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Un trabajador separa botellas de plástico en una fábrica de reciclado en Pekín, China. (Guang Niu/Getty Images)

Tras la firma del Acuerdo de París para limitar el calentamiento global y los recientes avances hacia una economía circular, China amenaza con dar un vuelco al comercio de residuos plásticos por la falta de preparación de los países industrializados.

Pese a que el tratamiento de residuos hace una contribución menor a la emisión de gases de efecto invernadero, es un sector que puede convertirse en una actividad que evite emisiones de otros sectores más contaminantes a través de prevención y reutilización de residuos como en el transporte, la agricultura o la producción. Además, según anunció la Comisión Europea ya en 2012, una gestión eficiente y sostenible de los residuos podría ahorrar hasta 72.000 millones de euros, aumentar la riqueza del sector en hasta 42.000 millones y generar más de 400.000 empleos para 2020. Pese a esta oportunidad que ofrece el tratamiento de residuos para minimizar el impacto ambiental que tienen las actividades humanas, las sociedades occidentales han decidido externalizar su tratamiento de residuos a terceros países. ¿Por qué? ¿Con qué finalidad?

En 2012, el Banco Mundial publicó un informe en el que se estimaba que el tratamiento de residuos urbanos suponía entre el 20% y el 50% de los presupuestos municipales. Asimismo, este documento apuntaba que es esperable que, para 2025, la población urbana mundial alcance los 4.300 millones de personas, resultando en una generación de residuos urbanos de 2.200 toneladas por año, con las consecuencias que esto puede suponer para las finanzas municipales a lo largo y ancho del mundo. Además, según Naciones Unidas, las plantas de reciclaje actuales presentan dificultades a la hora de separar de forma automatizada los residuos plásticos para su reutilización, por lo que se suele comprimir en paquetes y se envía a otros países para que trabajadores en los lugares de destino separen los residuos a mano y se procesen en plantas de reciclaje. Así pues, se podría identificar el alto coste de un tratamiento efectivo y eficiente de los residuos como una de las principales causas que llevan a los Estados industrializados a exportar su basura a otros países. ¿Por qué los países en desarrollo importan estos residuos?

Las ciudades de los países en desarrollo están en la vanguardia del crecimiento económico y demográfico, pero también se enfrentan a los importantes retos que esto conlleva en materia de acceso a servicios básicos como la energía, el agua y el saneamiento y, por supuesto, el tratamiento de residuos. De hecho, los mayores vertederos a cielo abierto se encuentran en el mundo en desarrollo, suponiendo graves problemas para la población en materia de salubridad y seguridad pública. Sin embargo, estos residuos suponen la diferencia entre tener algo que llevarse a la boca cada día y la miseria para muchas personas en situación de pobreza y exclusión social. “Todo nuestro desarrollo se ha basado en el plástico”, decía Zheng Min, de un pequeño pueblo de la provincia china de Shandong en unas declaraciones a Financial Times. “Algunos incluso consiguieron amasar una fortuna con el reciclaje e incluso montaron grandes empresas”, afirmaba. En efecto, según la ONG neerlandesa especializada en reciclaje Waste el consumo y desecho de plásticos en las últimas décadas ha visto un repunte en el reciclaje de este material en los países en desarrollo no por cuestiones ambientales, sino por suponer una forma de supervivencia para familias que, de otro modo, no tendrían ingresos.

China es el principal receptor de residuos plásticos del mundo. Según datos del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas, importó en 2016 hasta 7.374.175 toneladas de residuos plásticos por un valor de alrededor de 3.694 millones de dólares (unos 3.000 millones de euros), principalmente de Estados Unidos, Japón y Alemania, pero también de otros vecinos asiáticos como Malasia o Indonesia. En la esfera europea, China es el destino del 87% de las exportaciones de residuos plásticos de la UE, según un informe de la Asociación Internacional de Residuos Sólidos (ISWA, por sus siglas en inglés). Sin embargo, las autoridades chinas han empezado a poner coto a este comercio de residuos, principalmente, por dos razones.

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En primer lugar, el modelo de desarrollo económico del gigante asiático en las últimas décadas ha sido el mayor experimentado por un país y ha sacado de la pobreza a alrededor de 800 millones de personas, según el Banco Mundial. Sólo en los últimos años, la tasa de pobreza ha disminuido significativamente, alcanzando sólo un 1,9% en 2013, mientras que el PIB per cápita de China ha pasado de suponer sólo 80,5 dólares en 1960 a los 8.123,2 de 2016. Este aumento de la clase media china implica también un mayor consumo por hogar y, por tanto, más cantidad de desechos disponibles sin necesidad de importar. La generación de residuos en el país no ha dejado de aumentar desde 2009, llegando a alcanzar los 203 millones de toneladas en 2016.

