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Un astronauta probando Esprit de LOP-G en Francia. (Alexis Rosenfeld/Getty Images)

Argumentos alarmistas aparte, he aquí una muestra de cuáles son los actores, los retos y la ampliación de las acciones militares en la órbita.

La Fuerza Espacial de Estados Unidos da titulares continuos desde que, en el verano de 2018, el presidente Donald Trump anunciara su creación como rama independiente dentro de las fuerzas armadas. Este interés estratégico por el entorno de la órbita terrestre y más allá, no es exclusivo de Washington. Otras potencias —como Rusia, China, India, Francia o Japón— también se han fijado en la órbita de la Tierra y preparan a sus ejércitos para operar en ese ámbito.

Uno de los organismos no gubernamentales que sigue con más atención el desarrollo de las capacidades militares de los diversos países con intereses espaciales es la Secure World Foundation en EE UU. Victoria Samson, directora de la oficina en Washington de esta entidad, en declaraciones a esglobal recuerda que no se trata de un escenario nuevo: “las potencias han competido militarmente en el espacio desde que comenzó su exploración, aunque otra cuestión es el posible desarrollo de una carrera armamentística equivalente a las vistas en la Tierra”.

Samson hace referencia a los inicios de la carrera espacial en plena Guerra Fría. Entonces, tanto EE UU como la URSS contemplaron la exploración ultraterrestre como una cuestión prioritaria para su seguridad, otorgándole un marcado carácter militar. Soviéticos y estadounidenses se miraban con recelo ante los respectivos avances, no los consideraban exclusivamente como cuestiones científicas, sino que tenían muy en cuenta sus posibles aplicaciones militares. Por un lado, la tecnología de los cohetes espaciales era fácilmente extrapolable a los misiles destinados a transportar cabezas nucleares. Por otro, el Kremlin y la Casa Blanca también vieron muy pronto que los satélites podían ser muy útiles para apoyar a sus respectivas fuerzas armadas y servicios de inteligencia.

Por ejemplo,  EE UU lanzó el Corona en 1959, está considerado como el primer satélite de reconocimiento o de espionaje. Los soviéticos hicieron lo propio en 1961 con el primer modelo de la serie Zenit. De hecho, aunque la atención mediática la atrajeron las misiones civiles de la NASA, “la mayoría de lanzamientos espaciales durante los años de la Guerra Fría tuvieron un claro carácter militar”, recuerda a esglobal Mark Hillborne, experto en militarización del espacio del King’s College de Londres.

Las décadas transcurridas no han cambiado el panorama, sino todo lo contrario, los militares de los países con capacidades bélicas avanzadas han aumentado su dependencia en los satélites. Ya no solo para espiar a potenciales enemigos, sino también para cuestiones como las comunicaciones, coordinar movimientos de tropas o guiar bombas y misiles inteligentes.

Esta dependencia militar en los satélites comenzó con la primera guerra del Golfo de 1991. Desde entonces ha ido a más, por ejemplo, fueron claves para reconocer el complejo de edificios que asaltaron las fuerzas especiales de EE UU en la operación donde mataron al líder de Daesh, Al Baghdadi, en octubre de 2019. Otras funciones que han realizado estos dispositivos orbitales es detectar ensayos con misiles de países como Corea del Norte.

Con la caída de la URSS, las fuerzas armadas estadounidenses gozaron de un predominio en este terreno durante los 90 y los primeros años de este siglo. Pero el equilibrio de fuerzas ha comenzado a cambiar, rompiendo este monopolio. Mark Hillborne señala a China y a Rusia como los principales rivales de Washington en el uso militar del espacio, Moscú se habría recuperado de lo que supuso el fin del gigante soviético.

El experto del King’s College también explica que “la mayoría de los países industrializados buscan tener alguna capacidad orbital en el terreno de la defensa”. Incluso la OTAN ha anunciado que desarrollará una estrategia espacial desde que los líderes de los países miembros reconocieran en diciembre de 2019 la órbita de la Tierra como un nuevo dominio operacional militar junto a los tradicionales de tierra, mar, aire y, más reciente, el ciberespacio.

