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Viktor Orbán días antes de volver a ganar las elecciones en Hungría. (Laszlo Balogh/Getty Images)

¿Por qué ha vuelto a ganar las elecciones en Hungría Viktor Orbán? 

“Para nuestro país, tiene mucha importancia. No podemos descansar tranquilos. Un inmigrante ha entrado en el país”, ironizaba, días antes de las elecciones generales del domingo en Hungría, el paródico Magyar Kétfarkú Kutya Párt (literalmente, el Partido Húngaro del Perro con dos Colas), después de que la policía húngara difundiera en sus redes sociales que solo un inmigrante había sido detenido en el intento de ingresar irregularmente en el país en los últimos treinta días.

Según la Comisión Europea, Hungría es una tierra llana de 93.000 kilómetros cuadrados de extensión situada en Europa central, en la que habita una población —en disminución constante en las últimas dos décadas— de hoy casi 9,8 millones de personas. 4,6 millones están activos en el mercado laboral, de los que 4,4 millones están trabajando. En 2017, la economía —a nivel macroeconómico— ha ido mejor, la redistribución de la riqueza y la brecha entre pobres y ricos —a nivel microeconómico— sigue siendo mejorable. Pero, en el segundo cuatrimestre de 2017, el número de personas en paro se ha situado en 203.100, una cifra inferior a la del año anterior y muy por debajo de los valores registrados antes de la Gran Recesión (315.000) empezada en 2008. Algo que también remite al sector público, que crece y, con ello, sus empleados.

El número de inmigrantes ha incrementado desde 2001 hasta 2011, pasando de los 110.000 a los 206.000 individuos. Pero, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), este dato ha caído en los últimos años, situándose en 156.000 inmigrantes residentes en Hungría registrados en 2016 y 151.000 en 2017, cifras de población nimias comparados con las de Francia, Italia, Alemania o España. Además, según estudios y analistas, Hungría siempre ha sido un territorio de paso para la mayoría de los inmigrantes.

A pesar de ello, el mensaje de la ficticia invasión de inmigrantes ha sido, una vez más, una de las claves primeras del éxito del ultraconservador y euroescéptico Viktor Orbán, el líder del partido nacionalista  Fidesz y el ganador de los comicios del domingo. Una circunstancia que observadores y analistas húngaros tratan de entender a marchas forzadas, para interpretar un voto “que obedece menos a la lógica y más a la emotividad más epidérmica del electorado”, como dice el sociólogo y politólogo Tibor Dessewffy.

“Hay al menos tres elementos que desdibujan el estado actual de la sociedad húngara y contribuyeron a la victoria de Orbán. El primero ha sido el invento de la invasión migrante, que Orbán ha azuzado con gran maestría. El segundo es el complejo de inferioridad húngaro, que Orbán ha aprovechado para crear el mito del enemigo externo, enarbolando el nacionalismo y la idea de una Unión Europea supuestamente poco atenta con Hungría. El tercero es la economía, que ahora va mejor, también gracias al dinero de la UE. Todo esto puede parecer paradójico y contradictorio, pero ha sido la tormenta perfecta”, explica Dessewffy. “La sociedad húngara está en coma, hundida por sus inexplicables paranoias”, añade el analista István János Tóth.

 

Información y jueces

¿Cómo ha logrado llegar tan lejos? “Fácil. El 85% de los medios de comunicación en Hungría están directamente en sus manos, es decir, reciben órdenes directamente de él, de sus allegados o de su partido político. Ningún empresario osa oponérsele, para evitar sufrir daños colaterales. Y luego está esa enorme masa de personas que trabajan en el sector público, o en empresas que trabajan para el sector público, que temen perder su fuente de ingresos. Algo que se suma a que también la justicia está controlada por él, por lo cual eso imposibilita las investigaciones judiciales independientes”, opina Dessewffy.

“El problema con Orbán no es que él sea un conservador o, incluso, que esté en contra de los inmigrantes”, ha coincidido la periodista e historiadora estadounidense Anne Applebaum. "El problema es que ha destrozado a los medios de comunicación y a la justicia de su país, que es un corrupto, y que dirige una máquina de la propaganda que ha envenenado la vida pública húngara”, ha añadido Applebaum, en una intervención poco después de que se supiera que Orbán había ganado las elecciones con una amplísima mayoría.