Por otro lado, la contaminación es uno de los grandes problemas a los que se enfrentan las autoridades chinas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de un millón de chinos murieron en 2016 por causas directamente relacionadas con la contaminación atmosférica. Además, esto no es solo un problema de las grandes ciudades como Pekín o Shanghái, sino que también las regiones menos pobladas, donde mayoritariamente se llevan a cabo las actividades de procesamiento de residuos plásticos, presentan datos alarmantes de contaminación respecto a los estándares marcados por la OMS, tanto en aire como en recursos hídricos y contaminación del suelo. Este problema es también la principal razón que ha marcado el cambio de estrategia de China respecto a la lucha global contra el cambio climático, resultando en su compromiso de firmar y poner en práctica el Acuerdo de París de 2015. La preocupación por reducir los niveles de contaminación ha protagonizado protestas en las calles, condicionadas por la falta de libertades del régimen chino, pero también el discurso oficial del presidente Xi Jinping. En el 19ª Congreso del Partido Comunista Chino, Xi hizo referencia más veces al medio ambiente que a la economía.

Así pues, la mayor disponibilidad de residuos endógenos por un mayor nivel de consumo y la creciente preocupación de las autoridades por la contaminación llevaron a China a notificar a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en julio de 2017 su plan de aprobar una prohibición de importación sobre 24 tipos de residuos, incluyendo los residuos plásticos, así como a proceder a cerrar algunas de las plantas de procesamiento de desechos más contaminantes, como la de Luwang. Esta medida china puede tener impactos globales importantes en el tratamiento de residuos, puesto que los principales exportadores occidentales deberán buscar otros países con los que comerciar sus desechos ante la falta de preparación doméstica para lidiar con la cantidad de desechos que se producen. Por ejemplo, en Estados Unidos, algunas plantas de residuos han dejado de aceptar plásticos debido a una sobrecapacidad provocada por la imposibilidad de exportar a China, recomendando a los vecinos que tiren sus plásticos a la basura convencional. En Reino Unido, el secretario para Medio Ambiente admitió que su país no había preparado un plan de contingencia ante esta situación, lo cual podría llevar a una desmesurada acumulación de residuos, con el consiguiente riesgo para la sostenibilidad y para la salubridad. Todo ello pese a que la decisión de las autoridades chinas no se implementó hasta seis meses después de su anuncio, haciéndose efectiva en enero de 2018. Esto podría afectar de forma similar a otros países como España o México, que enviaron a China el 65% y el 47% de sus exportaciones de residuos, respectivamente.

Por el momento, el Sureste Asiático y, especialmente, India presentan una alternativa para los países desarrollados. En este último, el desarrollo económico está siendo menos imponente que en China, manteniendo en 2011 una tasa de pobreza del 21,2%. India es, además, el segundo importador mundial de residuos, habiendo importado en 2016 hasta 166.859 toneladas de desechos plásticos por un valor de casi 80 millones de dólares. Para muestra un botón: tras el anuncio del gigante asiático de prohibir las importaciones de plástico, las ventas de estos residuos de Estados Unidos a India, Indonesia y Vietnam en 2017 se incrementaron en un 24%, 16% y 229% respectivamente, mientras que las exportaciones a China cayeron un 18%.

Sin embargo, tanto India como los países del Sureste Asiático tienen unas perspectivas de crecimiento positivas, aunque sufren importantes retos medioambientales. Por tanto, no es descabellado pensar que, tarde o temprano, estos países de destino de nuestras exportaciones de basura tomarán medidas similares a las de China. Su impacto real sólo se podrá analizar con el tiempo, pero los países industrializados deben abandonar la visión tradicional que han mantenido hasta ahora de que los países en desarrollo y su mano de obra barata son el mejor destino posible para lidiar con el tratamiento de residuos. Las posibles disrupciones del mercado global de residuos que provoquen las medidas puestas en marcha por Pekín pueden hacer más grave lo evidente: los países en desarrollo deben invertir de forma más eficiente y decidida en sus infraestructuras de procesamiento sostenible de residuos. Además, es necesario que se redoblen los esfuerzos por cambiar los hábitos de consumo hacia un modelo más sostenible basado en la economía circular. Sólo así el mundo industrializado podrá estar preparado para el nuevo desarrollo que se viene y que, esta vez, tiene otros protagonistas.