Victoria Samson también detalla el rol de estos nuevos actores espaciales, más allá de las grandes potencias. Además de EE UU, la analista señala que “India, Francia y Japón han organizado nuevas ramas espaciales dentro de sus fuerzas armadas”; también añade que “Irán y Corea del Norte parece que están desarrollando algún tipo de capacidad”. Mientras que, respecto al papel de China y Rusia, la experta de Secure World Foundation considera que “estas dos potencias están dando pasos que algunos ven como potencialmente desestabilizadoras para el dominio en general o podrían afectar el liderazgo de Estados Unidos en las capacidades espaciales de seguridad nacional”.

No se trata solo de pronósticos de especialistas, el propio presidente Trump ha manifestado su preocupación por la aparición de estos nuevos actores, lo dejó claro el 18 de junio de 2018, durante el discurso que anunció los primeros pasos para crear la Fuerza Espacial, asegurando que: "cuando se trata de defender a América, no basta con tener una mera presencia americana en el espacio. Debemos tener el dominio americano en el espacio".

Además de las declaraciones presidenciales, algunos think tank muy influyentes en la estrategia estadounidense también resaltan la importancia de esta nueva rama militar. “El despliegue de la Fuerza Espacial ofrece la oportunidad de incrementar las capacidades del Ejército de EE UU, particularmente cuando Estados Unidos debe tener en cuenta potenciales amenazas en el espacio provenientes de otras naciones”, señaló Michael Spirta, investigador de RAND’s International and Defense Policy Center, cuando en marzo de 2020 presentó el informe A Separate Space, donde se analiza el rol de este nuevo servicio del Pentágono.

 

¿Armas en la órbita terrestre?

Este incremento del interés por las potencias en desarrollar actividades militares ultraterrestres puede hacer pensar en que se esté entrando en una carrera de armas en el espacio. La propia ONU ha hecho un llamamiento para evitarla, e incluso ha tratado el tema al detalle en su Comisión de Desarme en los últimos años.

En principio, el despliegue de armas en la órbita terrestre ya está regulado por el Tratado Internacional del Espacio Exterior de 1967. El documento está firmado y ratificado por 110 países y prohíbe expresamente contar con armamento de destrucción masiva (nuclear, químico y/o biológico) en la atmósfera, más allá de ella y en cuerpos celestes como la Luna. El Tratado SALT II de 1979 entre soviéticos y estadounidenses también limitó la presencia de misiles atómicos en satélites apuntando a la Tierra. Pero estos acuerdos son o muy ambiguos (en el caso del Tratado del Espacio Exterior) o directamente no prohíben (SALT II) contar con satélites, estaciones espaciales u otras naves con capacidad para realizar ataques con municiones convencionales. Sí prohíben que se hagan pruebas con armamento en la órbita.

El desarrollo de este tipo de armas puede sonar a ciencia ficción, pero también es una vieja aspiración. En los 60, la Unión Soviética ideó un sistema para lanzar ataques con ojivas nucleares desde la órbita baja de la tierra. Estados Unidos en los 50 trabajó en el programa Thor, para bombardear con proyectiles convencionales desde cotas altas de la atmósfera. Aunque, en este campo, la iniciativa más célebre de Washington fue el programa Star Wars de Ronald Reagan, que incluía armas para destruir los misiles soviéticos cuando fueran lanzados. Aunque esta propuesta se quedó en el plano teórico, los estadounidenses sí que probaron con éxito su primer mísil antisatélite (ASAT, por sus siglas en inglés) lanzado desde un avión de combate en 1985.

Si avanzamos hasta épocas más recientes, se hace patente la multipolaridad que apuntan los expertos del King’s College y de la Secure World Foundation. En 2007, China probó su primer misil antisatélite y ha repetido test en 2013 y 2018. Rusia también ha desarrollado ensayos similares en el último lustro. Mientras que India anunció en 2012 que iba a empezar a desarrollar sistemas ASAT y en marzo del año pasado llevó a cabo su primera prueba.

En Europa, destaca Francia. El presidente Emmanuel Macron anunció la creación de un mando espacial en una fecha tan señalada como el 14 de julio del año pasado. Además, París contempla dotar a sus fuerzas atmosféricas con armamento antisatélite: “si nuestros satélites son amenazados, consideraremos cegar a los del enemigo”, aseguró la ministra de Defensa gala, Florence Parly.

