y convenios con entidades privadas y actores externos al mundo educativo, es normal que el sistema universitario cada vez pierda más capacidad de autonomía decisoria. El caso chino es sólo el síntoma de un sistema global al que estamos irremediablemente ligados.