“Más allá del resultado electoral, a partir del 8 de abril Hungría entrará en una nueva era (…) También si Jobbik [un partido extremista que ha dado un giro hacia un mensaje más centrista] y la oposición de centroizquierda pactan un acuerdo a corto plazo, no podrán avanzar debido a que todas las instituciones estatales están controladas por Orbán”, opinaba, en la misma línea, Daniel Hegedüs, en un informe publicado antes del voto en el centro de estudios The German Marshall Fund of the United States (GMF) de Berlín.

Los datos, los que existen, y los hechos, confirman estas palabras. Empezado por la cifra estimada de personas que trabajan en el sector público en Hungría, que es alta. En concreto, de acuerdo con el informe What do we know about public sector employment, publicado por János Köllő y que no contabilizó los empleados indirectos del sector, “aproximadamente el 30% de todos los empleados trabajan en la Administración pública” en Hungría. Otro es el ejemplo de Péter Polt, el fiscal general de la República de Hungría desde el año 2000 y quien, de acuerdo con un amplio trabajo de investigación realizado por el grupo independiente Átlátszó, ha sido un cercano aliado de Fidesz desde la década de los 90, contribuyendo —una vez asumido su cargo— a crear una red de fiscales complacientes con Orbán y sus aliados.

Así ha pasado también con la reforma del Tribunal Constitucional, aprobada en 2013 y con la cual el Parlamento húngaro —gobernado en ese entonces por dos tercios por Fidesz— restringió las prerrogativas de ese organismo, antaño uno de los ejes del sistema democrático húngaro. Y así ha pasado con la nueva ley de medios de 2010, criticada en su momento por Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y el Instituto Internacional de Prensa (IPI), y que incluyó la creación de un organismo habilitado a castigar a los periodistas de manera arbitraria. La única excepción ha sido la reforma para introducir una tasa sobre Internet, que Orbán finalmente retiró tras las grandes protestas juveniles en Budapest de 2014.

 

Una autocracia

Con ello, Tóth, el analista de la Academia de Ciencias de Hungría y del Centro de Investigación sobre la Corrupción de Budapest, lo dice tajante. “El actual sistema político húngaro es hoy una verdadera autocracia y ha dejado de ser una democracia”, afirma. En Hungría, “hay mucha amargura y estrés porque existe mucha gente que no soporta al régimen de Orbán, pero con el sistema electoral que él se ha construido, que favorece el partido mayoritario [Fidesz], sumado a las trampas electorales, entre ellas la creación de numerosos falsos partidos creados por Fidesz, es imposible actuar para que el Gobierno cambie”, sostiene.

Con ello, de acuerdo con los observadores, la base social del orbanismo no son unos ciudadanos comprometidos, sino apáticos. Que no se creen las mentiras del régimen, pero tampoco las verdades de la oposición. Así ha logrado Orbán conquistar su cuarto mandato —el tercero consecutivo— como primer ministro húngaro. "Ni ha hecho falta la difusión de noticias falsas, de bots, trolls y otras artimañas que, en las amplias zonas rurales del país, hubieran sido inútiles, pues allí el acceso a la Red es escaso. El objetivo cumplido ha sido que los ciudadanos no abrazarán causa política alguna. El mensaje era, y es, si no hacen nada, todo irá bien”, insiste Dessewffy.

Todo ello no ha ocurrido sin daños colaterales, claro. Los jóvenes lo reflejan. Casi la mitad de ellos desea irse del país, mayoritariamente para buscar mejores condiciones de trabajo en el extranjero, tal como explicaba un estudio publicado en marzo por Republikon Institute. Otros centros han situado incluso la cifra en 370.000 jóvenes húngaros que cuentan con emigrar en los próximos años. Un colectivo, dicen los expertos, que no comparte las controvertidas opiniones sobre la Unión Europea que promueve la propaganda de Orbán y de Fidesz. Pero que tampoco considera que vale la pena combatir desde dentro.