Esta proliferación de ensayos parece dar la razón a quien quiera ver una carrera de armas espaciales pero la opinión de los analistas es mucho más matizada. Hillborne considera que la proliferación de estos sistemas no conviene a los Estados con intereses en el espacio y que dependen cada vez más de sus respectivas redes de satélites. El experto del King’s College concreta esta falta de interés explicando que “al destruir sus objetivos, las armas en el espacio de tipo proyectil (como los misiles) generan desechos que se convierten en basura espacial y que pueden acabar siendo un peligro para los propios satélites y otros vehículos espaciales”.

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El cohete SpaceX Falcon Heavy del Kennedy Space Center en Cabo Cañaveral, Florida. (Joe Raedle/Getty Images)

Mientras que Victoria Samson apunta que “ninguna potencia ha desplegado armas de proyectiles en órbita” y que “las capacidades ofensivas en este ámbito se centran en crear algún tipo de interferencia electrónica en los satélites rivales”. Para la responsable de la Secure World Foundation cree que “la verdadera preocupación es el lanzamiento de las megaconstelaciones de satélites y cómo eso va a cambiar drásticamente la forma en que gobernamos y usamos el espacio”. Samson considera que este despliegue de satélites —aunque vayan a ser de uso civil— será muy difícil de gestionar en sus órbitas en los próximos años, si alcanza un volumen tan elevado como el que contempla esta analista: “en este momento, hay aproximadamente 2.200 satélites activos; SpaceX ha lanzado 300 satélites sólo en el último año.  Podríamos ver más de 55.000 satélites en un futuro próximo, todos lanzados por actores comerciales. Nuestro sistema no está configurado para manejar eso”. En definitiva, toda una muestra del peso que está adquiriendo el sector privado en la actual carrera espacial, frente a la que se vivió en la Guerra Fría del siglo XX donde el protagonismo fue exclusivo de las dos superpotencias.

Esta multiplicidad de actores tanto públicos como privados implicará que se tenga que desarrollar canales de negociación para reducir posibles situaciones conflictivas. Esta posibilidad fue una de las principales conclusiones de un informe publicado por Atlantic Council en 2016. En concreto, el documento habla de “establecer un diálogo, particularmente con Rusia y China” y de establecer “garantías mutuas [entre los países] que reduzcan los riesgos de equivocaciones y conflictos, así como factores que eviten peligrosas escaladas”.

Descartar una competición armamentística en el espacio al estilo de las vividas en la Tierra (como, por ejemplo, la carrera naval entre alemanes y británicos a principios del siglo XX o la Guerra Fría entre soviéticos y estadounidenses) no implica que se elimine el riesgo de enfrentamiento.

En este sentido, Hillborne cree que sí pueden darse conflictos en lo que se ha denominado zona gris, lo que incluiría tácticas como “deslumbrar los sensores de un satélite, interferir o manipular señales de comunicación… Estas se sitúan por debajo del umbral de un ataque y por lo tanto son difíciles de responder o incluso demostrar que se trata de un acto malicioso ya que pueden confundirse con un mal funcionamiento”.

En palabras del propio experto, “estas agresiones en el espacio tienen algunas similitudes con los ciberataques porque son difíciles de rastrear o de responder”. No se trata de meras hipótesis de futuro, ya se han producido algunas acciones en este sentido. Por ejemplo, satélites rusos han maniobrado para dificultar la órbita de sus contrapartidas estadounidenses o Noruega también acusó a Moscú de estar tras las interferencias a los sistemas GPS (dependientes de los satélites) durante unas maniobras de la OTAN a finales de 2018.

Otro argumento de los alarmistas sobre una carrera de armas orbitales han esgrimido en ocasiones el riesgo de una especie de “Pearl Harbor en el espacio”. Tal fue el caso del antiguo secretario de Defensa de EE UU, Donald Rumsfeld, que ya hablaba de esta idea en 2001. Samson cree que entonces la amenaza podía parecer más real, pero “ahora tenemos menos probabilidades de que ocurra algún tipo de evento catastrófico deliberado en el espacio que en 2001, simplemente porque en la actualidad más potencias han invertido mucho dinero en sus programas espaciales y de satélites, y por lo tanto no quieren crear problemas en la órbita terrestre que afecten a todo el mundo”.